“Es la autonomía, estúpido”

Al leer, en redes sociales, el reciente intercambio sobre cine independiente cubano —interrumpido, a veces, por regaños e interpelaciones un tanto majaderos—, entendí muy poco de qué iba la cosa. Hasta que leí y escuché, varias veces, las palabras de la realizadora Claudia Calviño. Solo después de eso pude tener alguna idea sobre el asunto que dio origen a la polémica. Mirada que acá comparto, en forma de puntos para la reflexión.

Dejo a los creadores los posicionamientos estéticos, las reivindicaciones personales. Creo que sería interesante apuntar algunas ideas sobre los trasfondos —sociológicos, políticos— de este affaire.


I.

Vale la pena aplicar “la lógica específica del objeto específico”, como diría mi viejo profesor de Comunismo Científico. La política cultural en Cuba no es análoga a la de Alemania o Uruguay. Si eso no se reconoce —explícitamente, desde el discurso de quienes apuesten por participar en cualquier fondo manejado por el gobierno—, una apuesta honestamente pragmática puede devenir simple acomodación al statu quo.

¿Es eso “malo”?

Depende de los lentes con los que lo evaluemos. Para una propuesta de “cine independiente” es, al menos, problemático.


II.

Convendría asumir que la relación con ese tipo de Estado —que no es el de la Merkel— impacta las agendas particulares de los creadores.

“Colaboración” o “confrontación” son, en los universos artístico y cívico, dos posturas extremas. A las que se llega por una mezcla de circunstancias forzadas y reflexión personal. La mayoría de las personas —creadores, activistas, ciudadanos— han, hemos, estado en algún punto medio de ese continuum.

No hay santos ni demonios: solo gente que atraviesa experiencias y elecciones de vida. Son esas elecciones y coyunturas, no las historias de vida, lo que creo debería primar en el debate, orientando su sentido. Lo analítico sobre lo biográfico, lo cívico sobre lo afectivo.


III.

Sería bueno reconocer, explícitamente, que cada lógica asumida tiene costos. Y hacer balance.

“Colaborar” subsume al sujeto en la lógica e incentivos del poder, donde los medios tienden a prevalecer sobre los fines.

“Confrontar” orilla al sujeto a enajenarse medios y reconocimiento, aunque mantenga sus fines y principios originarios.

Si el foco está en producir un tipo de obra para que llegue a un público real, cada elección tendrá costos de eficacia y de sentido.


IV.

Si vemos lo social como campo dinámico de relaciones, lo que (no) haga A impacta lo que (no) haga B. Y ambos están, en el país real, bajo la mirada de un C postotalitario.

Sigan, pues, debatiendo, ensayando rutas. Pero siempre —como dijo Julio Llópiz-Casal— recordando quién reparte los sopapos… y las prebendas.

Hace unos días, al analizar el impacto del entorno y activismo digitales sobre las movilizaciones y agendas reivindicativas del mundo actual, la politóloga Erica Chenoweth sentenció:

“Creo que hubo un tiempo cuando el activismo digital estaba compensando la falta de espacio material o físico para la organización, y ese tiempo ya pasó hace 10 o 15 años. Ahora creo que las redes sociales son, más o menos, una manera de dividir a los movimientos, continuamente, y de vigilarlos, de infiltrarlos, de usar la desinformación en contra de ellos, o por lo menos de, esencialmente, segmentar los flujos de información hasta que existen genuinamente dos realidades diferentes y un país profundamente dividido”.

Desde esa alerta de la Chenoweth, creo que hay poco que añadir sobre el tema, teniendo en cuenta quienes son los beneficiarios inmediatos de semejante rifirrafe.


V.

En resumen: si bien quienes concurren en ese debate no son autómatas, valdría la pena un intento de mirar más adelante. Aparcar las pasiones personales y evaluar qué se ofrece. Evaluar, evaluar… más que opinar, opinar.


VI.

Sincerar cómo las condiciones de partida definidas por el Estado y las necesidades de participar de los creadores se entrecruzan.

Reconocer que, bajo la globalización, nadie debe presumir de independiente —¿el gobierno cubano no vive acaso de las remesas de sus “gusanos”?; ¿no importa alimentos de su odiado vecino?—, pero que sí es posible ser autónomo. Autónomo como la capacidad relativa que posee el creador para definir —frente al influjo del poder y el dinero— aquellos principios, valores, normas, productos y destinatarios que orientan su creación. Autonomía asediada por la Ley del Valor capitalista, asesinada por el Valor de la Ley autoritaria. “Es la autonomía, estúpido”, lo que debiera ser materia de este inconcluso debate.


VII.

La autonomía, como capacidad de decidir las propias formas y normas que regularán mi acción, es algo más específico para el debate de fondo. Desde ahí, podrían revisar —como gremio, c.o.l.e.c.t.i.v.a.m.e.n.t.e— las pautas y los compromisos derivados de participar en el Fondo de Fomento para el Cine de Cuba, como este está definido hoy.


VIII.

Y, al final, ojalá todo derive, para los implicados, en un balance de cómo las nociones de autonomía creativa y solidaridad cívica, además de la sujeción al Estado y la realización en el mercado, se acomodarán bajo “la forma de los tiempos que vendrán”.




Carta abierta al cine(cito) cubano - Julio Llopiz-Casal

Carta abierta al cine(cito) cubano

Julio Llópiz-Casal

La mano de patadas por el culo que nos van a dar a Lynn Cruz, a Carlos Lechuga, a Miguel Coyula, a Claudia Calviño o a , cuando no le sirvamos al sistema, va a ser con la misma fuerza y con la misma bota. No se trata del Decreto 373. Se trata del 349, del 370, de Palabras a los intelectualesLa cuchilla, cuando baja, baja parejo.


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