Lisbeth Lima Hechavarría

Pon tus ríos en la balanza

El país en el que vivo me llena de ríos que corren en distintas direcciones y no todos van a desembocar al mar. Ríos de sensaciones inexactas. Ríos de paz que se tornan aguas oscuras y revueltas a medida que va finalizando el mes. Ríos de resignación y de suspiros largos mientras me fumo un cigarro. Ríos de esperanzas alimentadas con metas que cada vez se tornan más distantes. Ríos, ríos, ríos.

Ríos de necesidad camuflada tras sonrisas; ríos de inconformidad, porque solo los tontos de narices chatas se conforman con el pan pudiendo tener también el vino, y no el amargo nuestro, ese que aceptamos solo por ser el único que conocemos.

Dicen que la madurez se mide según la capacidad de tolerancia; para mí, es más bien según la capacidad de resignación. Y pregunta uno de mis ríos: ¿Para qué se utilizan las balanzas? Bueno, eso depende… Se utilizan para robar, no solo tu dinero, sino tu paciencia, tu tiempo en reclamaciones; para pesar tu capacidad de aguante, tu esclavitud, tu sosiego ante algo que no está bien, tu resignación, esa es la palabra clave para ser “feliz”. ¿Y es acaso eso madurez?

“Malagradecida, inconforme, arrogante”, me dicen mi madre, mi esposo, mi suegra, mi pueblo. Y yo callo y pienso, no respondo. Mi yo interior se pregunta por qué he de conformarme. ¿Acaso soy menos normal, ideológicamente incorrecta por anhelar más de lo que tengo, por no saciar esa sed de felicidad aun cuando sé que no existe, porque no hay nada pleno y ser feliz no es más que un camino?

¿Por qué tengo que hacer de la frase “las metas no son inamovibles” una filosofía de vida? ¿Acaso no se me permite creer que las metas sí tienen que ser impostergables, incorruptibles, que por eso son metas, para alcanzarlas, aunque las veamos lejos? Pero no pueden volverse utópicas, eso sí que no. Y a eso se acostumbran ellos: a la utopía, a la resignación bajo la típica frase “todo lo que pasa es para bien”, que ayuda a tragar en seco cuando ni la saliva baja, pero que tampoco ha de hacerse costumbre, al menos no entre los que piensan.

Entonces me decido y hablo, sin cuidar de lo que las balanzas pesen, e importándome un carajo que ahí se mida mi capacidad de tolerancia…, mi madurez.



Lisbeth Lima Hechavarría.


Cuaderno y lápiz

Que tengo que ser más tolerante, dicen. ¿Qué vas a resolver hablando así?, me preguntan. Entonces recuerdo todas las veces que callé y no precisamente porque creyera que sería en vano, ni por miedo, sino más bien porque ganarme gente en contra no es una estrategia inteligente.

El conocimiento es poder, y en él está la clave del éxito. ¡Claro!, precisamente por eso desconocemos tanto, se nos prohíbe tanto, y nos racionan la información como quien raciona el alimento en la granja.

Y hablando de animales, ¿acaso has leído Rebelión en la granja, de Orwell? Es una obra excelente; pero no, de seguro no la conoces. ¡O sí! ¿Quién sabe? Subestimar no está bien, no, no está bien, pero eso nos enseñan. Subconscientemente, desarrollamos la habilidad de subestimarnos incluso a nosotros mismos, y olvidamos que cada quien es un cuaderno hondo con portada propia; lástima que la gran mayoría forrados hasta con nylon, foliados, y lo peor de todo: con márgenes en rojo y azul, para limitar dónde comienza y termina cada letra.

Yo soy un cuaderno, sí, un cuaderno a rayas anchas, y a la vez soy un lápiz. Sí, soy ambas cosas. ¿Por qué te extraña? ¿Acaso no puedo? Yo escribo en mis rayas anchas lo que quiero, aunque las letras, desorientadas, siempre irrumpen a intentar plasmarse sobre mi hoja sin permiso, haciéndome sospechosamente voluntaria sin yo saberlo, y se acumulan en la punta de mi lápiz para hacerme escribirlas. Pero yo, lápiz, me sacudo y escribo sobre mis hojas lo que quiero, sí, lo que quiero.

Hoy yo, lápiz, voy a escribir con pausa. La premura nunca ha sido sinónimo de victoria. Por ello, aunque a pasos cortos, lo importante es moverse.

Una hoja nueva me preguntó un día si estaba mal formar parte de un cuaderno sin rayas. Recuerdo que, aun habiendo leído a Orwell, a James Joyce, a O. Henry con su clásica ironía, las estrategias de Sun Tzu, las fábulas de Hesíodo en su obra cumbre Los trabajos y los días, que tiene la marcada intención de hacernos reflexionar sobre la justicia, aun sabiendo lo que tal vez debería decir, dudé en responderle.

Pensé. Luego dije: “Ser una hoja en blanco nunca será una buena opción, pero formar parte de un cuaderno sin rayas te dará aire de perfecciones inexistentes, en este caso las rayas no delimitan, más bien ayudan a seguir un camino recto, preciso, constante. Por ello, ser una hoja blanca de modo independiente no estaría tan mal como unirte a un cuaderno sin rayas donde solo serás volumen sin importancia”.



Lisbeth Lima Hechavarría.


La hoja nueva me miró, como lo hacen muchos, sin entender del todo de qué iba mi verbo, y solo atinó a decir: “No todos nacemos para tener rayas, a veces solo estamos destinadas a permanecer en blanco, sin volúmenes”.

“¡Qué triste!”, respondí. Doblé sus puntas, su mitad. Hice un barco de papel, simple como la hoja, sin pretensiones, un sencillo barquito que eché a flotar sin rumbo en la zanja de la esquina.




Yo devoré mujeres enteras - Randy Cabrera-Díaz

Randy Cabrera-Díaz

Randy Cabrera-Díaz

La primera mujer de mi vida tenía trece años y andaba con la zeta a retortero; hablaba con balumbaje, encadenando oraciones sibilantes mientras repetía frases del devocionario.





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