Poetas mexicanos en el Ateneo de La Habana

Esa noche en que los poetas mexicanos leyeron sus textos en el Ateneo fue para mí una sorpresa. Yo los conocía como escritores y había leído algunas de sus obras: los poemas de Juan Carlos Bautista, la novela de Daniel Saldaña, los cuentos de Pablo Soler Frost, el libro sobre Novo de Luis Felipe Fabre. Al escuchar sus crónicas habaneras, experimenté una especie de superposición: escuchaba lo que decía Juan Carlos y recordaba su poema sobre el Marrakech; escuchaba las impresiones de Daniel y recordaba su novela.

Era una superposición porque yo los veía como escritores y al mismo tiempo como visitadores de La Habana. Ellos tenían una curiosidad muy grande por esta ciudad y querían saber si era realmente lo que les habían dicho. Tenían esa curiosidad que tú ves en la mirada de la gente que se pregunta: ¿Será verdad lo que me han dicho? ¿Será verdad que aquí están muertos de hambre? ¿Será verdad que aquí no están muertos de hambre? 

Porque sobre La Habana se dicen muchas cosas feas y bonitas. El número de las cosas feas va in crescendo, y eso juega, aunque sea mentira o sea verdad, eso juega mentalmente con cualquier persona, y más con un escritor, que viene a comprobar si esas palabras que ha escuchado o que ha leído son de verdad.

A mí me interesó la mirada que ellos tenían sobre esta ciudad porque yo no soy habanero. Yo nací en Santiago de Cuba y llegué a La Habana cuando era un niño. Mi Habana tiene más de setenta años y la de ellos tiene tres días —bueno, la de Juan Carlos tenía un poco más porque él ya había estado acá; la suya tal vez tendría un mes—, pero me parece que esa Habana de tres días es igual de válida que la mía y que las otras.

En la mirada de muchos de estos provincianos, como en la de los poetas mexicanos, hay también un interés por el cuerpo, por la mirada. Yo me imagino que es algo que fueron aprendiendo en La Habana, porque en México no he visto ese teatro de los cuerpos. El mexicano es mucho más discreto, más reservado. El cubano, sobre todo el habanero, camina de una manera singular, sobre todo los jóvenes, y se expresa con el cuerpo tanto como con la palabra. 

Eso yo lo aprendí cuando vine de Santiago de Cuba. En las provincias eso no existía, el cuerpo de esa manera tan evidente. El cubano ha ido lentamente, a lo largo de los años, aprendiendo a ser de otra manera, quiero decir, a jugar con su cuerpo, sin darse cuenta, sin quererlo. Tal vez las mujeres y los muchachos que se dedican a la prostitución saben perfectamente a lo que me refiero: el cuerpo vale por un tiempo, por un rato, es algo que te va a acercar a una persona. 

Creo que los extranjeros también han aprendido a comprar ese cuerpo. Y lo digo sin ningún desprecio; lo digo como una observación curiosa.

Después de aquel encuentro en el Ateneo, pensé en escribirle una carta a Luis Felipe Fabre. Le hubiera dicho que yo aprendí a leerlo. Porque yo leí sus ensayos, leí sus poemas, leí su poesía antes de escuchar ese informe ficticio de la Seguridad. Leí una cosa que me pareció realmente extraordinaria, que es su trabajo sobre el poeta Salvador Novo, que fue también un frecuentador de la ciudad, igual que nosotros. Él hizo lo que, en gran parte, y en pequeña medida hicimos nosotros e hicieron ellos, que es conocer una ciudad.

En esa carta le hubiera dicho a Luis Felipe que me encantaba, en primera, su franqueza, que me encantaba como él podía tratar a un poeta de esa manera. Y al mismo tiempo, es una franqueza aprendida en el mismo poeta.

También le hubiera hablado de ese informe ficticio de la Seguridad del Estado. Eso era una costumbre en este país, que la Seguridad se ocupara de esas cosas. Yo no sé si la Seguridad se ocupa hoy de eso, si eso tiene algún interés para ellos. Porque antes todo eso formaba parte de un gran encierro. Pero como ese encierro ya casi no existe, no sé lo que la Seguridad pensaría de ese informe.

Un día salí a caminar por La Habana con Pablo Soler Frost y con Daniel Saldaña. Salimos por ahí, por las partes oscuras de la ciudad, y conversamos mucho. De Pablo me interesó su ascetismo, porque él era todo mirada y eso me gustó. El hacer relaciones exclusivamente mentales cuando nos alejábamos, cuando se cierra la puerta de nuestra casa y nos quedamos solos y entonces empieza un modo de relacionarse con el mundo que es también singular.

