Fabián Suárez, esta ciudad no es París

Atardecer. Exterior. Puerto de La Habana. Cuba

Un Daewoo-Tico red orange frena cerca del muelle flotante de La Habana y un brazo desesperado saluda. “Qué bolá”, le gritan. Fabián Suárez advierte en la ventanilla del auto coreano el rostro del chofer enmarcado como una prostituta en Cuauhtemotzín. Fabián Suárez sonríe y me dice: “En la película él va a mamar, va a hacer de todo”.

Fabián se refiere a Aristóteles Moore, su próximo film, con el que obtuvo el Fondo de Coproducción Ibermedia 2019 y rodará completamente en Cuba el próximo año. Su segundo largo después de Caballos (2015).

El cielo sobre la bahía tiene el mismo lila del mar. Un espejo.

Fabián Suárez le pide al chofer adelantarme hasta el Vedado. El chofer dice que sí, que va justo para allá. Nos despedimos de Fabián Suárez, que irá hasta el muelle y dejará caer en el mar ese secreto que abrazó todo el trayecto: su ofrenda de naranjas, huevos y melones para Yemayá.

Porque Fabián Suárez es hijo de Yemayá. Y de Changó.

Porque sobre la puerta de la casa de Fabián Suárez tremola el yarey desflecado, un mariwó viril bajo una máscara de Sargadelos que domina el amplio living de su apartamento cincuentón. El siete dorado de la calle Apodaca. En el barrio de Jesús María. El corazón vivo de la vieja Habana. Donde cuelgan las pinturas que acompañaron los premios que ha merecido: el Premio Nacional de Dramaturgia Virgilio Piñera (2012), con Grupo Empresarial Gaviota, obra que tiene como resorte La gaviota de Chéjov, y se publicó con prólogo de Rogelio Orizondo. El Calendario, una vez con Heroica de la Bestia, poesía. Y otra vez, con Cementerio de Elefantes, teatro. Premios de su ciudad natal, Holguín, donde nació en 1981.

Premios. Premios. Premios.

Y allá arriba, por encima de los Rufos de Fabián, los santos de Fabián, los collares con preciosas cuentas de Fabián, sus búhos reales, el canastillero que custodia a Obatalá con blancos abanicos y cascarilla y velas, a Ochún y sus copas con mieles, a Yemayá entre corales celestes donde crecen grandes garras de Kanagawa, los Ibeyis y sus frascos siameses —de Sargadelos también—, sus altares y guerreros, y el olokun coronado por una máscara de carnaval en Venecia; allá arriba, sobre el incienso de violetas prendido a media tarde y el olor del café Bustelo servido en tazas presidenciales que datan de La República (Bauscher Weiden Baviera, J. F. Berndes and Co., Habana); allá arriba el cuarzo enorme, dentro de una copa de bosque. Un cuarzo traído por Fabián Suárez desde las montañas de Guatemala, comprado en el mercadillo de la Iglesia donde se especula que los mayas escondieron el Popol Vuh del fuego conquistador. Un cristal de roca. Translúcido. Para iluminar la casa. Para tamizar la luz de todo lo que Fabián piensa. Todo lo que Fabián escribe…


Interior del Daewoo-Tico. 7:00 p.m.

Del retrovisor cuelgan pinitos Car-Freshner que ya no huelen. Han pasado las siete semanas de aroma que prometen sus publicitarios. El chofer, que será el coprotagonista de Aristóteles Moore, el amante del pilar marica, me va diciendo nombres de filmes en los que ha hecho apariciones y secundarios: La Red Avispa, El techo, la de los estudiantes de medicina, Caballos, y otra y otra alemana que ahora mismo no recuerda y otra…, todo un recorrido para ser tan joven, ¿verdad?

El chofer que es actor de Teatro El público, donde Fabián Suárez asesora. Un veinteañero al timón con pardos rizos bruñidos, nariz de rinoplastia y ese acento oriental domado con años de “pes” y “bes” habaneras. Un joven que me da la noticia de su mes. La noticia de su año. La noticia de su carrera:

“Hace una semana, Fabián me confirmó que seré protagonista”.

En la voz del actor hay ansias, uñas mordidas a rente, saltitos frente al espejo del baño y whatsapp a los amigos. El actor al volante sonríe. Una sonrisa de casting.


