Mario Bellatin: el eterno retorno

I

Nuestro Hombre está vestido de negro y usa un gorro de visera corta, negro también, similar a esa bolchevique que lleva Antón Chéjov en la fotografía donde abraza a un perrito. En la parte derecha del gorro refulge un prendedor rojo fresa, circular, que le da a Nuestro Hombre un toque de ternura. Gracias a ese prendedor, Nuestro Hombre cerrado de negro no puede ser confundido con un espía. 



II

La conversación con Nuestro Hombre dura exactamente 46 minutos y diez segundos, sucede en un salón falsamente confortable, de paredes frías, rodeado por enormes paneles de cristal celeste que traspasa un sol enfermizo de antes del mediodía. 

Un sol que torna los ojos de Nuestro Hombre, que son terriblemente verdes, en ojos terriblemente grises. 

Detrás de los cristales hay andamios, puntales que sostienen fachadas.



III

La conversación con Nuestro Hombre es interrumpida constantemente por La Mujer con Reloj de Pulsera que nos recuerda que ya no hay tiempo, que es el final. 



IV

La ceja izquierda de Nuestro Hombre es tan tupida y perfecta, que parece una ceja hecha con carboncillo o con pinceles de eyesbrow de la marca Sephora. 

La ceja derecha la cubre el gorro, no se ve. 



V

Cuando pregunté a Nuestro Hombre cuál era su pájaro preferido, contestó sin pensar que los loros azules. Pero luego lo pensó, lo pensó un poco más, y fueron los cuervos. “El cuervo es mi pájaro preferido”, dijo. Y fue la única vez en estos 46 minutos y 10 segundos que Nuestro Hombre se retractó. 



VI

Las palabras que utiliza Nuestro Hombre parecen palabras comunes, del mundo: estiércol, víctimas, periódico…, hasta que uno se da cuenta, allá por la palabra número veintidós, que nada de lo que dice Nuestro Hombre pertenece a lo asible. 

En un escritor así, como Mario Bellatin, cada sílaba, cada pausa, es un profundo misterio.  


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Mario, usted escribió en Canon perpetuo: “Nuestra Mujer decidió esperar en silencio hasta que advirtió que los pedidos tenían que hacerse en voz alta. Lo supo cuando la primera clienta pidió la voz de San Jerónimo cuando hablaba con su perro y su León. Otra más solicitó escuchar a sus amigas cuando ella no estaba presente. Nuestra Mujer tembló cuando solicitó escuchar la voz de su infancia”. ¿Qué voz solicitaría usted si tuviera la oportunidad de ser invitado a esa casa y escuchar una voz, cualquier voz?

Pediría la voz de un presocrático. La voz de Heráclito. Que me contara que todo da vueltas. Que todo se mueve. Que nadie se baña en el mismo río; hay frases de Heráclito que me parecen fundamentales, como que hay que deshacerse de los cadáveres antes que del estiércol. Es que siento que los presocráticos, en este caso Heráclito, el eterno retorno, el todo en movimiento, aplican para el arte, para la condición humana llevada al extremo, en el caso, por ejemplo, de las pestes, y la idea de que no vamos en un camino hacia un futuro. A mí me asusta mucho cuando se habla de modernización y de cambios, siempre estamos inmersos en una gran rueda. Me gustaría escucharlo, a Heráclito. 

En sus novelas FloresEl jardín de la señora Murakami y Damas chinas hay referencias a diversas especies de flores, al cuidado de ciertas plantas, y yo, pensando en esta temática reiterativa en su escritura, extraje esta pregunta del famoso cuestionario de Marcel Proust…: ¿Cuál es su flor preferida?

¡Qué miedo! Me agarra… 

Hay una flor de mi infancia, que es mi preferida porque me parecían horribles: las flores de madera. Son rosas de madera que se secan y adquieren el tono de la tabla de un ataúd. Yo las veía en la casa de mi abuela, en Perú. Al inicio eran rosas, pero luego hacían un proceso. Las recuerdo no desde la belleza de un buqué de flores, sino desde su contrario. 


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“El 99.9 por ciento de las actividades me están negadas…”, así comienza su próximo libro. Lo leí hace muy poco en una entrevista que dio a El País. Y me pregunto si esa escritura ha avanzado…

Escribo sobre la realidad, pero desde una manera bastante escondida, simbólica, no evidente, o dando pistas falsas, para que el lector no identifique un territorio completo. El personaje de Nuestra Mujer, en este nuevo libro en el que sigo trabajando, se transforma en una guía de turistas que lleva a los clientes a la muerte segura. Es una forma que encuentro de expresar el grito mudo, porque las palabras no caben frente a la matanza mundial que estamos viviendo actualmente. Hay un genocidio de bajo rango, y en América lo vemos desde Canadá hasta Argentina, Brasil…, bajo distintas banderas, bajo distintos regímenes. Cuba se escapa de esa matanza, anónima e indiscriminada, que estamos viviendo.