Daniel dijo algo que me gustó, que en La Habana hay un léxico hermoso para hablar del sexo y que “los nativos lo venden como si ellos, personalmente, lo hubieran descubierto esa mañana, por casualidad. Como quien descubre el fuego y luego sigue con su día”. 

Yo estoy de acuerdo con eso. Porque además ese léxico yo lo aprendí hace muy poco, porque antes no se hablaba así. Y creo que esa manera de hablar, es una manera que los cubanos, sobre todo los muchachos y las muchachas, han puesto en práctica en tiempos recientes. Porque antes había una timidez para hablar del sexo que felizmente se ha perdido.

Yo no sé si en México sea así, porque mi experiencia mexicana no es tan profunda, pero en Cuba, la gente representa, representa mucho. Porque la representación en Cuba es la imagen de una carencia: algo nos falta, por tanto, lo tenemos que representar.

También hay que decir que no hay una Habana: yo he conocido muchas ciudades desde que me mudé de Santiago de Cuba. Yo viví en una Habana que de vez en cuando recuerdo, que es la de Lunes de Revolución. Era un periódico que se vendía por miles de ejemplares y que costaba un medio. Fue el momento en que la cultura cubana alcanzó su máxima brillantez, y ese periodo no ha vuelto a repetirse. Después yo viví momentos más apagados de La Habana, y otros que no significan nada. 

El momento que vivo actualmente tal vez signifique algo dentro de cincuenta años, pero por ahora, no significa nada para mí, porque yo viví, en otra Habana, una convulsión de regaños, de posibilidades, de muchas otras cosas que ya no existen porque pertenecían a otra Habana que tampoco existe.

De La Habana recuerdo, sobre todo, algunos encuentros, por las calles, con personas que no recuerdo ya ni quiénes son, con personas que tal vez me las llevé a mi casa. Esos encuentros empezaron a variar cuando llegué a ser alguien, a tener cierto renombre como escritor. La gente se acercaba y me engañaba: me saludaba como si no me conociera y yo sabía que me conocían. O me saludaban como si me conocieran y no me conocían. Y entonces no sé si sabían realmente quien yo soy ni yo sabían quién era realmente el otro.

Quería contar uno de esos encuentros por las calles de La Habana. Yo salía un día del Diario de la Marina y me topé con un muchacho rubio que parecía deportista. Empezamos a conversar, no sé por qué, y él me dijo que había sido amigo de Gastón Baquero. Me contó algunas cosas, de las cuales puedo contar una, que es realmente extraordinaria. 

“¿Usted sabe cómo se acuesta Gastón Baquero?”. Yo le dije: “No. Yo no sé, porque nunca me he acostado con Gastón Baquero, y no sé cómo se acuesta”. “Pues se acuesta de una manera muy singular: el que se acuesta es uno. Él lo desnuda a uno y lo recuesta en un sofá, y entonces se desnuda él, se acerca y empieza a pasar la mano. Comienza por el pelo y por la frente y recorre todo el cuerpo, acariciando lentamente, hasta llegar a los pies. Y cuando esa mano acariciadora llega al dedo gordo del pie, Gastón Baquero eyacula. Es todo lo que hace”.

Recuerdo esa historia que me contó ese muchacho que había sido amigo de Gastón Baquero. De lo demás, de lo que ocurrió en esta visita de los poetas mexicanos, casi no recuerdo nada porque a mi edad casi no se recuerda nada, felizmente.

Del libro  Crónicas de una pequeña ciudad mexicana en La Habana
(Editorial Hypermedia, 2020).




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Crónicas de una pequeña ciudad mexicana en La Habana - Rubén Gallo

En estas crónicas, escritores mexicanos -y sus contrapartes cubanos– narran sus impresiones de una Habana plural y compleja marcada por la vida gay, la santería, los cambios políticos y la vida cultural.




Regresar a La Habana - Daniel Saldaña

Regresar a La Habana

Daniel Saldaña

No recuerdo en qué momento mi padre me contó que fui engendrado en Cuba, en algún hotelucho de La Habana. El recuerdo con que lleno la laguna es éste: mi papá borracho, contándole a su hijo que sus padres volvieron a México decepcionados de la Revolución pero esperando un hijo. Yo nací al mismo tiempo que su desencanto”.


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1 Comentario
  1. Una vez Reynaldo González me dijo que leerse un poema de Antón Arrufat era como tomarse un batido de cemento. Hoy comparte el batido con un enjambre, pero no deja su «cemento». Y en esta crónica añade un tinte vulgar y posiblemente apócrifo, sobre Gastón Baquero. Inventa una historia racista y deningrante, que sabe imposible de verificar. Tardía venganza contra un genuino poeta, al que asedió en Madrid con sus petulancias.

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