Entre el abuso y el ciberabuso

Aquel hombre, café mediante, no podía creer que un tuit en Cuba costaba un dólar.

“Cuando no existían aún las zonas wifi”, le dije, “un sistema para tuitear consistía en enviar un sms a un número en Inglaterra. Previamente te registrabas en una web con tu cuenta y tu número telefónico. Luego ese mensaje se convertía en tuit cada vez que lo enviabas, y como era un “sms internacional”, se descontaba 1 CUC de tu saldo”.

“Así fue como tuitearon, durante años, Yoani Sánchez y otros. Internet es una aliada imparcial; parciales son los hombres. Internet es horizontal, por eso crea un horizonte de expectativas”, le comenté.

Desde Cuba se mira al mundo a través de un agujero en la pared, sin perder la fe en que ese mundo también es tuyo. Algunos escapan a través de ese agujero para vivir en el mundo y nunca regresar. Algunos le sacan todo el provecho posible a la visión desde ese agujero, sin salir a través de él. Algunos salen por el agujero y por el agujero regresan, trayendo un poco de mundo en las manos, en los bolsillos y en el culo, como si traer mundo fuera narcótico.

Internet era un lujo, le dije a ese hombre, que pidió dos cafés más. En algunos centros de trabajo estatales había acceso. Mientras las cosas cambiaban muy lentamente, pasó de todo.

A un profesor de la Facultad de Química de la Universidad de La Habana casi lo expulsan. Se quedaba en el laboratorio por las noches, con el pretexto de que trabajaba, hasta que descubrieron que usaba un proxy para descargar pornografía (en esos lugares, estás obligado a firmar un documento donde te comprometes a no hacerlo). Finalmente no lo expulsaron, porque casi todo el mundo se solidarizó con él y con su trayectoria.

Al informático de otra facultad casi se lo llevan preso. Se quedaba las madrugadas en el laboratorio de computación descargando los capítulos de la serie Prison Break, para venderlos a quienes reproducían los discos piratas que circulaban por la ciudad. Libró de que la facultad lo acusara ante las autoridades, también gracias a la solidaridad de estudiantes y trabajadores, pero tuvo que abandonar el trabajo.

Otra historia interesante es la que suscitó la blogosfera cubana: los numerosos blogs que surgieron a partir de 2007, de modo espontáneo.

“Cuéntame”, me dijo el hombre.

En los años 2007, 2008 y 2009, había una manera de informarse de algunas cosas. En el parque de G, una muchacha que era bloguera y novia de un friki, repartía con discreción, a personas que le inspiraban confianza, unos CD que tenían escrito por fuera: “Voces Cubanas”. Era un compendio de descargas de algunos de los blogs más leídos dentro y fuera de Cuba. Así supe de algunas cosas por aquellos años.

La cultura virtual off-line era un oasis informativo al margen del bombardeo mediatizado oficial, y comprendía cuestiones que iban del simple tráfico de pendrive a pendrive entre gente común, hasta los discos que regalaba aquella muchacha. A varias personas les daba miedo llevárselos: los aceptaban, pero luego los veías abandonados en el suelo o sobre un banco del parque. La información se consume de manera más o menos selectiva y el miedo, por supuesto, es un indicador de selectividad.

Al calor de esta situación, el Estado captaba a estudiantes de Periodismo, de Informática y de otras carreras; les anclaban una cuenta de Internet en sus casas, mediante acceso telefónico, a cambio de que abrieran un blog y “respondieran” a los contenidos que se compartían de modo auténtico en la red de redes. Algunos escritores hicieron lo mismo desde plataformas web oficiales relacionadas con la cultura, como La Jiribilla. Así se creó una tropa de choque que estimulaba la división y las rencillas en torno a un libre ejercicio de opinión que era muy sencillo de asumir, pero que se complejizó hasta la sordidez.

Además de los “cibersoldados” (como fueron y son llamados por la oficialidad), recuerdo quiénes eran los que tenían Internet en sus casas por aquellos años finales de la primera década del siglo XXI: casi todos eran personas con familiares funcionarios. Sus velocidades de conexión eran superiores a las de los centros de trabajo donde, a cada rato, yo mendigaba unos minutos para revisar mi correo electrónico.

A algunos de estos privilegiados en conectividad a los que yo tenía acceso, les pedía “tiempo de máquina” para descargar en mi USB imágenes relacionadas con mis prioridades estéticas: arte, música, moda y literatura. Me daba vergüenza pedir tiempo para más, para leer noticias y estar al tanto de las versiones no oficiales sobre lo que pasaba en Cuba y el mundo. Me daba temor buscarles problemas.

Hoy ya tenemos datos móviles. Caminamos menos a ciegas. Mucha gente ha despertado. Tenemos, sobre todo, una posibilidad más orgánica de contrastar información, intercambiarla e interactuar con ella. Pero eso ha implicado otras cosas.

El Estado cubano coordina miles de cuentas falsas en redes sociales que se dedican a acosar a los usuarios, a tergiversar la información y a sabotear las iniciativas que se organizan libremente. Muchos sitios están bloqueados y la cultura del VPN no está extendida entre los internautas. El Estado tienen además el poder de cortar el servicio de Internet de manera puntual o general.

Nos maltratan, y le piden a la comunidad internacional y a los coterráneos neófitos que lo comprendan.

El Estado pide comprensión porque se siente amenazado por un enemigo que no existe.

El Estado pide que lo dejen ser infantil y peligroso.

“Me resulta difícil entender el terror alrededor de consumir información y replicarla… No soy de aquí”, me dijo él.

“Exacto”, le respondí.

Por suerte, el tema de conversación varió por un rato. Me hacía falta. Hablamos de otras cosas: de nuestras familias, de la pandemia, de nuestros sueños. Pedimos la cuenta.

En lo que venía la mesera, me dijo:

“Ustedes viven entre el abuso y el ciberabuso. Es lo que saco en limpio de tus historias, y de otras que he escuchado. No me imagino viviendo en un país así. Ellos tienen la forma de incriminarte por cosas que hace siglos no son un crimen. No entiendo cómo lo logran, pero sucede. Una parte del mundo cree que es cierto lo de Estados Unidos y la CIA manipulándolos; yo no, porque vine, conversamos y he visto en tus ojos que eso es una mentira. Esa parte del mundo tendría que venir y hacer lo mismo que yo. No creo que tengan tiempo ni valor para hacerlo. Pero yo trataré de transmitir esto dondequiera que pueda”.

Nos despedimos. Me dijo que me cuidara. Yo le dije lo mismo.

Regresé a casa con una nueva sensación: he sido abusado y ciberabusado… Y así seguirá siendo, al parecer.




Julio Llópiz-Casal

Las cosas que yo quiero

Julio Llópiz-Casal

Yo quiero que el Estado cubano respete el derecho a que cada cual piense lo que quiera y lo diga como lo quiera decir, porque así sabré cosas verdaderas de todos. No solamente de los 30 que entramos la noche del 27 de noviembre al Ministerio de Cultura, también de los más de 500 que estaban afuera esperándonos, y a los que no les pudimos dar una mejor noticia.


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