Media tarde. Interior. Living del apartamento de Fabián Suárez

Fabián es más bien callado, del tipo de gente que prefiere escuchar, dejar hablar. Se ríe poco, a carcajadas nunca. Tiene el cabello con ondas y cuidado en exceso. Es alto, con un gusto exquisito para prendas y vajillas; habla tan bajo que parece que te cuenta un secreto todo el tiempo. Pero un secreto hermoso. Mortal. En el pecho, sobre un pulóver deportivo le cae un collar finísimo. Una cuenta blanca. Una cuenta cerúlea. Una cuenta blanca… Y así, hasta ver un short desflecado sobre las rodillas escuálidas y unos New Balance de colección.

Fabián posee una calma natural, y en apariencia no espera nada. Pero lo espera. Si uno mira los ojos de Fabián, negros, hundidos, de poeta, en un rostro que parece más de actor que de director, uno sabe que Fabián espera… ¿Qué? Solo él lo sabe.



Fabián Suárez.


Antes de hablar de cine, hablemos de escritura. ¿Por qué comienzas a escribir?

Me fui a un pre del campo en Holguín, de donde soy. En ese momento no había preuniversitario en la ciudad. Era, entrar a la vocacional o irte al campo, en caso de que siguieras estudiando. Yo no me preparé bien para las pruebas de ingreso, así que entré en un preuniversitario en San German —a las afueras del pueblo— donde se deshierbaba caña por las tardes. La mayor parte del tiempo me escondía entre las cañas.

Siempre tuve una inclinación muy fuerte por el español y ahí tuve una profesora entrañable, Yolanda Vela. Lo demás, bueno, el típico recorrido de quien se interesa por el idioma y desea estudiar Humanidades. En aquel momento yo no sabía que existía Dramaturgia, otras posibilidades… Así que me fui a estudiar Periodismo a Santiago de Cuba durante cuatro años. Prácticamente lo que me faltó fue escribir la tesis y graduarme. Incluso terminé el cuarto año. Pero cuando me di cuenta de que aquello no me ayudaría a escribir, tomé la decisión más importante de mi vida: no seguir en aquella carrera.

Entonces le mentí a mi madre: le dije que venía a un concurso en La Habana, cuando en realidad venía a las pruebas de aptitud del Instituto Superior de Arte.

¿Y cómo fue ese viaje?

Ese viaje fue muy loco. En Holguín había conocido, gracias a dos grandes amigos, Rubén Rodríguez y Luis Yussef —en estos momentos dos grandes nombres de la literatura cubana— a Raúl Martín, quien iba anualmente a presentar sus obras allá, y le comenté mi interés.

Raúl me dijo: “Si vas, llámame y te quedas en mi casa”.

Le inventé a mi madre una gran mentira; organicé en secreto el viaje y me quedé en casa de Raúl Martín. Hice las pruebas y con tan buena suerte fui uno de los cuatro seleccionados en Dramaturgia. Y así es como le cuento a mis padres. Tuve que dejar Periodismo, pues ambas carreras pertenecían a un plan especial y graduarte de una te invalidaba estudiar la otra. Así que terminé el cuarto año y me fui a estudiar Dramaturgia. La decisión más importante de mi vida, porque tengo claro que, aunque tengo otras prácticas artísticas, soy esencialmente un escritor.

¿Y cómo recuerdas este período, las amistades, tu inclusión en el grupo de los novísimos…?

Ese tiempo lo recuerdo como una fiesta. Una fiesta total. Yo venía de la Universidad de Santiago de Cuba, de Quintero, de Los Hoyos, de una situación muy precaria en esas becas…, a un lugar que arquitectónicamente quizás es lo único mencionable en los años de Revolución: las escuelas de Cubanacán, el espacio que fue antes el Country Club de La Habana.

Para mí todo aquello era una maravilla. Yo vengo de un año muy prolífico: compartí aula con Rogelio Orizondo, que es una de las voces jóvenes más importantes de la dramaturgia cubana; con Yunior García, que ahora mismo tiene cuatro obras en escena; con Claudio Pairot, que hoy tiene en Miami la empresa Puntilla Films y que ha grabado con Leoni Torres, Gente de Zona, etc. Éramos cuatro voces distintas y los recuerdo a ellos tres con mucho cariño.



Con Raquel Carrió, Aula de Dramaturgia.


¿Y los profesores?

Un claustro de maravilla. Comenzó dándome clases Abel González Melo, entonces recién graduado, pero ya un tipo que escribía y muy insertado: hizo todo el recorrido por los premios en Cuba hasta llegar al Casa de las Américas.

