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Ahora estoy solo en casa, contentísimo. Atravieso la vida entre seis metros cuadrados, más o menos. A pesar de la cuarentena, no recordaba lo bien que se siente la soledad, sin acuerdos sociales, sin nadie que me mande, casi libre.

Desde que estoy solo, no me he bañado. Duermo desnudo. Despierto a las 5:00 a.m. Me siento en el baño. Hago café, me fumo dos cigarros, enciendo la laptop, abro un documento de Word, escribo, borro, escribo, borro. 

Como a las 11:00 a.m. retomo la película que dejé a medias el día anterior, porque las películas me aburren mucho. Me pongo, como si fuera cinéfilo, a analizar los planos y el vestuario, la corrección de color, todo eso. Al final no sé ni qué es un buen plano. Pero googleo, y si tal película ganó el Oscar a mejor diseño de producción, la miro. Y trato de entender qué es el diseño de producción. Pero no veo la historia. Entonces me aburro. Paso un rato en Facebook. Haciendo scroll a toda la alegría de los demás, con la cabeza calma. 

Copié hace una semana 80 gigas de pornografía y ya los vi dos veces. Altísimo. No me importa si el ruido llega a los vecinos.

Hoy, por ejemplo, estuve el día entero viendo South Park, aquellos muñequitos de cuatro niños gringos y burlones (quién pudiera tener la libertad de reírse así, de todo, sin atentar contra las buenas costumbres y la moral social). Me reí mucho. Me hacía falta. Llevaba tiempo triste, no sé por qué. 

También estuve pensando en que hace falta cambiar las ventanas, pintar el techo, reordenar el cuarto. 

Tengo unos libros de filosofía y me puse a hojearlos. Hace años, en la pared de la sala, grafitié una sentencia de Marco Aurelio: “La mejor manera de defenderte es no parecerte a ellos”.

Y bueno, nada. Me pasé la tarde en esos razonamientos profundos. Con Marco Aurelio: “La perfección del carácter supone que cada día transcurra como el último”; “hay que hay que darse prisa, no solo porque cada vez se está más cerca de la muerte, también porque la comprensión de los hechos y su seguimiento cesan antes”.

No me quiero morir sin comprender lo que es un buen plano y lo que es el diseño de producción. Sobre lo del carácter: el mío se afloja cada vez más, y no quiero nada. Lo único que quiero es matar el tiempo, que corran los días, que el último transcurra como hoy: en el sofá, muerto de risa, lejos de todo, sin abrir la puerta, sin saber qué hora es, sin preocuparme.

Antes no era fácil. Me pasaba la vida comparándome. Martí, a los 16, publicó Abdala. Yo escribía canciones de rap tristísimas y no tenía ni dónde grabarlas. Me veía, a los 30, rapeando para 50 personas en cualquier club. Era un futuro bueno. Leía mis canciones y pensaba que eran tan perdurables como Abdala. Después las tiraba en una gaveta y empezaba otras. Escribí una pila.

Ya no sé dónde están esos papeles. Ya casi tengo 30 y no rapeo desde los 18. Cambié las rimas por el periodismo. Cambié el periodismo por la vagancia. Ahora mis problemas son si hay café y si me quedan cigarros. Se me fue el ego y quedó la tristeza. Convivimos, nos aguantamos juntos, tallamos bien. Ella no me molesta. Lo más que hago es olvidarla a veces, muriéndome de risa viendo South Park.

Hace poco empecé My own private Idaho, un clásico del cine. Al tercer día iba por el minuto 26, cuando no sé qué personaje le dice a otro:

Is Jane Lightwork alive, Bob?

She’s alive, Budd.

She’s holding on?

Old. Old, Budd.

She must be old. She has no choice.

Anoté el parlamento. Pasa que estoy envejeciendo lento, como Jane Lightwork. Engordo y me canso. No tengo opción. Me levanto a las cinco. Hago café, me fumo dos cigarros, enciendo la laptop, abro un documento de Word, escribo, borro.

Con esta edad que tengo, Martí había abierto como diez periódicos. Fidel Castro organizaba la guerra. Basquiat era un mito. Don Omar era un mito. Gus Van Sant dirigía. Yo todavía no he escrito un reportaje con el que sienta que la eché de pinga. Eso que escribo y borro son poemas y estupideces.

No recuerdo cuándo dejé de compararme. Me resigné a ser yo. A andar a mi ritmo. Tengo dos reportajes sin terminar. Y otra novela corta. Llevo semanas sin tocar nada de eso.

Además de en South Park y en Marco Aurelio, me pasé el día formando palabras. Es un juego que tengo en el teléfono. Te dan las letras y casillas blancas. Siempre encuentras las mismas, sin embargo, es difícil verlas. Puedes pedir pistas. Algunas las venden, otras las ganas. Eso me alivió el día. Hizo que el tiempo resbalara rápido.

Anocheció. Ya es madrugada, creo. Desde que me trabé en una palabra no he visto el móvil. Hace par de horas comí dos panes y no tengo hambre. Ahorita, si acaso, me haré un café. O me tiraré en la cama y pondré música hasta que me duerma.

Eso hice ayer. No daban ni las nueve. En el televisor de los vecinos sonaba el noticiero. Me desperté a las dos de la madrugada, me fumé un cigarro y me volví a dormir hasta las cinco.

Mañana también voy a levantarme a las cinco, para vivir en la copia del día anterior.

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Querida PNR - Jesús Jank Curbelo

Querida PNR

Jesús Jank Curbelo

Hansel Hernández perdió una pelea desigual y polémica de piedras contra balas. Nada pasa con los policías cuando fallan. Nada pasa con el “pueblo enardecido” que comenta en Cubadebate que Hansel Hernández murió como debía, y que es una alimañamenos que alimentar. Nos está consumiendo el odio.


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