El año pasado viajé muchísimo a Estados Unidos a impartir conferencias y el grado de muertes que hay en los centros de las grandes ciudades, en Washington, Nueva York, San Francisco…, con los homeless, los drogadictos, las personas que están condenadas a muerte…, es impresionante.

Luego en Canadá, Trudeau, este presidente que es aparentemente tan simpático, tan pro, tan humanista, cobija a todas estas industrias mineras canadienses que están matando a poblaciones enteras, tanto en México como en los Andes sudamericanos, en Perú, Bolivia… 

Hay un doble discurso de países que se consideran del primer mundo. Para no hablar de la violencia en México. La muerte es un gran negocio. Todos los días se encuentran fosas clandestinas de cadáveres que nunca han sido reclamados, madres, padres que están buscando a sus hijos desaparecidos, ríos contaminados, personas sin casa, y no hay una guerra declarada en ninguna parte. Y las muertes siguen ocurriendo, y todo esto tiene que ver con este libro que se está formando… 

¿Y en este nuevo libro el protagonista de Salón de belleza viene huyendo de un campo de concentración, de Europa…?

Todo lo sugiero. Cuando se leyó Salón de belleza, muchos lectores lo asociaron con un peluquero de una zona marginal, todo el mundo tiene en la cabeza ese prejuicio. Pero no. Y en esta segunda ronda de volver sobre mis textos, de alguna manera hay un interés en romper los mitos que pudo haberse creado el lector, para que encuentre un nuevo libro. Como si el universo que yo narré fuera el universo completo, y ahora vuelvo sobre ese universo desde otra perspectiva para que el lector encuentre otro espacio. 

También en mi libro Poeta ciego hablo de una secta que tenía que ver, en el tiempo que lo escribí, con la matanza que hubo en los Andes peruanos, de Sendero Luminoso, un genocidio que dejó 50 000 víctimas, campesinos, pobres, anónimos, sin datos, ni registros, como si el sistema quisiera expulsar a las personas anónimas porque no sirven para que ese sistema avance; es como deshacerse de la población inútil. 

En Poeta ciego hay un personaje, el pedagogo Boris, que en esta reescritura no pone salones de bellezas, pone pequeñas escuelitas para los niños y jóvenes que ya se sabe que van a morir. 

Y es que me quedé muy impresionado… Voy mucho a los pueblos, a las zonas de conflictos, donde hay una cantidad terrible de víctimas, y encontré un sistema en Ciudad Juárez donde los equipos de necropsia estaban muy adelantados; incluso había sectores de la población a los que le sacaban en vida el ADN porque ya se sabía que no iban a llegar a los 20 años. Grupos de muchachos que ya se sabía que iban a ser captados por el narco o contratados para que se mataran entre ellos; y al momento de encontrar sus cuerpos, tener el ADN listo para reconocerlos. Y eso me impresionó demasiado, pues estaba desarrollado lo legista y no la parte de la prevención. Muchos decían, a manera de sorna cruel, que si alguien quería ajustar cuentas con alguien lo invitara a Ciudad Juárez para matarlo, porque ahí quedaría impune el asesinato. 


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De hecho, usted hizo una ópera-cine sobre la violencia en México…

Sí, con la gran compositora mexicana Marcela Rodríguez: El musical de Ciudad Juárez, un título irónico, donde yo utilicé mi libro Bola Negra, en el que un entomólogo se come a sí mismo. Fue el texto base de la ópera. Y la película narra cómo en este lugar de muerte, de violencia extrema, se había decretado una guerra contra los pobladores en el gobierno de Calderón, un gobierno totalmente asesino que tuvimos en México; va de cómo en medio de la violencia y el horror era posible que las personas todavía cantaran. Incluso en el coro había niños que habían sido contratados como sicarios. Con la edición eso no sale en la película de manera evidente, porque no quiero hacer un panfleto político. 

Además, a usted le interesa en su literatura lo que no se dice en la vida, lo que no se dicen las personas. 

No se puede decir, a veces son cosas tan horrendas… Ver que un joven es desollado en vida, hacer un texto sobre eso, un poema —yo no hago poemas—, ya me parecería como aprovecharme del horror, como describir eso de manera directa. Es terrible. Muy, muy… Y actualmente allí hay muchas fuerzas que llevan a cabo este deshacerse de las poblaciones. 

