Gueto a la cubana (V)

19 de abril, mediodía. Calor de perros. Hace un par de días se rompió el récord de temperatura para el mes de abril en Cuba. Los termómetros marcaron 39,7 grados en el oriente de la Isla.

No ha llovido en La Zona; en otros lugares de La Habana sí.

Cuba supera ya los mil casos confirmados con la COVID-19. 

No puedo dormir en las noches. A decir verdad, tampoco en el día. Cuando se acerca el amanecer mi cuerpo cede finalmente en su lucha por permanecer en vigilia y se abandona a un sueño profundo, que no excede las tres horas.

El insomnio es un proceso solitario. Un castigo personal. 

Me enervan esas personas ingenuas que me hablan de infusiones mágicas, de pensamientos positivos. 

A mis 43, ya he probado casi todo lo que pueda ser probado para lograr dormir.

Padezco de un trastorno de sueño llamado Síndrome de las piernas inquietas, del que no se sabe mucho. Solo que es un asunto neurológico y que no tiene cura. Se puede tratar, pero nadie sabe muy bien qué es lo que funciona para contrarrestarlo.

A este tema se junta el estrés por la pandemia, ese pensar y repensar en la madrugada en el exceso de información del día.

Me acuesto con sueño, dispuesta a no abrir los ojos hasta el día siguiente. Entonces mis piernas se independizan y toman el control de mi cuerpo y de mi mente. Tengo calambres, adormecimientos, dolores, sensaciones desagradables que solo se alivian un poco si muevo los músculos, si camino y me estiro.

Nunca sé cuándo voy a sufrir este trastorno. Aparece una mala noche y se instala por tiempo indefinido: días, semanas, meses. En algún momento desaparece, así sin más.

El insomnio es una agresión. 

Cualquier trastorno de salud es una agresión.

La enfermedad nos lleva siempre a la verdadera naturaleza de la existencia, que es la soledad.

Por hacernos acompañar somos capaces de organizar toda nuestra vida. Hasta el más desahuciado de los seres tiene un asidero; abandonarlo significa, por lo tanto, haber perdido toda esperanza.

Así son hoy los enfermos de esta pandemia. Dejan todo atrás. Se adentran en un maremágnum de acciones, sin conocer si alguna vez podrán regresar a la vida, a su vida.

No importa el lugar del mundo. Si se deja la casa por la enfermedad, se entrará en un lugar solitario y desconocido. Una mala aventura de la que es imposible conocer el final, y en la que se puede participar muy poco.

Será mejor entonces estar preparados. Será mejor saber la esencia de todo: usted camina solo.

Hemos visto en las noticias las fotos de los camiones en Italia trasladando los cadáveres en la madrugada, las muchas cajas de madera sepultadas en las fosas comunes de Nueva York, los muertos tirados en las calles de Ecuador.

A tanta realidad se juntan los mensajes de aliento. “Vamos a estar bien”, aunque tal vez sea para 2022; “Vamos a encontrar una vacuna”, sin saber quiénes serán los privilegiados en recibirla; “Volveré a abrazarte”, pero, ¿lo harás? 

Cuando esto pase, ¿tendremos ganas de abrazarnos?

Ayer estuve cerca del mar pero no quise verlo. Es la primera vez en la vida que no quiero ver el mar. No quiero verlo hasta que todo haya pasado. No quiero verlo hasta que todos podamos verlo. Si hoy estamos más solos, yo no quiero ver el mar.




Gueto a la cubana (iv) - Adriana Normand

Gueto a la cubana (IV)

Adriana Normand

Vivimos una distopía, ¿alguien lo duda?Miro por la ventana y me da por odiar a todo el que pasa: ¿será posible que se sigan exponiendo? Esta mierda mata, y no se sabe quién la tiene. Eso pienso y se me olvida que ayer salí a buscar una tarjeta para el teléfono, que mañana necesito comprar almohadillas sanitarias.


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