La Habana: ‘Skyline’, jerga personal

En el año 2018, la historiadora cubana Lohania Aruca se preguntaba en un breve texto si La Habana era o no una ciudad caribeña. Esta interpelación es, ante todo, la puesta en claro de la complejidad que entraña “describir” un espacio, también complejo desde su fundación. Allí, la investigadora tomaba nota de la dualidad que marca a La Habana en relación con su pertenencia geográfica, puesto que su primera fundación ocurrió al sur, en el límite con la Cuenca del Mar de Las Antillas y luego, en 1519, fue refundada en lo que es hoy el puerto de La Habana,[1] zona que limita con el sur de las aguas del Golfo de México. 

Si para responder a la pregunta de Aruca solo se tuvieran en cuenta las nociones geográficas e históricas que presenta, podría decirse que desde el siglo XVI La Habana es esa zona liminal que “nos separa y, al propio tiempo, nos une con dos prominentes países de América del Norte, los actuales Estados Unidos de América y los Estados Unidos de México” (2018). 

De esta imagen que propone Aruca quisiera rescatar la idea de La Habana como enlace, como puente, quizás como autopista —imagen que ha sido recreada por el narrador cubano Jorge Enrique Lage, en La autopista: the movie (2014)— que (se) conecta y (se) desconecta con el continente americano y sus islas del Caribe. Esta figuración doble en la “pertenencia”, continental y caribeña, que conecta y desconecta, que es mar y tierra, implica que desde la propia Habana se mire a ambos espacios culturales y que su estudio promueva, en un contexto cultural amplio, un abordaje que tome en consideración los despliegues epistemológicos de esta suerte de espacio que es autopista hacia América y hacia el Caribe. 

En medio de este espacio globalizado y neoliberal se potencian, problematizando nuestra relación humana con ellas, las redes de conexión al interior de los países y fuera de sus fronteras: las autopistas, los aeropuertos, las redes de (in)comunicación a través de Internet.

El marco temporal que he escogido para pensar La Habana en diálogo con otras ciudades del resto de Latinoamérica y el Caribe va desde los años 90 a la actualidad, puesto que advierto en esta etapa algunas preocupaciones comunes y desfasajes temáticos que emergen de las ficciones literarias de estos años. 





Isla diseminada. Ensayos sobre Cuba

Los textos cubren diversas áreas de la cultura cubana, desde la literatura y la antropología hasta la música y la arquitectura. Nuestro compromiso fue conectar horizontes del diálogo dentro de los estudios cubanos, diferentes en cuanto a tradición académica, región del mundo y lengua. Queríamos un diálogo de ideas.

Justo Planas, Reynaldo Lastre, Alex Werner & Jorge Alvis (eds.).







En el horno de los 90[2]

Luego del derrumbe del Muro de Berlín y de la presentación de las diez medidas económicas de John Williamson, conocidas más tarde como “el consenso de Washington”, en la mayor parte de los países de América Latina comenzó a implementarse sistemáticamente un modelo de desarrollo apremiante, que parecía dar la espalda a las especificidades de la región y de sus carencias previas. Este modelo que, como bien apunta Jorge Locane, ya había sido puesto en marcha de manera experimental en el Chile de Pinochet, incorporaba de golpe a la región en la dinámica económica y cultural de una nueva etapa de “modernización neoliberal” (2016). 

La aplicación de este modelo profundizó en la mayoría de las ciudades latinoamericanas la desigualdad social y urbana; descrito certeramente por William Robinson al señalar que la globalización capitalista en América Latina resultó en una rápida polarización social en la que fue visible un empobrecimiento masivo, a la par de un surgimiento de nuevos sectores de alto consumo que abarrotaron los centros comerciales de lujo, que comenzaban a verse por aquellos años en muchas ciudades latinoamericanas (ibíd.:228). 

En medio de este espacio globalizado y neoliberal se potencian, problematizando nuestra relación humana con ellas, las redes de conexión al interior de los países y fuera de sus fronteras: las autopistas, los aeropuertos, las redes de (in)comunicación a través de Internet. La apertura de las ciudades hacia una economía brutal de consumo creó grandes supermercados en los que, como ya apuntaba William Robinson, había —y hay— una masa de personas consumiendo, al lado de otras que van a mirar u otras que ni siquiera pasan el umbral de las puertas de entrada. 

En el discurso urbano de América Latina y el Caribe comienzan a insertarse algunas nociones como las de ciudad global, informacional o de los flujos.

Casi todas las ciudades de América Latina cuentan por un lado con un significativo aeropuerto internacional (Ciudad de México, Buenos Aires, São Paulo, Lima, Santiago, Ciudad de Panamá) que las conecta con múltiples destinos y, por otro, con extensas autopistas que tienen ese mismo fin de interconexión, en medio del acelerado crecimiento de aquellas hacia sus bordes. El conjunto de estos “no-lugares”, como los reconozco con Augé (2000),[3] forman parte también de ese flujo incesante de las comunicaciones urbanas, sus desplazamientos y extensiones en el entorno de un mundo que da la idea de ser transterritorial. 

Teniendo como marco lo anterior, en el discurso urbano de América Latina y el Caribe comienzan a insertarse algunas nociones como las de ciudad global, informacional o de los flujos, que han sido términos pensados, de modo general, para algunas ciudades de Europa, Estados Unidos y Asia.[4]

Al margen de las intensas y muy atinadas discusiones recientes alrededor de si las ciudades latinoamericanas son globales o no, tal y como las entiende Saskia Sassen (1991), o si en algunas de ellas lo que se presentan son porciones de ciudad global, informacional o de los flujos,[5] estos conceptos aúnan, de modo general, la idea de que en el mundo actual ha ocurrido una descomposición del orden tradicional que solía poseer un centro desde donde se irradiaba el poder político, religioso y económico, y que producía una cierta homogenización en zonas de influencia (Locane, 2016:58). 

En medio de la internacionalización económica y el proceso de globalización neoliberal, lo fragmentario, las exclusiones sociales, los altos índices de pobreza o la profunda desigualdad en la distribución de las riquezas[6] son algunos de los aspectos que caracterizan a las ciudades latinoamericanas y caribeñas en las que hoy suelen abundar las rejas y los muros; las alarmas y las cercas; los barrios protegidos y los cerrados, y al frente —atrás o al costado— de todos ellos, la violencia, la inseguridad, la precariedad de otros espacios que se nos presentan en forma de villas miseria, favelas, islas urbanas, etcétera. 

