Abilio Estévez: “El único compromiso debe ser con la honestidad”

¿Para qué sirve hoy un escritor? Podría parecer una pregunta ingenua. Sin embargo, si cotejamos el estado actual del pensamiento y la escritura, la ausencia de memoria a largo y corto plazo, la inmediatez que se persigue, el ser cauteloso, la voluntad de rehuir a los posicionamientos y el deber-ser políticamente correcto, la respuesta a esta pregunta no puede tomarse a la ligera.

Entrevistar a Abilio Estévez solo ha sido posible gracias a la gestión y a la amabilidad de mi amigo, el artista cubano-americano Julio Figueroa Beltrán, quien con agilidad y destreza nos acercó para que conversáramos. Decir lo que significa la obra de Abilio Estévez sería redundante; sin embargo, para cualquier escritor, su lectura es un ejercicio donde se socava los paños tibios de un discurso político y estetizante.

Abilio Estévez enrostra la racionalidad tardía con una prosa densa, con una narratividad que desbanca toda ligereza. Como diría mi colega y amigo Julio Lorente, los entornos profilácticos o acéticos no son su fuerte; su obra está llena de sudor, de humedad, de sangre, de un sentido de lo grotesco que envilece a la alta cultura. Su obra es, si así se quiere, una indagación epistemológica, una búsqueda que coloca en el centro literario a una Cuba más real que deseada. Abilio abandona los estados de la conciencia contemporánea, toda indiferencia, toda patología festiva para sumergirse en una travesía, en una obsesión, en una presencia permanente que se traduce no en la geografía de un territorio, sino en el vértigo simbólico que Cuba emana como nación.

¿Qué es para Abilio Estévez la literatura? Es una pregunta un poco sartreana.

La pregunta es fácil; la respuesta, no. Para decirlo solemnemente, es como si me preguntaras qué es la vida. La respuesta podría ser como la de Agustín de Hipona sobre el tiempo. La literatura, como la vida, se vive. Podría extenderme hablando de la intención estética, de la necesidad de poner orden en el caos, etc. Pero las definiciones es mejor dejarlas a los académicos, Wellek y Warren, Terry Eagleton, por ejemplo. O a ensayistas tan brillantes como Alfonso Reyes. Lezama tenía razón, definir es cenizar. 

Supongo que para un escritor es complicado responder a esta pregunta. ¿Una manera de vivir? ¿Un modo de estar frente a la realidad? Aquello que decía Robert Louis Stevenson: “tasting and recording of experience”. C. S. Lewis recalca que la experiencia literaria cura la herida de la individualidad sin menoscabar sus privilegios. Yo, por ejemplo, desde muy pronto me di cuenta de que había una relación importante entre mi vida y la literatura. Desde la adolescencia, cuando tenía, como ahora, la impaciencia de querer leerlo todo y observaba cada cosa como si tuviera que escribirla después. El único compromiso debe ser con la honestidad, la mayor honestidad posible, y también con la belleza, por supuesto. Y para evitar confusiones: la belleza en un sentido amplísimo, aun cuando esta se busque desde la fealdad o el horror (como en el caso del realismo sucio). Hay mucha belleza en los cuentos de Bukowski.

José Lezama Lima decía que definir es reducir a cenizas; sin embargo, establecer demarcaciones, siempre que estas no sean reduccionistas, es bueno, ayuda a orientarnos. ¿Abilio Estévez es un escritor posmoderno o postsoviético? ¿Cómo te definirías tú? ¿Qué tipo de escritor eres?

¿De verdad quieres que me defina, Antonio? ¿Te parece justo que cometa suicidio literario? 

