‘My Eyes Were Closed All the Time’

Pienso en ti más de lo que admito, de lo que me admito. 

Pienso en ti en situaciones embarazosas, también en momentos apacibles, íntimos, míos. 

He pensado en ti, lo reconozco, todos los días de 2020 y lo que va de 2021.

Pienso en todas las versiones de ti.

Hace un par de semanas me desperté llorando en medio de la noche porque soñé con la casa segura que eran tus brazos. Era la primera vez en un año que lograba verte tan nítidamente. Tu versión tierna, principesca casi, era (es, supongo, no sé ya qué quede) para mojar todas las almohadas con todas las lágrimas del universo. Eso duele. Haber sido belleza juntos. No solo en sueños, sino en carne, en la caliente.

Tus manos en mi cuello. Recuerdo y ya no puedo respirar. Tus brazos tensos, los mismos de abrazar, apretando. Asfixiando. Mi cerebro encogiéndose, volviéndose agua poco a poco. Desbordándose en llanto. Violentando el dique de mis ojos cerrados. El golpe seco, sordo, de mi cabeza cayendo sobre el colchón. El desmayo. Flashazos de una noche de horror.

La desnudez forzada sobre mi cuerpo, creada por ti para convertirme en nada. El frío como método de tortura. “¿Cómo se puede ser tan modélico?”, recuerdo que te dije. Tu cuerpo pesando sobre mi cuerpo rígido, cerrado. Flashazos de esa noche.

Tu voz de aquella noche interminable aún taladra mi amor propio, lo llena de agujeros con cada palabra hija de tu inseguridad. “You’re fucking old. No one’s going to want that lumpy ass. I can find a younger bitch, you know?”.

Ojos cerrados, oídos cerrados y quizá el mal no entre. Quizá solo se asome al umbral y no entre, permanezca ahí, apoyado al marco de la puerta, pero no. El mal invade, oscurece cada rincón de mi cuerpo y mi casa.

Open your eyes, you coward! You aren’t doing anything… what’s wrong with you, puta? Do something! Fucking coward… open your eyes, fuck!”. Mis labios, mi garganta, mis ojos apretados. Un nudo. “DO SOMETHING, YOU FUCKING CUNT!”.

En la esquina de la habitación, descansando contra la pared, el bate de pelota que usas para combatir a los supuestos enemigos de nuestra casa. Tú y tu manía de ver enemigos en todos lados. Entreabro los ojos por primera y única vez, salto de la cama y agarro el bate de su rincón. Segundos eternos con el bate en alto, decidiendo dónde golpear primero. ¿Era orgullo eso en tus ojos? Después de todo, me hiciste descender contigo, hasta ti. El bate en alto, expectante.

La madera rompiendo tu fémur. Tu clavícula partiéndose en mil pedazos. La satisfacción del sonido de huesos quebrándose. ASMR para mis oídos. Finalmente, tu cráneo explotando.

Respiro agitada. El bate en alto, expectante aún, decidiendo dónde golpear. Tu cuerpo y tu orgullo mirándome intactos desde la cama. No sé bien en qué momento perdí cada pedacito de voluntad y volví a enrollarme a tu lado en el colchón.

Fucking coward!”. Tus palabras retumbando en alguna gaveta de mi cerebro.

Tu cara en mi culo como una oscura forma de pedir perdón. El sexo como perdón. Mi cuerpo cerrado. Mis ojos cerrados a la oscuridad. La tuya y la de la habitación. Flashazos. Tú queriendo entrar en mí, queriendo traspasarme. Mi cuerpo cerrado. Una roca. “Do you know that what you’re trying to do has a name? It’s called rape”. Te dije con una calma que me sobrecoge aún hoy.

Mi cuerpo por fin respirando sin el peso del tuyo.

En la ventana de la habitación el amanecer poniéndolo todo violeta. Los sonidos predecibles de domingo de pueblito clasemediero gringo también entrando como un recordatorio atroz de la mediocridad de nuestros días. “¿Qué coño hago aquí?”, pensé. 

Tú a mi lado mirando al techo. La oscuridad abandonando tu cuerpo. Tu llanto, por primera vez en seis años. “Please, please forgive me… Please, Beba, please”. Dijiste, como tantas otras veces en seis años. “Estás perdonado”, te dije, como tantas otras veces. “Pero esto que has hecho hoy conmigo lo vas a ver como una película siempre que pienses en mí. Lo tienes ya impreso en la memoria de tu retina. Yo no vi nada. My eyes were closed all the time. Te condeno a ver lo que has hecho de mí, de tu amor foreveranever”. Disfruto esta crueldad. Esa noche la he vivido en loop tantas noches.


***

Toda el agua del Atlántico y un mar de lágrimas de por medio para empezar a sobrevivirte.

Últimamente tengo el cuerpo cubierto de morados, heridas, postillas, dolor de huesos torcidos. Mientras estuve contigo no tuve ni un solo morado que mostrar. Un dolor tan profundo y ni huella en la superficie. Nada. Es como si todos los morados, todas las heridas que no tuve contigo, me empezaran a salir ahora, más de un año después. Una suerte de purga retroactiva. 

Pero hoy gozo mis moretones. Los leo como pequeños recordatorios de mi libertad. Trofeos de noches veloces surcando el aire tórrido del verano de Madrid en patinete.

Hablo con Olivia de lo similar de nuestras historias. Ella trata de convencerme de los falsos infinitos. De lo distinto que pudiera haber sido todo si de una vez entendiéramos que nada, ni el amor, es para siempre. Que donde te exprimen cuerpo y espíritu ahí no es, no importa lo azul que aparente ser el príncipe. Es solo pintura vieja. Se descascara. 

Te descascaraste, fue eso. Ahora lo veo.

Hablamos, Oli y yo, de cómo una ha seguido los pasos de la otra. Del dolor hablamos. De cómo he reproducido su dolor casi milimétricamente. “¿Dónde está ese singao pa’ despingarlo?”, recuerdo haberle dicho cuando me confesó, hace ya demasiados años como para poner una cifra concreta, los horrores que había vivido con su príncipe del momento. ¿Cómo pude borrar, borrarme, así? 

Ella, desde su locura inconexa, incoherente, pero de una certeza y una lógica pesadas, como la casa que traté de levantar para vivir contigo y que se hundió porque los materiales estaban caducados. Ella, siempre incendiaria, me picheó estas verdades que no estaba preparada para agarrar en el aire. Y yo, a pesar del miedo y de la confianza absolutos que tengo en la capacidad destructiva, como de espada láser, de mis palabras, la ataqué. Y pasó una eternidad antes de que ella y yo habláramos de nuevo. Hasta esos rincones ha llegado tu daño. Imperdonable. 

Llevo meses descargando estos flashazos, esta suerte de memorias desbloqueadas de aquella noche en la sesión de notas de mi celular. Las repaso a menudo y, con mis ojos bien abiertos, logro por fin verte en toda tu grisura. Te leíste el manual entero, you dick. No ya en vena lo tienes, de esa sangre más oscura, más densa, que circula entre las vísceras, de ahí te viene tanta turbiedad aprendida, ancestral, fula, colonizando cada pedacito de tu cuerpo que nunca fue azul.

*Nota mental: para la próxima, keep your eyes wide open, niña.


© Imagen de portada: engin akyurt.




La Marié

Carlos A. Rodríguez Halley

Tendría que someterse a un examen médico rigurosopara que su marido supiera que ella no se había hecho un cambio de sexo, sino que la pinga le había salido de la nada.





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