Las embarazadas indigestas

En El arte de amar, Erich Fromm habla de las relaciones codependientes que se dan entre los seres humanos. Qué título romántico para un libro tan desolador. Por eso me gustó. Por eso me gusta Erich Fromm. Una en las que más enfatiza es la relación enfermiza que se puede desarrollar entre madre e hijo. Traduciéndolo a nuestra maravillosa jerga transmoderna y repetitiva: cuando empiezas a tener una relación tóxica con tu mamita.

Por acá tengo un amigo que su novia lo mandó ya a cogerse a su madre, por el tipo de relación que han establecido. Seguramente, en alguna noche loca, sí podrían cogerse los dos. Y no es algo enfermizo: es algo que tiene la posibilidad de ser, siempre y cuando ambos sean adultos con todas sus facultades, y lo deseen. Amor entre madre e hijo, o entre madre e hija. ¿Por qué no? Es una posibilidad.

Eso le dije yo, el otro día, a una futura mamá que no para de manosearse la barriga como si tuviera una indigestión horrible. Llevaba como una hora hablándome de lo que significa estar embarazada, de que estar embarazada fue lo que más quiso en la vida, de que no entiende a las mujeres que abortan, si un hijo es una bendición. Que ella comprende el sentido de un hijo no deseado (fruto de una violación o algo así), pero igual no entiende cómo una mujer que no haya pasado por algo así puede no desear una criatura. (En general esta chica no entiende muchas cosas…)

Yo medio la estaba atendiendo y asentía con la cabeza, pero lo que me tenía desconcentrada era verla tocarse y tocarse la barriga. Entiendo perfectamente que es una forma de entrar en comunicación con el feto, de establecer ciertas y determinadas conexiones, pero la verdad, para mí, se ve desagradable. Se siente desagradable. Yo, Amanda, que he sido un feto y que también tengo la posibilidad de tener un feto dentro, relaciono esa tocadera constante y circular con medio codillo de cerdo grasoso y especiado en tu panza. Todo tiene sentido, le dije, tener un hijo es como tener un estreñimiento que dura nueve meses. Piénsalo.

Estos dos comentarios la desconcertaron, sobre todo porque esta futura mamá, en particular, es de estas que no para de querer sembrar ideas maternas en tu cabeza. Antes de dicha plática no paraba de repetirme que cuándo saldría embarazada, que es muy bueno ser mamá, que si doy a luz no me dará cáncer, que está bien escribir, que está bien desarrollarme profesionalmente, pero que la motivación de una mujer en la vida debe ser tener hijos.

El problema es que yo también soy ese tipo de personas a las que le encanta sembrar ideas en la mente de los demás. Ideas buenas, algunas veces; otras veces (la mayoría) no tan buenas. Por esta razón, encontrarme con una persona igual de persistente hizo que sintiera, como un reto personal, la necesidad de que se quede pensando en lo que dije.

Entonces, podríamos resumir tu embarazo en dos momentos fundamentales. El primero, la relación que se establece entre el hijo y la indigestión, entre el feto y la mierda, entre dar a luz y el expulsar un elemento que es parte de ti pero que necesita estar afuera. No por gusto, muchas veces, defecas cuando estás pariendo.

El segundo momento podría relacionarse con el deseo erótico que establecerás con tu hijo o hija. Desde ahora lo o la tocas, desde ahora acaricias su cuerpo a través de una tela de piel similar a tocar un cuerpo vestido. Cuando tu hijo o hija nazca lo besarás en los labios, tocarás sus partes pudendas, lo o la incitarás a que se vea bien ante tus ojos. Eso es una relación erótica con el otro.

No haces lo mismo con un amigo, o con tu abuelo. Lo haces con tu hijo o hija, o con alguien que te gusta. Cuando me preguntan por mi mamá, lo primero que digo es que es hermosa. Es esbelta, su cuerpo es fuerte, su pelo una maravilla, su porte, su voz… Luego, comento características de ella que no son tan tangibles: su sensibilidad, su cultura, su forma positiva y feliz de enfrentarse a la vida. Al final, amiguita embarazada, mi mamá saca el lado homoerótico que hay en mí.

Si a mí me pasa eso, ¿qué te garantiza que tu hijo o hija no hará lo mismo contigo? ¿Qué te garantiza que tú no desarrollarás eso por él o ella? Cuando sea más grande te pondrás celosa de sus parejas, tendrás discusiones, periodos en que no se hablarán, periodos en que se olvidará un poco de ti, periodos en que te odiará, pero al final volverá. Es como una relación tóxica, o como un matrimonio convencional. El matrimonio que no tendrás con su padre, lo tendrás con él o ella. Piénsalo.

Luego de esto se le aguaron los ojos y se tocó la panza, nuevamente. No habló ni la dejé hablar porque, acto seguido, continué con mis hipótesis.

Las mujeres embarazadas del siglo XVIII no se tocaban la panza, porque era sinónimo de indisposición estomacal. Con un vestido de aquella época no se veía si estabas embarazada o no. Entonces, para evitar comentarios malintencionados, guardaban el embarazo como algo íntimo, que no hay que estar mostrando. ¿Tú sabías eso?

De entrada, sabía su respuesta: no. Por dos razones: porque esta chica no lee y porque este dato lo inventé, pero lo dije con la seguridad impecable de aquel que implanta ideas en la mente de otros.

Viste, aprendiste muchas cosas hoy, le dije mientras sonreía. Al final con un hijo tendrás lo que quieres: un matrimonio de por vida. Una compañía mental hasta que mueras. Piénsalo.