En Salón de belleza, el mal evidente que había en ese entonces era el VIH, para muchos una enfermedad crónica. Pero eso es una gran mentira, porque yo siento que actualmente el VIH causa más muertes ocultas fuera del foco público; ya no está en la clase media, media alta de Nueva York, en la alta sociedad de París, sino en las zonas rurales, en las poblaciones migrantes; pues para mantener el sida como enfermedad crónica no se puede ser migrante porque hay que tener un hospital cerca, tienes que depender de un sistema de salud más o menos desarrollado, cosa que no ocurre en la realidad. 

Me han pedido actualmente hacer una versión para cine de Salón de belleza, también porque en ese relato del VIH las mujeres quedaron fuera del juego, siempre fue creado como una peste de gays, como un castigo de Dios. Y toda esa parafernalia hace que haya una gran cantidad de víctimas mujeres; incluso muchas no saben que en caso de que haya un accidente, una duda en cuanto a una relación sexual, existe una píldora del día siguiente que evita el sida, pero eso las mujeres que yo conozco no lo saben. ¿Usted sabía…?

No, yo no lo sabía. 

Bueno…, pues esa opción existe. Y en países donde los feminicidios y las violaciones están a la orden del día, las mujeres no saben que tienen acceso a eso. 

Es una desinformación. 

Pero no creo que sea una desinformación inocente. 

Por supuesto que no, es intencional. Al nivel de las redes sociales que vivimos hoy, de divulgación de noticias, es inconcebible. 

En el neoliberalismo desaparecieron las campañas de prevención, había preservativos, había. ¡Cuídese!

Ahora mismo en Cuba vivimos eso con los preservativos, que no hay en las farmacias, están en falta, y si los encuentras son carísimos. 

Ve…

Vamos a robarle otras preguntas al cuestionario de Proust. 

Esas me dan miedo. 

¿Cuál es el rasgo fundamental de su carácter?

El no hacer caso. 


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¿Y su pájaro preferido?

El cuervo es mi pájaro preferido. 

¿Su heroína en la literatura?

Virginia Woolf, con su locura. Alguien que haya podido hacer de su locura un arte me parece maravilloso. Transformar un defecto en una gran virtud. 


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Quiero recordarle esto: Usted está sentado a la mesa, es todavía un niño y está tomando leche. De pronto, el vaso de leche se le voltea y moja un periódico, y entonces ve cómo comienza a moverse el periódico. Este fue, según usted, su primer nacimiento. Sin embargo, decide hacerse escritor en Cuba, ¿cómo fue ese proceso, cómo se decide tal cosa?

Son dos momentos. El primero es el periódico. A mí me estaban enseñando a leer, pero no me lo habían dicho, era una señora que iba a mi casa y para mantenerme entretenido me estaba leyendo el silabario. Yo creía que era un libro de juegos y luego de jugar con ese libro vi que aquel periódico se movía, adquiría sentido. Y me asusté y seguí leyendo. Y decía cosas. Y luego vino la máquina de escribir. Cuando yo vi mi letra en molde, impresa, me daba importancia. Pero tenía que enfrentarme a un sistema capitalista donde yo era un outsider porque yo era el peor de la clase. Había dos opciones: jugar o estudiar. 

¿Leía usted de niño mucho, Mario?

Pero lo que no debía. 

¿Y qué no debía?

Se va a reír. Teorema, de Pasolini. A los 8 años. Y de pronto estaba yo impresionado. 

¿Había una biblioteca en su casa? 

No. No en mi familia …

Hay en Damas chinas un momento en que la anciana está contándole al niño la historia de la señora que perdió a su hija, que ya no tiene con quién jugar a las damas chinas. Yo quería preguntarle si usted de niño tuvo esa suerte. Decía Rulfo, que era mexicano también, que de niño no tuvo la dicha de que le hicieran cuentos. ¿A usted le contaron cuentos?

Muchos. Mi abuela paterna, Elena. Y ahí aprendí algo con ella: que el contar era más importante que el contenido de lo que estabas contando. Yo me sentaba largas tardes con ella. Nadie le hacía caso porque era una señora mayor. Mis primos, mis hermanos, se iban a jugar y yo me quedaba escuchándola. Y ella, en ese afán de contar la historia familiar, a veces llegaba a temas realmente escabrosos para un niño de 10 años. Que si una tía abuela que la había matado a cuchilladas su marido, que si tenía sífilis…, temas terribles que ocurren en la familia. Pero a mi abuela no le importaba que yo fuera un niño y estuviera escuchándola, en su ímpetu por contar. 