Me interesa destacar dos cuestiones fundamentales: La Habana como ciudad de edificios bajos y como contenedora de una precaria base económica.

Al poner a dialogar este escueto panorama que he descrito con el espacio físico y social de La Habana, si bien advierto ciertas regularidades —en diferentes escalas— entre ella y el conjunto de las ciudades latinoamericanas y caribeñas (creciente desigualdad social,[7] paulatina o drástica segregación urbana, alta densidad demográfica), brotan del análisis algunas particularidades que, desde mi punto de vista, están relacionadas, en lo fundamental, con el tipo de modelo político, económico y social que sostiene Cuba desde hace sesenta y tres años. En 2006, el arquitecto, investigador y diseñador urbano Mario Coyula advertía que La Habana actual era 

una ciudad preservada por omisión, baja, densa, compacta y a la vez dispersa, con una intensa animación humana que no se corresponde con su precaria y confusa base económica; y donde se aprecian ya elementos de cambio en la forma urbana derivados de la circulación de dos monedas y la búsqueda desesperada de la subsistencia a expensas muchas veces de valores éticos tradicionales (2006:52).

De este fragmento me interesa destacar dos cuestiones fundamentales: La Habana como ciudad de edificios bajos y como contenedora de una precaria base económica. Esta última idea relacionada con la precarización económica en la que se encuentra La Habana de 2006 —y que no es drásticamente diferente casi quince años después— obliga a pensar en un suceso que insertó al país en una profunda complejidad económica, política y social. 

Aquel derrumbe del Muro de Berlín y con él la caída de los grandes relatos socialistas —unido al consenso de Washington— que había reinsertado de golpe a muchos países latinoamericanos y caribeños en el mercado capitalista neoliberal, sumió a Cuba y a La Habana —“ciudad epicentro desde el que se piensa, se formula y se dispone el relato de lo nacional-cubano, los proyectos de la identidad y de la ciudadanía” (Camejo, 2017:44)— en una etapa de acentuación de desigualdades, de profundas carencias económicas y habitacionales que aún hoy siguen “siendo notables en la concentración de ciudadelas, focos y barrios insalubres” (Sarduy, 2016).[8]

Los artistas e intelectuales tematizaron, expusieron, discutieron —y muchos lo hacen todavía hoy— las consecuencias de la crisis en sus obras y destinos individuales.

Bruscamente, La Habana experimentó una situación muy particular que ha descrito de manera muy certera el profesor cubano Ariel Camejo y que me permito citar aquí in extenso

La ciudad se vio enfrentada no solo a la ingravidez sociopolítica que representaba el colapso del “socialismo efectivo”, sino también a la dificultad que implicaba exponer su ingenua corporeidad histórica (aún militante de los ideales modernistas y el utopismo social) en el mapa difuso de la pos-nación: un régimen fronterizo disuelto por las migraciones y la tecnología; un territorio multiplicado infinitamente en las nuevas superficies de circulación del pensamiento, el arte o la economía; una población nómada cada vez más desligada de la identidad concebida como emplazamiento geográfico;[9] la vivencia de un estado de cruce permanente, de una exposición del cuerpo a los sistemas de límites tradicionalmente aislados por los comportamientos regulares de lo nacional (códigos lingüísticos, sistemas de prohibición, esquemas ciudadanos, inscripciones legales), entre otros tantos elementos que configuran esa suerte de “estado de umbral” en el que viven la sociedad y la cultura cubanas durante la década de los noventa (2017:45). 

Esta crisis estructural en Cuba, que implicó, entre otras muchas medidas, abrirse al turismo, flexibilizar la economía y establecer “relaciones creativas con el mercado” (Espina, 2008), produjo un quiebre en la ciudadanía, un proceso de reestratificación social que invirtió parcialmente los avances en materia de equidad logrados en las décadas anteriores, una vez triunfada la Revolución. Este panorama social aparece configurado en una buena parte de las obras literarias y artísticas de estos años. En este sentido, Aurelio Alonso ha destacado que esta crisis irrumpió en la sociedad cubana no solo en forma económica, sino que trascendió a una dimensión espiritual, que implicó —con algunas secuelas importantes en la actualidad— “una crisis de paradigma, de incertidumbre, de poder prever o no poder prever el futuro —ni en el plano existencial ni en el político—, de no saber con certeza si continuaríamos viviendo en una sociedad capaz de plantearse metas y de orientarse hacia ellas, de cumplirlas o de incumplirlas, y de rectificar rumbos” (2011:1). 

Los artistas e intelectuales tematizaron, expusieron, discutieron —y muchos lo hacen todavía hoy— las consecuencias de la crisis en sus obras y destinos individuales. Nuevas temáticas, motivaciones y dinámicas se instalaron en la producción cultural. Con una mayor sistematicidad se trataron asuntos como la emigración, la prostitución, la corrupción, la doble moral, las innegables diferencias socioeconómicas entre los que poseían los dólares o monedas fuertes y los que no lo hacían. El fracaso, la depresión, la soledad, la muerte, las drogas, la homosexualidad, la violencia doméstica, las terribles relaciones entre padres e hijos y entre estos y sus padres, aparecen en los textos como temas y preocupaciones de época (Álvarez Pitaluga, 2010:83)[10] y se desarrollan fundamentalmente en el espacio de La Habana. 

Este momento marcó un éxodo notable de intelectuales y artistas que se radicaron en el exterior y que formarían parte de una tercera generación de emigrantes; hecho que trajo consigo el aumento de un fenómeno denominado “gigantismo cultural” o “cultura extrainsular”.

