Estoy a la altura de un siboney o un taíno

Con motivo del año que llevamos de Covid-19, Hypermedia Magazine ha despachado las siguientes preguntas a un amplio grupo de escritores cubanos:

1) ¿La pandemia ha modificado sus hábitos y/o métodos de escritura? ¿De qué modo?

2) ¿Han variado este año sus hábitos de lectura? ¿Ha leído más? ¿Ha leído menos?

3) ¿Cuáles han sido las lecturas (títulos, autores, plataformas) más reveladoras durante esta pandemia?

4) ¿La nueva situación global le ha inspirado algún proyecto literario?

5) Cuéntenos cómo es actualmente un día en su vida de escritor(a).

Compartimos con nuestros lectores los mensajes que retornan a nuestro buzón.




1.

Mi cabeza demoró poco más de dos meses en entender que el azote de la Covid-19 no modificaría mis hábitos o rutinas de trabajo. No vivo estrictamente en cuarentena a lo largo del año, pero la vida social que solía hacer con mi esposa mientras no asolaba la pandemia la desplazamos hacia el claustro del hogar. Visto así, mi tiempo de descanso y trabajo básicamente ha sido el mismo antes y después de marzo de 2020.

La pandemia me sirvió para confirmar que el asunto del “tiempo” y “la carrera del escritor” obligatoriamente deberían estar atravesados por el deseo, el divertimento, la irreverencia, incluso la felicidad. Lo anterior no quita que a la escritura, ese acto de narrar cuanto suele escamotearse del entorno de lo privado y lo público, la mueve la desesperación, la incomodidad, la zozobra.    


2.

Lo que me sucedió en los dos primeros meses de pandemia con la lectura y la necesidad de acopiar libros solo es comparable al delirio del que vivió la falta de comida en el Período Especial: la desmedida pulsión de descargar libros y hacer una lista con las deudas de lectura. Pero la realidad y la cordura suelen ubicar todo en su justo lugar. Entré en razón, mis lecturas se han ajustado otra vez: las que me prescribo como aquel que por placer y locura se automedica; las que necesito porque investigo para un libro o un artículo; las obligadas a pedido de un amigo escritor o crítico; más todo aquello que a diario leo para saber cómo va el mundo. 



Ahmel Echevarría.


3.

Pienso en tres mujeres que leí hacia el final del Año 1 de la Covid-19: Margerite Duras (en especial El amante), Rita Indiana (de los que descargué, me quedo con Hecho en Saturno y La mucama de Omicunlé) y Gabriela Cabezón Cámara (por un interés muy personal menciono Las aventuras de China Iron). Sonido, música y furia; placer y desacato; amor, locura, muerte; una mirada muy personal y crítica a lo ético, lo moral, a las supuestas buenas costumbres; la mujer, la política y lo político en la nación y el cuerpo; las narrativas de los individuos decididos a desplazarse a/vivir en los márgenes. Esas lecturas me llevaron a conectar con otras mujeres cuyas lecturas tengo pendientes y entre ellas están Selva Almada y Chimamanda Ngozi Adichie. Estoy trazando un mapa, estoy desandando un territorio.

Tampoco puedo dejar a un lado cuatro relecturas: Conversación en La Catedral (Vargas Llosa), Tres tristes tigres (Cabrera Infante), y dos libros que dolorosa y bellamente conectan con las Unidades Militares de Ayuda a la Producción: La mueca de la paloma negra (Jorge Ronet) y Arturo, la estrella más brillante (Reinaldo Arenas). 


4.

Pongamos que sí, oblicuamente sí, porque no trata de un contexto asolado por un virus. Estoy trabajando en la primera parte de lo que bien pudiera ser una trilogía. Le he llamado la Trilogía del Encierro.

No será estrictamente realista aunque recorre seis décadas y el devenir de varios sujetos, una inverosímil y atroz ingeniería social, control, castigos, resistencia, desacato, fluidos, música y la fiesta montada en medio de un pudridero. No hay manera de narrarlo si no apelo al absurdo.



Ahmel Echevarría.


5.

No hay nada épico en él, o en la semana, salvo el momento de dejar la casa e ir a por comida. Siento que estoy a la altura de un siboney o un taíno cuando salgo con la mochila y una vieja maleta roja con ruedas a recolectar o cazar. Lo bueno de ser un inmodesto siboney o un taíno que apenas cuenta con tisanas, emplastos y tres o cuatro medicamentos por si sobreviene una enfermedad, es la posibilidad de montarme un Areíto en la noche con mi esposa.

Un día sin épica, pero con no poco pathos sería algo como esto:

1. Un poco de respiraciones y meditación antes de arrancar la jornada de trabajo, otra sesión hacia la mitad de la tarde y una antes de dormir.

2. Teletrabajo en la mañana para mantener al día mi schedule con la institución que me tiene en su plantilla.

3. Lectura de noticias.

4. Escritura y/o Lectura. Ahora estoy escribiendo uno de los tres momentos de la Trilogía del Encierro, casi siempre aprovecho la tarde y las primeras horas de la noche.

5. Una película, un documental, una serie o un show para terminar el día junto con mi esposa.

El Areíto es cuestión de estado, de nuestro estado de felicidad. Si la necesidad lo impone, ambos abrimos un hueco en la agenda y destapamos una botellita para escribir con V de vitrola el revés de mantenerse físicamente aislados de la familia y los amigos obligados por la pandemia.




Rolando Sánchez Mejías

Escribir es cazar

Rolando Sánchez Mejías

Como soy graduado de Química, trato de indagar en la ficción-ciencia de esta nueva enfermedad. Trato de ver qué está pasando ahí “dentro”, donde hay ciertas armonías inarmónicas, secretillos, pozos, exclusas y hasta jardincillos de belleza e impiedad.





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