Uber Cuba 0045

· Uber Cuba 0044


Los otros días, viajando en un Uber largo, desde Saint Louis hasta la prisión federal de un pueblito llamado Pacific, donde les enseño a los presos un Taller de Escritura Creativa, me puse a pensar en las cositas cubanas. 

No en las cosas cubanas. Ni mucho menos en las cosas de Cuba. No. Sino en las cositas, esos pequeños objetos mínimos que en su momento componían el cuerpo secreto de la patria y que, ahora, ya casi en el primer cuarto de siglo del siglo XXI, nunca más podrían componer ni descomponer nada. Es decir, me puse a pensar en las cositas desaparecidas cubanas.

De Saint Louis a Pacific es como media hora en taxi. Depende del tráfico. Los choferes por lo general quieren hablarme de Cuba durante todo el santo viaje y, últimamente, por algún concurrente recurso mnemotécnico, todos insisten en preguntarme por la Campaña de Alfabetización. La de 1961, sí. 

No es por nada, pero de verdad que se ponen de pinga los norteamericanos estos. Ridículos y racistas como ratas, con sus caritas capitalocompungidas de yo-no-fui, y sobre todo con manitas de yo voté por el bendito varón de Bernardo Sanders. Imagínense si fuera al revés. Cuán sardónica no sería la reacción de estos nacidos aquí si alguien como yo, “recién” llegado a los Estados Unidos, les preguntara con esperanza que por fin qué pasó con JFK.

En fin, el Mall.

En esa media hora de viaje entre Saint Louis y Pacific logré concentrarme en las cositas cubanas porque, como ya se me va haciendo costumbre, de entrada le dije al chofer que yo era de República Dominicana. Eso nunca me falla. Un dominicano, en comparación con un cubano, vale menos que un quilo haitiano partido por la mitad. Trujillo es grande.

Así que yo pensaba y pensaba, dentro de aquel Uber con calefacción, en la objetualia de mi vida tirada por la borda en Cuba, como tiradas por la borda fueron también las vidas de mi generación y de unas cuantas generaciones más. Cositas, cubanos. Sí, por supuesto. ¿Y qué son las cositas?, preguntas mientras clavas en mi despotismo tu despotismo azul, rojo y blanco. Las cositas soy yo y las cositas son tú. Me explico. 

Papelitos de Artes Plásticas y Educación Laboral en nuestras escuelas primarias y secundarias. Evaluaciones y expedientes que nuestras maestras leían con devoción, evaluaban con objetividad ejemplar, y después archivaban como si de una bendición o un anatema a perpetuidad se tratara. Letras, caligrafías, tachados, borrones. Bolígrafos sofisticados como naves espaciales, y que duraban durante todo el año escolar. En aquel entonces todo era lo que parecía. Todo iba a durar hasta el fin de los tiempos. Y, como la Revolución misma era el tiempo, y la Revolución no tenía y no podía tener fin, todo iba a durar por toda la eternidad.

Por eso los que hemos vivido en un mundo de semejante estabilidad no pertenecemos al mundo. Nos quedamos fuera de la realidad. Los cubanos vivimos en un estado de narrativa total. Y de ahí ni la muerte nos saca. Y ahí ni la vida nos entra.

Las cositas cubanas eran, también, los incontables documentos de identificación y racionamiento con que contábamos entonces. La memoria hecha crucecitas y palitos. Las libretas cuadriculadas, en particular: ese milagro de las imprentas locales. Los diseños de las cajitas de fósforos. Los tres tristes juguetes regulados por resolución estatal. Los soldaditos de plomo, hechos de plomo más que de plástico. Las inmarcesibles brujitas inmortales en los jardines, sobreviviendo a fuerza de pétalos blancos bajo el ciclo criminal de las estaciones (cuando Cuba era un país con estaciones). Una palabra dicha en el irrepetible tono de un regaño o pronunciada con aquel amor que confundía a nuestros cuerpos con el cuerpo de nuestros padres, objetos sagrados. El sacapuntas importado. La polea de la máquina de coser Singer, maravilla antediluviana que era culpable de haber existido en una Cuba sin Castro y sin Revolución. También, algunas bolitas de los cincuenta, descolgables por el cuello a un árbol de Navidad que nunca llegó a exhibirse en la sala, por puro pudor o pánico político. El olor saludable del hollín de la chimenea y las bostas de las vacas que iban defecándose por las calles, antes de su entrada triunfal al matadero de Lawton: cuartel Moncada del contrabando. Vivíamos de la muerte a mansalva y no lo sabíamos, niños alucinados por el cualquiercosario cubano. Palomares y casitas de perro. Peceras con pececitos y jaulas con pajaritos. Hasta ratoneras con quesito y muelles mortíferos para los ratoncitos. 

Reparen en lo demoniaco, pero también doméstico, de toda esta ristra de diminutivos. No por gusto se trata de cositas y no de cosas. 

Así se me fue la media hora montado en el taxi Uber. De mi prisión rentada en Saint Louis al Correccional del Este de Missouri. Las cositas del prisionero Orlando Luis Pardo Lazo, neociudadano estadounidense de origen cubano.

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