Uber Cuba 0033

Hacía 60 años ella había sido feliz, completamente feliz.

De hecho, por entonces casi había enloquecido de felicidad. Y, de tan felices, ambos se habían atrevido a hacer el amor por primera vez, amándose como animalitos en celo en una azotea con vista al cielo a punto de amanecer en La Habana, a lo largo y ancho de toda aquella madrugada del jueves primero de enero de 1959.

Entonces eran ella y su primer amor de 60 años atrás. Una cubana y un cubano que terminarían siendo el único amor por el resto de sus vidas cubanas, hasta la mismísima tarde de hoy, en enero de 2019, cuando ninguno de los dos se sentía tan mayor todavía: apenas septuagenarios a punto de cumplir 80 pero no en éste, sino en el próximo año de sus respectivos exilios de 60 y 60 años.

La Revolución había durado seis décadas, sí, eso lo aceptaban como si de un evento prehistórico se tratara. La extinción en masa de su propia raza. Para ellos, sin embargo, el exilio duraba ya dos veces lo que había durado la Revolución.

Ignoraban en qué orden, pero los dos sabían que a los dos les llegaría muy pronto la muerte sin volver a Cuba por última vez. Sin volver a ver a Cuba como por primera y única vez: la patria como felicidad fulminante a ras de una azotea habanera que los enloqueció de amor, el primer jueves de la vida en 1959.

Mejor así. Morirían juntos y jóvenes. En el exilio: esa amable manera de estar en casa. Una cubana y un cubano por cuyo corazón en común nunca había ocurrido del todo la Revolución.

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