Ana Teresa Toro: “Soy puertorriqueña y en mi país no soy migrante”

En el cuento La maranta, de Ana Teresa Toro, la protagonista, recién cumplidos los 50 años, explica a su hija una especie de trilogía de las permanencias, que le funciona como filosofía de vida. Para el personaje de Mara Marta, las personas se dividen en tres: las que se van y nunca vuelven; las que se van y regresan y “traen siempre noticias de afuera, sacuden el aire”; y las que “nunca van a ninguna parte y nos quedamos aquí, guardando la memoria, recordando que en aquella esquina que hoy día está abandonada, antes hubo el gran Cine Real de San Juan, o que en ese cuarto de la casa alguna vez hubo gente que rio a carcajadas cada noche”.

Un poco de su personaje tiene Ana Teresa Toro, puertorriqueña por nacimiento y por elección, y defensora de la independencia de su país, cuya condición de colonia en el siglo xxi define como un anacronismo salvaje.

Autora de la novela Cartas al agua (2015), Ana Teresa Toro es también escritora dramática y colaboradora asidua de importantes medios de prensa de América Latina: desde los puertorriqueños Diálogo El Nuevo Día hasta la revista argentina Anfibia, pasando por The New York Times. Y aunque en esta entrevista comenta cuán diferentes son sus resortes para hacer periodismo y para escribir ficción, su oficio de periodista cultural resulta clave en la comprensión de toda su obra, por lo demás muy prolífica. 

En 2012, la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano la invitó al encuentro Nuevos Cronistas de Indias, como parte de un grupo de catorce jóvenes periodistas destacados en Latinoamérica.

Por todas las convergencias políticas y de oficios que habitan su identidad, la historia de Ana Teresa Toro es también una reflexión sobre la historia de su país, armada en torno a su insularidad, su decisión de ser y escribir en puertorriqueño.

La escritora ha dicho que completó el viaje de sus abuelos, quienes originalmente pensaban establecerse en Estados Unidos, pero hicieron su vida en Tampico luego de pasar por Cuba, Veracruz y otros puertos. Su itinerario, como el de su familia, responde más a circunstancias políticas que a decisiones personales. Sus abuelos abandonaron el Líbano huyendo del hambre de la Primera Guerra Mundial; a Salum y a los suyos los expulsó la violencia de México, la evidencia de que la corrupción de los gobiernos era irreversible.




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Autoras entrevistadas: Lina Meruane / Kelly Martínez-Grandal / Mariza Bafile / Ana Teresa Toro / Jennifer Thorndike / Franky Piña / Osiris Mosquea / Rose Mary Salum / Anjanette Delgado / Lila Zemborain / Melanie Márquez Adams.





Comentas que te resonó el título “Escribir sin tener un país”: la entrevista a Melanie Márquez Adams publicada en Hypermedia Magazine, porque en Puerto Rico muchas veces se trata de ser extranjero en tu propia tierra. ¿Cómo explicas ese desarraigo?

Hace unos años pensaba que vivía en un país que no sabe que es país y que muchas veces no quiere ser país. Corría el año 2012 cuando escribí acerca de esa idea. Entonces, Puerto Rico aún no había vivido la quiebra económica de 2016, ni el devastador huracán María en 2017, ni tantas otras crisis que vendrían después y que me hicieron repensar esa sentencia. Aun así, algo queda de eso. Me explico.

Si bien Puerto Rico comparte con América Latina tanto el idioma —que ya de por sí es muchísimo, y es un filtro para interpretar el mundo— y un pasado histórico colonial bajo España, la realidad inescapable es que es el único país latinoamericano que nunca se independizó. Nuestra historia nos hizo pasar de una experiencia colonial a otra.

Para contestar esta pregunta, primero debo tomarme la libertad de reformular la premisa, pues en el caso puertorriqueño ocurre algo muy interesante. Existimos como nación, hay sin duda una conciencia de país, una identidad puertorriqueña innegable. 

El país Puerto Rico es una realidad que trasciende su realidad política. Existe a nivel simbólico, cultural, emocional e incluso en algunas instancias internacionales, como el reconocimiento que ostenta por parte del Comité Olímpico Internacional y algunas ramificaciones de la UNESCO. Y más allá de eso, es un país que existe en el reconocimiento de una identidad propia por parte de todos los puertorriqueños y puertorriqueñas que viven en la isla, en Estados Unidos o en cualquier parte del mundo. Existe la nación puertorriqueña, pero no somos un Estado-nación. 

Ahora bien, desde un punto de vista exclusivamente político y de organización estatal, Puerto Rico es una colonia moderna —la más antigua del mundo— estructurada bajo un gran malentendido, una condición política que se contradice a sí misma en su propio nombre: un estado libre asociado de Estados Unidos, un territorio que pertenece a, pero no forma parte de. De hecho, los asuntos de Puerto Rico se dilucidan en la comisión de recursos naturales del Congreso. Es decir, como decía el poeta Nicanor Parra, “creemos que somos país, pero en realidad solo somos paisaje”. 

