Rodilla en tierra

¿Creer o no creer? Ahí está el problema. 

En estos momentos de anti-monumentos donde ya nadie quiere inmolarse por ninguna causa que vaya más allá del yo, más allá de lo estrictamente personal, existen algunos que todavía aspiran a un futuro (colectivo) mejor para Cuba. Pero nadie cree que estos romanticismos existan en la era del meme y la liquidez de la liquidez, en los tiempos de la posverdad y la posépica. Nadie sabe en qué creer ni en quién creer; nos ha consumido una aplastante crisis de identidad. 

Uno postea tímidamente alguna noticia política (no sobre políticos) y la gente se atrinchera rápido en el terreno de la duda. Dudar es un ejercicio filosófico, ese no es el problema. El problema es cuando la gente duda de la existencia desde la existencia. 

En Cuba, la gente duda si forma parte de la política. 

Yo no me meto en política, dicen.

La política no es una puerta que se abre o se cierra, no es una circunstancia con fronteras móviles al gusto. Nacer en sociedad, e intercambiar con ella, conlleva inevitablemente a que uno se convierta en un ser político. La relación de las personas con sus circunstancias y el medio (la escuela, la casa, el barrio, el trabajo…) está regida por leyes políticas; leyes que deberían estar en cambio continuo. Un cambio consensuado, o, si no queda espacio para el diálogo, forzado mediante estallidos sociales. 

La primera opción, menos violenta que la segunda, pero ambas igualmente políticas. 

No meterse en política no es una opción. Lo apolítico es político.

Uno postea, por ejemplo, que en la Calle Damas, entre San Isidro y la Avenida del Puerto, hay una decena de personas acuarteladas en la casa #955, sede del Movimiento San Isidro y vivienda del artista Luis Manuel Otero Alcántara. Algunas de esas personas están en huelga de hambre y sed porque la policía política mantiene rodeada la manzana, sin dejar transitar a nadie por esa cuadra, decomisando cualquier suministro que intenten pasarle a los activistas que están allá adentro, artistas, poetas, intelectuales, profesores expulsados de su docencia:

La gente intenta alejarse de las noticias sobre lo que está pasando en San Isidro. Miran hacia otro lado; es mejor estar tranquilos y en silencio en casa que preocuparse por los negros de barrio. 

Prefieren no marcarse aquí, pero se llenan la boca con el #BlackLivesMatter y las elecciones de Estados Unidos. 

Prefieren el fetichismo por la miseria del otro, porque las tragedias del “enemigo” son nuestra comedia cotidiana. 

Prefieren los inventos de la televisión sobre todos los países del mundo; dicen que hasta en los Emiratos Árabes se pasa tremenda hambre. 

Sobre nuestra mierda: mutis por el foro 

Acuartelados en esa casa, sabiendo que todo esto va a terminar en más represión, hay personas a las que respeto y admiro como intelectuales y artistas, hay otros que vi una vez en el barrio y me abrazaron como si me conocieran de toda la vida. Gente buena y genuina. 

La oficialidad cubana jamás los reconocerá así. Para ellos son mercenarios, pero yo los he visto decir con el corazón: “Estoy rodilla en tierra por esta causa aunque me vaya la vida”. 

Los medios no dirán nada parecido. 

Como diría un poeta: “Sal a la calle, bróder, la revolución no será televisada”. 

Pasar cerca de San Isidro es un acto de fe. La magnitud de efectivos policiales que rodean el barrio es excesiva, demasiado violenta para los ojos y el cuerpo que intente penetrar el cordón de maquinarias humanas: cinco patrullas, una camioneta de tropas especiales, motorizadas, una veintena de policías y agentes de la Seguridad de Estado. Como si los que estuvieran allá dentro fuesen terroristas. Muchachos que como únicas armas tienen sus teléfonos, la poesía como espada y la palabra como escudo contra los insultos y abusos de su gobierno.

Este es el cuarto día que permanecen encerrados. Todo comenzó cuando encarcelaron al rapero Denis Solís por manifestar abiertamente su oposición. En menos de tres días, a Solís le celebraron un juicio sumario sin presencia de testigos; luego fue trasladado al Centro de Alta Detención (VIVAC). 

La protesta pacífica del Movimiento San Isidro comenzó frente a la estación policial de Cuba y Chacón con lecturas de poesía. Desde el 16 de noviembre los cercaron en la sede de la Calle Damas impidiéndoles sus acciones poéticas en la vía pública.  

La represión ha ido creciendo a niveles extraordinarios. Además de mantener aislada esa calle, como si se tratara de un brote pandémico, impidiendo que otros se sumen a la causa, en la madrugada del 19 la policía lanzó un líquido pesticida para contaminar el agua e intentar asfixiarlos. 

Me alarma que en pleno siglo XXI se intente este tipo de barbaridades en un país que proclama al mundo su bienestar social, en un país que conforma el comité de Derechos Humanos de la ONU. 

En fin, la hipocresía.

Estoy seguro de que, dentro de esa casa, resistirán más tiempo. 

Ellos no hacen eso por dólares, sino por los dolores de tantos años. No quieren emigrar a ningún otro país, porque les duele demasiado Cuba. Les duele la división abismal que han creado entre un cubano y otro. Quieren una Cuba donde incluso el represor tenga un trabajo más digno. Donde nadie tenga que robar para vivir. Donde todos tengamos acceso por igual a los productos de primera necesidad. Donde nadie censure a nadie. Donde la creación, la expresión y el pensamiento sean libres. Donde podamos ser un poco más humanos. Están rodilla en tierra. 




Julio Llópiz-Casal

La Pro-testarudez de los 13

Julio Llópiz-Casal

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