Cuarentena

Murió el lunes pasado la gran poeta irlandesa Eavan Boland, así que traduje este poema suyo donde habla de la Gran Hambruna que asoló Irlanda en 1847, una especie de “hito negro” en los anales de ese país y esa cultura.

Abundaron por ese entonces los casos de “famine fever”, una mezcla de tifus y fiebre amarilla (a la que los irlandeses llamaban “Fiabhras Buidhe”). Es también un poema amoroso, pero sobre un amor descarnado, en circunstancias extremas.

En alguna entrevista, la propia Boland comentó: “Cuando supe de ese relato y empecé a darle vueltas para escribir un poema, ya no era un incidente local e irlandés. Se había convertido en una oscura y ejemplar historia de amor. Y así até los cabos. Todas las cosas a las que quería llegar, el estoicismo de la cotidianidad, el fracaso de la poesía amorosa convencional, convergieron allí”.


Cuarentena

En el peor momento de la peor temporada
     del peor año de todo un pueblo
un hombre salió de un hospicio con su esposa.
Él caminaba, ambos caminaban, hacia el norte.

Ella tenía la “fiebre de la hambruna” y no podía seguirlo.
      Él la cargó y la puso sobre su espalda.
Caminó así al oeste, al oeste y al norte.
Al anochecer, bajo estrellas heladas, por fin llegaron.

A ambos, por la mañana, los encontraron muertos.
     De frío. De hambre. De las toxinas de toda una historia.
Pero los pies de ella se apoyaban contra el esternón de él.
El último calor de su carne fue el último regalo que le hizo.

Que ningún poema de amor llegue nunca a este umbral.
      Aquí ya no hay lugar para el elogio
inexacto de fáciles encantos y la sensualidad del cuerpo.
Solo hay tiempo para este despiadado inventario:

su muerte juntos en el invierno de 1847.
       También lo que sufrieron. Cómo vivieron.
Y lo que hay entre un hombre y una mujer.
Y en qué oscuridad se puede demostrar mejor.


Quarantine

In the worst hour of the worst season
    of the worst year of a whole people
a man set out from the workhouse with his wife.
He was walking—they were both walking—north.

She was sick with famine fever and could not keep up.
     He lifted her and put her on his back.
He walked like that west and west and north.
Until at nightfall under freezing stars they arrived.

In the morning they were both found dead.
    Of cold. Of hunger. Of the toxins of a whole history.
But her feet were held against his breastbone.
The last heat of his flesh was his last gift to her.

Let no love poem ever come to this threshold.
     There is no place here for the inexact
praise of the easy graces and sensuality of the body.
There is only time for this merciless inventory:

Their death together in the winter of 1847.
      Also what they suffered. How they lived.
And what there is between a man and woman.
And in which darkness it can best be proved.






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