La dictadura del doble


El doble, como en el cuento “El muñeco” de Virgilio Piñera (escrito en la Argentina de los años 40), “no era otra cosa que un símbolo de la persona presidencial”. Y, como tal, bien podía “prestar incalculables servicios a la Patria”. 
 
Por ejemplo: 
 
1.   Estrechar manos a millares. 
2.   Sonreír infatigablemente.
3.   Acariciar hasta el hastío la cabeza de la niña que entrega el ramo de rosas.
4.   Exhortar a su querido pueblo con discursos de tono sostenido.
 
Desde el inicio del espectáculo, los comandantes de la Revolución Cubana desconfiaron de Virgilio Piñera, a pesar de (o precisamente por) los gestos de sumisión que este siervo servil se apuró a endilgarles. No repitáis más la fabulilla fidelista del miedo, ni el miedo ni una mierda: lo que Piñera representa es nuestra más soberana miseria moral.
 
Por supuesto, desde el inicio los uniformados de verde olivo también desconfiaron del humor. Hicieron muy bien. Porque es inconcebible la carcajada cuando se aspira a habitar en la utopía de un apocalipsis insular. 
 
El castrismo sustituyó con bombas cosmopolitas a la bobería cubana. “El castrismo puso a Cuba en el mapa”, como dicen los académicos norteamericanos. Y dicen bien. Antes de 1959, Cuba era un carnaval capitalista dentro de un casino criminal. Y esa mezcla de vitalidad vernácula nunca nos la han perdonado. 
 
Por eso lo primero que clausuró la Revolución Cubana fue el teatro bufo. Como fondo de compensación a los desempleados, contrataron como doble de Fidel Castro a su principal imitador en escena. Es decir, intentaron neutralizar su antipatriótico poder de parodia.
 
Le dieron hasta una pistola y todo. Y lo pusieron a actuar en un par de funciones públicas, donde el doble arrancó más aplausos que los habituales que recibía el Premier. 
 
Cuando su popularidad fuera por fin intolerablemente alta, sospecho que el plan del G-2 era hacerle un auto-atentado a ese doble, para que muriera en secreto el actor y luego mostrar en público a Fidel Castro. Sano y salvo. Como un milagro del materialismo histórico. El mesías serio, sin risa, cuya retórica lo hacía inmune a las balas analfabetas del enemigo interno y externo.
 
Por suerte para el doble, se exilió justo antes de esta macabra conspiración. Nadie en Cuba se dio cuenta. Ni en el exilio tampoco. Eran igualiiitos. De hecho, tal vez el que se exilió fue Fidel Castro y la Isla quedó desde entonces en las manos del doble actor.
 
En cualquier caso, este lunes de 2022 ya ninguno de los dos está vivo. Muñeco y original, original y muñeco, ambos siguen luciendo cagaítos-cagaítos, como si se hubieran parido mutuamente a ras de la muerte.
 
Por lo demás, Cuba entera es ahora una especie de muñequería militar. Guiñol grosero, degradado hasta lo indecible. Los cubanos de la Isla son apenas los dobles de sí mismos. Una parodia de porquería que ni ellos mismos se creen. Lo cual es peor: representar una representación de lo irrepresentable.
 
Como en el final del cuento “El muñeco” de Virgilio Piñera (durante décadas censurado por Virgilio Piñera en Cuba), los cubanos aguardamos ahora estúpidamente ser despedazados por las manos de nuestra propia inocencia.
 
En tanto simuladores siniestros, nunca seremos culpables de nada. La historia ni siquiera nos absolverá. Simplemente nadie pondrá cargos contra nosotros.
 
Cubansummatum est.


© Imagen de portada: Armando Roblán y Fidel Castro, en 1959.




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Santa Castro

Orlando Luis Pardo Lazo

Fue, fumó, fascinó.






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