Nuestro Nowhere: encierro e histeria en ‘Everglades’

En su más reciente libro, Everglades (Hypermedia, 2020), el escritor cubano Jorge Enrique Lage continúa con su producción literaria en torno al no-lugar. Si su novela anterior, La autopista: the movie (2014), prometía una salida ilusoria hacia la nada, mucho más cercana a la realidad que a la ciencia-ficción caribeña, Everglades confronta a esta lectora con las consecuencias extremas de la claustrofobia o de una condición autista que ya se anunciaba en el proyecto corto Archivo (Hypermedia, 2015).

En Everglades,además de reiterar el fragmento —menos posmoderno, más digital—, la ciencia-ficción —más cercana a la realidad que la propia ficción— y una nueva forma de producir desde las coordenadas del Caribe sin salir de la región, Lage introduce el encierro y la histeria como modus operandi de lo que él llama “Nuestro Nowhere”.

En el mismo comienzo de la novela,Lage no desaprovecha la ocasión para desempolvar las reliquias de la Revolución Cubana. Son precisamente estas reliquias las que luego devienen en histeria y encierro:

“Más temprano que tarde esto va a terminar convertido en un museo. Otro. Uno más. Y ya se sabe que por aquí todos los museos son, y seguirán siendo persistentemente, Museos de la Revolución. Todos. Se ha vuelto tan inevitable como absurdo” (p. 9).

Acá pasamos de la ruina, que dominó la literatura cubana de los noventa, a otra confección de la imagen de lo cubano. El espacio del museo y las reliquias de la Revolución, que no son algo nuevo en la escritura de Lage, aparecen como representación de una imagen producida por una curaduría minuciosa. Si hay museo, también hay quien escoge lo que allí aparece, y en este caso, de más está decir que ese alguien es el Estado, sea real o ficticioso.

Lo que llama la atención de estos “Museos de la Revolución” que seguimos encontrando en la obra de Lage, es una transferencia del espacio cubano a la interioridad. Si bien en otras obras literarias cubanas, anteriores o contemporáneas, vemos la ciudad desde las afueras de la ciudad misma, como lo haría un turista, acá Lage nos invita a mirar la ciudad desde el espacio privado e interior, a pensar Cuba como un espacio construido a partir del encierro. Se alude en Everglades a una interioridad cubana por la que corre de otro modo cierta pregunta sin responder. Ese encierro, ese espacio interior —tanto físico como mental—, es el que Lage construye en Everglades:

“Y la pregunta que, en su momento, tengo entendido, también se hicieron los milenials cubanos, esos que nunca existieron: ¿Ya somos libres?” (p. 11).

La respuesta a esta “pregunta del milenio” es una suerte de museo donde cada pieza curada se convierte en reiteración de la histeria producida por la ausencia de libertad y un encierro convertido en una nada cotidiana. Una nada que no es exclusiva de la realidad cubana —también la vemos, repetidamente, en otras obras literarias caribeñas—, pero en el caso de Cuba viene con la carga histórica de una Revolución que caducó tiempo atrás y que a pesar de eso continúa fungiendo como un monumento dicotómico de libertades simbólicas: el nowhere colectivo de la cotidianidad.

Ese nowhere, ese Museo de la Revolución,aparece en Everglades como una casa donde un personaje, el Ginecólogo, encierra y tortura mujeres —hay un catch ahí: captura a esas mujeres con la promesa de facilitarles el proceso de emigrar, algo que nunca lograrán— para que escriban lo que él quiere que escriban. Pero nunca es suficiente lo que ellas escriben.



«A través del pretexto de la ciencia ficción, la literatura cubana en general ha arribado con Lage a un punto de incontrastable originalidad». 
Carlos Manuel Álvarez



Aparece también un agente —acaso uno de los que ya aparecían en Archivo—, que llega a la casa para investigar la muerte misteriosa del Ginecólogo, sobre la cual ninguna de las mujeres, que aún habitan la casa, desea abundar. Este agente —que como todo buen agente también come libros, con el fin de desaparecerlos— se desplaza entonces por la casa en busca de evidencias que le permitan entender al Ginecólogo, su proyecto y su muerte.