El truco es repetir piénsalo, piénsalo, piénsalo. La gente se cree que piensa. La gente se cree que tiene esa capacidad, pero no es así. Por eso es fácil implantar ideas, por eso los coaches ganan tanto dinero.

Luego de mi monólogo, los demás presentes ya no hablaban. Sostenían sus copas como si les estuvieran contando una historia desagradable pero que quieres escuchar: algo similar a cuando les cuentan que descuartizaron a alguien y que lo echaron en un río. La gente es morbosa. A la gente le gusta escuchar esas cosas. Más cuando le dicen piénsalo.

Tienes que intentar amar sin ser tóxica, amiguita. Tienes que entender que ese niño es parte de ti, pero que no es un objeto que debas estar mostrando desde antes de que nazca. Un feto no es un reloj de marca. Lo dice Erich Fromm.

Finalmente, llamó a un taxi. Se iba a demorar nueve minutos en llegar. Nueve minutos que representaban la llegada de algo a un espacio determinado, y la partida de alguien de un espacio determinado. Todo ese tiempo estuvo callada, con las manos cruzadas sobre sus piernas, como evitando hacer el gesto que nos había consumido en una conversación de horas. Cuando llegó el taxi, se despidió de todos y a mí me dijo adiós.

Al llegar a su casa me eliminó de sus redes. Ya no me salen las treinta publicaciones diarias de ella toqueteando a su hijo a través de su carne estirada. Pero mis otras amigas me cuentan sus comentarios. No para de hablar del tema. Para refutarlo, claro está, pero sin parar de hablar del tema. Ha escrito que un aborto de la naturaleza le había dicho que el embarazo es una indigestión, y que un hijo es la concreción erótica de la necesidad de tener pareja.

Qué raro: yo no soy un aborto de la naturaleza. Yo nací. Mírenme aquí, escribiendo.

En sus publicaciones siempre hay muchos comentarios. Hay gente que apoya mis hipótesis, hay otras que sacan argumentos en contra. Mientras tanto, el feto sigue creciendo, sigue absorbiendo las ideas de su madre, los pensamientos de su madre, los miedos de su madre, las dudas de su madre…

Ese feto ya sabe lo que pienso yo, porque su madre piensa en lo que dije yo. Ya sabe lo que dije yo, porque su madre repite lo que dije yo. Ya sabe que hay una posibilidad de que desarrolle una relación tóxica con su mamá.

Ese feto, seguramente, ya se siente expuesto y raro cada vez que percibe el tacto de unas manos ajenas sobre su cuerpo. O lo disfruta de una forma inquietante y perturbadora. Piénsenlo.




La muerte lenta - Jesús Jank Curbelo

La muerte lenta

Jesús Jank Curbelo

Todos están muriendo. Hice una lista: Paco Prats, Leal, aquel periodista, el actor Pantera Negra, el otro músico, el otro y el otro. Murieron unos cuantos cuyos nombres todos conocen, y unos cuantos miles que nadie sabe. Murieron de todo. Murieron aburridos, viejos, jóvenes, en hospitales, con mucho futuro.


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6 Comentarios
  1. Efectivamente eres un aborto de la naturaleza. No hay texto tuyo que se pueda leer sin sentir al final repugnancia, asco o cosas así.Debes ser una persona muy cínica tú para siempre escribir estas cosas. Esta revista iba tranquila hasta que llegaste con tus aberraciones mentales. La gente que te lee debe ser como tú. Saludos.

    1. Como siempre, es un deleite leer a Amanda. Profunda como nadie esta joven. Con todo respeto, Martica, creo que este tipo de reflexiones no son para ti. Preferiblemente, lee otras columnas de esta revista que van más con tus criterios, raciocinio y referentes culturales.

      1. Qué ganas tengo de conocer a ese feto, en un futuro niño y hablar de como le impacto tus ideas implantadas a través de su madre.

        Qué buena estuvo esa.

        Amo tus textos.

  2. Con Amanda siempre hay debate porque tiene un estilo brutalmente personal y de culto.
    Esta entrada, para mí, es una de las mejores. Solo alguien tan brillante como ella puede hacer ese tipo de asociaciones.
    La relación homo(erótica) entre madre e hijo es real. La asociación con el embarazo y el estreñimiento es real. La exposición muchas veces inadecuada del feto es real.
    Que te quedas pensando en lo que dice Amanda, es real. Pero eso no es de este texto. Con ella las cosas funcionan así: una sola línea que leas de su autoría y ya quedas enganchado por mucho tiempo. El comentario de la señora del inicio ni qué decir. Denota mucho sus carencias.
    Muchas felicidades a Hypermedia por tan buena columna de Pinky Filosofía.

  3. Ah, pobre chica… jajajaja. En los 9 minutos antes de que llegara el taxi le hubieses hecho un pequeño esbozo de Edipo o de Electra, solo para constatar tus reflexiones. Así se hubiese ido pensando que la naturaleza lleva milenios abortando, y que por lo tanto, a lo mejor, quién sabe… ella también fuese un aborto más de esta naturaleza milenaria.

  4. Efectivamente. Madre e hijo establecemos relaciones enfermizas sobre todo por la simple razón de que estamos enlazados sin remedio por la vida. Amanda: te admiro mucho. Aquí el punto es: Quién nos da derecho de imponer nuestro punto de vista sobre los demás. A mí, muchos años me molestaron con el cuestionuento de por qué no quise tener hijos. El principal: tenemos en mi familia antecedentes de trastornos mentales. Una maldita ruleta rusa. No quise compartir esta posibilidad con alguien que no lo pidió. A veces la paternidad puede ser el acto más egoísta. Fin del comunicado.

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