Apuntes de otra revolución para pensar en nuestra revolución

Soy un biólogo que vive en el teatro, viendo experimentos escénicos mientras pienso en mis experimentos moleculares. Para entender las células no solo hay que leer artículos científicos. Entre los cuerpos en escena y los comportamientos de las moléculas en el cuerpo hay coreografías sincrónicas que tenemos que aprender a leer. Pienso en todas las veces que repetimos un experimento hasta que obtenemos un buen resultado, en la optimización de los protocolos y pienso, al mismo tiempo, en todas las veces que un actor o actriz repite un texto, ensaya una posición, hace una entonación distinta hasta llegar al personaje que desea

Entre un escenario y una placa de cultivo no hay un abismo sideral: hay una distancia que el pensamiento androcéntrico nos enseñó a diferenciar como lejana. Yo no lo creo así. Es tiempo de cruzar fronteras, es tiempo de que las proteínas hablen como hablan los cuerpos en el escenario, es tiempo de hacer una dramaturgia social de las moléculas.


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Estamos en Cuba, invitados con Ernesto Orellana, él como director de teatro y yo como biólogo, ambxs activistas de disidencia sexual, para realizar una residencia artística con actorxs, pensadorxs y bailarinas, cuyo eje es la idea del contagio. Estamos aquí gracias a la invitación de LEES (Laboratorio Escénico de Experimentación Social): un grupo de mujeres teatrólogas que articulan lugares de pensamiento para las escenas políticas y sociales en Cuba y con el mundo. 



Jorge Díaz.


Crecí con la idea que Chile, si no hubiera adquirido el modelo neoliberal que hoy nos sofoca, si el proyecto socialista de Salvador Allende se hubiera podido desarrollar, sería una segunda Cuba. 

Cuba como un lugar maldito, negativo, anticapitalista. 

En Cuba fui feliz.


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Viene al Malecón a sentarse, a tomarse una cerveza, a acompañar a sus amigos que se besan como si quisieran comerse la boca. Tiene jeans con pequeños brillos incrustados: él mismo se los pega, uno a uno, en la tela de su pantalón. Los cose como si fuera una diseñadora isleña, una pequeña Petra von Kant tropical, más pobre y más marica que la versión alemana. 

Tuvo que viajar más de nueve horas para venir aquí, porque vive en una ciudad del interior del país donde “no hay rumba” ningún día de la semana. Aclara que ni siquiera es una ciudad: es un pueblo, dice. Hay un fuerte problema con el transporte, un desabastecimiento completo del combustible, por lo que es una hazaña venir hasta acá, tiene que sobrepasar una odisea de sirenas para llegar. Da lo mismo: lo importante es llegar. Su piel brilla, sus ojos están alegres y no quiere saber nada de protestas. Su mayor diversión es estar sentado en este muelle de clima húmedo y caliente mientras llegan, poco a poco, hermosas travestis que se sientan a nuestro lado.

Dos de la madrugada en La Habana, Cuba. “Me gusta viajar, me gustas tú, me gusta la mañana, me gustas tú”. Una de las travestis se empolva el rostro, se arregla su vestido y se pierde entremedio de los edificios en esta ciudad donde nos cocemos a baño María, en el vapor caliente de esta isla socialista. Su caminar es pausado, cruzando la avenida principal del Malecón con sus tacones. Esta es su pasarela tropical. El ron es abundante, se puede beber en la calle sin problemas, los policías pasan por nuestro lado y no nos dicen nada. Personas nos cantan, otras nos dicen que lo que tengamos en los bolsillos, sea lo que sea, les permitiría dejar de trabajar esta noche. 

Martica Minipunto, teatróloga, dueña de una profesión tan bella como desconocida, dice que a las lesbianas de la isla se les dice pan con pan. Un pan sin carne, dice otra. Este insulto es una cruel imagen de la pobreza, porque significa un pan sin relleno en un lugar donde el pan es muy importante. Comemos mucho pan. El lesbianismo significa un pan al que le falta la carne: la escasez, la vergüenza de la pobreza. 