Al menos, desde un punto de vista práctico y estructural, pareciera que lo único que importa es el territorio. Ahora, ¿la gente? Pues ya ves: reciben papel toalla tras el ahogo que provoca un desastre natural de las dimensiones catastróficas del huracán María.

La escritora ha dicho que completó el viaje de sus abuelos, quienes originalmente pensaban establecerse en Estados Unidos, pero hicieron su vida en Tampico luego de pasar por Cuba, Veracruz y otros puertos. Su itinerario, como el de su familia, responde más a circunstancias políticas que a decisiones personales. Sus abuelos abandonaron el Líbano huyendo del hambre de la Primera Guerra Mundial; a Salum y a los suyos los expulsó la violencia de México, la evidencia de que la corrupción de los gobiernos era irreversible.




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Curiosamente, o más bien, acomodaticiamente, el nombre en inglés de la relación política que la isla tiene con Estados Unidos desde 1952 es Commonwealth of Puerto Rico. Sin embargo, a pesar de que existe una palabra exacta para la traducción (mancomunidad), en español se ha denominado estado libre asociado. El malentendido no solo parte de su nombre, sino del hecho evidente de que el estatus político de la isla es un eufemismo que se ha prolongado por más de seis décadas para ocultar su insostenible condición colonial.

Cuando digo que a veces en Puerto Rico pareciera que vives como extranjero en tu propio país, me refiero principalmente a los aspectos burocráticos que vienen con la ambigua relación política que tenemos con Estados Unidos. Por ejemplo, en muchas instancias los puertorriqueños no sabemos cómo llenar formularios en los que Puerto Rico figura como estado de Estados Unidos y como país independiente a la vez. En otras instancias nos aplican las leyes de minoría, cuando en realidad no somos minoría en la isla: ese calificativo aplica a quienes viven en Estados Unidos. 

En mi caso, yo me siento en casa en la isla y extranjera en Estados Unidos, aunque mi pasaporte sea azul de nacimiento, aunque en el país ondeen dos banderas y se canten siempre dos himnos.

Quizás esta anécdota lo ejemplifica mejor. Durante la presidencia de Obama, se llevaron a cabo en San Juan vistas públicas para debatir cómo los puertorriqueños debían estar representados en el Museo Latino que se estaba proyectando construir en Washington DC. Asistí a aquellas vistas y recuerdo que me impactó particularmente la respuesta de la extraordinaria pintora puertorriqueña Myrna Báez. 

Ella argumentó que su obra no debía figurar en un Museo Latino porque ella era una pintora puertorriqueña que, en su país, no vive atravesada por la experiencia de la migración que caracteriza a las comunidades latinas en Estados Unidos. Fue enfática al explicar que la obra de los artistas puertorriqueños que viven y trabajan en Estados Unidos tiene todo derecho a figurar allí, mas no la suya. 

Inmediatamente me identifiqué con su postura. Mi escritura, mi obra, es la de una autora puertorriqueña, caribeña y latinoamericana. Eso no significa que tenga algún problema con el calificativo latina. De hecho, cuando estoy en Estados Unidos y trabajo desde allá, estoy clara en que ese es el grupo al que pertenezco y que mejor me representa. Después de todo, bajo la gran patria de la lengua, todos somos familia. Lo que sucede es que es una identidad que no puedo sentir primaria porque no corresponde a mi experiencia de vida. Quizás sería distinto si hubiese vivido años allá, si llevase mucho tiempo inmersa en aquella cultura, pero no es mi caso. 

Amo mi latinidad y la hermandad natural que surge cuando entro en contacto y diálogo con las comunidades latinas de Estados Unidos, pero ante todo soy puertorriqueña y en mi país no soy migrante, aunque al llenar los documentos del gobierno tenga que llenar los encasillados de las minorías. 

Es confuso, a veces estamos como un perro que se muerde la cola.




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Autoras entrevistadas: Lina Meruane / Kelly Martínez-Grandal / Mariza Bafile / Ana Teresa Toro / Jennifer Thorndike / Franky Piña / Osiris Mosquea / Rose Mary Salum / Anjanette Delgado / Lila Zemborain / Melanie Márquez Adams.





* Una versión más extensa de este diálogo forma parte del libro Imaginar países: Entrevistas a escritoras latinoamericanas en Estados Unidos (Hypermedia, 2021), editado por Dainerys Machado Vento y Melanie Márquez Adams. Aunque los temas de las entrevistas son diversos, las editoras han querido explorar, sobre todo, la manera en que los matices de la identidad latinoamericana se manifiestan y fluyen en la escritura de cada una de las entrevistadas.




Editorial Hypermedia

Doblemente americanas: sumar las resistencias de la escritura

Dainerys Machado Vento

“Estas entrevistas tienen múltiple valor, porque se trata de mujeres hablando en el espacio público sobre ellas mismas, sobre sus cuerpos, sobre la política de sus países, sobre sus errores y aciertos”. (Prólogo del volumen ‘Imaginar países: Entrevistas a escritoras latinoamericanas en Estados Unidos’, Hypermedia, 2021).





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