Hablando de libertad

La noche del pasado 29 de mayo, en la clausura del festival Havana World Music, que cerró con las siempre vibrantes canciones de Carlos Varela, se escuchó al público reunido en la Ciudad Deportiva gritar con fuerza la palabra “libertad”. Los medios estatales que informaron del evento pasaron por alto ese grito. Para otros medios, sin embargo, esa fue la noticia.

No es la primera vez que esta palabra se escucha en los espacios públicos de nuestro país, ni será la última. Por eso, comparto aquí algunas muy breves reflexiones personales —aunque no necesariamente originales— a propósito de la libertad.


1

La libertad empieza en uno. Empieza con el reconocimiento de las cadenas que se ha impuesto a sí mismo y con el examen de los sueños que quiere realizar. Hay deseos que son cadenas y cadenas que son deseadas. Distinguir es esencial. Desnudar la naturaleza del deseo, su raíz y sus máscaras, es esencial.


2

Observarse en relación con los demás y en soledad, juzgarse antes que juzgar a otros, atreverse a mirar lo oscuro y lo luminoso en su interior, y decidirse a cambiar con firme prudencia aquello que le enturbia o empequeñece el carácter: tal es el camino de la libertad. Es un camino saturado de obstáculos y riesgos, un camino largo y sin atajos que culmina —probablemente— con la muerte, porque vivir es habitar el reino de la necesidad y, en este reino, la libertad es un sueño, una aspiración que se realiza de modo parcial. 

Pero ese camino empieza siempre en uno mismo y debe nutrirse de la propia experiencia más que de la incitación de otros. Aunque otros inspiren a seguir esa senda, andar por ella debe ser reclamo íntimo, fruto del propio crecimiento, y no mera consecuencia del influjo seductor que otros ejercen, porque la seducción es un impulso débil que cede fácil ante los obstáculos, porque la comunidad con otros puede verse quebrada o corrompida por intereses ajenos; mas lo que nace de uno mismo, si es hijo de la autenticidad y la sensatez, será firme y diáfano.


3

Para ser libre, uno tiene que exigírselo a sí mismo. Para ser libre, uno tiene que liberarse a sí mismo. Para ser libre, uno tiene que saber lo que quiere y lo que no. Para ser libre, uno tiene que conocerse. Pero eso no basta: para ser libre, uno tiene además que saber dónde está y entre quiénes.


4

Hay aquellos que piden libertad porque se sienten encadenados, pero no alcanzan a ver las cadenas y, peor aún, no logran discernir quién los ha puesto y los mantiene en esa situación. Exigen libertad como si alguien pudiese darles lo que quieren.

Uno no debe pedir o exigir su libertad. Uno debe ser capaz de pensar, sentir y actuar libremente por sí solo; valorar su libertad ante cualquier riesgo, y exigir —eso sí— respeto a esa libertad propia. Otros la respetarán si uno la asume como parte irrenunciable de su naturaleza y no como ornamento, como algo externo que se le puede conferir o sustraer. Otros la respetarán si uno la ejerce siempre con respeto hacia la libertad de los demás.


5

La libertad nunca es un fin en sí. Es un modo de ser, y para ser hay que hacerse. Ser libre es ser auténtico, ser auténtico es ser honesto consigo mismo. Pero ser es un proceso constante, por eso la libertad no es absoluta ni se alcanza de una vez para siempre.


6

Uno solo es libre en su relación con el mundo. Solo es libre en tránsito, en frágil equilibrio entre el autocontrol y la entrega desapercibida. No hay tiranía más férrea que la que uno ejerce contra sí en su afán de parecerse a un ideal. Los ideales pueden ser látigos crueles que nos empujan a avanzar en una dirección que no deseamos, o pueden ser metas que nos instigan a superar los obstáculos que la realidad y nuestros propios límites nos colocan delante. Todo depende de uno, del tipo de relación que establece consigo, con los demás y con el mundo.


7

Ser libre no es aparentar ni romper, no es aproximarse a la perfección ni alejarse de ella, no es asumir con tenacidad inquebrantable un rumbo o renunciar a él con cobardía. Es intentar sin esperar demasiado y dejar ir sin derrumbarse. Pero, sobre todo, es saber evaluar con serenidad e inteligencia, en los momentos de crisis, el curso que se ha seguido y el que se debe seguir. Ser libre es poner en armonía dentro de uno mismo —sin ofuscación ni miedo— la justeza del propósito, la flexibilidad y la reciedumbre del espíritu, y la rectitud del rumbo.


8

Es conveniente saber de qué se libera uno. Meditar antes de deshacer un lazo y antes de establecerlo reduce la posibilidad de causar dolor innecesario a otros y a sí mismo. Deshacer un lazo no debe ser abrir un abismo entre uno y otro, sino un acto de amor a sí y a los demás. Establecer un lazo no es encadenarse, es adquirir una responsabilidad, requiere estar a la altura de lo que se ofrece. Un lazo no es abdicación de sí ni apropiación del otro, es aunar empeños en pos de un propósito. Hay que meditar en la meta tanto como en el modo de alcanzarla, pues los dos son uno. Ningún fin justifica los medios.


9

No hay libertad sin lazos porque el humano no es un ser en sí y para sí.

Ser humano es ser entre semejantes, en interdependencia inevitable con ellos y dentro de un mundo habitado por otros. Ser para sí sin ser para y con los demás es romper ese vínculo esencial con el mundo, es hacer del otro un extraño, un enemigo potencial. Y hacer enemigos —potenciales o no— es la manera más expedita, más común, de anular la libertad.

