Dar luz

Yo tenía 8 años cuando mi hermana nació. Aunque nunca lo admitieron, seguramente a esa altura ya mis padres habían cerrado la fábrica. Pero desde que se supo la noticia, ella fue un regalo para mí. Siempre inconforme con mi soledad de hija única, había implorado por una hermanita, aunque tal vez una muñeca con algunos accesorios también hubiera hecho un buen papel. 

Aris nunca dejó de ser el mayor presente de mi vida. Con ese amor que la antecedía (y esa diferencia de edad, claro), la paz siempre estuvo garantizada y entre nosotras nunca hubo las clásicas rivalidades o pequeñas riñas entre hermanas. Siempre fue mi protegida, mi pequeña; con los años pasó a ser mi gran amiga, mi confidente, mi apoyo y la tía amada de mis hijos. 

El viernes Aris tuvo una bebé hermosa, Paula. Nació después de 24 horas de tortura, tras una imperdonable secuencia de violencia obstétrica

Esperábamos este día como solo se puede esperar la vida: con el regocijo y la curiosidad tras los nueve meses de espera. El día ha sido una mezcla de todo eso, pero también de impotencia, frustración e ira. 

Jueves, 8:00 a.m: fueron iniciados los procedimientos de inducción del parto.

Jueves, 8:00 p.m: todavía sin señales de dilatación, confiamos en que durante la noche los médicos tomarían la decisión de la inevitable cesárea. A fin de cuentas, a sus 34 años, con una leve cardiopatía, en su cuerpo menudo de 1,55 de altura —empezó el embarazo con 54 kg y terminó con 66 kg— había crecido una bebé de 4 kg de peso y 57 cm. La simple observación del tamaño de la barriga en su cuerpo pequeño nos convenció a todos de la necesidad de la cesárea.

A todos los que la queremos. 

A los médicos no. 

Ellos insistieron en inducir el parto, monitoreando y previendo la opción de la intervención por cesárea. Pensamos que así sucedería…

En la mañana fue el aluvión confuso de noticias: hematoma y desgarramiento de placenta, maniobra para propiciar dilatación que produjo un sangramiento incontrolable, cesárea de urgencia, anestesia general, incisión vertical de 10 cm, transfusión de sangre, medicamentos para coagulación, antibióticos…

Podía haberse evitado. Debió haberse evitado. Estaba en el hospital hacía una semana, cumpliendo con el protocolo de internación de embarazadas con cardiopatía a partir de la semana 39. Para evitar complicaciones.

Todavía estoy tratando de entender cómo pudo suceder todo esto en un hospital obstétrico, en la sala más calificada (la de las pacientes cardiópatas), del Hospital Materno Ramón González Coro, el más calificado de La Habana. 

O tal vez haya que decir en el “menos peor”. 

¿Protocolos enyesados? ¿Indolencia medica? ¿Indiferencia? 

Creo que un poco de todo, en un capítulo más de la cruel historia de episiotomías, desgarramientos, cesáreas, fórceps, ventosas, manipulaciones, autoritarismos y abusos contra la mujer. La mujer a merced de médicos, médicos rehenes de protocolos rígidos que atan su autonomía y protegen diplomas. Todos cada vez más lejos del tan necesario “parto humanizado”, aquel que devuelve a la mujer su condición de protagonista en el alumbramiento. 

Con espanto, me tropiezo ahora con demasiadas historias similares, muchas en el mismo hospital, en otros, en mi país y fuera de él, ahora y antes. Mujeres de mi familia, mis amigas, nuestras madres, nuestras abuelas, todas tejiendo un relato ancestral agridulce, casi masoquista, del embarazo y el parto. 

Tanto hemos naturalizado la violencia contra la mujer que llegamos al punto de justificarla, minimizarla o, peor, romantizarla

Pero, bueno, “ya pasó”, “lo importante es que ya todo está bien”, “ella está feliz con la niña”, “ambas bien”. Frases huecas de consuelo y ánimo que intentan ser positivas desde la mejor de las intenciones, y que hoy no consigo verlas más que como el reflejo de una cultura patriarcal misógina que atribuye a la mujer la visión utilitaria de dar a luz. 

Si la misión fue cumplida, está todo bien. 

No, perdonen, pero no está bien. 

Desde la prepotencia de un diploma y resguardados detrás de protocolos, los médicos han colocado en riesgo la vida de una persona, tal vez de dos. Han jugado con el cuerpo de una mujer estresándolo al límite en el momento más sensible de su vida. Imperdonable. Bastaba con tomar antes la decisión de una cesárea, tal vez escuchar a la mujer, escucharla de verdad, y el día hubiera sido feliz. Pero el parto se ha convertido en un trauma. Y no era necesario. 

No, no, no. No basta quedar vivas. No es suficiente.

Bienvenida, pequeña Paula. Naces fuerte. Te hará falta en este mundo.


Dar luz - Ania Rodríguez Alonso

Lidzie Alvisa
Las trampas del interior 1, 2008. Fotografía, acrílico y alfileres. 120 x 80 cm
Imagen cortesía de la artista.




Little Rose - Edgar Ariel

Little Rose

Edgar Ariel

¿Quién dice que un teatro es una funeraria? Yo vine a ver una representación teatral. Un espectáculo de variedades. Quien diga lo contrario no vino. Se lo perdió. Personaje protagónico: una ve-de-tte. La Rosa de Cuba. De Cuba y América. De Cuba y para el mundo. De todos y para el bien de todos.




* Imagen de cubierta: Lidzie Alvisa. Las trampas del interior 2, 2008.
Fotografía, acrílico y alfileres. 80 x 120 cm
Imagen cortesía de la artista.


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