El último parque de Miami Beach



La otra tarde fuimos a caminar al North Beach Oceanside Park, el último parque que da a la playa en Miami Beach. Estuvo cerrado por varias semanas después del derrumbe de las Champlain Towers, en el cual fallecieron 98 personas; la cortina de humo tóxico de las ruinas cubrió sus cipreses y espantó a las monarcas que aún intentaban vivir entre la gente.

Caminamos hacia las mesas de picnic donde se celebraba un cumpleaños; la música a todo volumen, los globos inflados a tope colgando de ramas, el olor a carne quemada, las coronas plásticas brillantes en las cabezas y las cervezas destapadas daban un concierto de alegría. Alrededor de la fiesta aleteaban mariposas amarillas haciendo el símbolo del infinito en el aire —las mariposas vuelan cortando el viento con sus alas escamadas formando un número ocho casi imperceptible.

El vapor y el sol del verano en el sur de la Florida eran asfixiantes; lo resistimos caminando bajo la sombra. Una posibilidad que no tendremos por mucho tiempo. Miami Beach aprobó un proyecto de 12.8 millones de dólares para renovar el espacio que incluye la reubicación de 800 de árboles, muchos de los cuales serán cortados.



Fiesta en el North Beach Oceanside Park.


Una de las justificaciones, según algunos de sus promotores, es reducir la densidad de la vegetación que actualmente puede servir de refugio a mendigos y criminales, poniendo así en riesgo a los vecinos. El plan no es tan malo, nos contó el cuidador, un jamaiquino feliz que conduce un carro de golf y saluda a todos con efusividad; la alternativa consistía en demolerlo completamente para construir otro condominio, nos dijo. Al lado nuestro, un señor muy mayor, tan grueso que le costaba moverse, se enjuagaba los pies con el chorro de agua que salpicaba de un bebedero, andaba descalzo, acabado de salir de la playa, llevaba una bolsa raída y una toalla al hombro.

Unos meses atrás, durante las elecciones de noviembre de 2020, bicicleteaba solo por Miami Beach. Era la víspera de un huracán; sus vientos soplaban tan fuerte que me tuve que desmontar. Andaba con pocas esperanzas; si no era esta, otra tormenta nos llevaría, y Miami ni siquiera podría reconocer lo que se la llevó, pues el cambio climático aún es un tema tabú en muchas comunidades de la Florida. 

Caminé por la avenida Collins empujando mi bicicleta con los alaridos del aire en mis oídos. En una esquina había una señora hispana de piel tostada por el sol y otra afroamericana metida en un poncho; repartían volantes brillantes con la imponente imagen de una torre de lujo. Fueron ellas quienes me explicaron por primera vez que el Oceanside Park era la única zona protegida que quedaba en la ciudad frente a la playa y que la querían destruir para hacer un edificio. En ese momento pensé que para criticar la propuesta debieron haber usado una imagen menos suntuosa de la estructura.



Rutina de ejercicios en el South Pointe Parl.


Admito que por un instante me pareció atractiva la idea. Tiendo a imaginar los argumentos de otros: la construcción generaría empleo, crearía más viviendas y riqueza. Es difícil estar del lado de la naturaleza.

Ese plan no fue aprobado, no habrá condominio y el parque sobrevivirá. Pero otra propuesta fue adoptada: el área será rediseñada y reconstruida para brindar un espacio agradable a las personas. 

Para entender qué significa esto, hablemos del South Pointe Park, la antonomasia de un diseño para humanos. Este está en el extremo sur de la isla barrera que llamamos Miami Beach y por él pasó el bisturí estético de una de las ciudades más vanidosas del mundo. Allí no se encuentra a gente con sobrepeso, ni música a todo dar, ni hispanos barrigones bebiendo cervezas y bailando para celebrar un cumpleaños; ahí tenemos a los hipsters, los yogis, los gimnastas parados de cabeza en ropa interior, con glúteos redondos y cuádriceps de revista, los recién comprometidos haciendo photoshoots, y los que están a punto de comprometerse en un picnic en medio de un diseño floral de lujo con sus fotógrafos privados.



Tractores en el North Beach Oceanside Park.


El South Pointe Park está rodeado de bistrós, no tiene zonas de alta densidad de árboles, está tratado con pesticidas para controlar las poblaciones de insectos molestos y apenas tiene aves; consiste en muchos espacios abiertos rodeados de palmeras bien espaciadas para no obstruir la vista. Su césped es impecable, de un verdor que parece sacado de una historia de Bradbury.

