He decidido dejar de justificarme

“Eres resultado de la Revolución y eres brillante”, ha sido una frase repetida por colegas extranjeros. 

La sensación de frustración que provoca esta afirmación —recurrente entre artistas e intelectuales de izquierda formados en el neoliberalismo, ellos también brillantes, por cierto, con suficientes herramientas para una crítica al sistema— es inmensa porque implica explicarme a detalle: mi vida familiar, educativa, afectiva y social. 

Implica contar que crecí creyendo en esa palabra: “Revolución” —eufemismo para Guerra Civil— y repitiendo cada mañana “Pioneros por el comunismo, seremos como el Che”, mientras estudiaba en la escuela primaria Seguidores del Ejército Rebelde. 

Implica explicar que mi padre fue parte del movimiento que creó la Revolución y que mi familia paterna está toda relacionada con la escena militar en mi país. 

Implica explicar por qué y cómo me desencanté a los 16 años, a pesar de que a los 14 comencé a militar en la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC).

Luego, a pesar de que una se explica —proceso desgastante— o incluso, debido a dichos argumentos, esos intelectuales de izquierda te llaman mercenaria, gusana, lacaya; te gritan: “¡Nunca nos vamos a poner de acuerdo!”; o te cuestionan ciertos conceptos porque apoyan criterios de la derecha, olvidando el contexto original de la discusión, llevando siempre el debate a su territorio porque a estos intelectuales de izquierda no les interesan los cubanos o Cuba. Ellos están decididos a sostener, a toda costa, un símbolo, una ensoñación caribeña.

Por eso, el 27 de noviembre fuimos a la embajada de Cuba en México a gritar por el desalojo de la sede del Movimiento San Isidro, a exigir derechos civiles y a apoyar a los artistas que ya se reunían frente al Ministerio de Cultura en La Habana. 

Nosotros, los artistas, hemos sido cómplices del desastre en nuestra nación; hemos dejado de mirar atentamente, de responsabilizarnos con la reflexión fina que conlleva nuestra situación política a cambio de privilegios obtenidos en pacto con el Estado: “Ustedes, artistas, viajen, vendan obras, compren fuera del país, tengan la ilusión de experimentarse como una clase media sin necesidad del trauma migratorio. A cambio hagan silencio, o al menos, no pasen ciertos límites en sus discursos —límites claros para todos”. 

Era fácil seguir unas reglas, ganábamos nosotros y ganaba el Estado; tenían, para la mirada internacional, un gremio del arte que los apoyaba. Pero ese pacto se ha puesto en evidencia, ya no es posible sostenerlo sin que quede claro que, al participar de él, se es cómplice de la violencia de Estado

No existe argumento alguno que logre justificar a un artista como intelectual autónomo, con libertad de pensamiento y, al mismo tiempo, participando, por ejemplo, en eventos estatales como la Bienal de La Habana —tanto en muestras oficiales como alternativas—, esa festividad de la cultura que pretende normalizar arrestos, destierros, violencia física y psicológica, interrogatorios y secuestros. 

Yo he dejado de explicarme, ha dejado de importarme que atribuyan mi brillantez intelectual al comunismo o que me griten mercenaria. Intentar explicarme es seguir participando de esa discusión dual entre izquierda y derecha que poco tiene que ver con Cuba o conmigo misma. Tuvo que ser filmada mi imagen mientras una mujer militar vestida de civil me golpeaba el 27 de enero para que mis amigos no cubanos comprendieran la dimensión de mis palabras; que no se trataba solamente de charla de salón sobre las bondades y negativas del comunismo real, que habían consecuencias precisas, inmediatas. 

Tuvo mi madre, desesperada, que informarse a través de mis amigos mexicanos sobre mi secuestro en La Habana —por la falta de conectividad y de acceso a las páginas de la prensa independiente— para que estos últimos dejaran de optar por una justificación a la violencia de Estado en Cuba. Ahora, intento asentar conceptos, hacer duelos, comprender el terror como continuum y, posiblemente, futuro de una nación demasiado joven.


* Este texto forma parte del dosier ‘La revolución de los derechos’, el cual da título a la plataforma de igual nombre. ‘La revolución de los derechos’ es una iniciativa de Article 19 e Hypermedia Magazine.


© Imagen de portada: Julio Llópiz Casal, para el dosier ‘La revolución de los derechos’.




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Revolución hipostasiada

Julio Lorente

La Revolución cubana resulta un cenotafio político, una tumba sin cuerpo.






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