¿‘Quo vadis’, Cuba?

Ubiquémonos desde un no-lugar: “Se celebró el VIII Congreso del PCC en la segunda quincena de abril del año 2021”. Un proceso harto gris, ya de por sí, que recibió mucha menos promoción que los dos últimos anteriores. 

El VII Congreso —si bien fue una reedición del VI dado lo poco en que se innovó— se dio en el contexto de luna de miel con los Estados Unidos del “hermano” Obama y con Raúl Castro al frente, en sustitución de su hermano frente al negocio familiar. A lo largo de este período, el Partido intentó sacudirse el óxido acumulado durante la época precedente y erigirse como auténtica fuerza motriz de la sociedad cubana. No lo logró.

Contra este propósito conspiró el desgaste inherente al ejercicio del poder ininterrumpido durante tanto tiempo y su efecto en una población cansada y cada vez más distante, generacional e ideológicamente, de la desteñida casta gobernante.

Sin embargo, el VIII cónclave sí trascendería por una razón: tras su culminación, por primera vez desde 1959, no habría nadie con el apellido Castro frente al país.


VIII Congreso: ¿bastión y contrarreforma?

El cónclave se dio en un escenario convulso. Su única innovación aparente: el ascenso de una nueva generación al poder, debió ser un mecanismo para bombear sangre nueva que podrían haber empleado para —digamos— dárselas de demócratas. No hubo ni transparentación en los debates ni accesibilidad mediática; el Congreso ni siquiera fue transmitido en vivo. 

La resolución emitida por el Congreso sobre el informe de Raúl Castro lo resume todo: un conjunto de “hay que” en alusión a las vagas declaraciones de los dirigentes para referirse a problemas en los que no quieren profundizar: “hay que aumentar la productividad”, “hay que tener más disciplina”, “hay que”, “hay que”… En resumen, este Congreso estuvo lleno de “hay que”

Así, el balance arrojó que, de los Lineamientos aprobados en 2011 y enmendados en 2016, solo se han implementado 30 %; 40 %, parcialmente; y el resto está en veremos. Y la primera pregunta que me viene a la mente: ¿en una democracia competitiva podría sobrevivir en el gobierno un partido político que, en diez años, apenas ha implementado el 30 % de su programa político?

Cuando llaman al perfeccionamiento de la Empresa Estatal Socialista (EES), que después de 60 años ha dado todas las señales posibles de ineficiencia, no ofrecen vías concretas para hacerlo. Todo queda en una turbia nebulosa, consistente más en los llamados a la fe del trabajador que en la vertebración de un nuevo modelo que replantee las relaciones del Estado y las empresas en cuestión (sin que ello implique la pérdida de la propiedad de aquel sobre estas), a fin de estas que se sacudan la filosofía burocrática importada del sector público en aras de una mayor eficiencia y competitividad. 

Por otra parte, al empecinamiento ideológico habría que sumar la validación y blindaje de GAESA —cuyo mandamás se sienta ahora en el Buró Político—. No resulta casual el énfasis discursivo en el llamado al perfeccionamiento de la empresa estatal socialista (EES); al fin y al cabo GAESA, teóricamente, lo es. Una EES sin transparencia en sus finanzas y a la que no se le permite ser auditada por la Contraloría General de la República o supeditarse a los planes económicos elaborados por el Ministerio de Economía y Planificación. Pero, ¿qué se puede esperar del emporio militar que canaliza las divisas recaudadas en el creciente proceso de dolarización que vive el país y controla la exclusividad del comercio exterior?

Asimismo, la vaga arenga a solucionar los problemas estructurales de la economía choca con el estrepitoso fracaso del llamado Ordenamiento Económico, implementado cuando la economía no puede estar en peores condiciones. Un paquetazo económicomal dado que ha servido para desmantelar el ya exiguo sistema de subsidios, mientras niega a los ciudadanos el derecho al libre emprendimiento, no libera la producción de la tierra a los campesinos y pretende incrementar una productividad sin producción. En resumen, capitalismo oligárquico, solo para los amigos del poder, al mejor estilo de Latinoamérica.

Hay un principio que no ha variado desde el antiguo Egipto hasta nuestros días: la gente hambrienta tiende a rebelarse. ¿Estarán dispuestos incluso a comprometer la gobernabilidad del país al acrecentar las penurias de la población? De ellos todo se puede esperar.