Los insultos son misóginos en todas partes del mundo, tengan el traje que tengan. La cultura heterosexual no puede permitir que dos mujeres se amen sin concurso masculino. “Estar con una mujer es como abrazar la miel”, dice la canción de una hermosa actriz cubana que canta entremedio de una fiesta. Flujos dulces y embriagantes es una mejor imagen para hablar de lesbianismo.

No sé cómo soportaré este calor, pienso mientras bailamos, tomamos ron y seguimos sudando.


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La palabra disidencia es una mala palabra, tienen miedo de enunciarla. Dicen que no pueden protestar en público. Estar en desacuerdo está impedido, y manifestarse está penado por ley. 

Necesito tiempo para entender mejor. Cualquier conclusión que haga ahora puede ser injusta. Cualquier conclusión que haga en estas notas puede ser injusta.


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El gesto de silencio que hacemos cuando llevamos los dedos a la boca, una artista lo utiliza como el movimiento más importante de su obra. Shhhhhit, shhhit. Otra amiga teatróloga me confiesa que por mucho tiempo decía Fidel en voz baja, no podía nombrarlo en voz alta, enunciarlo muy fuerte parecía peligroso

Vivimos en la cultura caribeña del silencio. 


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Si las mujeres no pueden decir las palabras, que al menos la canten, dice una artista en la televisión y su canción comienza con la frase: “Yo no quiero ser tu presa, tu esclava, tu objeto, yo solo quiero ser la más amada”. La canción la escribió un hombre pero la interpreta una mujer.


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Un crítico de teatro me dice que no pueden imprimir su libro. Recibió un llamado telefónico de la editorial: le comunican que no pueden imprimir su libro porque no hay papel. El crítico es abiertamente homosexual; intuyo que existe algo de homofobia en esta decisión. 

El bloqueo económico es terrible, triste, cruel

A pesar de toda esta injusticia, no han podido quitar la alegría de los cubanos. Son gente bella.


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Seguramente esta imagen no es la correcta, sino una que mi memoria quiere escribir y construir. Como dice la escritora argentina María Moreno: escribir es mentir con la verdad. La imagen de mi memoria ficcionada es esta:

La Constitución cubana, y a pocos metros un ventilador mueve las hojas del libro. Refrescar la memoria, se llama la instalación.


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Hay casas a las que, de un día para otro, les cortan el agua. No hay combustible, es difícil moverse por la ciudad. “A quién puede interesarle que dos gays se casen si no hay comida”. El activismo LGBT oficial, el único que puede existir, es llevado adelante por una mujer de la familia Castro, que dijo que la marcha también es apoyada por heterosexuales, porque a ella, en tantos años cercana a trans, lesbianas y homosexuales, todavía no le ha dado por convertirse en varón.


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El sistema de Internet son unas tarjetas que se compran en quioscos, con las cuales puedes conectarte por una hora en ciertos parques que tienen señal wifi. Hoy un gringo las compró todas, y nadie más pudo acceder a una. No pude conectarme durante dos días seguidos.


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Leo a Severo Sarduy en una isla que lo invisibiliza. No hay libros de él en La Habana. Traje un libro publicado por una universidad chilena y lo leo mientras estoy sentado solo en el Malecón.


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Las niñas están en sus casas, solo los niños salen a jugar a la calle durante las tardes. Las calles están limpias, los árboles bien cortados. Me impresiona el nivel de represión que existe en la ciudad. Hay una ley que impide trabajar con los símbolos patrios: no se les puede tocar, las mujeres no pueden acercarse a dejar ofrendas.


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Los chicos son hermosos, tienen sus cejas depiladas, usan collares dorados, se paran en las esquinas y al menor contacto visual te ofrecen su cariño, cuya tarifa es flexible.


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El Capitolio, donde se encuentran los legisladores, parece una réplica de la Casa Blanca.


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Muere Alicia Alonso, la gran bailarina del ballet cubano, premio nacional. Todo el día pasan noticias en la televisión sobre su muerte, a los 98 años. En una entrevista que escucho, dice que volverá a pararse y bailará. Fidel Castro la condecoró como la gran dama del país (las malas lenguas dicen que era su amante).


