Cuba: ¿Revolución que se va a bolina?

Cuba ha sido noticia en todos los medios de comunicación a nivel global. Y es que las fuertes y masivas manifestaciones que se iniciaron el 11 de julio, tomaron por sorpresa a una buena parte de los/as ciudadanos/as de este mundo.

Preguntas recurrentes que me han hecho en estos días acá en Brasil, han sido: 

¿Cuáles factores desencadenaron estas protestas en Cuba? 

¿Qué futuro esperar después de estas manifestaciones y de la violencia incitada por el totalitarismo cubano para reprimirlas? 

Intelectuales y académicos/as se han respondido tales interrogantes. Algunos, con argumentos desgastados donde el decano de toda esta crisis es el embargo o bloqueo norteamericano, como quieran llamarlo (me niego a reproducir esta miopía, dada la poca trasparencia en datos económicos que puedan facilitar mejores evaluaciones de esta realidad en Cuba). 

Otras tipologías de intelectuales y académicos/as también han ofrecido lucidas lecturas sobre las distintas realidades que encendieron la llama de estas protestas. Protestas que muchos/as cubanos y cubanas hoy vemos desde diferentes latitudes geográficas, pero ancorados/as en sentimientos comunes, mezclados, contradictorios: rabia, alegría, preocupación, miedo, impotencia, tristeza, etc. 

Varios son los factores reconocidos por este último grupo de intelectuales y/o académicos/as cubanos/as. Otros factores también pueden ser acrecentados. Valen resaltar: 

  1. Sistemáticos controles punitivos y represivos de la sociedad civil. 
  2. Descontentos acumulados por décadas, relacionados a varias esferas de la vida cotidiana (participación social, educación, salud, transporte público, alimentación, vivienda). 
  3. Dolarización del acceso a bienes básicos de consumo y reajuste de precios en medio de la pandemia, lo que acentuó la desigualdad, la pobreza y las dificultades de la vida cotidiana. 
  4. No flexibilización de importación de insumos básicos, a pesar de la escasez existente en el país de estos productos. 
  5. Inversión en sectores inmobiliarios en detrimento de gastos sociales. 
  6. Desatención a políticas de apoyo a empresas de producción no estatal. 
  7. Mayor acceso de la población a Internet y a vías alternativas de información.
  8. Pésima gestión gubernamental en la pandemia que, además de no negociar dosis con aliados como Rusia y China y rechazar participación en el mecanismo Covax [para distribución de vacunas a naciones con menores recursos], también desatendió la inversión en otras necesidades como insumos, infraestructura, y profesionales del sistema público de salud. 
  9. El colapso del sistema sanitario contrastó los discursos triunfalistas sobre la salud en Cuba. 

Junto a todos esos factores, me gustaría poner en discusión otro elemento que me parece relevante, desde su condición complementaria e, inclusive, transversal a los mencionados detonantes. Este elemento es el acentuado desgaste de la legitimidad del gobierno autocrático cubano, entendida esta, básicamente, como fuerte convicción interna de la validez moral e ideológica del régimen y sus autoridades

No es un secreto que el difunto Fidel Castro tenía grandes habilidades orales. Podríamos decir que era hábil para ejercer lo que desde la sociología clásica weberiana se conoce como “dominación carismática” (Weber, 1979). De hecho, estas habilidades pueden considerarse al menos uno de los factores comprensivos de los significados, los usos, las delimitaciones de conceptos o consignas que, relacionados a ciertos contextos, tenían una fuerza aglutinadora (desgraciadamente, al menos para mí). Me refiero a conceptos y consignas como “revolucionario” y “Patria o Muerte”, por solo citar algunos. 

Lo “revolucionario”, por ejemplo, entendido desde la perspectiva de los discursos oficialistas cubanos —no desde los enfoques de algunos intelectuales en la Isla— que, en la práctica, reducen el término al apoyo incondicional al régimen autoritario, durante mucho tiempo ha sido esencial para ejercer formas de dominación en Cuba. Una dominación que, aunque anclada de manera compleja en diferentes mecanismos, ha tenido objetivos comunes y cierta constancia en sus materializaciones: disciplinar los cuerpos y las mentes, mostrar el lugar de exclusión al que estarías condenado si andas a contramano de lo establecido. Hacerte creer que era normal-natural que te condenaran a ese lugar. 

Pasaron los años y todavía veo las estrategias de dominación de los/as autócratas cubanos/as mediante el uso de las palabras “Revolución”, “revolucionarios”, etc. 

¿Cuántos/as docentes, estudiantes, han sido expulsados/as de escuelas y universidades bajo esta farsante consigna? 