Mientras tanto, siguen con la eterna promesa de la inversión extranjera. Pero Biden no es Obama. A más de cien días de haber asumido la presidencia, la Casa Blanca sigue diciendo que Cuba no es una prioridadAdemás, en tanto no se lleven a cabo reformas serias y profundas en el sistema político cubano, los inversionistas extranjeros seguirán teniendo la percepción de que el país no brinda seguridad jurídica a sus inversiones.

Un hecho curioso dentro del Congreso es que no se aluda a que Marino Murillo, el artífice del Ordenamiento, quedara fuera del Comité Central y del Buró Político. Resulta evidente que el alto mando del país está descontento con los resultados —no hablemos de la agobiada ciudadanía que vive de cola en cola—. ¿Y qué esperaba? La reforma no solo es torpe; su contenido también es sádico. Filosofía oscurantista y antieconómica que, eso sí, ha quedado muy ratificada en este cónclave.

Tampoco dicen nada de las tiendas de nuevo (viejo) tipo, donde se manifiesta el culmen de la nueva filosofía partidista: “Dígase MLC y ya se dicen todos los derechos”. ¿Qué se sentirá siendo oficialista y dependiendo de un pariente “gusano” para poder comer? 


El discurso

Lo primero que llama la atención es el lenguaje extraverbal de Raúl Castro: fue vestido de completo uniforme. Aquí caben varias lecturas subliminales. Está dando un mensaje a la oposición, a la administración Biden, al tímido sector reformista dentro de las filas del Partido y a sus propios sucesores: si bien después del Congreso dejaba de ser Primer Secretario del Partido, aún seguiría siendo General de Ejército, y ese cargo es vitalicio. 

El discurso propiamente dicho lo divido en tres: los “hay que”, las incoherencias y lo importante.

Los “hay que” son los de siempre. Nada nuevo aquí, salvo pensar que Murillo resulte el chivo expiatorio del Congreso. 

Las incoherencias constituyen joyas discursivas. 

La primera: el Partido defenderá que no se apliquen terapias de choque contra las capas humildes y velará porque “nadie quede desamparado”, mientras anuncia que esas tiendas que comercializan en una moneda que no es la del país ni se paga a los cubanos persistirán indefinidamente. Solo basta con visitar el interior del país o un barrio popular de la capital para conocer a los “no desamparados”.

Respecto a la política comunicacional, afirma no estar “satisfecho con los avances logrados” y acusa a la prensa de “triunfalismo, estridencia y superficialidad” —calificativo rosa en comparación con lo decadente que se ha vuelto el sector, sobre todo desde que cierto periodista empezara a difamar a medio mundo cada miércoles en el NTV—. Mas la apología al PCC estuvo presente a lo largo de todo el discurso de un modo u otro, contraponiéndolo a una contrarrevolución que “continúa decreciendo”. ¿Y en qué momento había crecido? Porque los medios de comunicación jamás comentaron nada sobre eso. 

Por otra parte, el Partido pretende erigirse en el Todo, en el “único” autorizado a existir, cuando ni siquiera abarca todo el espectro de una izquierda que cada día toma más distancia del oficialismo. Simultáneamente, incorpora en el discurso la vocación inclusiva. Pero, si el PCC ya es el Todo, ¿qué más va a incluir? Si se admite la idea de algo más allá del Partido, llegamos a la conclusión de que hay ciudadanos que no se encuentran representados o comprendidos dentro de él. ¿Qué pasaría si quisieran organizarse en un segundo Partido? ¿Hay entonces cubanos de primera —los que pueden militar— y cubanos de segunda? 

Lo cierto es que Raúl cuestionó las recientes manifestaciones desafectas al establishment como si la ciudadanía solo tuviera derecho a movilizarse cuando les es favorable. Así, señaló a jóvenes, mujeres, académicos, sector artístico e intelectual, deportistas, comunidad LGTBIQ+ y religiosos como los sectores a quienes va dirigido el grueso de la propaganda subversiva.

Aceptémoslo por un momento, digamos que sí, que todo esto es obra de la CIA y el siniestro Miami. Valdría preguntarse entonces ¿por qué el enemigo escoge estos sectores, entre los cuales están los más propensos al progresismo? ¿Perciben un distanciamiento entre el establishment —harto conservador— y este amplio espectro social?

