El método de las pasiones físicas

Cuando Lasso Rohjo se fue a la cocina, regresó con una taza llena de té con leche.
Caliente.
Dulce.
Espeso.
Siempre tomaba té, o leche, o té con leche.
Todos los días la misma cosa.
Mañana, tarde y noche, aunque después no quisiera fregarlo y hubiera un edificio en el fregadero formado por sucias tazas.
Aburrimiento, fue lo que pesó en la mano de Lasso Rohjo.
En el fondo de la taza llena de té con leche, un aburrimiento líquido.
Cansancio, también pesó en la mano de Lasso Rohjo.
Y monotonía.
Una monotonía gris y dos cucharadas de azúcar.
¿Creíste por un momento que Lasso Rohjo era feliz?
Lasso Rohjo dejó caer la taza y una esquirla de cerámica le hirió los dedos de un pie.
Entre la sangre y el té con leche sus dedos quedaron pegajosos.
¡Si la tierra me tragara ahora!, pensó Lasso Rohjo.
Pero antes de tragarse a Lasso Rohjo, la tierra tendría que tragarse el edificio donde Lasso Rohjo estaba.
Nadie se tragó a nadie.
No hubo fin.
Lasso Rohjo barrió las esquirlas de cerámica que se habían seccionado por el suelo.
Limpió la sangre y el té con leche.
Mientras exprimía por última vez la colcha y la colocaba en el trapeador, Lasso Rohjo pensó, si el teléfono sonara ahora.
Pero el teléfono estaba ocupado.
Cualquier vía de escape que Lasso Rohjo deseara, estaría ocupada. Porque lo que necesitaba Lasso Rohjo no era una vía de escape.
Las vías de escape son fáciles de adquirir.
Basta con escapar por el sendero que se abre ante tus ojos. Extraño pero abierto.
¿Creíste por un momento que Lasso Rohjo necesitaba escapar?

Cuando Lasso Rohjo se fue al baño, tragó en seco.
Tragó diez elementos que a continuación enumeraré: saliva, dolor, tristeza, sueño, calma, música, lástima, nube, sarro, y otra vez saliva.
Tragó en seco su propio asombro.
Como puede notarse, había elementos en contradicción con otros.
Durante cinco minutos, los cinco minutos que tardó en recoger lo que desencadenó, había olvidado un asunto pendiente.
Un asunto demasiado contraído.
Un asunto contraído y viejo.
Un ex asunto.
A cargo de Lasso Rohjo.
Su única familia.
¿Creíste por un momento que Lasso Rohjo estaba libre de responsabilidad?
Un asunto suyo.
Sentado en el bidé.
Sin memoria.
Sin pelo.
Sin dentadura.
Sin cadera.
Sin ropa.
Para que Lasso Rohjo lo bañara cada día, enjabonándolo, enjuagándolo, secándolo, cubriéndolo con una sábana limpia.
Para que Lasso Rohjo le curase cada día las escaras purulentas que a causa de no moverse cubrían sus flacos glúteos.
Después de curar al asunto, Lasso Rohjo vomitaba, limpiaba sus comisuras, y besaba al asunto en la frente.
Agradecido, el asunto entrecerraba los ojos y descansaba en paz.
Una paz a medias.
Contraída.
Ausente.
Una no paz.
¿Creíste por un momento que Lasso Rohjo no vomitaba nunca?
Cuando Lasso Rohjo se fue a la luna, vio desde lo alto cómo era la muerte.
La muerte era verde.
Jade, hierba, amor, pizarras, enfermedad.
Desde lo alto las cosas se veían nítidas y naturales.
Desde la luna las cosas se veían verdes.
El ser humano que durante doce meses Lasso Rohjo cuidó, era ahora un objeto frío y duro, iluminado por el color verde que desde la luna Lasso Rohjo veía.
¿Creíste por un momento que la luna a la que nos referimos era el satélite natural?
¿Creíste por un momento que Lasso Rohjo sabía cómo era la muerte?
Disimulando sus lágrimas, Lasso Rohjo recogió del suelo una piedra redonda.
No se llamaba Molloy Rohjo, y por eso no se metió la piedra en la boca, pero ganas no le faltaron.
Se llamaba Lasso Rohjo, y el verde comenzó a resultarle chillón.
Desde lo alto, las cosas que primero se ven nítidas, comienzan de repente a resultar chillonas.
Un ramo de flores.
Una caja.
Un agujero negro.
Seres humanos llorando.
Falta de aire.
¿Creíste por un momento que Lasso Rohjo se quedaría en la luna para siempre?