Y yo así me fui enterando de secretos de familia, de generaciones: “y los habían separado…”, “y la sangre por toda la habitación…”. Eran historias de los años 1920, 1930. Yo pensaba cómo mi abuela, que era tan recatada, me contaba estas historias. Y era por el gusto de la historia en sí. 

¿Cuál su escritor preferido?

Es una pregunta que anulo a veinte, pero te digo: Dostoievski. Aunque tengo 20 autores preferidos. 

Ya que un científico, a quien fue a ver, le ha dicho que es usted un mutante, ¿pudiéramos pensar su escritura como mutante también?

No sé. No quiero hacer una interpretación. Posiblemente. Pero tendría que someterme a un psicoanálisis. Es uno de los ingredientes de ser un mutante. Que el 99.9 por ciento de las actividades humanas me están negadas, que es cierto, pero me di cuenta mucho después. No es que yo dije: todo me está vedado, voy a ser escritor; sino al contrario, hice una carrera y empecé a escribir aquí en Cuba. Tomé la decisión.

¿Y cómo fue que tomó esa decisión?

Es una anécdota simplísima. Yo venía con la idea de fuera, de que las artes eran una especie de hobby o del escritor del fin de semana, y me encontré aquí con mis amigos poetas, músicos, bailarines… Y caí en la misma pregunta que me hacían a mí: “¿En qué trabajan?”. Me decían: “Yo soy poeta”, “soy músico”. “¿Pero en que trabajan?”, y ellos me decían: “Somos eso”. 

Y es que el sistema estaba hecho para que los artistas formaran parte de la ciudad. No como en el capitalismo, donde el artista es un asocial salvo que demuestre lo contario, que tenga mucha fama. Que tenga muchos lectores. Que se convierta en un ente productivo. Y entonces es perdonado. Eso me sucedió en mi familia: yo era un asocial, hasta que salí en el periódico. 

En cambio, aquí en Cuba, al momento de encontrarme con amigos poetas, que se dedicaban solo a escribir, decía: pues, así, como ellos. Sí, hay que pasar de todo, penurias, o no, sabe Dios, qué importa. Cuando viví yo aquí era difícil, usted lo debe saber, que no es fácil. 

Sí, claro. 

La vida cotidiana… Pero frente a la posibilidad de tener tiempo para leer, para escribir, para ver cine, para conversar de literatura y arte, no hay hecho material que vaya por encima de eso. 

Ahí fue cuando reafirmé la convicción y cometí un pecado, que cuando regresé al mundo, al otro, seguí aplicando lo que ese sistema me enseñó y nunca he hecho nada más que escribir. Y sí, en mi vida aparecieron circunstancias para dirigir la Universidad del Claustro, que es un sitio maravilloso, una universidad humanista, donde vivió Sor Juana Inés de la Cruz sus años de clausura. Acepté por un tiempo estar allí, pero solamente como el decano. 

Cuba me acorazona, en verdad, y me ayudó mucho en la pandemia. Cuando todo estaba cerrado y con las carestías, porque las editoriales cerraron, quebraron, me recordaba: Mario, tú en Cuba tenías agua una hora al día, que nunca te tocaba porque nunca estabas en tu casa, en la Puntilla, y tenías que darle a la vecina unos cigarros Populares a cambio de un balde de agua; y si salías a la calle y preguntabas “qué hay de comer”, te decían, “nada”, “se cayó”, “no hay luz”. Y yo decía: “¿Por qué se alegran tanto?”. Yo me encontraba algo de comer y me daba lo mismo. Hoy a veces me preguntan, porque pasó el tiempo y vivo en otra realidad, “¿qué quiere comer?”, y digo: “Ay, no sé, me da igual, lo que haya, estoy pensando en otras cosas”. Y a eso me refiero con las circunstancias de aquí. Era así. O no era nada. Tenía que ser radical.


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¿Qué consejo le daría a un escritor en ese sentido?

Uno puede hacer cuentos, los fines de semana, para lectores de fines de semana. Pero si uno quiere hacer un sistema de escritura que no es presentar un cuento, ni una novela, ni estar en una lista de mejores escritores, ni ganar un premio, tiene que hacer un monasterio, ser un monje; esa palabra suena cursi. Esto es lo que hago y más nada. Y lo demás vendrá. Mira, estoy aquí. Vivo. No sé ni cómo. 


Mario Bellatin por Katherine Perzant (galería)



© Imágenes de interior y portada: Katherine Perzant.




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Dionnys Matos: “La forma de mostrar lo bello”

Katherine Perzant

La última serie fotográfica de Dionnys Matos (Holguín, 1991), ‘El orden de las cosas’, que se expuso en la galería neoyorquina Thomas Nickles Project, se vendió como merengue en la puerta de un colegio.






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