De las mujeres, por las mujeres, y para las mujeres


Son de todas las generaciones. Desde virginales menores de edad hasta abuelitas ya retiradas del juego vaginal. 
 
Todas se hubieran acostado con él. Todas hubieran cambiado una aburrida vida en familia, con tal de que la historia hecha persona en Fidel les hubiera abierto amateurmente las patas. 
 
Esa es la misandria que los hombres cubanos le tenemos a Fidel todavía. Lo odiamos porque sabemos que se templó a nuestra madre, a nuestra hija, a nuestro amor. El totalitarismo no tanto como tiranía, sino como tabú.
 
De no haber existido las mujeres cubanas, nunca hubiera triunfado una Revolución en la Isla. Fidel erotizó de antemano a media población. El Turquino fue su faro fálico. Y, para seducir a su propio sexo, le bastó entonces con prodigar la cárcel o el exilio o la muerte. 
 
Como tantos caudillos continentales, el comandante contaba con un escudo de estrógenos para su protección. Y, por supuesto, con un aura de progesterona para parirle, para procrear próceres a partir de su pinga totémica.
 
El premier preñó a media Cuba sin proponérselo. La democracia era un bollo ávido de expulsar el quiste del capitalismo. 
 
Los sobrevivientes a Fidel somos ahora sus bastardos. Nacimos de esa magna traición entre nuestros padres. Llevamos la leche de Fidel en nuestra sangre y su lucidez de macho cabrío en el alma. Y, para colmo, lo negamos.

No tendremos perdón de Dios, como no lo tuvimos del Estado.




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Santa Castro

Orlando Luis Pardo Lazo

Fue, fumó, fascinó.






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