En este período se dio un fenómeno muy particular que enriqueció los vínculos culturales de algunos artistas e intelectuales con el exterior. Estos, a falta de subvención estatal, quedaron más “libres” para encontrar espacios para sus producciones y modos de expresión, que ya no solo tenían lugar dentro, sino también fuera de Cuba. Este momento marcó un éxodo notable de intelectuales y artistas que se radicaron en el exterior y que formarían parte de una tercera generación de emigrantes; hecho que trajo consigo el aumento de un fenómeno denominado “gigantismo cultural” o “cultura extrainsular” (íd.), que se refiere a las amplias y probadas capacidades de producción cultural de la nación, las cuales desbordaban sus fronteras y le daban una connotación de suceso internacional.[11]

A la par que sucedía esto en el ambiente literario y cultural de La Habana y en los modos de leer la literatura producida por aquellos años,[12] desde muchas de las ciudades de América Latina se experimentaban búsquedas estéticas asociadas, entre otras, con la memoria de las dictaduras o con las nuevas formas de narrar la historia, o con los códigos transnacionales, transterritoriales, el mundo pop y la ciudad global, que daban cuenta de los vínculos de las ciudades no solo con la economía y política neoliberal, sino también con la cultura que estos sucesos traían consigo. La aparición de McOndo (Chile) y el Crack (México) en 1996 era un signo de que, para una parte de la intelectualidad: 

las raíces de la América Latina de ese momento ya no estaban en los paisajes desbordados de la selva o en los dictadores inmortales que se pudren sin remedio, sino en los rascacielos de un mundo urbano y globalizado económica, política y culturalmente, poblado de autopistas y centros comerciales, inundado de televisión por cable, contaminado y sobrepoblado, saturado de medios masivos de comunicación y cultura pop. La narrativa previa ya no concordaba con la nueva realidad de una América Latina integrada cabalmente al capitalismo multinacional (Galdman, 2016:360). 

La Habana, en su realidad física, no ha experimentado las transformaciones en la imagen urbana de una buena parte de las ciudades latinoamericanas y caribeñas.





Isla diseminada. Ensayos sobre Cuba

Los textos cubren diversas áreas de la cultura cubana, desde la literatura y la antropología hasta la música y la arquitectura. Nuestro compromiso fue conectar horizontes del diálogo dentro de los estudios cubanos, diferentes en cuanto a tradición académica, región del mundo y lengua. Queríamos un diálogo de ideas.

Justo Planas, Reynaldo Lastre, Alex Werner & Jorge Alvis (eds.).







La Habana: skyline[13]

La Habana, en su realidad física, no ha experimentado las transformaciones en la imagen urbana de una buena parte de las ciudades latinoamericanas y caribeñas, donde cada vez hay más autopistas, grandes supermercados, edificios altos o estructuras de vidrio. Coyula señala que, de no haber estado en pie el modelo de corte socialista que se implementó con la Revolución de 1959, La Habana podría haber sido —o podrá ser, digo yo— una ciudad 

no muy diferente a cómo la proyectaba el plan maestro de Sert en 1956-1958: una gran capital de cuatro millones de habitantes, definitivamente distanciada de las otras ciudades cubanas; dominada por el auto privado, con un Malecón bloqueado por una pared casi continua de edificios altos y una isla artificial al frente, y un centro terciarizado y seguramente elitizado, donde el patrimonio histórico hubiera quedado reducido a unos cuantos edificios antiguos singulares. Esa ciudad sería todavía más norteamericana que en los años 50: por un lado torres anónimas de oficinas, grandes corporaciones y cadenas comerciales transnacionales. Los condominios de lujo en las mejores ubicaciones, y los repartos elegantes cada vez más alejados, segregados y dispersos se habrían extendido enormemente a lo largo del litoral, aumentando la diferencia con la ciudad del Sur. La mala salud congénita de ese tipo de ciudad dual quedaría probablemente oculta bajo una cara esplendorosa: anuncios lumínicos, teatros, restaurantes, casinos y hoteles de lujo. La Habana estaría inundada por turistas estadounidenses; con un cinturón indefinido de barrios insalubres adonde irían a parar los excluidos de antes y de siempre, y los desplazados de los barrios centrales. En resumen, […] se parecería más a cualquier otra gran ciudad (2006:49-55). 

De esta suma de características de lo que podría haber sido —o podrá ser— La Habana hay algunas que, con el paso de estos años desde la escritura del texto de Coyula, se han convertido en un hecho, unas que están a pasos de serlo y otras que no han sido.[14]

El Malecón continúa siendo un frente costero de edificios, por lo general bajos; no hay isla flotante al frente. 

Hoy, la imagen de La Habana cambia: al lado de innumerables edificaciones que forman parte del patrimonio histórico de la ciudad (colonial y republicana), se construyen hoteles de lujo;[15] se empieza a observar remodelaciones de altas torres de oficinas (Lonja del Comercio); se comienza a ver, parcialmente, un centro histórico en vías de terciarización o elitizado (Alemán, 2019); existe desde inicio del siglo XX un despliegue de repartos elegantes alejados y enclavados a lo largo del litoral, lo cual aumenta la diferencia con la ciudad del Sur (Miramar, Siboney vs. San Miguel del Padrón o Luyanó); hay muy moderados anuncios lumínicos; se observan barrios insalubres adonde van a parar los excluidos de antes y de siempre (los “llega y pon”[16] de Casa Blanca o San Miguel del Padrón). 

Siguen estando ausente de esta imagen urbana los cuatro millones de habitantes que Coyula imaginaba, por lo cual, aunque La Habana sigue siendo una ciudad hacinada, que crece hacia adentro,[17] hacia el interior de las casas, sigue sin ostentar la categoría de megaciudad.[18]

Al propio tiempo, el Malecón continúa siendo un frente costero de edificios, por lo general bajos; no hay isla flotante al frente; el deficiente transporte estatal y los almendrones siguen dominando las avenidas —construidas antes de 1959—; no hay grandes autopistas que conecten los distintos puntos del país o a Cuba con otras islas o espacios del área continental —solo aparece esto como gesto estético-ficcional en la narrativa de Lage, por ejemplo, como ya he mencionado anteriormente. 

A medio camino entre un continente y unas islas, La Habana vive aún en una dimensión en la que el Estado marca todavía el orden tradicional que centraliza el poder político, económico y cultural.

En la gran y desigual red de ciudades informacionales, conectadas al flujo transnacional de la comunicación y los negocios, La Habana sigue siendo un caso atípico: en 2015, la única empresa de telecomunicaciones nacional (ETECSA) activó[19]puntos inalámbricos mediante WiFi en espacios públicos (fundamentalmente plazas) y entre diciembre de 2016 y febrero de 2017 comenzaron a realizar pruebas para instalar Internet en las casas, recursos que siguen siendo muy costosos comparados con los salarios de los cubanos y que dificultan el acceso abierto. 