Ser libre es ser entre otros cuyas libertades —cuyas singularidades— se reconocen y valoran tanto como la propia. No se es libre en soledad, ni se es libre entre clones.


10

He dicho antes: la libertad no se pide ni se exige. Nadie puede otorgarnos lo que cada uno de nosotros debe darse a sí mismo. Sin embargo, ser libre entre cautivos es un propósito imposible, y la libertad que en tal circunstancia se cree haber alcanzado es mero espejismo, porque nace del desprecio y la insensibilidad ante la sumisión de los otros. Ser libre es ser entre iguales (iguales en dignidad y en derecho, no en capacidad ni en propósito, no idénticos); por eso, liberarse es también ayudar a los demás a liberarse, es fomentar aquellas relaciones que reconozcan la individualidad y el derecho de los otros.


11

No es posible obligar a nadie a ser libre. Del mismo modo, no debería ser posible despojar a nadie de su libertad. Si lo segundo es posible, si lo primero es siquiera imaginable, es porque los tiranos suelen hablar en nombre de la libertad. Identificar al tirano, incluso si este ha construido sus bastiones en el interior de uno mismo, es el único resguardo seguro ante el asedio de las tiranías.

Pero vencer al tirano no es destruirlo, es desnudarlo ante sí, mostrarle el camino que conduce de regreso hacia su libertad perdida. El rechazo a la tiranía no debe confundirse con el odio al tirano. No es lo mismo. Si lo segundo ocurre, si la igualdad entre lo primero y lo segundo nos resulta imaginable, es porque los tiranos construyeron sus bastiones en el interior de uno mismo y desde allí hablan, con nuestra propia voz, en nombre de la libertad.


12

El miedo a ser libre es la mejor evidencia de que se llevan demonios dentro. Confrontar esos demonios es necesario, pero es necesario también advertir que no todo lo que parece un demonio lo es. Para adentrarse en la oscuridad interior sin perder el rumbo hay que hallar lo que ilumina bien, hay que saber que toda luz produce sombras y reflejos.

El miedo a ser libre es además miedo a ser responsable de lo que se hace, es miedo al fracaso y la culpa. Para vencer esos miedos hace falta humildad. Pero ser humilde no significa humillarse. No hay peor humillación que rendirse ante el miedo a ser libre. Renunciar a la posibilidad de fracasar es ya fracasar. Renunciar a ser responsable de los actos propios es negarse a sí mismo.


13

Ser libre no es desconocer el miedo, es reconocerlo, comprenderlo, ver en él lo que es útil y lo que lastra. Ser libre no es desconocer los límites, sino medir la capacidad propia y evaluar la justeza de los propósitos que se asumen.

Ser libre es transformar cada límite en la medida en que se crece. Crecer es desafiar cada miedo hasta reducirlo. Ignorar el miedo o los límites, sin embargo, es no conocerse a sí mismo. Y sin autoconocimiento no hay libertad posible. Por eso, la libertad nunca es completa, nunca es suficiente: ser libre es crecer, es acrecentar la libertad.


14

El odio, el miedo, la insensibilidad, la ignorancia, el cultivo de la ambición, tales son las armas más efectivas que se emplean contra la libertad. Una sola de ellas es suficiente para corromper el espíritu. Y donde una consigue hacer mella, pronto se le suman otras. La corrupción del espíritu tuerce cada virtud contra sí misma. Así, por ejemplo, el amante cobarde pretende subyugar a quien ama, la inteligencia ambiciosa concibe nuevos métodos para ensanchar su propia fortuna empobreciendo a los otros y el arrojo insensible abarrota de ira las cárceles, tiñe de sangre las banderas y ahoga en sufrimiento el alma de las personas. Todo esto, a su vez, sirve a los espíritus corruptos para atizar aún más el odio, el miedo, la insensibilidad, etcétera.

En la repetición de ese ciclo perverso, tan frecuente que llega a convertirse en la historia de los pueblos, se adultera y olvida el sentido real de la libertad.


15

La libertad solo tiene sentido cuando implica crecimiento, cuando se ejercita sin menoscabo a la dignidad de uno mismo y de los otros.

Cuando uno grita “¡Libertad!” no está pidiéndole a algún tirano que, por favor, le permita ser libre. Está diciendo: “Soy libre y viviré así, aunque usted trate de impedirlo”. Si es esa la intención, si es ese el espíritu que cobra voz en ese grito, o si es al menos el deseo, la voluntad de ser libre afirmándose en su interior, compartiéndose entre quienes repiten la palabra, entonces tal grito es germinación de una semilla que aspira a ser bosque, desarrollo de una idea raigal. Si nace en suelo fértil, si la voluntad que lo anima es fuerte, nada impedirá que crezca. De lo contrario, uno no será sino simple marioneta, otro personaje de circo atrapado en el delirio de esa “Feria de los tontos” a que alude —creo— la última canción que cantó Carlos Varela aquella noche.

Claro que aquel grito de libertad que se coreó en el concierto de Varela, y que se escucha con cierta frecuencia por estos meses, no se refiere directamente a esa libertad interior y quizás un poco abstracta de la que he hablado en estas líneas, sino a libertades más concretas. Pero esa libertad arraigada en lo íntimo es, pienso, la única base sólida para alcanzar —y sobre todo para mantener— cualesquiera otras.


© Imagen de portada: Tamara Gore.




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