¿Postsoviético? Si entiendo el término, que no estoy seguro, sospecho que los soviéticos que teníamos en Cuba no dejaron cultura importante alguna, salvo una palabra maravillosamente justa: “bolo”. Admiramos a los soviéticos que “traicionaban” como Marina Tsvetáyeva, Anna Ajmátova, Serguéi Esenin, Joseph Brodsky… 

¿Posmoderno? No lo sé. Aún creo en las novelas que intentan abarcarlo todo, las “tentativas imposibles”. Me gustan los escritores que intentan un sistema. Me atraen los grandes relatos. ¿Ya todo eso ha pasado a la historia? Quizá esa atracción (nostálgica) sea un rasgo posmoderno. Quizá el hecho de intentar huir de la fragmentación y pensar que sí, que existe un relato que en mi caso ilustraría bien una frase Mallarmé: “El mundo existe para concluir en un libro”

¿Qué rol consideras tú tiene la literatura en la Cuba contemporánea?

El mismo que puede tener en cualquier otro lugar. Darle un plan a lo que parece no tenerlo. Estructurar. Ordenar lo que carece de orden. Crear un mundo que, además, sea un hecho estético. O como decía Bioy Casares en una frase simple y arquitectónica, agregar una habitación a la casa de la vida. La literatura siempre es imprescindible, pero en las circunstancias difíciles se convierte en un arma, no de la Revolución, sino del tiempo. 

El crítico norteamericano Mark Greif publicó hace unos años The Age of the Crisis of Man: Thought and Fiction in America, 1933–1973, donde plantea que el verdadero impacto en el pensamiento social y filosófico en Estados Unidos está ocurriendo, no en la filosofía, sino en la literatura de ficción. Puesto en perspectiva este argumento, ¿qué rol tiene la literatura como ejercicio de pensamiento en la Cuba contemporánea? 

Yo creo que la literatura no es un ejercicio de pensamiento; creo más bien, con Borges, que la filosofía es un ejercicio de imaginación. Literatura y filosofía son dos ceremonias distintas que terminan en el mismo ensueño. La literatura no quiere revelar el misterio, sino instaurarlo. (Puede que la filosofía también). Tal vez la literatura tenga que ver con la epifanía, palabra que tanto gustaba a Joyce. La Cuba contemporánea necesita muchas cosas: medicinas, comida, condiciones dignas, libertad para emprender y vivir una vida (aunque sea en su modo más elemental) que valga la pena y de la que cada cual sea responsable. Sobre todo, que nadie se vea en la necesidad de huir para vivir mejor y poder decidir su destino. 

En medio de ese panorama de infinita pobreza (material y moral), donde las ideas, o mejor dicho los lugares, comunes de la igualdad social, etc., han sido utilizadas para someter, ¿qué ofrece la literatura? En cierta ocasión le preguntaron a Chesterton qué libro quisiera tener consigo al naufragar en una isla desierta y él, sabio como siempre, respondió que un manual para construir balsas. Para el cubano de hoy no estaría mal un libro como ese.  

¿En qué medida tu obra hace evidente una indagación, que debería estar más orientada hacia disciplinas como las ciencias sociales pero que tú desarrollas desde la literatura?

Si pretendes trabajar con la materia primordial, que es la vida, parece forzoso pasar por esas otras “disciplinas”. No soy consciente de eso. Tampoco es mi propósito. Ocurre porque las líneas son a veces difusas y porque uno, al fin y al cabo, vive en la polis y piensa en ella, se mueve en ella.  

Mario Vargas Llosa publicó hace unos años un libro titulado Conversaciones en Princeton, que fue un ciclo de conferencias sobre las relaciones entre la literatura y la política. Ahora, ¿qué sucede cuando la obra de un escritor gira en torno a una indagación política? ¿No corre el riesgo de desaparecer cuando el conflicto que trata de describir en su obra desaparece?

Tienes razón. Se corre ese riesgo. Aun en obras políticas debiera intentarse una ambigüedad que permita una cierta duración. La política, los políticos, pasan; la obra debe permanecer, o por lo menos tienes el deber de intentar que permanezca. Si la política es efímera y cambiante, entonces el escritor debe “denunciar” (la palabra es impropia, perdóname) una determinada circunstancia política con mucha sutileza, sabiduría, encontrando qué hay de permanente en aquello que intenta llevar a la literatura. Me vienen a la mente dos poemas: uno de Neruda, el otro de Nicolás Guillén, ambos sobre Stalin. ¿Quién lee hoy esos poemas sin una sonrisa de condescendencia y al mismo tiempo con una mueca de asco? ¿O los poemas dedicados a Fidel Castro, por ejemplo, el Canto a Fidel, de Carilda Oliver Labra, o Ronda de la fortuna, de Nancy Morejón? 