El primer módulo de Dramaturgia, la exploración del modelo clásico, la construcción de escena, del conflicto, lo hice con Abel. Y luego, en tercer año, llega Nara Mansur a nuestras vidas. Una tipa que es poeta, con una serie de lecturas distintas a lo que uno puede esperar teóricamente de la dramaturgia, porque su estrategia era bordear la dramaturgia, no ir desde la cosa clásica.

Con ella comenzamos a explorar el personaje. Me cae en las manos la biografía de Robert Mapplethorpe. Esa obsesión viene desde entonces. Leí la biografía. Por primera vez teníamos que escribir una obra de temática libre y ahí es cuando decido escribir Caballos, que luego se publicó en Holguín —donde ganó un Premio de la Ciudad— y al terminar la EICTV, escribo el guion de mi primer largometraje.



Cartel de Caballos (Idania del Río).


En quinto año, llega la maestra Raquel Carrió, que es como el cerebro de la carrera, la mujer que ha organizado y nucleado esa especialidad en el ISA por más de treinta años. Con ella empezamos escribir la tesis, donde aflora otra de mis obsesiones: Yukio Mishima. Hago una obra basada en sus cuentos y poemas. Todavía me persigue. Hay guiones, proyectos de novelas… Uno siempre está escribiendo sobre las obsesiones. Se conectan.

Ese es el recuerdo más lindo que tengo del ISA: estar en una fiesta, un lugar deslumbrante. Aunque no soy muy fiestero, ni muy alegre, ni doy a expresar mucho la alegría; teníamos muchas horas de lectura, leímos todo el Teatro. Desde lo clásico hasta lo contemporáneo.

Luego, en la especialidad de Dramaturgia, recuerdo haber escrito diario durante ocho horas. De ese tiempo me quedan relaciones con los dramaturgos Marien Fernández Castillo, Lisandra López Fabé, Yerandi Fleites —otro nombre importante dentro de nuestra Dramaturgia actual—, y Agniezka Hernández. 

Como éramos una generación tan prolífica, la teatróloga Yohaina Hernández, comenzó  a gestar el proyecto de los novísimos, a partir de lecturas dramatizadas que hacíamos de nuestras propias obras, que reactivaron el festival de Elsinor y la existencia previa del proyecto Tubo de Ensayo. Lecturas e intercambios que hacíamos con los actores de esa Facultad diseñada por Gottardi, el castillito de Elsinor de Artes Escénicas, donde conocí a un gran amigo: Antón Arrufat, con quien me dura la amistad 18 años después.



Con Antón Arrufat.


Fue un período muy substancial, donde surgieron mis grandes obsesiones escriturales, los grandes amigos que conservo, el mundo del teatro cubano.

Íbamos a ver algo todo los fines de semana al Trianón, a Argos Teatro y a El Ciervo Encantado. Visones de la cubanosofía recuerdo haberla visto dieciocho veces. Nelda Castillo me decía al verme llegar: “Tú de nuevo aquí”. Y es que no me costaba nada. Era comer, bañarse, salir de la beca, e irse a la Facultad de Artes Plásticas, donde estaba la sede de El Ciervo.

Era un tiempo de irme a leer a Esquilo, Prometeo encadenado, en las ruinas de Música, frente al río Quibú. Lecturas, amigos, y sobre todo la obsesión, el respeto por la escritura. Hay que producir. Hay que escribir para que algo nazca.

¿En estos momentos qué estás escribiendo?

Luego del ISA, vino mi recorrido por el la Escuela de Cine, el mundo del cine y el guion, y ahora mismo estoy explorando una novela. Entregándome a ese viaje, un formato que no conozco, pero tengo la convicción de que la escribiré. Tiene un título de producción, como decimos en cine, que es Olokun, y tiene que ver con una obra que escribí en el ISA y ganó un premio Calendario, Cementerio de elefantes.

¿Cuántos libros tienes publicados?

Unos diez libros, no sabría decir exactamente. No es una cuenta que llevo. Luego de que el cine me atrapó mi relación con el mundo editorial ha mermado, pero hace dos años volví a publicar poesía con Luis Yussef. Sí, serán unos diez libros. También tengo un librito en Ediciones Sinsentido, con Martica Minipunto.

¿Cómo van los planes con Aristóteles Moore?

Es un proyecto muy anhelado, que llevo varios años preparando con un amigo productor, guatemalteco, Mauricio Escobar, con quien rodé mi primer cortometraje, Kendo Monogatari, Mención en el Clermont-Ferrand.

