Infraestudio no puede ser ilegal

Escribo este texto para defender un proyecto que creo necesario dentro de la arquitectura cubana. Un proyecto que venía dando un giro a nuestra arquitectura, que cada vez agoniza a mayor velocidad.

Escribo para defender la arquitectura de autor, que no puede ser considerada ilegal por el gobierno cubano. Como tampoco puede considerar ilegal el cine de autor, las promociones de arte, las publicaciones y editoriales independientes, la prensa libre de asociaciones institucionales.

Escribo, aunque el propio ejercicio de escribir este texto pueda ser considerado ilegal. No creo en leyes que amenazan, cada vez más, con aplastarlo todo. Simplemente no puedo.



Evento en GECA (Grupo de Estudios Cubanos de Arquitectura), octubre 2019.


Por el año 2016, Fernando Martirena, Anadis González y David Medina, egresados de la Facultad de Arquitectura, fundan el proyecto independiente Infraestudio. Hoy cuentan con varias obras artísticas-arquitectónicas: Casa B, Casa C, Casa Gruta, son solo tres ejemplos de obras concretadas.

Pero lo más significativo no son las obras, sino el discurso que introdujeron estos arquitectos en el panorama cultural cubano.

En arquitectura, se logra conformar una mínima parte de lo que se piensa, pero para Infraestudio basta con trabajar-esbozar-maquetar en (y desde) la ficción. A la idea residuo, a la idea más allá del edificio, es a la que nos conduce este proyecto. El proceso creativo de estos jóvenes transcurre en el constante diálogo que logran con los clientes: buscar el punto preciso en ese equilibro que les permite hibridar los encargos y las necesidades del cliente, con sus estilos y discursos personales.

Cada proyecto recrea las ideas más fuertes, las más encarnadas obsesiones que nacen de un estrecho vínculo con la literatura, las artes visuales, la política y la cultura en general. El amplio espectro de referencias que influyen en las obras abarca desde figuras del arte y la cultura cubana contemporánea, hasta artistas, filósofos y movimientos vanguardistas globales.






Como su nombre indica, el proyecto persigue una arquitectura menor (en el sentido literal de la palabra), diseñada para espacios muy específicos y con una producción única. Producción a la que no le interesa evocar ningún historicismo, desligada de cualquier vicio de lo nacional y previsora de nuevos y necesarios valores culturales.

La Casa B (2017) fue diseñada pensando en la vega de tabaco de los campos cubanos: una casa que se autoprotege con revestimiento de tabla de palma, a la vez que se integra perfectamente al paisaje.

En Pabellón infinito (2018) los arquitectos exploran mucho más allá, hasta subvertir la idea convencional de la arquitectura como forma y el paisaje como fondo. En esta obra apuestan por un edificio de matas de plátano, con habitaciones dentro; las formas quedan escondidas en el paisaje, de modo que este se convierte en el llenado, y la arquitectura conforma entonces el vacío. El pabellón da acceso al land art Viaje infinito, de Wilfredo Prieto.

A una escultura de Wilfredo Prieto (Beso) hace referencia también la Casa Gruta (2018): una casa que provoca un movimiento sutil a través de sus paredes sinuosas. Desde esa gruta, arriba se ve el cielo, quizás la estrellas.



Existe además un espacio para aquellas ideas residuales que se convierten en productos finales a través de maquetas, dibujos, collages y libros en Ediciones Infraleves. Una editorial que es provocación expuesta, que juega con el contenido y la estructura, el objeto-arte: en ella se publican pensamientos sueltos, proyectos inconclusos o utópicos, ficciones y narrativas espaciales que siembran el germen para repensar la arquitectura cubana contemporánea “que dejó de existir después de los 70, luego de vivir su mejor década”, afirma Fernando Martirena.

“Los libros nuestros no son un producto de masas”, continúa, “ni pueden, ni quieren serlo”. Es así que las Ediciones Infraleves procuran ser, en palabras de Fernando: “un gesto poético a largo plazo”.



La arquitectura de autor en Cuba se movía en el frágil terreno de la alegalidad, como casi todos los proyectos independientes en el país. Hasta el pasado 10 de febrero de 2021, cuando se señalaron como contravenciones varias prácticas independientes. Infraestudio, como otros proyectos de arquitectura, sostenía diálogos con la UNAICC (Unión Nacional de Arquitectos e Ingenieros de la Construcción en Cuba); pero, lamentablemente, la institución optó por el no reconocimiento legal de la autoría del arquitecto.

Además de intentar legalizar su práctica, el equipo de Infraestudio estaba enfrascado en visibilizar, junto al Grupo de Estudios Cubanos de Arquitectura, los nuevos valores de la producción nacional. Porque, para la sociedad cubana, la figura del arquitecto es prácticamente desconocida. Es necesario el reconocimiento del arquitecto como artista dentro de un espacio cultural que fue desaprendido tras la llegada de las construcciones masivas, a cargo de las microbrigadas socialistas.



Converso con Fernando Martirena, quien afirma:

“Cuba está desactualizada en términos de arquitectura. Eso es terrible para una nación que cuida y promueve su identidad. Para mí no es nada lamentable, existe cierto lujo en no tener el peso de la historia, no tener que ‘matar a tus padres’, y no tener que sufrir la exclusividad generacional de otros lugares. Como no existe nada antes de mi generación, nos sentimos sin manías locales”.

Temo que los nuevos aires que traían proyectos como Infraestudio sean truncados sin ninguna razón. O tal vez con la única razón de seguir rematando la cultura cubana contemporánea.

El yerro de la institución no puede seguir oxidándolo todo. La cultura cubana está agonizando con tantas mutilaciones.

Infraestudio no puede ser ilegal.





Carolina Barrero

El deseo clandestino y las jóvenes artistas cubanas

Gerardo Muñoz & Sarah Lindsey Reuben

En la lectura de poesía de la joven curadora Carolina Barrero, o cuando Camila Lobón insiste en la separación entre Estado y sociedad, el deseo tiene la fuerza capaz de desficcionalizar al Estado total. La esencia del gesto genera un saber que habita en un umbral por el cual se regeneran formas de crear, imaginar, y estar juntos.





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