Entonces, en una ciudad que, por una parte, experimenta a nivel urbano y social algunas de las problemáticas propias de otras de América Latina y el Caribe, y que, por otra, ha mantenido notables diferencias con la imagen urbana característica de ciudades que han entrado en el mundo capitalista neoliberal; una ciudad donde la conectividad a Internet, a los flujos de información transnacionales y a la conexión “mundial” se dan de modos insospechados, mediante el paquete semanal, por ejemplo;[20] donde existen deprimidas autopistas, aeropuertos de una sola pista o supermercados desabastecidos… En medio de esta cartografía, cómo estudiar La Habana desde la complejidad conceptual, ya no de la ciudad global propuesta por Saskia Sassen (1991), sino desde lo que esta categoría aporta a las ciudades del continente latinoamericano y caribeño, especialmente cubano. ¿Cómo pensar La Habana como ciudad de los flujos, de lo informacional, tal y como puede hacerse —en diferentes niveles— con otras ciudades del continente y del Caribe, si experimenta estas conexiones desde un lugar periférico, desde la periferia de una periferia (Latinoamérica)? 

En el “entre-lugar”, en una parada de autopista entre un punto A y uno B, a medio camino entre un continente y unas islas, La Habana vive aún en una dimensión en la que el Estado marca todavía el orden tradicional que centraliza el poder político, económico y cultural. En una ciudad que si bien hace tiempo diluye sus fronteras culturales y extiende sus marcos y su comunicabilidad, pero donde el Estado orienta las políticas culturales, fija los símbolos urbanos, y hasta las decisiones editoriales (Haug, 2018), pensar en términos como los de ciudad global, globalidad y flujos sigue siendo un inmenso desafío. Aún mayor cuando de una parte de las ficciones literarias cubanas se desprenden tales categorías, que no son nuevas para el campo literario latinoamericano, como ya demostraron MacOndo y el Crack, pero que aparecen sistematizadas en el caso cubano casi diez años más tarde. 

La Habana que hoy vemos y nos ve —cambiada y cambiante—, esa que ha comenzado a configurarse física y simbólicamente a partir de los años 2000, es también La Habana explorada por las recientes ficciones de un grupo de escritores cubanos.

En medio de las particularidades de La Habana, ¿cómo conecta hoy la experiencia estética de los jóvenes narradores cubanos que siguen signados por la insularidad —de siempre—, por el (a)islamiento y al mismo tiempo la conexión alternativa —de siempre—, con la creación de autopistas, el enfrentamiento a los muros o La Habana como no-lugar? 





Isla diseminada. Ensayos sobre Cuba

Los textos cubren diversas áreas de la cultura cubana, desde la literatura y la antropología hasta la música y la arquitectura. Nuestro compromiso fue conectar horizontes del diálogo dentro de los estudios cubanos, diferentes en cuanto a tradición académica, región del mundo y lengua. Queríamos un diálogo de ideas.

Justo Planas, Reynaldo Lastre, Alex Werner & Jorge Alvis (eds.).







La Habana: jerga personal[21]

La Habana que hoy vemos y nos ve —cambiada y cambiante—, esa que ha comenzado a configurarse física y simbólicamente a partir de los años 2000, es también La Habana explorada por las recientes ficciones de un grupo de escritores cubanos[22] que, nacidos en los años 70, llegaron durante su adolescencia o temprana juventud al contexto de una ciudad atravesada por el desmantelamiento físico y social de un proyecto político.[23] La Habana a la que ellos llegan es aquella —aquel horno— de los años 90 cubanos, que esbocé más arriba. Lo anterior no constituye un dato menor cuando de los textos narrativos de muchos de esos autores se desprende un conjunto de ideas relacionadas con este período y que podemos cartografiar, con diferentes intensidades, en las tempranas escrituras de Dazra Novak (Cuerpo reservado, 2007; Cuerpo público, 2008) o en dos de las más recientes de Jorge Enrique Lage (Carbono 14. Una novela de culto, 2012; La autopista: the movie, 2014). 

La Habana de los textos de Dazra Novak es “una ciudad de mucha historia, gente, guerra, victoria, silencio, muerte, sexo” (2007:47). La ciudad parece fotografiada “textualmente” al interior —a puertas adentro— de ella misma, al tiempo que carga sobre sus espaldas con la responsabilidad de rescatar su propia historia, su memoria y su gente, aunque ello implique quedarse en un tiempo muerto. Aquí, aparece una Habana-malecón, ciudad abandonada por el continente, ciudad basura, marcada por el alcohol, los carnavales, la mente en blanco, la gente que sonríe, una ciudad-mar “que quiere escupir y lanzar afuera” a su gente (ibíd.:40). 

Una ciudad de medias tintas; una ciudad también repleta de matices, con sus infinitas combinaciones; una ciudad que escapa de los binarismos, que pone en crisis la noción de lugar o no-lugar.

Uno de los personajes creados por Novak, en su primer libro publicado, se tatúa una golondrina, “un ave que se va pero regresa, que habita un poco en los dos lugares, que no es de aquí ni de allá” (ibíd.:11); lo cual en el entorno discursivo de esta narradora resulta altamente simbólico porque habla no solo de la nostalgia de una ciudad —un país—, sino también de la condición de sus ciudadanos de estar en el entre-lugar: entre ir y quedarse, entre estar y no estar, entre “volar” o morir. 

Una ciudad de medias tintas; una ciudad también repleta de matices, con sus infinitas combinaciones; una ciudad que escapa de los binarismos, que pone en crisis la noción de lugar o no-lugar y que nos sitúa en el entre-lugar del espacio citadino (La Habana y sus afueras) y en el entre-lugar del propio texto narrativo —que es a un tiempo imagen y narración—, parecen ser algunos de los atributos de La Habana de los textos de Novak. 

Sostienen la anterior sospecha la idea de un tiempo muerto en los relatos que nos instaura en esa temporalidad entre la espera y la velocidad; la mente en blanco de muchos de los personajes de las historias, mentes que no están aquí ni allá, mentes en estado de standby, en suspensión temporal; el aspecto de la gente que sonríe y que por tanto no está completamente riendo ni tampoco seria del todo; la indistinción entre el lugar y su frontera, que es visible en la imagen de La Habana-malecón; o la figuración de una ciudad —y un país— abandonada(os) por el continente —¿a la deriva?—, desarraigada, desterritorializada de un cuerpo continental compacto, fracturada de un todo; una ciudad —y un país— geográficamente separada(os) de un cuerpo mayor, ciudad basura (resto, ruina, deshecho del continente), ciudad-alcohol que hace bien y mal, que apacigua penas, que puede provocar la muerte. 

En la mayoría de los relatos de Novak subyace una mordaz crítica a la ciudad.