CARTEL / VIDEO: KENDO MONOGATARI (créditos del diseñador)

El día antes de irnos de la escuela, quedamos en que yo iba a escribir un guion con los actores de Kendo…, de temática libre, y así surge el proyecto de Aristóteles Moore, que pasó por talleres en el Festival de La Habana, que mandamos a muchos fondos y muchos fondos dijeron que no.

Durante dos años consecutivos Cuba dejó de pagar una cuota a Ibermedia y los proyectos cubanos quedaron descalificados. Hubo un año en que el ICAIC no me dio un papel y no pude postular a Ibermedia, hasta que finalmente esas tensiones se fueron disolviendo y los cineastas independientes pudimos postular. Lo primero que ganamos fue la “Fase de desarrollo” de Ibermedia. Eso nos permitió hacer traducciones, el pago al guion, y mandar a muchos otros fondos, hasta que estuvimos listos para mandar a “Coproducción”, que lo ganamos hace dos años.

Ibermedia es el Fondo Iberoamericano de Cine, creado en las cumbres de Jefes de Estado y de Gobierno de Iberoamerica, donde cada país aporta una cuota para que el premio sea una bolsa común que luego se distribuye para todos los países. Para Cuba, eso siempre se lograba desde el ICAIC, pero hace algunos años se empezó a fracturar. Así que Aristóteles Moore será una coproducción Cuba-Guatemala, y México también estará por ahí en la figura de Camelia Farfán, una productora cubana radicada en México.

En noviembre debimos haber estado rodando la película, que se filmará en Cuba completamente, pero debido a la pandemia lo hemos pospuesto para el próximo año. Cosa que nos convino, porque salió la convocatoria del primer Fondo de Fomento del Cine Cubano, y lo ganamos.



Brandenburgo.


¿Y cómo ha sido tu relación con el ICAIC, después de graduarte de la EICTV, como guionista y director?

Ha sido absolutamente burocrática. No he tenido una relación en un plano artístico con la institución.

Burocrática, porque siempre los cineastas independientes hemos estado amarrados a una instancia final para poder postular nuestros proyectos. Por ejemplo, lo que te comentaba del fondo de Ibermedia. Es decir, siempre he tenido que ir a buscar un papel final, llámese reconocimiento a la coproducción. Siempre hay una atadura —un vínculo final— para que los proyectos estén completos y uno pueda pasar las fases de revisión, que es lo que te permite luego que se valoren.

Mi relación con la institución ha sido esa, mis películas solo se han exhibido en la Muestra Joven; incluso Caballos, que tuvo un inicio tormentoso…

¿Por qué tormentoso?

… con uno de esos papeles que no quisieron darme —o que demoraban—, y yo mandé un correo muy incendiario a Ibermedia. Esto es algo de lo que nunca he contado, pero quizás es el momento para decirlo. Luego ese correo, no sé con qué objetivo fue reenviado al ICAIC. Yo trabajaba con una persona que tenía vínculos con el ICAIC y llamaron a esa persona y le dijeron: “Bueno, o esta película o el ICAIC”.

También quisieron que yo fuera a pedir disculpas a la Muestra por lo que había escrito: un correo donde simplemente exigía a Ibermedia mis derechos como cineasta.

Es algo de lo que nunca he hablado; nunca he querido hacer lobby ni estrado, porque al final yo demostré que mi voluntad era más fuerte que todo eso, y de una manera absolutamente independiente pude hacer Caballos, que es una película muy distinta a lo que se ha hecho en el cine cubano, no solo independiente.

Estoy feliz de haberla hecho, con ayuda de amigos, gente que apareció y dio dinero; yo trabajando y poniendo mucho dinero en esa película. Ese ha sido básicamente mi vínculo con el ICAIC: burocrático. No sé si a algún cineasta independiente le han propuesto hacer sus películas de otra manera, pero a mí nunca, por eso estoy feliz de que surja el Fondo de Fomento, y uno tenga la posibilidad de postularse. Cuando no se podía, yo hice Caballos poniendo un capital que nunca voy a recuperar.

¿A qué dificultades se enfrenta, ahora mismo, un cineasta independiente en Cuba?