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“La revolución será feminista o no será”: me quedo con esa compleja frase para la isla del socialismo, la humedad, el amor, el ron y la belleza de su gente. Nada más se puede pedir. La represión está en todos los lugares que sean dirigidos por hombres que se creen hombres. La dominación es masculina. Guárdate esa pinga, caballero, por favor. “Ella es callaíta”, se escucha en el Malecón como un reguetón alegórico. 

Los mejores laboratorios están en las calles. 

Hasta la revolución siempre y, también, hasta que se seque el Malecón. 


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“¡Chile está en candela!” Esto fue lo primero que escuché esa mañana húmeda. Me lo dice Martica mientras me muestra imágenes desde su celular donde se ven estaciones de metro calcinándose y militares en las calles, reprimiendo y disparándole a las personas que protestan. Mis ojos no quieren creerlo. Son imágenes que nos traen el recuerdo de la imperdonable dictadura militar. 

Más tarde, luego de salir de una función de teatro donde vimos una versión travestida de Petra von Kant, puedo conectarme a internet por unos minutos y miro el Instagram de mi hermana Sofía. Veo helicópteros que pasan por el techo de la casa. Las imágenes son aterradoras, y necesitamos volver. Santiago is burning. Las fronteras de Chile están cerradas. La odisea de volver a casa. El miedo de volver a casa. 

De vuelta al país, en el aeropuerto de Panamá, escucho un audio de la esposa del presidente que dice que este descontento social está siendo causado por “alienígenas” que se están tomando todo, y que ahora ellos tienen que racionar la comida y compartir sus privilegios. Esta imagen de los alienígenas es interesante, porque así deben vernos las autoridades: como seres de otro planeta. 

La insurrección social nos pilló en Cuba y tenemos que volver al hogar. Logro llegar. Hay toque de queda en la ciudad. Mi padre logra sacarme del aeropuerto gracias a un salvoconducto. Lo veo consternado, no puede explicarme bien qué está ocurriendo. Me quedo en silencio. Tengo la cabeza llena de sentimientos, emociones, recuerdos que no sé en qué parte de mi cuerpo se quedarán, para crecer y proliferar como un contagio. Seguro será en muchos órganos, si no en todos. Imagino que esta memoria se mueve como hormigas que caminan tranquilas por mi cuerpo, picando y dejando un sendero rojo hasta mi corazón. 

Traje varias picaduras de mosquito desde Cuba, y una inmensa alegría en mi interior. La picazón es una manera de recordar y también de desesperar. En la isla las heridas no se secan; cuesta mucho que cicatricen por la humedad. Lo contrario del clima de nuestro país: acá las heridas se secan muy rápido, quizás demasiado rápido, y a veces vuelven a abrirse. 

Regreso a una ciudad nueva, un Santiago que no conocía, con cacerolazos y “el derecho de vivir en paz” de Víctor Jara que se escucha fuerte en cada lugar donde voy. Llego a Chile en el mismo toque de queda que se llevó a mi abuelo, luego de una larga y extensa agonía. Fue tan larga que pensé que era inmortal. 

Vivir en toque de queda y morir en toque de queda. La historia de un país bajo la represión en la biografía política de mi abuelo socialista. Vivir y morir sin libertad de desplazarse por la ciudad. Pienso que es la imagen de mi clase, de nuestra clase que despierta. Estamos tristes. Somos un país triste. 

Desde la dictadura del proletariado al toque de queda neoliberal.

¿Qué voy a hacer?
Je ne sais pas
¿Qué voy a hacer?
Je ne sais plus
¿Qué voy a hacer?
Je suis perdu
Welcome to Santiago.
¿Qué horas son mi corazón?

La Habana, octubre de 2019.


 * Este texto será parte del libro Microscopio invertido: notas de un biólogo disidente, que publicará este año Ediciones Libros del Cardo (Valparaíso, Chile). 



Cuba

Cuba ‘for sale’

Ray Veiro

Que dicten los dictadores y que sigan los seguidores. Perdónenme los estudiosos de la Cuba contemporáneaque piensan más calmadamente en el futuro de todes, pero yo no creo en las hadas desde que se me cayeron los dientes de leche y nadie vino a recogerlos.





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