La Habana de los textos de Dazra es, también, el lugar textual de la posibilidad: el lugar donde pueden convivir las configuraciones simbólicas de textos literarios anteriores con otras de textos más actuales. Sus relatos enlazan la tradición harto conocida de La Habana en ruinas de los años 90, con una Habana otra que es capaz de sostener, de llevar en peso su historicidad. Ice World, ese mundo congelado al que alude el título de uno de sus cuentos y que es al cabo la imagen estática de la ciudad habanera, permite establecer este vínculo. 

De un lado, pueden apreciarse semas asociados con la ruina y el desencanto, tales como la arquitectura derruida por completo, las calles viejas, el agua estancada, los carteles viejos, las viejas en la bodega,[24] “tanta gente, tantas voces y tanta muerte” (ibíd.:32); mientras que a la par de este discurso que alude a la decadencia humana y citadina, se coloca otro, que establece una especie de reconciliación con la ciudad, la gente y uno mismo, en un canto que reza: “quiéreme mucho, dulce amor mío, [¿dulce ciudad mía?] que amante siempre te adoraré” (ibíd.:33). 

En la mayoría de los relatos de Novak subyace una mordaz crítica a la ciudad, aunque de modo simultáneo aparece un canto apaciguado por ella; existe una instancia bisagra en sus textos que deja al lector estar en uno y otro lado, y también le posibilita concebir una imagen estática (fotográfica) de la ciudad al lado de otra, en movimiento, que permite (re)correr La Habana, tal y como lo hace la propia autora en su blog digital Habanapordentro

La narrativa de Novak no exhibe la preocupación de La Habana como no-lugar.

La experiencia estética de Dazra con La Habana está conectada y desconectada con la insularidad de siempre; lo cual es visible en el aislamiento de los amigos y de los afectos que podemos rastrear toda vez que sus textos hacen referencia a la migración. Marca esta experiencia, además, una noción de La Habana como entre-lugar, espacio intermedio entre la ciudad y su frontera: la ciudad y su muro de “hormigón desalmado comprimiendo La Habana y su realidad” (2007:8). 

Al lado de otras poéticas cubanas contemporáneas, que intentan tachar o anular la ciudad —al menos como gesto, porque muchas veces no lo experimentan sistemáticamente en la textualidad—, la narrativa de Novak no exhibe la preocupación de La Habana como no-lugar, como espacio de negación de identidad, ni de desencanto a secas; tampoco parece mostrarse preocupada por las características de una «ciudad global» o por el trazado urbano de autopistas, aeropuertos ni supermercados. Sus textos, en todo caso, recurren, sin ánimo «realista», a una ciudad anclada a su imagen fáctica. Importa en Novak una Habana marcada por el desarraigo, el sexo, la homosexualidad, el amor, la responsabilidad social, la emigración, la marginalidad, en pos de presentar estética y ficcionalmente un relato perturbador, opresivo y oscuro del entorno urbano que, una y otra vez, revive cada uno de sus personajes.[25]

Aunque el foco de la mirada de la narradora no está puesto en la «realidad» de lo social —ya que sus textos parecen situarse en ese borde perdido entre la realidad y la ficción, en esa incomodidad con «lo real» (¿de lo social?), propia de las escrituras más contemporáneas que se construyen desde la autoficción, con un narrador en primera persona (álter ego) que se confunde con la voz del autor y crea ese espejismo entre lo real, lo biográfico y lo ficcional—, sus textos siguen apostando por la referencia al “lugar”, a la ciudad, a La Habana, en un intento por establecer una instancia bisagra, doble, de ida y vuelta, pero “ubicada” en el entre-lugar. 

Puede ser La Habana, en la misma medida que es cualquier otra ciudad del mundo. 

Aquí, La Habana no es muro ni no-lugar, La Habana está en vías de…, a punto de…, en el entre-lugar que permite “pensar lo que uno realmente es, lo que uno desea ser” (Viera, 2019a:113). 

Otra Habana —con otra emocionalidad— se configura en los textos de Jorge Enrique Lage. Dos de sus más recientes publicaciones (Carbono 14… y La autopista…) toman nota de los intentos por crear una ciudad otra y anclarla en un discurso marcado por las redes de información, de interconexión geográfica o el mundo global, en el que resuenan algunas ideas de las exploradas en el primer acápite de este trabajo (ciudad global, ciudad de los flujos, ciudad-autopista). 

El conjunto de su obra muestra una Habana que va desde lo grotesco, monstruoso e irreal de lo cotidiano (Lage, 2012); a otra, marcada por la fragmentación de una escritura “picoteada” por los buitres de y sobre la ciudad (2011); a otra, que se concibe desde la perturbación y el extrañamiento de un territorio minado por los vicios de la globalización, del lugar de paso (2014), hasta llegar a una Habana pop, espía-fantasma, vigilada-vigilante, represiva, transexual (2015). 

Tal y como he apuntado en otras oportunidades (Viera, 2018, 2019b), al interior de la narrativa del escritor todos estos fragmentos “habaneros” parecen estarse pensando desde una instancia deslocalizada; puede ser La Habana, en la misma medida que es cualquier otra ciudad del mundo. 

En los textos de Lage subyace una relación conflictiva entre lo local y lo global, lo nacional y lo cosmopolita, de modo que La Habana es también New York, Madrid, Buenos Aires

La referencia al espacio citadino a veces es solo un dato, puesto que el discurso textual apuesta por violar un territorio que ahora parece estar altamente marcado por la globalización, por dinámicas propias de otras ciudades europeas o norteamericanas profundamente pop, cosmopolitas, ciudades de los no-lugares —a la manera que los concibe Marc Augé (2000): supermercados, aeropuertos, autopistas donde los seres humanos pierden su sentido antropológico de lugar—. 

Su primera novela, Carbono 14. Una novela de culto, puede ilustrarlo, puesto que es una historia que tiene como plataforma La Habana de cualquier año del siglo XXI. La Habana es, en este texto, una ciudad absurda, marcada por una atmósfera profundamente irreal. Evelyn y JE, sus protagonistas, son dos personajes que buscan un sentido que se ha perdido para siempre y es muy significativo que este sentido perdido esté vagando por La Habana más inmediata, que es la de ahora mismo, y la de unos años más, la de una Habana futura. El texto muestra la realidad de lo irreal en la cotidianidad “habanera”, o en otro cualquier lugar. Contradictoriamente, la ciudad se desdibuja porque pasa a ser un territorio que no existe y apenas importa. Evelyn, “cae del cielo” en la historia, ha llegado al texto —y a La Habana, “una ciudad que vive el siglo XXI entre tecnología y sinsentido”— (Lage, 2012:84) sin saber cómo, viene de un planeta del que tiene muy poca memoria llamado Cuba, que todo parece indicar que se ha desintegrado. 

