Los Marlins de Marianao



La nochecita fresca del viernes 10 de abril de 1959, los Marlins de Miami ―que por entonces no eran de las Grandes Ligas, sino de la Triple A― insistieron en hacerse un selfie para la historia. 
 
De hecho, el que insistió fue el propio manager del equipo miamense, el ex pelotero Pepper Martin, quien terminó haciéndose cúmbila de Fidel Castro, trasnochando las horas caribeñas de comelata en comelata, mientras entre ambos soñaban una edad de oro para el béisbol revolucionario.
 
La foto de este lunes no se trata de una representación de teatro. Es muy real y espontánea. Son los ancestros de los Miami Marlins, sí, posando con aquella primera tropita de rebeldes con escopetas que escoltaban a todas partes al líder de la Revolución. 
 
Son muy jóvenes todos y se ven tan felices, sobre todo los cubanos. Nadie sospechaba nada. 
 
Por cierto, las barbas de los uniformados de verde oliva, de tan perfectas parecen casi postizas. Y sus poses festivas ―rodilla en tierra y apuntando a la altura del pecho― indican que el pelotón entero está más que familiarizado con la técnica del paredón. Es decir, que todos los cubanos de la foto ya han fusilado a otros cubanos que no encajaron en el encuadre de la Associated Press.
 
Tampoco es nada del otro mundo. Al contrario, al menos durante el tiempo de la lectura, estamos de vuelta en una época delicadamente descomunal. Una civilización comercial que culmina y otra civilización comunal que comienza. 1959 sería nuestro año cero.
 
Menos de un semestre atrás, por ejemplo, Cuba era un burdel barato para marines y mafiosos. Sin embargo, a las pocas semanas, el carisma del comandante en jefe ―sobre todo ante el milagro mediático de las cámaras y micrófonos― bastó para evangelizar, en un baño de virtud, a toda una Isla de crímenes, culos y corruptelas. 
 
En efecto, Fidel mandó a parar la diversión de la democracia. Y los cubanos caímos bajo el peso del deber de la dictadura.
 
Los deportistas norteamericanos sonríen como si las armas fueran de mentiritas. Lo son, todavía. La verdad estaba a punto de comenzar. 
 
Por lo demás, en el público asistente al estadio aquel 10 de abril se distinguen, todavía, joyas femeninas, mangas largas, corbatas, y hasta cierto “saber sentarse” salido de la república constitucional.
 
Pensándolo bien, es un crepúsculo trágico. Los cubanos se estaban quedando solos, así en el Exilio como ante el Estado. Los flashes son efímeros. 

La noche es eterna como carajo.




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Santa Castro

Orlando Luis Pardo Lazo

Fue, fumó, fascinó.






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