La noche no será eterna

No puedo evitar la tristeza al hacer esta presentación. Pues quien debería estar aquí, defendiendo su obra, es el autor. Pero ya sabemos que lo asesinaron. Y si usted quiere entender exactamente por qué, la respuesta está en La noche no será eterna: Oswaldo Payá no era solo un movilizador, un opositor valiente, un hombre de principios, con una moral a prueba de difamaciones. Era algo que a ellos les asusta mucho: un líder con una visión integral de lo que había sido, de lo que es y de lo que debería ser nuestra golpeada nación. Un hombre con una convicción y una estrategia. Una persona que no podían comprar, doblegar o torcer. 

Mientras leía, fui escribiendo notas al margen y subrayando todo aquello que me resultó fundamental. Y dejé de hacerlo porque iba a terminar con el libro entero marcado de amarillo. De todas maneras, hoy me valgo de esas incompletas anotaciones para hacer esta presentación. 

Lo primero es agradecer las dos notas introductorias de Ofelia Acevedo, su esposa, porque nos coloca en el contexto de la obra. ¡Imagino el inmenso amor que existía entre los dos y que hacía posible una vida digna en condiciones tan adversas! Una relación de esa naturaleza es siempre un escudo. 

Oswaldo empieza hablándonos de la esperanza y aclarándonos que de eso trata el libro, de quebrar el síndrome de indefensión, de realizar una terapia sanadora que nos devuelva a todos la fe en la posibilidad de un cambio. Y la certeza de que ese cambio está fundamentalmente en las manos del propio pueblo. Que —como acaban de darle la razón los acontecimientos del 11 de julio—, los diferentes apoyos llegan tras la acción primaria del pueblo. Un pueblo inerte no convoca. Pero también hemos comprobado, una y otra vez, que estamos ante un enemigo sin escrúpulos, sin límites morales, dispuesto a todo, como confesó Díaz-Canelmascarón de proa de esa nave del horror que es la junta militar que tiraniza nuestro país

¿Cómo hemos desembocado los cubanos en ese callejón sin aparente salida? Oswaldo Payá lo explica con claridad en este libro. 

Y lo primero que hace es desmontar gran parte del falso discurso que el régimen ha impuesto sobre nuestro pasado. Las mentiras sobre la educación, la salud, la economía o la propia política. Las medias verdades —a la larga tan falsas como las mentiras totales— que la propaganda ha vendido sobre la vida republicana. El libro es una guía sumamente útil para toda una generación crecida bajo un feroz adoctrinamiento. 

Payá nos recuerda con ironía que en el propio 1959, tras el brusco cambio del primero de enero, en medio de la inestabilidad política, en el país continuó funcionando todo: la electricidad y el agua no faltaron, las bodegas siguieron repletas de alimentos, el correo no dejó de llegar, las casas de socorro y los hospitales, los innumerables restaurantes, la industria, los centrales azucareros, el transporte público, y un laborioso y hasta abundante etcétera. 


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La noche no será eterna

Un libro de Oswaldo Payá

Una novela de Carlos Lechuga





Hoy —y desde hace demasiados años— no hace falta aclarar la permanente crisis de desabastecimiento que vive el país, o el desastre de los apagones, la falta de agua, la virtual desaparición de la industria azucarera, el caos del transporte, de los hospitales, la vivienda, y un largo y penoso etcétera. Evidente contraste, ¿verdad? 

Luego hay una segunda parte del libro que disecciona la torpe gestión de quienes han ejercido el poder monopólicamente más allá de medio siglo. Y se detiene incluso en capítulos específicos de nuestra historia reciente: Girón, el Escambray y los pueblos cautivos, los balseros, la cultura del miedo, el asalto a la familia; lo que incluye el ominoso capítulo de las escuelas al campo y en el campo, los internados, los campos de concentración de las UMAP, el EJT (Ejército Juvenil del Trabajo), y todos los mecanismos de control implantados en el país. 

También reflexiona sobre el nacimiento de la simulación como mecanismo de supervivencia, lo que nos conduce al debate sobre el llamado daño antropológico. Toda esta parte del libro es una radiografía reflexiva del pantanal en el que nos hemos hundido. En el que nos han hundido.

Pero el libro no es una queja lastimera, sino un llamado a la esperanza, recuerden. Y si describe el fango, lo hace no para regodearse en él, sino para enseñarnos a salir y a sacudirnos el lodo. 

