Flores para los perdedores

Hace 13 500 años, unas manos tallaron y moldearon con extenuación un pequeñísimo trozo de metal hasta convertirlo en un pájaro. Pensábamos que el arte primitivo no era más que una bitácora del día a día de su comunidad, las plantas que recolectaban, los animales que cazaban, las relaciones entre los miembros de la tribu… El hallazgo de ese diminuto pájaro nos hace ver que el ser humano, en aquel entonces, no solo era consciente de su realidad, sino que era consciente de su capacidad para transformarla. 

Intento imaginar al artista estrechando el minúsculo pájaro contra su pecho, deseando que la tribu reconozca su gesto, anhelando que su obra perdure para la posteridad. Lo intento, pero no lo consigo. Lo imagino más bien tratando de descifrar la materia del aire, intentando explicarse el vuelo, soñando con alcanzar algún día la levedad del pájaro.

Hace menos de un mes, el Ministerio de Cultura cubano concedió al artista Wilfredo Prieto la Distinción por la Cultura Nacional. ¿Podría alguien imaginar al niño que fue Wilfredo Prieto rayando las hojas de su cuaderno y fantaseando con la idea de que por esas rayas le concediesen, algún día, un premio?

¿Podría alguien imaginar a aquellos que siguen y alaban su trabajo, y a los que no lo alaban, pero tampoco se atreven a criticarlo, manteniendo dichas posturas si Wilfredo Prieto no estuviese reconocido y legitimado por las grandes instituciones artísticas de nuestra época?

El arte contemporáneo es ese escenario abarrotado de luces al que se accede mediante un pasillo demasiado oscuro. Una vez allí, nadie se conoce, y aun así todos se besan y se dan la mano.

El debate, esta vez, deja a un lado la sacra trilogía compuesta por arte/obra/artista. El debate, en cambio, intenta mirar fijamente y sin pestañear a la institución legitimadora, es decir: el Ministerio de Cultura, el Consejo de Estado, el Gobierno de Cuba. Pero no lo consigue. 

El debate es sobre el deseo de todos de ser legitimados y reconocidos:

“El premio que concede el Ministerio no solo no es inclusivo, sino que está politizado y a su vez politiza, porque no reconoce a los artistas cubanos que no viven en Cuba”.

“En términos prácticos, el premio se traduce —además de un monto económico que todos suponen debe conllevar, pero al parecer todos desconocen cuánto es—, en una visibilidad para el artista y una viabilidad para sus proyectos difícilmente de conseguir por parte de artistas no premiados”. 

“El premio no es transparente, porque un premio cultural no debería ser jamás un premio político”.

Como si la cultura no estuviese ya totalmente politizada, como si la cultura no fuese política. Como si el gesto cotidiano más banal no fuese ya un gesto político. Como si la transparencia fuese un indicador de imparcialidad. 

¿De qué modo puede ser imparcial un premio? ¿De qué modo puede ser inclusivo un premio?

En la dialéctica del premio intervienen y participan únicamente dos figuras: el sujeto y el objeto. El juez y el ganador. Y ambas figuras vienen ya previamente establecidas. 

El ganador, como figura política, social y cultural, es un conjunto epistemológico moldeado a conciencia, visibilizado a conciencia y presentado a conciencia por el juez como el único modelo a seguir. El molde del ganador es, en esencia firme y rígido, porque de lo contrario no existiría molde alguno. El juez hace la ley, el ganador la conforma. 

Es imposible que un premio sea inclusivo, por definición. La dialéctica del premio no contempla a los perdedores, porque en la dialéctica del premio el fracaso está vetado. Fracasar significa no ganar el premio, y el puesto de ganador nunca está vacante. La lista de ganadores de cualquier premio no es más que la lista de lo homogéneo.

“Todos los grupos humanos tienen el derecho y la legitimidad para reconocer el desempeño y la excelencia de cualquiera de sus miembros en determinada función, sin que ello se traduzca en el establecimiento de un valor absoluto que dictamine una superioridad”. 

Pero esto es lo que históricamente ha venido aconteciendo: hemos pasado de ser legitimados por Dios a ser legitimados por el monarca, a ser legitimados por las instituciones políticas, a ser legitimados por el mercado financiero. Y en este proceso de legitimación, la mayoría de nosotros quedamos fuera. 

La legitimación es un mecanismo de control político, basado en una serie de parámetros prestablecidos, con el único fin de prescribir la identidad del único ciudadano válido. Del único ciudadano de pleno derecho. Aceptar nuestra legitimidad y validez significa aceptar la ilegitimidad y la invalidez del otro. Convertirnos en sujetos legitimadores significa convertirnos en sujetos aniquiladores de la subjetividad, la individualidad y la validez del otro. 

Por supuesto que todos tenemos derecho a opinar, pero nadie tiene derecho a que su opinión sea la preponderante, porque entonces dejaría de ser opinión para convertirse en imposición. 

La gramática del poder necesita siempre un objeto sobre el cual ejercer su acción: necesita un predicado. Incluso cuando los artistas se las han ingeniado para subvertir el poder, los círculos de poder se las han ingeniado aún más para anular dicha subversión. 

Tal vez la subversión solo es posible allí donde la sombra de la mano legitimadora no alcanza. Allí donde no hay poder alguno que subvertir. El poder no es más que abuso del poder. 

