Oswaldo Payá, el hombre que buscaba unir

Fue un domingo, el 22 de julio de 2012. Recibí una llamada de Calixto Campos Corona, por la tarde, no recuerdo exactamente la hora: “Acaban de matar a Payá”. Intenté comprobar en los medios, en Internet. Llamé a varios amigos y nada, la noticia no estaba aún en ninguna parte. Sin embargo, supe que era cierto.

Lo que conozco de Payá lo he tenido que aprender de otros. Nunca lo vi. Darsi Ferrer, el médico que tanto intentó curar a la Cuba podrida de los Castro, fue el primero. Me contaba que Payá era incansable; sobre todo cuando hablaba con los que no coincidía, con los que pensaban diferente. 

No soy capaz de imaginar a un hombre caminando por las calles de una Cuba vigilada y reprimida buscando unir, en un pueblo tan acostumbrado a que lo dividan.  

Después supe más. Leí el Proyecto Varela, conocí a muchos que lo firmaron, pregunté por todas partes. Unos, como Darsi, me acercaron al líder; otros, en el Versailles, me dijeron que Payá se equivocó, que confiar en poder cambiar la dictadura desde sus propias leyes era un disparate.  

Del opositor Oswaldo Payá unos me hablaron bien, otros no tanto. Pero del ser humano, todos, absolutamente todos, me hablaron siempre con reverencia. 

Y por fin pude conocerlo, el sábado pasado, de la mano de su viuda Ofelia Acevedo y de su hija Rosa María Payá, cuando en familia presentaron la versión digital de su libro, La noche no será eterna, publicado por la Editorial Hypermedia, en la Biblioteca Pública de Hialeah; una ciudad donde hay más banderas cubanas que en toda La Habana.

Oswaldo Payá decía: “No los odiamos, pero tampoco les tememos”. Y lo asesinaron sin piedad. Sin embargo, en ninguna de las palabras de Ofelia hay rencor; tampoco en Rosa María. Las une la esperanza de una Cuba libre, justa y democrática. Esta esperanza también la comparten el escritor y periodista Juan Manuel Cao, y el padre Juan Rumín Domínguez, amigo de Payá; quienes, junto a Ladislao Aguado, director de la editorial, acompañaron a la familia en la presentación del libro. Pero no odiar es algo que tengo que aprender: odio a la dictadura, a ese sistema que divide, a ese régimen que mata por miedo. Si amar es legítimo, también lo tiene que ser odiar. Y sé que en esto Payá no está de acuerdo conmigo.

La dictadura cubana es especialista en el olvido. Una de sus estrategias preferidas es convertir el tiempo en su aliado: dejando pasar los días y acrecentando las penurias del pueblo logran que la gente solo piense en lo diario, en sobrevivir el tiempo presente. El silencio nos hace cómplices de ese olvido. Laura Pollán y Orlando Zapata Tamayo apenas aparecen en nuestras memorias, no los mencionamos; tampoco a Payá, no lo suficiente. 

Oswaldo Payá supo siempre que morir era mucho más que una posibilidad. “Me han dicho que me van a matar antes de que termine el régimen, pero yo no voy a huir”. Y así pasó, nunca huyó. Por eso, el hombre que ahora conozco habla en presente y en futuro; nunca en pasado. Su legado es un antídoto contra el rencor, contra el silencio, contra todo lo que nos divide. Leer La noche no será eterna es aprender de primera mano su ideario, su dimensión humana y política. Es, también, la mejor manera de decirle: “¡Gracias!”.




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