Lo importante del discurso es que la economía ocupa casi todo lo relacionado a lo que, a mi entender, merece mayor atención de lo dicho por Raúl Castro. Sobre todo porque, al parecer, la tendencia que llevó a reconocer a la propiedad privada en ese intento de Constitución aprobada en 2019 quedó sepultada en este Congreso. Muchas fueron las referencias a la llamada EES y ninguna a la propiedad privada. La alternancia de reformas y contrarreformas aparenta que el único objetivo claro que tienen los de arriba es sobrevivir. 

La casta gobernante se puede mantener a salvo por un tiempo pero, llegados a un punto determinado, la ausencia de líderes es suplida por la espontaneidad. Sirvan de ejemplo las primeras protestas de Petrogrado. El hambre y la desesperación hicieron salir primero a las mujeres a protestar, a las que luego se les fueron sumando más y más personas unidas por un sentido común. En días recientes ya Cuba tuvo su prueba

En este complejo escenario, la postura que asuma Estados Unidos será clave. Por ahora Biden ha llamado asesino a Putin, ha calificado a Maduro de dictador, empieza a fruncirle el ceño a Bukele en El Salvador; pero hace un silencio interesante respecto a Cuba, salvo el “human rights first” o “por ahora no es una prioridad”, dicho por los voceros de la Administración. 

El creciente peso del sector militar se hizo notable en este Congreso. La propia pose de Raúl Castro, la incorporación de López-Calleja al Buró Político —en el cual hay otros militares menos populares— o la insinuación de que se hará extensible el servicio militar obligatorio a las mujeres o que será requisito sine qua non para acceder a la Universidad, son prueba de ello. 

Igualmente, Díaz-Canel se sumó al discurso beligerante contra EE. UU., a la vez que se deshacía en elogios para las empresas militares. No obstante, el único orador que se atrevió a mencionar por su nombre a GAESA fue Raúl Castro. 

Siguiendo la línea de Raúl, el actual Primer Secretario calificó de “sociópatas con tecnología digital” a aquellos que se expresan de forma crítica en las redes sociales hacia su desgobierno, mientras insiste en que Cuba es un país estructurado y organizado.

Preocupante resulta la idea que se desprende de sus palabras y las de Raúl sobre el acceso a Internet, pues acarician la idea de “achinarlo”. O sea, a imagen y semejanza de China, vedar el acceso a las contaminantes redes sociales de Occidente y crear una gran intranet nacional. De hecho, hace unos meses intentaron bloquear el acceso a la red social Telegram, aunque sin éxito.


Epílogo 

Al cierre del Congreso ocurrió la tan anunciada abdicación de Raúl Castro en Díaz-Canel. La excomunión de Marino Murillo hubiera acaparado más la atención si no fuera porque, por primera vez en su vida, el oscuro general Luis Alberto López-Calleja, gerente del Trust Empresarial GAESA, decidió abandonar su bajo perfil público y tomar asiento en el Buró Político —que su asunción mereciera todo un bloque para él solo es bastante revelador del actual correlato de fuerzas en la cúpula.

Las condiciones en que se encuentra Cuba hoy día están más allá de lo que hubiera supuesto hace un par de años, sobre todo por la rapidez con que se ha profundizado el declive. Y este Congreso es quizá el mejor ejemplo de ello: están marchando en la dirección contraria a la que deberían estar yendo.

No sé con certeza cómo se va a decantar este punto muerto. No veo hoy a ningún líder con espaldas para soportar un segundo Período Especial. 

Cualquier solución efectiva al problema cubano pasa por pactar con Estados Unidos sí o sí. Y es en este contexto que me desconcierta el discurso radical esgrimido por el PCC porque cualquier acuerdo que se negocie con EE. UU., necesitará el visto bueno de Miami.

No alcanzo a comprender la racionalidad que inspira los actos de la dirección cubana. Seguramente este Congreso, en que tantas guayaberas fueron rasgadas en nombre de la continuidad, no es más que un performance dirigido a la saliente generación de mandatarios y, apenas falten estos, los nuevos líderes abrazarán posturas más pragmáticas. Pero, lo cierto es que, dada la situación en que se encuentra Cuba, incluso ese oscuro Congreso era un lujo que no nos podíamos dar.

Muchas son las interrogantes sobre el futuro del país e infinitas las variables que pueden influir en el rumbo que se tome. Por eso termino este ensayo con la misma pregunta con que lo empecé: ¿quo vadis, Cuba? 


© Imagen de portada: El Español.




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