Lo primero era que no existía un Fondo nacional, una Ley de Cine para saber por dónde guiarse, cuáles son tus deberes y derechos como artista. Luego, los fondos internacionales confiaban muy poco en los proyectos cubanos, porque había una nebulosa. De hecho, las pocas veces que se ganaron fondos de esa calidad, como el Hubert Bals Fund o World Cinema Fund, que son del Festival de Róterdam y el Festival de Berlín, se ganaron a través de productores extranjeros. Pienso en el caso específico de Carlos Machado con La obra del siglo, que tenía detrás el respaldo de un productor argentino muy importante, Hernán Musaluppi, y luego, quizá el ejemplo de 5ta Avenida, un ejemplo digno de resaltar.

No solo se trata de tener el dinero, también del dispositivo legal: los permisos de filmación, cómo se acometen esos permisos. Por ejemplo, yo todo lo hice, a través de la Asociación Cubana del Audiovisual, cuando el ICAIC, que es la institución cine, pudiera haber respaldado todo eso. Estoy esperanzado en que todo pueda lograrse, pueda fluir, entre la institución y los cineastas independientes.

Es un día cualquiera, Fabián, y estás en la EICTV ¿Qué pasa ese día? ¿Cómo es allí?

Casi siempre vuelvo porque me invitan como profesor, o como director para trabajar con fotógrafos; también a dar clases a los guionistas. La Escuela de Cine siempre me trae el recuerdo de mi generación, la número 21, de la gente muy linda que conocí y los profesores. Siempre trato de dedicar un día a caminar por la pradera y cerca de un árbol místico, donde dicen que vive un muerto, el muerto de la escuela.

Me quedé allí encerrado al comienzo de la pandemia, cuando sucedieron los primeros eventos de transmisión. La EICTV fue uno de los seis primeros eventos, aunque la televisión cubana no decía nada, el doctor Durán tampoco, pero como la escuela tiene esa disposición medio hospitalaria, allí mismo nos encerraron a todos. Cada uno en su apartamento. Pasé momentos muy fuertes. Estuve cerca y compartí café con gente que luego dio positivo a la COVID-19. Fueron momentos de confiar mucho, de entregarme a la fe y esperar.



EICTV.


Un día típico en la EICTV es el aula, irte a tomar un café al Rapidito, desandar por esa construcción rara —que es Girón, pero acristalada—, caminar por la pradera; quizás sacar una película, pensar en cine, pensar en amigos que están en sus países: Gustavo Vinagre, Edgar Soberón… Gente que estuvo muy cerca de mí mientras estudié, el rencuentro de los profesores, sobre todo de la cátedra de guion: Arturo Arango, Xenia Riverí…

Lo imagino como un espacio de libertad, que así fue como yo lo conocí, y de pensamiento e ilusión con respecto al cine, por eso pienso que la Escuela de Cine como proyecto es fundamental, no solo para Cuba, sino para Latinoamérica. Todos sus estudiantes salen con deseos y una práctica de cine muy responsable.

¿Te graduaste de la EICTV con el guion de Caballos?

No. El guion de Caballos yo lo trabajaba a medida que escribía mi tesis, que se llama Letargia, y que será mi tercera película. Tú te leíste ese guion, Kathy, con otro nombre, pero te lo leíste.

Yo me lo leí con el nombre La tarde del estío

Una película de inspiración rusa, donde está resonando Zviáguintsev, un director ruso que me encanta. Es una película que tiene ese ritornello ruso, aunque estará filmada en Cuba. Ese es el guion con el que me gradué.

¿Este guion tuvo alguna relación con Lucrecia Martel?

Yo tuve primero como tutor a Eliseo Altunaga, que es una voz muy respetable dentro del guion en Cuba, y yo había conocido a Lucrecia Martel en 2008, cuando trajo a Cuba La niña Santa. Rogelio Orizondo y yo, fuimos a asaltarla al Festival de Cine, al Hotel Nacional, y ella resonó mucho con nosotros. Le habíamos caído bien. Luego tuve la oportunidad de estar en Buenos Aires, por el proyecto Panorama Sur, al que muchos dramaturgos cubanos han ido y vuelvo a encontrarme con Lucrecia; ella me invita a ir a su casa el día de la final entre Argentina y Alemania en la Copa del Mundo, junto a otros amigos cineastas, y fue una experiencia muy linda. Ver esa final del fútbol en Buenos Aires, en casa de Lucrecia Martel.



Performance.


A partir de esa relación, le escribimos desde la cátedra a Lucrecia Martel para que viniera como parte del jurado de los guionistas de la generación 21. Ella aceptó amablemente y vino. E integró el jurado junto a Senel Paz, Eliseo Altunaga, el guionista español José Ángel Esteban y Arturo Arango. Conservo todas las devoluciones de mi tesis. Y la relación con Lucrecia, con altos y bajos, acercamientos y distanciamientos. Pensé que vendría al festival cuando presentaron Zama, pero no pudo por problemas de enfermedad, pero de vez en vez nos seguimos comunicando.