Cuando Lasso Rohjo se fue al Capitolio, encontró en el tercer escalón de la enorme escalinata un pedazo de riñón.
Primero lo aplastó con su sandalia, después el riñón sangró, luego Lasso Rohjo lo encontró.
En el décimo escalón, otro pedazo.
Y en el primer descanso de la escalinata, un pedazo más.
Todo esto irritó a Lasso Rohjo.
Los tres pedazos habían sangrado mucho.
Ahora sus sandalias ya no eran las mismas.
Qué irritación.
No era posible.
¿Creíste por un momento que la enorme escalinata del Capitolio estaría exenta de pedazos de riñón?
Lasso Rohjo había ido al Capitolio tantas veces que ya no le daba gracia, solo que en el límite de la escalinata comenzaba la parte de la ciudad que más satisfacía a Lasso Rohjo.
Lasso Rohjo quería distraerse.
Con ambas sandalias sucias, llenas de capricho y coágulos, Lasso Rohjo se desvaneció.
¿Creíste por un momento que nadie ayudaría a Lasso Rohjo cuando se desvaneciera?

Cuando Lasso Rohjo se fue a la Iglesia Bautista, quiso agradecer pero no pudo.
En vez de agradecer, copuló.
En un aposento alto de la pequeña Iglesia Bautista la misma persona que ayudó a Lasso Rohjo cuando Lasso Rohjo se desvaneció, succionaba ahora su órgano genital de un modo que Lasso Rohjo desconocía.
Con la punta de la lengua.
Sin pasear la lengua por todo el órgano.
Sin técnica.
Sin táctica.
Pero igualmente efectivo.
¿Creíste por un momento que solo causan efecto las cosas que se realizan técnicamente?
¿Lo creíste?
¿En serio?
Lasso Rohjo quiso enamorarse pero no pudo.
En vez de eso, copuló.
Y copuló.
Y volvió a copular.
Porque no había tiempo para enamorarse.
No había tiempo para nada.
La muchacha le pertenecía a medias.
La muchacha vivía en el limbo.
En una choza.
Y un techador que por allí pasaba le dijo:
¿Muchacha, tú techas tu choza o techas la ajena?
La muchacha tenía más tatuajes que cabellos en el cráneo.
Y acodada la vesícula.
¿Funcionaría?
¿Creíste por un momento que Lasso Rohjo se enamoraría de una muchacha así?
¿Por qué no?
Ver para creer.
Páginas en blanco.
Bolígrafos.
Periódicos en la acera.
La muchacha sentada en la acera.
Sobre las páginas de un periódico.
Haciendo literatura.
¿Creíste que era fácil hacer literatura?
¿Creíste que Lasso Rohjo dejaría a la muchacha hacer literatura después de haberle succionado el sexo?

Cuando Lasso Rohjo se fue al monte negro, comió del árbol del bien y del mal.
Y comió más cosas.
En el monte negro, Lasso Rohjo tuvo que desnudarse.
Tuvo que ponerse de rodillas.
Tuvo que beber del cuello de una gallina muerta.
Tuvo que susurrar.
Tuvo que estar de acuerdo en todo.
Tuvo que admitir que el bien y el mal eran casi lo mismo.
¿Creíste por un momento que Lasso Rohjo bebería del cuello de una gallina muerta?
Tuvo que dejar de copular con la muchacha.
Setenta y dos horas.
Tuvo que comprar una gallina de hierro y conversar con esta gallina como si la susodicha fuera su madre.
Tuvo que prometer que honraría a esta gallina como si la susodicha fuera su padre.
¿Creíste por un momento que una gallina de hierro merecería la honra de Lasso Rohjo?
¿Y la muchacha, también merecería su honra?