¿Cuántas personas competentes han sido impedidas de ejercer trabajos y contribuir para el desarrollo de la sociedad, solo porque no se ajustan a lo que los tiranos entienden por revolucionario? 

¿Qué decir del uso de esta palabra por parte del presidente/dictador Díaz-Canel para, violando la propia Constitución, incitar ataques contra el pueblo soberano que salió a protestar por la precariedad y la falta de libertades a las que ha estado sometido, mientras ve a sus gobernantes engordar cada día? 

Las palabras “Revolución” y/o “revolucionarios” han sido utilizadas tan repetitivamente, que eran prácticamente incuestionables. Han sido eficientes herramientas para legitimar y orientar formas cotidianas de interacción social. En algún momento, estas expresaron lo que muchas personas pensaban, experimentaban y/o querían comunicar. O, en ocasiones, lo que muchas personas sabían que debían comunicar. Y aquellas para los cuales las mismas no tenían el menor sentido, por lo general eran discretas en la manifestación de esta realidad. Porque estas palabras cristalizaban historias colectivas que coaccionaban comportamientos. Lo “revolucionario” ofrecía posibilidades de uso respaldadas socialmente. 

Sin embargo, la sobrevivencia de los conceptos y sus usos pasa por diversos procesos. Uno de ellos es la perdida de sus valores existenciales y, en el caso de las palabras en cuestión, dicha realidad es notable. 

Lo “revolucionario” hoy no sobrevive de la misma manera que en el pasado en buena parte de la sociedad, porque no retiene valor existencial. Esta expresión no mantiene sólidos vínculos con las funciones y experiencias cotidianas de ese pueblo cubano “de a pie”, que decidió gritar el 11 de julio de 2021. Para estas personas, la palabra “Revolución” ya no tiene la misma fuerza aglutinadora, porque contrasta con las cotidianas realidades. Y este contraste, que se produce entre la vida cotidiana de esa parte del pueblo indignada, y las realidades que se cristalizan al usar los términos “Revolución”, “revolucionario”, es una de las esencias del quiebre de la legitimidad con la que había contado el régimen. Esta legitimidad facilitaba que dichas palabras tuvieran sentido práctico y orientaran comportamientos, disciplinaran cuerpos en función de un apoyo a los modelos de sociedad defendidos desde arriba, pero no vividos allá arriba. 

Algo cambió en la subjetividad de esa masa de cubanos y cubanas, y no soy el único que siente estas otras brisas. La autocracia cubana también las ha sentido. Algunos/as intelectuales y académicos/as cubanos/as también las han sentido y, por demás, han percibido que el totalitarismo igualmente las ha notado. Pero de la misma manera en que este ha sentido estos cambios, en cuanto señales anticipadas de un estallido social, también los ha ignorado, dicen algunos de estos/as intelectuales cubanos/as. 

Yo discrepo muy respetuosamente de este punto de vista. 

El régimen no ignoró esas señales. Apenas les interesó perfeccionar las estrategias de represión que pudieran pacificar cualquier estallido social, porque reconocer esas señales de la manera propuesta por muchos intelectuales, implicaría “abrir el dominó”. ¿Para qué escuchar esas señales y sugerencias de cambios si, en definitiva, tenemos el monopolio de fuerzas esenciales para ejercer el poder? “¡Tenemos capitales legislativos, judiciales, medios de comunicación, de producción, armas, apoyo del sector militar, gran masa de “selectorados influyentes” (Mesquita y Smith 2011), etc.!”, dirían los autócratas del Partido/Estado “comunista”. Apostaron a perfeccionar las capacidades de control y represión, en detrimento de construir capacidades democráticas de resolución de conflictos y de desarrollo del país. 

Esas apuestas, son las que explican los artículos 4, 5, 49, 56 de la armadilla constitucional de 2019. Son las que explican los recursos invertidos en las fuerzas represivas que atacaron el pueblo cubano (ropas, armas, carros), mientras la escasez de ambulancias y oxígeno en plena pandemia matan a cubanos y cubanas, entre estos, mi tío Pipo. Son las que explican la falta de combustible para el transporte público (y las propias ambulancias), pero no para los carros de los esbirros y los burócratas demagogos del Partido Comunista. 

También, en el plano cultural, estas apuestas explican las desesperadas ordenanzas dadas a artistas de dentro de la Isla para crear canciones ridículas, en respuesta al éxito de la canción “Patria y Vida”. Una canción que incomodó porque percibieron que hacía mellas en dicha apuesta. Una canción que ha sido viral porque canalizó realidades que tienen sentido para una parte no desdeñable de la población cubana. Cumple más adecuadamente funciones existenciales. 