En los textos de Lage subyace una relación conflictiva entre lo local y lo global, lo nacional y lo cosmopolita, de modo que La Habana es también New York, Madrid, Buenos Aires, espacios todos en los que pueden convivir naturalmente los buitres que vuelan sobre la ciudad habanera, con Jackson Pollock, Peter Handke, Kurt Cobain, Charles Darwin, Wendy Darling, Fidel Castro o el presidente de la Coca Cola. Sus textos dan la impresión de querer desencializar la idea de La Habana —como centro en el que se discuten los destinos de la nación— asociada con referentes de muy larga data a los que ha aludido de manera certera Catalina Quesada-Gómez (2016). 

Se está en presencia de una ciudad donde nadie sabe dónde está parado y en la que se ha perdido el sentido antropológico de lugar.

La forma fragmentada y desarticulada de la mayoría de los libros de Lage hace pensar en una especie de relato esquizoide de la ciudad —y de la nación—, desde donde se establece una ruptura con los referentes identitarios de la ciudad —física— y se crean, en forma de deshechos, como mancha tóxica, significantes perturbadores que imposibilitan relacionarlos con la instancia fáctica de La Habana hoy. 

La manera fragmentada, anotada y múltiple de la escritura que aquel concibe y los personajes al interior de esa pluralidad y fractura de perspectivas, junto a la ruptura de los realismos escriturales tan del gusto de las narrativas cubanas de los 90, son la marca estética de un intento consciente por subvertir los valores de la ficción cubana, enfocada en trabajar con el espacio habanero. Sus textos evidencian a nivel temático y estructural una forma desviada de afrontar la ficción, la literatura y por consiguiente la “propia” Habana. Tal y como plantea el investigador argentino Francisco Marguch a propósito de un texto sobre el espacio, el territorio estético y los modos de habitarlos, en Lage, 

allí donde pareciera que hay límites infranqueables, siempre hay contaminación con un afuera. Allí donde creemos que no hay cambios de estado, hay latencias insospechadas, vectores y fuerzas virtuales de animación. El espacio [sus múltiples Habanas] se nos presenta como algo dinámico, inmenso, inacabable e infinitamente divisible (2016:1). 

Se está en presencia de una ciudad donde nadie sabe dónde está parado y en la que se ha perdido el sentido antropológico de lugar; una ciudad marcada por la compresión espacio-temporal y en la que todo está íntimamente conectado, en la que los colores de la Pepsi (cola) son los mismos que los de la bandera cubana, en la que Fidel —como símbolo insigne de lo local— establece conexión con la Coca Cola —como símbolo de lo global— y se unen por extraños diálogos que los traspasan. La ciudad que aquí se presenta es una urbe desterritorializada (Ortiz) en la se han borrado las restricciones —realistas— que impone el medio físico, en la que se han difuminado los límites, las fronteras que la propia autopista que ensaya en uno de sus libros conecta. 

Para pensarlo con Foucault (1984), en sus textos Lage practica una heterotopología —ciencia que describe los espacios otros— para materializar una ciudad otra en la escritura.

Que en la experiencia estética de Lage La Habana aparezca como dato anecdótico, como urbe cosmopolita y globalizada, es quizás un gesto de hacer esta literatura transnacional, cosmopolita, universal. Es en el diálogo en negativo con los referentes cubanos que se actualizan los textos de este narrador, lo cual implica un traspaso de los límites del imaginario citadino —y nacional—, para dialogar con él, y a un tiempo, “superarlo” y ensancharlo. La ciudad en Lage, como he comentado en otras oportunidades, queda al margen de contenidos esencialistas, para ser un “plan B” o, si se quiere una metáfora más literaria, una Ítaca cuya fuerza atractiva consiste en estar siempre lejana, en ser siempre un lugar efímero, imaginado» (Luiselli, 2010:15), una “ciudad a lo lejos” (Nancy, 2013:9). 

Puede leerse en el conjunto de su obra la anticipación de un estado físico, económico, social y cultural en el que la ciudad “real” aún no está, pero en el que estéticamente está en realidad. La Habana de Lage es configurada desde la heterotopía, instancia que para Foucault es la posibilidad estética; donde el estilo, esa nueva forma de vida, permite al sujeto cierta práctica de su libertad, y una posible transgresión a los sistemas de nominación, exclusión, identificación y procesos de subjetivación. Para pensarlo con Foucault (1984), en sus textos Lage practica una heterotopología —ciencia que describe los espacios otros— para materializar una ciudad otra en la escritura. Todo ello permite leer La Habana de Lage como la expresión posible de otro territorio, ahora global, transnacional, comprimido temporal y espacialmente, perdido de toda identidad fija posible. 

Leer La Habana a partir del conjunto de las escrituras de Dazra Novak y Jorge Enrique Lage —como desde las obras de otros escritores generacionalmente cercanos a ellos— implica un compromiso, del tipo que este sea, con una parte de la suma de textos que complejizan el abierto y problemático perfil de la literatura que se escribe actualmente en Cuba y, de modo especial, con aquella que configura el espacio de La Habana. 

La Habana es habitada, anulada y reinventada, liberada, subjetivada y convertida en una nueva ciudad del mundo por las recientes narrativas que se producen en Cuba.

La(s) Habana(s) que aflora(n) de estas escrituras cubanas recientes no está(n) del todo sujeta(s) a las imágenes heroicas, irónicas (Álvarez-Tabío, 2001; Camejo, 2012, 2017), locus amoenuslocus decadentis (Padilla, 2014) de la discursividad de la ciudad desde la época colonial, republicana y revolucionaria, ni solo experimenta las imágenes, posibilidades y preocupaciones de una economía y un diseño urbano de corte global (neoliberal). Esta Habana dialoga en negativo, en blanco y negro, como “mancha tóxica” (Haug, 2018) con el capital simbólico e imaginario de la discursividad nacional. Las recientes escrituras de la ciudad intentan llevar al soporte estético preocupaciones venidas y construidas desde esta historicidad nacional —como podemos leer en los textos de Dazra Novak—, combinadas con otras que provienen del marco latinoamericano y caribeño de la ciudad neoliberal, de los espacios de la sobremodernidad: los “no-lugares”, de Marc Augé (2000), que se desprenden de algunos textos de Lage. 