A medida que el agente va avanzando en la investigación, la novela va develando un manuscrito que reitera la condición contemporánea de Cuba:

“El libro póstumo del Ginecólogo, Everglades, era un libro inconcluso. Y al parecer, un libro ‘ambicioso’. Con esa clase de ambición que solo puede revelarse a cabalidad en un libro póstumo e inconcluso” (p. 144).

Acá podríamos pensar en las limitaciones que puede imponer una libertad coartada sobre la posibilidad de elaborar una obra ambiciosa. Pero también, este manuscrito nos remite al estancamiento histórico como condición contemporánea de Cuba. No es factible un final cerrado: el carácter inconcluso del manuscrito nos advierte que aún falta escribir esa historia; se trata de un libro esperando ser pensado, escrito o concluido, aunque no sea por el autor original.

Entre los apuntes del Ginecólogo, el agente lee “¡Una histeria mejor es posible!”. Con métodos de tortura, este secuestrador de escritoras buscaba producir una histeria, la cual nunca es suficiente para su manuscrito, para terminar de escribir la historia. Acá aparece entonces la narrativa que se resiste a ser escrita, o que acaso ya es imposible de escribir.

Y si bien la condición autista de la Isla domina la narrativa de Lage, en Everglades lo que se yuxtapone a la histeria es el mindfulness. A partir de la “contemplación plena”, se elabora sobre lo que viene a ser la condición de la producción cultural cubana puesta en tensión con la histeria y el encierro de la nada cotidiana: “Destruir la narrativa. La interna”.


Archivo - Jorge Enrique Lage

«Un buen archivo tiene dosis inexactas de terror, diversión y discapacidad. El de Jorge Enrique Lage me hizo llamar al Rescue a las dos de la madrugada». 
Legna Rodríguez Iglesias



Destruir la narrativa interna para dar paso a un final distinto. Destruir la narrativa interna para empezar, entonces, con una página en blanco como a la que se accede en la contemplación plena. Ante el encierro y la histeria, un encuentro mortal con la destrucción. Pero la histeria siempre vuelve, como los pensamientos que coartan la contemplación plena, que acaso nunca son pensamientos propios:

“Porque lo que ahí se pasaba por alto es que tus pensamientos, si no son tuyos, entonces son de otro. Es decir, de otros” (p. 149).

Entonces no hay de otra: para poder destruir esa narrativa interna y redactar ese manuscrito inconcluso, habrá que pasar por la histeria y el encierro. ¿Y qué es lo queda allí? ¿Cual es la histeria que busca ser narrada?

La histerización es:

“Una suerte de hábitat todavía por habitar o por deshabitar o de archipiélago donde están los puentes pero faltan islas (y donde a lo mejor ya no se pueden poner islas, ni una sola).
No es país para escribientes.
Nuestro Nowhere” (p. 213).

La histeria producida desde el encierro nos reitera la condición cubana, y casi por extensión la condición del Caribe. Es acaso la versión de fin del mundo de lo que Antonio S. Pedreira llamó “insularismo”; pero un insularismo llevado al extremo, del que quizás no hay salida.

Este nowhere también nos recuerda otra imagen trillada de los estudios literarios: la “isla que se repite”, de Antonio Benítez Rojo. Pero acá la isla no debe repetirse: desaparece de una vez y por todas, hay que dejarla, hay que crear puentes para poder escribirla. Desde el encierro, la histerización y la nada no es posible escribir, y sin embargo, en Everglades se escribe desde la imposibilidad misma.

También hay algo acá que habrá que pensar luego: esta novela fue escrita poco antes de que el mundo viera emerger una pandemia y tuviéramos que encerrarnos durante meses. Desde un encuentro forzado con el encierro y, por qué no, quizás también con la histeria, vimos cómo colapsaba la economía. En este sentido, habrá que considerar en algún momento cómo la condición contemporánea cubana, y el nowhere que en esta novela se trabaja, quizás ya se adelantaban a estos tiempos, incluso desde décadas antes.




Carlos Lechuga

En brazos de ese país llamado Carlos Lechuga

Mabel Cuesta

Cuando una comienza a envejecer entiende que el único país posible, habitable, es aquel que se arma de fragmentos. Así me acerco a la no-novela de Carlos Lechuga En brazos de la mujer casada (Hypermedia, 2020), con esa candidez que acompaña al realmente no saber qué me espera.





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