Emilio Ichikawa, el Ichiban

Recupero este fragmento de mi novela inédita “En clave blen blen” (2011), sobre la vida del rumbero cubano y compositor Chano Pozo, tras la repentina muerte de mi amigo Emilio Ichikawa (1962-2021). Este párrafo narra la ida desde Guanajay, donde Chano estuvo recluido en el reformatorio casi toda su adolescencia, camino a La Habana y pasando por Bauta —léase ya el lugar a pensar como hicieron los paripatéticos alrededor de la palestra—. Miguelito Valdés y Petronia, su hermana, lo acompañan. 

Esto lo escribí entonces para mi querido amigo Emilio Ichikawa, El Ichi, como le decía, el number one en japonés, El Ichiban. Él lo leyó en aquel momento. Ahora, con tristeza, no puedo dejar de leer este fragmento bajo el signo de una cargada premonición.



Miguelito, tomando una pausa, dice lapidario:

—Chano, la calle está dura.

Vereda tropical, nostalgia, ese ir de regreso para La Abana. Vere loqui el locus amenus. Ver verde ese galopar del verde que se quiere verde, que se perpetúa en verde, en demasiado verde. Viento en popa por el verde y a toda vela enfilan al noreste por el surco plano de carretera que reverbera su espejo en humo a sus costados entre el verde y arriba un brochazo total de azul de cielo intenso de infinito sin nubes blancas y sol volcánico. Pasan, sin pausa, por Bauta. Platanal sí es, todavía plata no es. Un mar de tallos y de hojas en abanico se repite inmenso, sin fruto aún. Es el ensueño que sueña un poeta japonés bajo su sombra y no la de un filósofo. Basho venido a pensador debajo de una mata de plátanos. Pasan al costado de un arar, rastrillo de un solo colmillo, del aquí al allá en ese ahora a la espera del mañana que produzca un algo. Arado mi criollo. En su mar de mal de males entendidos de una obsesión que se repite y se repite. Un buche de café, si es que hay, para levantar el ánimo y el espíritu y otro que espera la boca sedienta desde el aire, el agua fresca que guardaba en la botija necesaria a la sombra de un matorral refrigerante. El agua que corre es un lujo. Agua de vida. Vida el agua. Se necesita. No para una ablución ni para una genuflexión. Es el alimento. Es lo único que se necesita. Ese mar de tierra fértil no es un mar de arena, pero es otro jardín. Sentencia zen. Y un pedregal sin número, porque el quince es un número vacío, incontable disperso de diferentes cúmulos aquí y otro allá, bordeándolos el arado en ese rectangular espacio que le toca a diario al guajiro en su contemplación meditabunda que reflexiona y calcula. Monje en el aquí que lo ata a la tierra en el ahora. Sabio de las horas. Las cuenta en cuartos. En el tiempo que hará hoy en su predicción del día, incluye la hora exacta del aguacero, del mañana de los días y del de los meses venideros. Un conjunto que es uno, el todo. El todo que es. El todo en el uno de los granos que se multiplican. Cada uno de ellos conteniéndolo todo. Lo que da la tierra. Esto o lo otro pero no lo que se quiera. Lo que da ella de sí misma. No lo que nunca ha dado. Lo que crece o no crece, lo decide ella. Bonsái en miniatura que los valora en trueque que ya va palabreando. Continúa el surco en ese mar de tierra más productiva. Evade una roca. Intenta recuperar aquella línea que tiene en mente. 

—Coge el trillo Comandante —aguijonea al buey como ají guaguao que pica y mortifica, tomando el camellón. 

Chano está sentado detrás con su hermana. Mira hacia afuera en una vista perdida de recuerdos. Pensamientos unos que otros sobre otros se quedan atrás como el paisaje que se sucede. Cierra los ojos. Todo como si fuera ahora. Recuerda a su madre. Aquel día. Y el día que lo cogieron preso. Y todos los días dentro… Un cabeceo y en un segundo un flechazo de sueño y el quedarse dormido, y al volver, tratar de pensar en lo que estaba. Recuerda a El Chino corriendo y el camino que cogió en las cuatro esquinas, y se queda por un momento parado, mirándolo como salta un charco de agua con reflejos rojos. Sueña que sueña otra vez el silbato del policía. Empieza a correr de nuevo en el sueño. Una reja que se abre y se cierra a sus espaldas. Se despierta sobresaltado. Mira otra vez a su alrededor. Ellos en camino por el mismo camino por el mismo paisaje y otra vez a su interior lleno de recuerdos. Como si fueran palpables las imágenes unas tras otras sucediéndose, ellos la trinidad, tres en uno, E Meta Lókan. Son tres corazones en uno…, en un lazo de amistad que los une con sinceridad. Ahora ya van pa’ Kunanbansa que to’el mundo pa’ la en Nganga. Para él, pero en voz alta, afirma:

—Al atravesao ya le iba entrando la clave.



© Imagen de portada: Parada Cubana por la Avenida de las Américas (sexta avenida) y la 59 calle, al lado la estatua de José Martí en New York. De izquierda a derecha: el artista visual Arturo Cuenca; Arístides Falcón Paradí; La China Mi Kan, dueña del restaurante La Palma; Emilio Ichikawa; y el músico Vicente Sánchez (archivo personal de Arístides Falcón-Paradí).




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La sombra romana

Juan Arcocha

Hay días, como hoy, en que me pesa más que otros la omnipresencia de mi Sombra. Esa mirada fría posada perennemente sobre mí. Ese atentado constante a mi intimidad.

Fragmento de la novela inédita ‘La sombra romana’, de Juan Arcocha (1927-2010).





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