La disolución de la utopía de los años 90 en Cuba ha marcado la estética de los escritores de esta generación y sus modos de configurar la ciudad en la que viven y de la que intentan por todos los medios apartarse, mediante un discurso que aspira a la tachadura de la habaneridad —la cubanidad— (Padilla, 2014; Camejo, 2012, 2017), pero en el que terminan siempre envueltos para ponerlo a dialogar con otras intensidades y emociones. 

La Habana es habitada, anulada y reinventada, liberada, subjetivada y convertida en una nueva ciudad del mundo por las recientes narrativas que se producen en Cuba. Lo anterior nos permite leer y entregarnos a un pacto con “la realidad y lo real” de La Habana en el que lo vital de esa ciudad no solo se juega en nuestra experiencia con su paisaje “efectivo”, sino en los bordes de las escrituras, en los márgenes de los textos reescritos, repensados, cuestionados por quienes actualmente la narran y la leemos.





Isla diseminada. Ensayos sobre Cuba

Los textos cubren diversas áreas de la cultura cubana, desde la literatura y la antropología hasta la música y la arquitectura. Nuestro compromiso fue conectar horizontes del diálogo dentro de los estudios cubanos, diferentes en cuanto a tradición académica, región del mundo y lengua. Queríamos un diálogo de ideas.

Justo Planas, Reynaldo Lastre, Alex Werner & Jorge Alvis (eds.).