Tenemos una larga tradición de estafar a la naturaleza. Incluso los que más la defendemos, la defraudamos; seguimos la herencia de los escritores románticos, quienes se situaban en medio de ella y ahí buscaban la salvación; de forma inadvertida crearon otra relación de consumo entre el humano y lo salvaje. En Oda al Viento del Oeste, Shelley escribió “¡Esparce mis pensamientos muertos por el universo como si fueran hojas caídas para así dar paso a una vida nueva!”, pidiéndole al viento que lo rescatase, dándole un propósito humano a la naturaleza.

Hoy, millones de personas que decimos amarla viajamos a Alaska o al Salar de Uyuni a tomarnos fotos, gastamos montones de dinero y contaminamos el planeta con las emisiones de los aviones para acercarnos a ella. Pensamos que nos salvará del estrés de las grandes ciudades y que la defendemos al publicar sus fotos en las redes sociales. Sin embargo, hemos hecho de ella el lugar a donde vamos para quitarnos una onza de ansiedad, una herramienta terapéutica más, dos xanax o seis semanas de prozac. 



South Pointe Park.


El viaje a lo salvaje nos acerca más a su destrucción. Es un pañuelo donde llorar las frustraciones de la vida desenfrenada que hemos creado. Thoreau dijo: “En donde quiera que me sentaba, el paisaje irradiaba de mí”; su entrega era tal que llegó a sentir ser el centro del bosque. Hasta en las mentes de los más nobles predomina el antropocentrismo, es el eje de nuestra cultura.

Según estudios publicados por The Guardian, tan solo 13% de los océanos permanecen sin ser dañados por los humanos y publicaciones de la Universidad de Cambridge y The Smithsonian Magazine aseguran que tan solo 3% de la Tierra está libre de nosotros. No concebimos un espacio que no nos sirva para algo. Saber que un terreno protegido existe no nos proporciona felicidad, debemos hacerlo nuestro. Los parques nacionales son zonas de conservación de Estados Unidos y cada vez se deterioran más por estar repletos de visitantes. 

El último parque frente al mar de Miami Beach será convertido en un producto de lujo para los residentes más privilegiados. Se convertirá en South Pointe Park, los planos aún no están disponibles, pero los pocos dibujos digitales que han publicado muestran a gente guapa paseando a sus perros, jóvenes montando patines y chicas con vestidos cortos junto a chicos de gafas negras y camisas blancas impecables. Será un espacio bonito donde pasar una tarde tranquila; un área inútil para la mayoría de los animales, en la cual nos sentiremos seguros y a gusto. Los árboles no bloquearán nuestra vista al mar y los matorrales no serán un posible refugio para mendigos.



North Beach Oceanside Park.


Lo caminamos de un extremo al otro varias veces. Mi pareja le tomó fotos al escuadrón de excavadoras ya parqueadas en el límite suroeste sobre un terreno yermo cubierto de piedras. Luego intentamos buscar una zona donde no se escuchase música ni se viese gente —reconozco la ironía de ir a un lugar donde no hay nadie para poblarlo con nosotros mismos. 

Encontramos una esquina desolada donde nos detuvimos por un momento de perplejidad. Al cabo de unos minutos se acercó una señora empujando una bicicleta; era delgada y firme como la rama de un árbol, de piel rojiza y cabellos rubios. Se vio contrariada al ver que habíamos invadido su territorio. Nos contó que a esa esquina casi nunca iba nadie —era una de las más densas del parque—, ella la visitaba varias veces por semana para leer y meditar. Preparaba su mate y evitaba mirarnos, deseaba nuestra pronta partida. Le dijimos que pretendíamos escribir algo sobre el área y el plan de cambiarla. Entonces se interesó en nosotros. Le preguntamos si alguna vez había tenido algún encuentro con un mendigo violento y nos respondió que en una ocasión se encontró a uno acostado sobre la raíz del roble donde ella suele ponerse, le pidió de favor que se parase pues ella no tenía tanto tiempo como él para disfrutar del lugar; él le cedió el puesto sonriendo.

Si me quitan este parque me mudo de Miami Beach, nos dijo, al menos todos los sábados yo tengo una cita con este árbol. Nos mostró de cerca la raíz donde se sienta y el pedazo de tronco en el cual se recuesta, y nos invitó a que le hiciéramos la visita cuando quisiéramos. Luego se puso bajo la sombra a beber su mate antes de que se enfriase.


© Imágenes de interior y portada: Marisel Trespalacios.




La hora de Cuba - Cronología

Cronología de la represión contra el proyecto ‘La Hora de Cuba’

Henry Constantín Ferreiro

Todo lo que tenía alguna relación con La Hora de Cubafue puesto bajo la lupa agresiva de esa cosa llamada Seguridad del Estado. Especialmente mi esposa, mis padres, y colaboradores muy cercanos del proyecto, como Sol García e Iris Mariño, sufrieron con más fuerza la represión.





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