Cuando Lasso Rohjo se fue a la biblioteca, decidió que la literatura era algo incomprensible.
Jamás había leído un libro.
Los libros no eran sus mejores amigos, ni siquiera sus amigos peores.
Pero la muchacha escribía libros.
A esto se dedicaba, hablando en plata.
Leer o no leer, he aquí la cuestión.
Y Lasso Rohjo leyó.
Y Lasso Rohjo no entendió lo que leyó.
Y mientras más leía menos entendía.
Pero poco a poco fue entendiendo.
A las buenas.
Separando una palabra de otra y uniendo una palabra con otra, Lasso Rohjo se dio cuenta de que entendía.
¿Creíste por un momento que tu mejor amigo era un libro?
No me hagas reír, por favor.
¿Creíste por un momento que a través de una succión perfecta puede llegar el amor?
Y el amor llegó.
Pero poco.
A poco.

Cuando Lasso Rohjo se fue al Café, la muchacha iba de su mano.
Lasso Rohjo pidió té y pidió leche.
Servidos el té y la leche, el té y la leche fueron mezclados. Como un símbolo.
Lasso Rohjo representaba el té y la muchacha representaba la leche.
A veces fría.
A veces tibia.
Colocando sus labios en el borde de la taza, la muchacha tomó el primer buche de té con leche.
¿Creíste por un momento que buche era la palabra correcta?
¿No sería mejor decir sorbo?
Entonces, bajo la dulce mirada de Lasso Rohjo, la muchacha tomó el primer sorbo de té con leche.
Y le gustó.
Y sacó su agenda del bolso y escribió un poema.
Y se lo leyó a Lasso Rohjo.
Que se esforzó en entenderlo.
Un poema sobre el cambio.
¿Creíste por un momento que la monotonía continuaba pesando en el fondo de la taza de Lasso Rohjo?

Cuando Lasso Rohjo se fue al cine, durmió durante dos horas, aproximadamente.
En el hombro izquierdo de la muchacha.
La película fue: Sexo, mentiras y cintas de video.
¿Creíste por un momento que la mitad de un ketotifeno no acabaría venciendo los párpados de Lasso Rohjo?

Cuando Lasso Rohjo bajó al sótano (dígase cualquier lugar profundo, vacío, morboso, púrpura), le fueron leídas las leyes de la moral.
Estas leyes no incluían a la muchacha.
—Me niego —dijo Lasso Rohjo.
—No se aceptan negativas —le dijeron—, una ley consiste en esto: no tienes que aceptarla ni negarla, solo tienes que acatarla.
—Entonces no podré acatarla —dijo Lasso Rohjo.
—Muy bien —le dijeron.
En su interior, Lasso Rohjo sabía que nada estaba bien.
Menos aún muy bien.
De repente todo el universo se oponía a la muchacha.
¿Creíste por un momento que Lasso Rohjo sabía quién era moralmente la muchacha?
Pero lo mejor del caso, y también lo peor, radicaba precisamente en que a Lasso Rohjo no le interesaba saber quién era moralmente nadie.
¿Creíste por un momento que algo tan frívolo como la moral influiría en el amor de Lasso Rohjo?
Además, cabía la posibilidad de que la muchacha fuera moralmente limpia.
Tal vez amoral.
Tal vez plusmoral.
Tal vez suya.
¿Creíste por un momento que la muchacha llegaría a ser suya?

Cuando Lasso Rohjo se fue a la guerra, la muchacha también se fue a la guerra.
No a la misma guerra, por supuesto, pero como guerra al fin, se corría un gran peligro.
La Batalla de: esperar o no esperar.
La muchacha luchó con todas sus armas.
Peleó duro.
Mató al enemigo.
Contrajo una terrible infección en los riñones, recordó la escalinata del Capitolio y venció.
Fue izada su bandera.
Entre esperar y no esperar, ganó esperar.
¿Creíste por un momento que Lasso Rohjo le pediría a la muchacha que esperara?
Lasso Rohjo ni siquiera le pidió que le escribiera.
Lasso Rohjo no le pidió ni un beso.
No hubo despedidas.
Nadie se tragó a nadie.
No hubo fin.
¿Creíste por un momento que todo esto sería el fin?




Librería


Mayonesa bien brillante - Legna Rodríguez Iglesias

Mayonesa bien brillante desacraliza la literatura, el cine, las artes plásticas, incluso la filosofía. Ahmel Echevarría.





*Tomado de Mayonesa bien brillante, Editorial Hypermedia, 2016.

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