Ese es el valor fundamental del texto que se presenta hoy en versión digital. Es un ensayo sobre el rescate, es un tratado sobre lo que no pudieron extirpar del cubano. Es un estudio de cómo, a pesar de todo, seguimos soñando con la libertad, e incluso buscándola. Por lo tanto, este es un libro sobre el futuro. Y como tal se mete en aguas calientes, sin miedo a la polémica o a los temas espinosos. 

Hay algunas páginas en las que, sin decirlo bruscamente, discute con el exilio. Que es un modo de incluirlo. Me doy cuenta porque lo viví, fui testigo de la incomprensión y hasta de la mezquindad con que algunos lo trataron de este lado. De modo que Payá se vio atrapado entre dos fuegos. Algo que debe haber resultado desconcertante y doloroso. Se nota en el tono. No ha sido el primero ni el último que pase por esa amarga prueba. Pero Payá se sobrepone porque lucha contra mayores imposibles y su misión es animarnos, no desanimarnos. Hay que mirar y escuchar siempre con recelo a los que se dedican a desanimarnos. No todos son agentes: la larga y dolorosa experiencia que hemos vivido le mata los ánimos a cualquiera, pero hay algunos a los que, como al lobo de la caperucita, se le ven las orejas. 

Payá es un optimista en medio del desánimo general y logra, con su ejemplo y su coraje, animar a los demás y recoger miles de firmas que le respaldan efectiva y moralmente en la exigencia de un cambio. 


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Una novela de Carlos Lechuga





En 2003, cuando se produce la Primavera Negra, el Movimiento Cristiano Liberación ya era un alud de dimensión nacional, presente en todos los rincones de la Isla. Lograr algo así en ese contexto y en esa fecha es un éxito titánico que habla más que todas las palabras de la recia madera de la que estaba hecho Oswaldo Payá; un hombre que para lograr todo eso no alzó jamás la voz ni renunció a sus maneras cívicas y educadas de conducirse. Tenía carácter, no hay dudas: ahí está en Internet una enérgica entrevista con el periodista Jorge Ramos que lo atestigua. Pero sin ceder un ápice a la vulgaridad. 

A Cuba le hacen falta también altas dosis de decencia, de buenas maneras. En ese aspecto, Payá era un mal ejemplo para el régimen: el Gobierno más soez, el más pedestre, el más grosero de nuestra accidentada historia. El peor de los Batista, o de los Machado, es un príncipe comparado con los Castro. A tal gentuza les molesta un hombre con luz. 

Quiero hacer un aparte para hablar de la importancia de esta edición digital. Sé de muchos amantes de la lectura que prefieren el libro impreso; pero el digital tiene ciertas ventajas y una de ellas, en el caso que nos toca, es la de introducir los textos clandestinamente en Cuba. Y uso el término clandestino no por amor a las conspiraciones, sino porque me refiero a una manera práctica de burlar la censura. A fin de cuentas, aspiramos a un mundo donde nada tenga que ser clandestino, donde la verdad en silencio no tenga que ser.

Payá nos ha dejado un legado, un ejemplo de conducta, una estrategia. Y nos ha dejado además a alguien que defiende ese legado con su misma convicción. Cuando veo y escucho a su hija Rosa María, me siento más tranquilo. Ella es la encarnación de esos ideales, tiene la misma inteligencia, idéntico coraje, discreción y carácter. Por eso la atacan, por eso le temen. 

Ayer vi un chiste que circulaba por las redes de Internet donde una persona llama a un mercado en Cuba y pregunta:

—¿Tiene pollo?

—No, no tenemos pollo.

—¿Y picadillo?

—Tampoco tenemos picadillo.

—¿Y aceite?

—¿Aceite?

—¿Tampoco tienen azúcar?

—Tampoco.

—¿Y por qué no cierran?

—Porque no tenemos puertas.

Nuestra misión es enseñarles a los cubanos a atravesar esas puertas, que no son más que marcos vacíos, y ayudarles a encontrar nuevos caminos para salir de una vez por todas de la miseria y de esta oscura pesadilla que nos aniquila los sueños; convencernos de que, a pesar de los obstáculos, a pesar de la represión, a pesar de los asesinatos, a pesar de la complicidad de muchos, la noche, como lo predijo Oswaldo Payá, no será eterna.

¡Muchas gracias!


* Presentación de la edición digital del libro La noche no será eterna, de Oswaldo Payá.





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