Si abres El libro de Manuel de Julio Cortázar no entiendes cómo un hombre culto e inteligente puede caer en la chapucería (la bobería) política. Ni hablar de la poesía de autoayuda revolucionaria de Mario Benedetti. Si lees, en cambio, 1984 o una novela extraordinaria de Robert Penn Warren titulada Todos los hombres del rey, o Yo el supremo de Roa Bastos, o Conversación en la Catedral de Vargas Llosa…, sí hay un modo de hacer literatura a partir de una materia política. El problema es que la literatura no es apologética. El escritor está en la obligación de ser siempre ambiguo, sutil, de abrir la duda, de permitir la incertidumbre, de “instaurar el misterio”, como te dije antes. Él no tiene la verdad revelada. Él avanza por la oscuridad tratando de iluminar algunos rincones. Aun cuando no tenga que evadir censura alguna, debe recordar que tiene la censura del tiempo.

Dice Odette Casamayor-Cisneros en Utopía-Distopía e Ingrevidez: reconfiguraciones cosmológicas en la narrativa postsoviética cubana que con el derrumbe del muro de Berlín se pensó que la profecía formulada por Reinaldo Arenas en su novela El color del verano o nuevo jardín de las delicias se cumpliría fatalmente: la isla de Cuba, liberada de sus amarres, se iría a la deriva por los mares de Dios… o del Diablo… ¿Anda Cuba a la deriva?

Cuba anda a la deriva desde hace muchos años. Se deshizo en balsas precarias, en aviones. Algo desaparece con cada cubano que sale con su maletica. Todo se vino abajo. La de Reinaldo Arenas es una profecía metafórica (que parte de La Isla en peso de Virgilio Piñera) y al propio tiempo muy real. 

En Tuyo es el reino y en Archipiélagos Cuba es una densidad, pero también un lastre. Uno puede construir una balsa e irse de Cuba, pero Cuba nunca se va de uno. ¿Cuba es “una maldición gravitatoria”, algo que te persigue, de lo cual tú no puedes desprenderte? ¿Qué es Cuba para Abilio Estévez?

Cuba es el lugar donde nací y donde viví más de la mitad de mi vida. Eso es algo definitivo, invariable, una realidad que debe aceptarse como destino y sobre la que no hay nada que hacer. Puedes tener pasaportes de otros países, eso no cambia tus recuerdos, tu sensibilidad… Perdona que subraye lo obvio. No hay modo de evadir que nací en Marianao, que mi familia era de Bauta y de Artemisa, que vivíamos próximos al cuartel de Columbia (a ratos dentro del cuartel), que mi familia nunca creyó en el mundo mejor que supuestamente traería la Revolución. No puedo decir “a partir de hoy considero que nací en Alejandría”. 

Eso que pretende falazmente la ideología de género con el sexo, es aún más impensable con la “patria”. Cuando digo patria me refiero al pequeño mundo en el que vivíamos, a los olores y los sabores que marcaron nuestra infancia; me refiero a las calles y al calor y al modo en que nos sentíamos vivir y vivíamos. No puedo ser de otro lugar y mis obsesiones continúan en torno a lo que viví. Ni siquiera es una maldición. ¿Qué hago con mis recuerdos? ¿Qué hago con mis paranoias y mis alegrías y mis angustias y todo cuanto aprendí y me hicieron aprender, para bien o para mal? Aun si un día decidiera escribir sobre Juliano el Apóstata (es una broma), estaría escribiendo sobre Cuba; o mejor dicho, sobre el pequeño pedazo de Cuba en que me tocó vivir. No es nacionalismo, por supuesto, ni patriotismo. Es simplemente mi vida, que es la sustancia que me sirve para trabajar. 

