Uber Cuba 0105

En una de esas callecitas-frontera donde el art-decó del downtown de Saint Louis se torna un vertedero vil, se montaron los cinco. Los cinco, muy silenciosos. La palabra literaria sería muy “circunspectos”. 

En cualquier caso, no dijeron ni jí. Tampoco dijeron ni pío. Cinco americanazos típicos, súper arquetípicos, montándose al unísono en mi taxi de inmigrante naturalizado. Sólo eso. Apretaditos, pero relajados. Como fantasmas hiperreales. Técnicamente, digitales. Una escena convencional de este siglo XXI ya sin Castro, pero todavía con Cuba a cuestas. Guiñol de títeres sin titiritero, a mitad del junio calcinado del 2019 en Missouri y en medio Midwest. Nada del otro mundo. Aquí no ha pasado nada. 

Así que yo seguí simplemente en lo mío. Orlando Luis Pardo Lazo en su faena fatua de siempre. Al volante de mi vehículo, manejando un carrito de alquiler vía Uber App. Por esta vez, desde una escuelita primaria de niños negros hasta la logia masónica de Lindell Boulevard, esa mole misteriosa que los blancos norteamericanos erigieron en honor de sí mismos en 1926.

Jacob Feldman, Abe Grodsky, Frank Hetlage, Louis Lehr, Sam Weitzman: términos sin etimología. Esto pueden comprobarlo por ustedes mismos en Google. Verán de inmediato que la búsqueda no rinde ninguna referencia. No se nos remite a ningún significado idéntico ni parecido. Se rompe así la estructura simétrica del universo intertextual, donde el plagio ni se crea ni se destruye. Y este fallo de conectividad, por supuesto, nos deja más solos que la mierda en el cagadero civil de los Estados Unidos. Se trata, en definitiva, de una búsqueda-buque fantasma que zarpa y zozobra en las aguas malditas de la internet. 

Por si las dudas, pueden repetir la búsqueda después de verificar que todas las palabras estén bien deletreadas: J-a-c-o-b F-e-l-d-m-a-n, A-b-e G-r-o-d-s-k-y, F-r-a-n-k H-e-t-l-a-g-e, L-o-u-i-s L-e-h-r y S-a-m W-e-i-t-z-m-a-n. Con o sin comillas. O, llegado el caso, pueden intentarlo con otras palabras de píxeles más o menos generales o específicos, por más que esto no tenga el menor sentido. Pero así lo recomienda el propio motor de Google en su frustración de no encontrar rastro alguno de estos cinco nombres que ahora viajaban, en solemne silencio, dentro de mi Uber taxi de exiliadito cubano.

A mitad del junio igual de calcinado de 1919, fue dedicada una tarja en honor a estos cinco héroes anónimos que, no tan paradójicamente como en principio parece, conservaban intactos en el mármol sus nombres y sus apellidos. No tuve que preguntarles mucho más. De todas maneras, ellos no me iban a contestar mucho más. 

Era obvio el exceso de trincheras y obuses que minaba todo el candor de siglo XX en sus respectivas miradas. Era evidente, como voltear un vaso de agua y ver al líquido caer sin explicación hacia la tierra, que a los cinco los habían reventado justo un siglo atrás, en una de esas escaramuzas de la mal llamada Primera Guerra mundial. Porque ni fue la “primera”, ni fue para nada “mundial”. 

Por ejemplo, en ese mismo año de 1919 nacía mi padre, en un hogar del ultrahabanero pueblo de Regla tan paupérrimo que, entre los corpachones de aquellos celtas asturianos, no cabía ni un granito más de felicidad. Por cierto, mis abuelos eran primos primeros, y ambos habían huido de su villorrio en la Península para poder amarse en libertad (y para siempre, hasta que la muerte los traicionó) en nuestra siempre fiel Ínsula del Caribe.

Jacob Feldman le dijo a Abe Grodsky:

Look upon our children, they are mutilated.

Abe Grodsky le dijo a Frank Hetlage:

We do not sanctify the land with our wandering.

Frank Hetlage le dijo a Louis Lehr:

Torn from your face, trees that turned around.

Louis Lehr le dijo a Sam Weitzman:

The holed head bleeding across a heap of progressive magazines.

Y Sam Weitzman le dijo a Jacob Feldman, para cerrar el ciclo de cuchicheos a mis espaldas:

I am among the leaves: the inevitable voices have nothing left to say.

Hijos mutilados, errancia y santidad, árboles que giran sobre sí mismos, huecos en la cabeza y revisterío progresista, voces inevitables que se quedaron sin nada que decir. Probablemente, sin nada que callar también.

Pensé que, en 1919, el alma de cualquiera de estos cinco caídos en combate bien podría haber migrado hasta La Habana, para meterse en el bebé transatlántico que era mi padre, recién nacido el martes 8 de abril de ese año.

Pensé en el secreto significado de que el quinteto viajase ahora otra vez en grupo, como si fueran una banda de jazz y no un pelotón de cara al holocausto. Todos reunidos por dios o por la ausencia de dios: un diálogo de espectros dentro del carro del hijo huérfano de aquel bebé que fuera ocupado por uno de ellos al morir. O por todos. Porque, quién sabe nada de las leyes de la metempsicosis, ese vocablo que suena como una enfermedad del cuerpo, pero es apenas un pánico a la realidad.

Pensé en que, a estas alturas de la historieta patria, el tetragramaton “2019” es una cifra aterradora para las migraciones de almas. 

Por favor, no. Todavía no, por favor.







Uber Cuba 0104

Uber Cuba 0104

Orlando Luis Pardo Lazo

Hace tanto que me he ido, cubanosLong time gone.


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