La cúpula política sintió que le arrebataban, con una “cancioncita”, esas construcciones simbólicas que organizaban socialmente los sentidos y las emociones en torno a una realidad fértil para la reproducción de la hipócrita premisa del “hombre nuevo”. Digo hipócrita, porque esos hombres y mujeres de la burocracia cubana, que construirían la “Revolución” y que, ajenos/as a actitudes burguesas, antepondrían los intereses colectivos sobre los individuales, jamás han vivido esta realidad después del 59. Las familias de estos/as menos todavía. 

En resumen, muchas dimensiones o realidades pueden ser consideradas para analizar las manifestaciones en Cuba. Pero el vacío en la legitimización de la autocracia cubana, debe ser una de ellas. No es posible entender estas protestas solo desde sus elementos prácticos y estructurales, sin pensar en las interdependencias de estos con elementos subjetivos. Estos elementos son importantes, incluso, para entender pasadas conductas del pueblo cubano y el régimen en general. También para entender lo que pudiera venir. ¿Cuáles son los habitus (Bourdieu, 1997) o figuraciones (Elias, 2008) que han configurado estos sucesos? Esta es una pregunta que tiene su tumbao, queridos/as amiguitos/as. 

Y los más cómico-trágico de este asunto es que en dicha deslegitimación el propio régimen ha tenido un papel esencial, mediante discursos y gestiones que contrastan con la realidad. 

Claro que las palabritas “Revolución” y “revolucionarios”, desde los sentidos oficialistas, todavía tienen un cierto poder sobre el comportamiento permisivamente autocrático de algunos grupos sociales, sea por coacción, conveniencia o estúpida convicción. Al parecer, demorará un poco para que Cuba pueda librarse de los Eichmann (Arendt, 2014) y los selectorados influyentes (Mesquita y Smith 2011) antillanos. Pero, al menos, ya es una ventaja este desgaste de las capacidades del totalitarismo cubano para inducir un proyecto hegemónico de la sociedad cubana

Ese pueblo cubano que ha estado en las calles, armado únicamente con sus genuinas razones, podrá ser derrotado por las fuerzas represivas del Estado/Partido autoritario cubano; podrá, este Estado, conservar el orden autocrático e intentar calmar los ánimos con “pan y circo” (como parece estar haciendo con la liberación de importaciones de alimentos y medicinas sin fines comerciales); podrá, incluso, aferrarse al palo más cercano que les queda, que es gobernar con puño de hierro en una realidad donde, la Revolución que ellos invocan, ya era, como se dice en Brasil. No obstante, en adelante, serán tiempos de otras revoluciones. Serán tiempos de diferentes tipos de disputas entre posibles y diversos proyectos de la sociedad cubana, en medio de contextos de profundización de las acciones represivas por parte de ese totalitarismo cubano, traidor del soberano, de la Patria y de los propios ideales de libertad y democracia que cínicamente enarbolan. 

Estos contextos existirán porque ya no les queda otra alternativa. El totalitarismo cubano ya no cuenta con la legitimidad que en algún momento tuvo entre masas significativas y diversas de la población. Ya no les funcionan correctamente las ideologías, la Historia, cualquier carisma, los procedimientos seudodemocráticos o la identidad nacional que pretenden fortalecer con un “Patria o Muerte”, para convencer a la población de que esos totalitarios son idóneos y de que el modelo que proponen es viable. 

Por tanto, eso que hoy la cúpula oficialista llama “Revolución”, en sus sentidos simbólicos, afectivos y existenciales, que alguna vez aglutinaron a hombres y a mujeres, ya se fue a bolina para una parte sustancial de la nación cubana. 


Referencias: 
Arendt, H. (2014). Eichmann en Jerusalén. Barcelona: Debolsillo.
Bourdieu, Pierre. (1997). Razones prácticas: Sobre la teoría de la acción. Barcelona:  Anagrama. 
Elias, Norbert. (2008). Sociología fundamental. Barcelona: Gedisa. 
Mesquita, Bruce B. y Smith, Alastair. (2011). The Dictator’s Handbook. New York: PublicAffairs. 
Weber, Max. (1979). Economía y Sociedad. Tomo I. La Habana: Ciencias Sociales. 




Cuba

La Cuba relicario: suspender el silencio

Mario Rufer

Hace rato que Cuba ha pasado a ser la vía de expiación de las culpas latinoamericanas, el relicario de lo que en nosotros mismos fracasó. Así ha funcionado parte de la izquierda dogmática continental: en sus cabezas Cuba aparece como reliquia.





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