En Archipiélagos tienes toda una deserción en torno a la figura del dictador que se personaliza en Gerardo Machado. Sin embargo, el discernimiento va más allá de esta figura histórica. ¿Qué valor tiene para ti la figura del dictador para, como dices en esta obra, dominar el destino de un potrero supuestamente convertido en nación?

Traté de entender ese momento. Solo que entenderlo implicaba indagar sobre el presente. En cierta forma, de ahí venimos. Ahí tienes un ejemplo de lo que sucedió en Cuba: Machado fue un general de la guerra de independencia. Fue presidente prometiendo que no iría a la reelección. Promesa que no cumplió. El afán de poder, etc. Pero los estudiantes universitarios y una gran parte de los cubanos se opusieron. ¿Qué sucedió entonces para que los sargentos, liderados por Fulgencio Batista, hicieran una “revolución”? Me parece un período importante para entender, por contraste, lo que sucedió después.  

En Archipiélagos, cuando te refieres a los primeros presidentes republicanos y dices: “Ninguno de aquellos tres señores había gobernado con la cultura, ni siquiera con la instrucción, sino con la cabeza más o menos grande de la mandarria. El glande de gobernar. ¿Cultura?, ¿qué falta hace la cultura en una finca?”, ¿qué papel juega el falocentrismo en la perspectiva de un dictador, pero sobre todo desde la tradición cubana de las dictaduras?

No conozco una dictadura latinoamericana (por especificar) levantada desde la delicadeza, la femineidad, la ternura. Hay siempre detrás un componente muy de macho, de bravuconería, de “vamos a ver quién la tiene más grande”. No es posible imaginar a los rebeldes bajando de la Sierra Maestra y hablando de glamur o de que “nos van a contar una cosa que nos deje el alma helada”. Observa que las mujeres que están asociadas a ellos tienen un componente de macho. Pero, ojo, de macho primitivo (porque hay machos cultos y sofisticados; José Martí, por ejemplo), del que organiza un rodeo y escupe más lejos. 

Finalizando, en Archipiélagos, cuando te refieres a Gerardo Machado, hay una voz en off que sugiere cómo ser un “dictador de categoría”. Me pregunto: ¿pertenece el futuro de Cuba a los dictadores? 

Venimos de una tradición, la del jefe, la del cacique, la del caudillo. Hubo muchos en nuestras guerras de independencia. Un señor con concepto de democracia era un poeta iluminado y con vocación de suicida. Dos o tres congresistas decentes. Muy poco para crear una democracia sólida. Hace setenta años que en Cuba no sabemos qué es la democracia. No sé cuál será el futuro de ese paisito nuestro. Sí sabemos que hemos perdido cualquier idea sobre democracia y cualquier comportamiento que implique aceptar las ideas del otro. La degradación de nuestro país comienza por esa destrucción. 

La ruina de los edificios llegó después de la instauración totalitaria en nuestra pequeña vida cotidiana y la ruina moral. Todo parece indicar que nos acostumbramos a que el Estado paternalista, ese padre todopoderoso (policial) que no supimos o no pudimos matar lo decidiera todo por nosotros. Un Estado que disponía, incluso qué olla exprés debíamos emplear, o en qué proporción debíamos beber limonada. Yo recuerdo a la presidenta de mi CDR escribiendo los números de las matrículas de automóviles de personas no conocidas que llegaran a la cuadra. Este pormenor es en realidad un hecho monstruoso. De manera que regenerar ese tejido costará mucho. Como decía Virgilio Piñera en su cuento El infierno: “Por fin llega el día en que podríamos abandonar el infierno, pero enérgicamente rechazamos tal ofrecimiento, pues, ¿quién renuncia a una querida costumbre?”.




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Nestorianismo y empiriocriticismo

Orlando Luis Pardo Lazo

Soy un caso único en el panorama literario cubano. No te sientas mal: es imposible no imitarme. Primero, porque soy inevitable. Y, segundo, debido a que vivimos en una época de decadencia artística: padecemos de una fatiga del genio rayana en la crisis nacional”.






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1 Comentario
  1. GRANDE Abilio. La inteligencia, la sabiduría, la modestia, la honestidad, la belleza lo acompañan siempre.

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