Durante el confinamiento, alguien escribió con pesar que llegaba la primavera, todas las plantas florecían, y no había nadie allí para verlo. Como si el fin último de una flor fuese que hubiese alguien allí para verla. Como si el espectáculo de la naturaleza estallando estuviese dirigido a nosotros como únicos espectadores. 

Dicho sea de paso: hay flores nobles, elegantes y respetables, y otras que no lo son tanto; muchos premios se encargan de hacérnoslo saber. ¿O sería más adecuado decir que los premios se encargan de hacernos saber cuáles son las mejores manos, de jardinero o decorador floral, capaces de seleccionar y cultivar las flores más nobles, elegantes y respetables? 

Intento imaginar a Van Gogh, que pintó tantas flores poco respetables, muerto de hambre y de frío, con los zapatos agujereados y los dedos tullidos, buscando desesperadamente por las calles de Arlés alguien con el poder suficiente para reconocerlo y legitimarlo. Alguien que le diese la oportunidad y la visibilidad necesarias para desarrollar su “proyecto de artista”, para una noche cualquiera poder pintar sobre el Ródano un cielo estrellado. Alguien que le diese un premio para no verse obligado a dispararse a sí mismo en medio de un campo de trigo. 

El deseo, nuestro deseo de ser reconocidos y legitimados, es un deseo moldeado e inoculado con sangre y lágrimas, porque de lo contrario no somos nadie, porque de lo contrario no existimos. 

Pero sabemos que esto no es para nada cierto.

Entonces, ¿por qué deseamos y suplicamos ser reconocidos, no solo por quienes nos ignoran sino por quienes han creado, además, un sofisticado y eficiente mecanismo mediante el cual jamás seremos reconocidos ni legitimados? 

¿Por qué nos empeñamos en mantener un sistema de relaciones que es, por definición, competitivo? 

¿Por qué insistimos en conservar un sistema de juicios y valores que es, en esencia, condenatorio?

¿Por qué seguimos postulándonos para ganadores? 

¿Por qué continuamos perpetuando dialécticas de superioridad, gramáticas que cuantifican todas y cada una de las cosas en términos de validez? 

¿Por qué insistimos en conformar la ley y la norma?

Nuestra herencia política y cultural está plagada de grandes hombres, grandes héroes, grandes artistas, grandes poetas. Todos ilustres, excelentes, legítimos y de gran valor. Todos con nombres iguales. 

La madurez debería ser el deseo de olvidar esos nombres. Desacralizarlos con el olvido, desacreditarlos y deslegitimarlos. Tomar sus ejemplos para ir justo en la dirección contraria, hasta que un día la lista quede completamente vacía. Dejar de moldearnos y esculpirnos para caber en el único molde, hasta romper completamente el molde. Porque eso significaría habernos dado cuenta del violento proceso conductual y normativo al que hemos sido sometidos. Habernos hecho conscientes de la violencia fundacional de nuestras instituciones, nuestro derecho, nuestro civismo y nuestra gubernamentalidad.

Alguien opina —en secreto y bajando la voz— que todo este debate suena mucho al niño herido que llora porque el padre aplaude solo al otro hijo; o, en otras palabras: la misma envidia de siempre. 

Tal vez sea hora de plantearnos seriamente la relación que tenemos y mantenemos con nuestros padres. Abjurar de ellos. 

Abjurar del Padre Estado. Abjurar de la Madre Patria. Desbaratar nuestro imaginario nacional. Extirpar nuestro orgullo colectivo. Renegar de nuestra identidad. Renegar de la cubanía como identidad primigenia, como identidad absoluta. Intercambiar la identidad por las circunstancias. Resistirnos a creer cualquier cosa que nos cuenten, en especial si intentan convencernos de ello. Resistirnos a aprender cualquier cosa que nos enseñen, en especial si insisten con ahínco en ello.

De Atenas y Roma, resulta poco atractivo la grandiosidad de sus imperios; lo verdaderamente interesante es la decadencia de los mismos. Ante la dialéctica del premio, ante la gramática del poder, la única performance posible es no aparecer.

Tal vez Cuba —por las condiciones atípicas en las que se encuentra actualmente en términos de gestión del poder— sea el lugar donde pueda desarrollarse un cambio político-cultural real y verdadero. El lugar donde pueda desplegarse un parlamento sin sujetos legitimadores ni objetos legitimados. 

Un parlamento conformado por todos los cuerpos. Un parlamento del tamaño de una isla entera. Eso, si lo que en realidad queremos es subvertir el premio.

Resulta necesario aclarar que esta opinión no está legitimada ni nada que se le parezca. Esta es la noticia que no vende.* La noticia que no premia ni aplaude. Y que tampoco trae flores. Ni siquiera a los perdedores. 


Flores para los perdedores - Ana Lourdes

*La noticia que no vende, Wilfredo Prieto, en la exhibición individual No se puede hacer una revolución con guantes de seda (kurimanzutto, Ciudad de México, 2016).




* Imágenes de cubierta e interior cedidas a la autora por el Estudio Wilfredo Prieto.




De ciervos y cuernos torcidos - Ana Lourdes

De ciervos y cuernos torcidos

Ana Lourdes

Hasta hace unos meses, llevar un burka en cualquier sitio del espacio europeo, además del rechazo social que generaba, era un delito anticonstitucional. Hoy, con la crisis desatada por la COVID-19, el delito se ha invertido: llevar el rostro descubierto atenta contra la seguridad social al permitir la propagación del virus.


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