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Notas:
[1] Entre la primera fundación y la última ocurrió una intermedia “en la dirección del río Casiguaguas (Chorrera o Almendares)” (Aruca, 2018:1).
[2] Tomo esta referencia del libro homónimo del investigador cubano Fernando Martínez Heredia, pues “el horno” de los años 90 cubanos me sirve como metáfora teórica para dar cuenta de lo abrasador —y candente— de un período marcado por complejas transformaciones sociales, políticas y económicas que traspasan la frontera nacional cubana y adquiere relevancia en otros contextos nacionales (continentales).
[3] No sin problematizar que los no-lugares de Augé pueden ser reconocidos como “lugares” —antropológicamente hablando— por algunos sujetos (2000). 
[4] Cfr. los textos de Jorge Locane (2016) y Blanca Ramírez (2010), pues estos trabajos ofrecen un panorama más amplio de las diferentes críticas que se han realizado de estos términos en el marco de las ciudades latinoamericanas que no comparten las realidades socioculturales y económicas de otras ciudades europeas y norteamericanas de donde se despliegan las ideas de Sassen (1991). 
[5] Un análisis de los efectos de la globalización en ciudades latinoamericanas puede consultarse en Bryan Roberts, que se acerca a las fuerzas que estructuran las economías urbanas y la organización espacial, la globalización “desde arriba”, y de lo que Appadurai llama globalización “desde abajo” (2005:121). En este sentido, su ensayo demuestra que las variaciones en los sistemas urbanos de América Latina ayudan a explicar las diferencias dentro de —y entre— los países latinoamericanos en la naturaleza de sus dependencias y sus perspectivas de desarrollo. 
[6] Como reconoce Roberts: “El impacto de la globalización en las ciudades latinoamericanas es ambiguo y contradictorio […] El impacto de la globalización económica en los mercados laborales y en la configuración del espacio urbano acentúa la inseguridad económica y las desigualdades urbanas” (íd.). 
[7] Es válido acotar que, “aun cuando los estudiosos de las materias de pobreza y desigualdad social siempre insisten en el hecho cierto de que los perfiles propios de la pobreza en Cuba son considerablemente diferentes a los de América Latina y otras áreas del mundo periférico —en el sentido de que pobreza no se identifica en nuestra Isla con exclusión y desamparo, dada la existencia en el país de una red pública de servicios sociales universales, que garantizan acceso masivo a los bienes y servicios más importantes para la vida y la dignidad humana—, no es menos cierto que ello significa que una buena parte de nuestra población se ve impedida de desarrollar una vida cotidiana familiar adecuada, lo que algunos han dado en llamar la cotidianidad difícil” (Sarduy, 2016). En este mismo sentido, para ampliar el panorama sobre desigualdad social en La Habana, sugiero consultar también a Jill Hamberg (2011). 
[8] Para obtener una referencia a un contexto más complejo, recomiendo la “Introducción” de Anke Birkenmair y Esther Whitfield a Havana Beyond the Ruins. Cultural Mappings after 1989, pues allí se mencionan algunos datos que permiten entender La Habana de los años 80 y 90. 
[9] Apuntaría, además, que ese régimen fronterizo disuelto por las migraciones se aplica selectivamente, sobre todo a artistas, escritores, músicos, cineastas. 
[10] Varias obras tratan ese cambio en el imaginario de La Habana de los años 90, entre ellas: Los nuevos paradigmas. Prólogo narrativo al siglo XXI (Letras Cubanas, 2006), de Jorge Fornet; Cuban CurrencyThe dollar and Special Period Fiction(University of Minnesota Press, 2008), de Esther Whitfield; Havana beyond the Ruins. Cultural Mappings after 1989 (Duke University Press, 2011), compilado por Anke Birkenmaier y Esther Whitfield; Utopía, distopía e ingravidez: reconfiguraciones cosmológicas en la narrativa postsoviética cubana (Iberoamericana-Vervuert, 2013), de Odette Casamayor Cisneros; Community and Culture in Post-Soviet Cuba, (Routledge, 2014), de Guillermina de Ferrari; Invento, luego resisto: El Período Especial en Cuba como experiencia y metáfora (1990-2015) (Cuarto Propio, 2016), de Elzbieta Sklodowska. 
[11] En relación con este fenómeno de los años 90 el crítico y curador cubano Iván de la Nuez señala: “a la cultura cubana le ha explotado una bomba. Se ha astillado en múltiples fragmentos, convertida en eso que Antonio Vera León ha identificado como una ‘Cuba cubista’. Este Big Bang tiene detonantes globales que podemos situar en la caída del Muro de Berlín, así como en las inundaciones que a un lado y otro del mundo se han sucedido después de 1989. Pero lo que hoy llamamos diáspora cubana tiene su particular punto de partida en 1991, año en el que un número importante de artistas y escritores que nacieron con la Revolución pasaron al exilio, esta vez dispersado en ciudades como México D. F., Nueva York, Madrid, Barcelona, Moscú, Caracas o París” (2020:110). Y concluye: “La diáspora desata la posibilidad de la extrañeza, la multiplicidad y las salidas alternativas a los fundamentalismos cubanos” (ibíd.:115). Igualmente, es posible poner a dialogar la idea de “gigantismo cultural” con la noción del boom de la literatura cubana de los 90, explicada por Esther Whitfield en Cuban Currency… (agradezco a Anke Birkenmaier por llamar la atención sobre esta relación).
[12] Por ejemplo: Pasado perfecto (1991), Vientos de cuaresma (1994), Máscaras (1997), Paisaje de otoño (1998), de Leonardo Padura; Polizón a bordo (1990), Trilogía sucia de La Habana (1998), El Rey de La Habana (1999), de Pedro Juan Gutiérrez; El pájaro: pincel y tinta china (1999), de Ena Lucía Portela; Travelling (1995), de Reina María Rodríguez; La nada cotidiana(1995), Te di la vida entera (1996), de Zoé Valdés, Un seguidor de Montaigne mira La Habana (1995), Asiento en las ruinas (1997), de Antonio José Ponte; Tuyo es el reino (1997), de Abilio Estévez; Perversiones en el Prado (1999), de Miguel Mejides; o Retrato de A. Hooper y su esposa (1995) y Das Kapital (1997), de Carlos Aguilera.
[13] La imagen de La Habana como skyline es una reapropiación que hago de Skyline (Lage, 2011). 
[14] Para un entendimiento cabal de la obra urbanística de La Habana desde los años 60, pasando por lo que significó el Quinquenio Gris para arquitectos y urbanistas —y para la ciudad misma— hasta llegar al siglo xxi, puede consultarse el pormenorizado texto “El trinquenio amargo y la ciudad distópica: autopsia de una utopía”, de Mario Coyula, en el que su autor reconoce que La Habana es “cada vez más distópica, con su topos dañado, incómodo y disfuncional en la medida en que se pierde el sentido del lugar. Nos vemos cada día reflejados en un espejo cruel que devuelve un rostro desgastado, tiempo atrás animado por la u-topía que nos convocó en su no lugar ideal” (2007:55). 
[15] Tal es el caso del Gran Hotel Manzana Kempinski, 5 estrellas plus, en el que se observan casas de marcas costosas como Mango, Versace o Giorgio; o el Gran Hotel Packcard, o el Hotel Paseo del Prado, o las extravagancias que se están proyectando en Playa y en el Vedado, frente a malecón —como decía Coyula—, o el alardoso hotel proyectado para calle 25 y K, en el Vedado —un edificio de 42 pisos y 156 metros de altura, que ha sido muy criticado por arquitectos cubanos pero que aún así se comienza a realizar—. Cfr. para un mayor desarrollo de este asunto el artículo de Eric Caraballoso, aparecido en OnCuba en mayo de 2019. 
[16] Los “llega y pon” son barrios caracterizados por ubicarse en los márgenes de las principales ciudades del país, con viviendas improvisadas; sus habitantes, la mayoría inmigrantes internos, no cuentan con algunos —o todos— los servicios básicos de alcantarillado, abasto de agua y electricidad. Cfr. en este mismo sentido el libro Los marginales de las Alturas del MiradorUn estudio de caso, del investigador cubano Pablo Rodríguez Ruiz (2011). Este constituye un trabajo de corte etnográfico de un “llega y pon”, ubicado en el habanero municipio de San Miguel del Padrón. Sugiero consultar, igualmente, el texto “The ‘slums’ of Havana”, de Jill Hamberg (2011). 
[17] Imagen que aparece configurada en los relatos del escritor cubano Antonio José Ponte, especialmente en su cuento Un arte de hacer ruinas (2006). 
[18] No ostenta tal categoría porque no lo es. Del panorama descrito por Coyula, lo que ha surgido es el contraste entre la tremenda inversión en megaestructuras hoteleras de lujo y los barrios pobres periféricos en crecimiento. 
[19] Antes, estaba prohibido el acceso desde las casas. Solo podían tener Internet algunos periodistas, académicos, miembros del Buró Político y empresarios estatales, así como extranjeros residentes en Cuba (M. González, 2018). 
[20] Sus orígenes se sitúan alrededor del año 2008 y constituye una selección de 1 TB de información extraída de Internet que incluye, entre otros materiales: películas, reality shows, telenovelas, juegos, actualización de antivirus, revistas, libros, discos, dibujos animados o aplicaciones para celulares y computadoras. 
[21] La imagen de La Habana como jerga personal es una reapropiación que realizo de Skyline (Lage, 2011). 
[22] Entre ellos: Ahmel Echevarría, Orlando Luis Pardo Lazo, Jorge Enrique Lage, Dazra Novak o Raúl Flores Iriarte.
[23] Para situar algunas características de la Generación Año Cero recomiendo los numerosos trabajos que se han venido publicando, tales como el monográfico “Literatura cubana contemporánea: lecturas sobre la Generación Cero”, coordinado en 2017 por Mónica Simal y Walfrido Dorta; o el dossier «Literatura cubana hoy», coordinado por Walfrido Dorta para Cuadernos hispanoamericanos, en su edición de julio-agosto de 2019; o los textos de Jamila Medina, Orlando Luis Pardo Lazo, Lizabel M. Villares, Gilberto Padilla, Ángel Pérez y Javier L. Mora, Caridad Tamayo, Ariel Camejo, Rafael Rojas o Rachel Price, citados en la bibliografía de este artículo. 
[24] Para tener una idea de lo que culturalmente era y es una bodega en Cuba recomiendo los textos “Las bodegas” (2007) y “La bodega cubana por dentro” (R. Pérez, 2015), aparecidos en Juventud Rebelde y en CiberCuba, respectivamente.
[25] Cfr. en este sentido, la entrevista que le hiciera Carlos Manuel Álvarez a la narradora en 2013.


* Este texto forma parte del libro ‘Isla diseminada. Ensayos sobre Cuba‘, de los editores Justo Planas, Reynaldo Lastre, Alex Werner y Jorge Alvis




silencio-victima

Para una arqueología del silencio: la ontología de la víctima

Antonio Correa Iglesias

¿Qué diferencia el cuerpo decapitado del hijo de Saturno en la obra de Francisco de Goya del cuerpo sin vida de Iván el terrible en la monumental pintura del ruso Ilía Repin? Nada, ambos son víctimas de un poderque encarna su voluntad antropófaga.






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