Tu libro más reciente publicado es Un asunto mortal. En este libro declaras que escribir es un asunto de ese tipo. ¿Sigues definiéndolo así?

Para mí la escritura, sin que esto tenga tintes dramáticos, es un asunto mortal en el sentido de que le pongo toda la fuerza. Una fuerza plutoniana, que tiene que ver con la muerte, la resurrección, con entregarse y encontrar cosas muy profundas, que solo uno puede comparar con una instancia sexual, con ese chacra uno, con la energía Kundalini; para mí todo eso es con aggayú, con Plutón. La escritura es eso, puede sonar tremendista, pero que bien llevado uno puede amar, desde la literatura y desde la escritura.

En el poema “Aflicción”, de tu libro Heroica de la Bestia, leo: “Matar es fácil/ lo difícil es/ saber elegir”. ¿Qué has elegido matar?

He elegido matar mucha mierda, muchas redes sociales, mucho personajillo en pose, pero eso es algo que siempre he elegido matar, desde que soy consciente de que el gesto artístico es otra cosa.

Elijo matar el oportunismo, la mentira; cosas que quiero lejos de mi vida.

Elijo no matar la sinceridad, la simpleza, la agudeza, la inteligencia, la verdad. Y cada vez mi relación con el mundo, y las personas que llegan a mi vida tienen que ver con esa cualidad, muy terrenal, muy a ras de pasto. Eso no quiere decir que la poesía no flote, quiero gente que las máscaras que se inventan sean máscaras no dañinas.



Vancouver.


Después me asomé al balcón y vi la calle Apodaca barrida por la pandemia, las azoteas cobrizas de La Habana, todo lo que se ve desde el balcón del quinto piso de Fabián, sus plantas, esa tranquilidad de acuario, y a lo lejos, muy, una línea de océano. Sí. Esta ciudad no es París.

Después bajamos las escaleras y Fabián dijo que el edificio era del cincuenta, de cuando las cosas se hacían bien. Corte. Y una vecina mulata, flaca y con las cejas tatuadas que entraba cuando salíamos, cuando las escaleras por fin se acababan, saludó alegre y Fabián también. Corte. Y Anduvimos toda la calle hasta llegar a Egido, hasta adentrarnos por calles que no conocíamos, buscando el mar. Corte. Y Fabián abrazaba su paquete, su ofrenda. Y decía algo sobre el clima con esa voz tranquila de Fabián, hasta que salimos al puerto y Fabián elogió los colores de la hora. Todo relucía, lavado por la llovizna, y ya casi, ya casi llegamos al muelle, justo ahí. Corte. Como en las películas. Corte. Inesperado absolutamente inesperado. Corte. Un Daewoo-Tico se detuvo y el chófer dijo: “Qué bolá”, y resultó ser el otro protagonista de Aristóteles Moore. Corte. El chófer que ahora, mientras los melones con monedas incrustadas, los huevos y las naranjas de Fabián encuentran la arena del fondo en la bahía, el regazo de Yemayá, me va diciendo que Fabián lo llamó la semana pasada, que será el coprotagonista, que está emocionado. Corte. A mí que imagino un sembrado de cañas bajo el mediodía, y un joven de dieciséis años, hermoso, con bucles sobre los hombros de atleta, escondido entre las cañas. Mordiendo las cañas, y preguntándole al cielo donde hay relinches y nubes estáticas: ¿Watusi?

Todo un crimen que Patti Smith no este cantando en la radio.


Galería





Playlist





Fabián Suáres en VIMEO  

CABALLOS

https://vimeo.com/123709087 (pass: watusi)


KENDO MONOGATARI

https://vimeo.com/44752911

FIODOR EN EL FIORDO

https://vimeo.com/90166192

LUXEMBURGO

https://vimeo.com/188907495

DEBUT

https://vimeo.com/277731732




Ernesto Daranas

Ernesto Daranas al rescate de la belleza y la herejía de Landrián

Joel del Río

“El solo hecho de apreciar la obra de Nicolás Guillén Landrián tal y como él la concibió resulta impactante y llena de sentido tanto esfuerzo. Ya a nivel más personal, acercarse a su vida es constatar lo poco que nuestra política y nuestra cultura han aprendido de los errores del pasado”.


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