Milena García: la memoria histórica y la historia de las mujeres

Milena García es una artista travesada por la memoria, una memoria dolorosa y fragmentada que no es la memoria de todos, sino más bien de cuerpos en resistencia que buscan contar y recontar aquellas violencias que atravesaron los cuerpos.

“Casa”, “patria”, “cuerpo”, “yo”. Son palabras que se repiten en sus obras y que se vuelven tema en sus ejercicios: la política del cuerpo, de lo personal a lo político, de la intromisión a la insurrección.

La obra de Milena no solo aborda a cuerpos descubriéndose, a cuerpos que resisten, sino también las memorias de otros cuerpos que merecen ser contados. Aguerrida pero poética, su obra se presenta como una alternativa para pensar el dolor y las memorias colectivas a través de ensayos visuales que nos vulneran el ojo y los tuétanos de los huesos, que nos hacen repensar nuestro lugar de privilegios y abrir los sentidos a otras posibilidades no hegemónicas.

Cuando una mujer habla, habla de todos. Milena García, con su obra, ha logrado construir un álbum familiar donde se representan represiones y revoluciones que cobijan nuestra identidad como centroamericanos. Con estas preguntas, intenté hacer una narrativa dentro de sus cuerpos-territorio y sus necesidades colectivas.

¿Cuáles son tus intereses como artista?

Me inicié como videoartista en 2005, después de 10 años ejerciendo el periodismo. Al inicio me acerqué al arte por la necesidad de tener sobre mí una mirada que no fuera la de los otros. He explorado otros medios y temas, pero podría decirte que este sigue siendo el interés principal.

El arte me permite estudiarme, confrontarme, comprender mi propia historia; esto es algo que no he podido lograr con ninguna otra actividad. En esa medida también me abre la posibilidad de estudiar mi entorno, este país que pareciera ser siempre una herida abierta, para hacer crónicas y ensayos de momentos específicos y de asuntos históricos, como nuestro perenne movimiento revolución-dictadura-revolución.

Entonces podría quizá resumir diciendo que mis intereses como artista son, hasta este momento: estudiar la imagen de mi cuerpo, creada a partir de las violencias físicas y simbólicas ejercidas sobre él, y comprender las narrativas impuestas por la revolución sobre nuestros cuerpos, mentes e identidades. Cuando digo “nuestros” me refiero a las generaciones que fuimos marcadas por la revolución de 1979 en Nicaragua.

¿A qué responde tu definición de “cuerpo territorio” y cómo se refleja en tu obra?

Desde temprano tomé conciencia de mi cuerpo como un espacio de dolor, lo que me llevó a disociarme y a vivir en una especie de pugna con él. Mi trabajo como artista me ha ayudado a trazar relaciones entre esa pulsión por renunciar a mi cuerpo y un sistema de representación de lo femenino mantenido a través de los siglos para desempoderarnos.

Hay un periodo de mi obra, más o menos entre 2010 y 2015, en el que realicé acciones para reconstruir este mecanismo y poder ver mi cuerpo anulado, tirado y desechado en medio del paisaje; también para catalizar la capacidad intrínseca de mi cuerpo para defenderse y sanar.

Sabemos que nuestras sociedades han sido condicionadas para dar menos valor a los cuerpos de las mujeres. Impactan las imágenes de los cuerpos de hombres que mueren en “situación de lucha”, pero hay inercia ante los cuerpos de las mujeres que mueren a manos de feminicidas en “tiempos de paz”.

Con esta idea, en 2014, en colaboración con una artista de Estados Unidos, Ghislaine Fremaux, hice una acción en un sitio emblemático de Managua: La Cuesta del Plomo, donde la dictadura somocista botaba los cadáveres de guerrilleros insurrectos, y donde Susan Meiselas tomó una foto impresionante de un guerrillero desmembrado. Hicimos una tumba abierta en donde me acosté, y Ghislaine me dibujó. En el registro aparecemos las dos mujeres en ese botadero, una en estado de desecho y la otra como testigo, intentando reconstruir lo que pasó.

En Nicaragua nos hemos acostumbrado a vivir sobre los muertos. Para los hombres jóvenes, como víctimas designadas del sacrificio de la liberación, hay homenajes y conmoción nacional, porque son héroes y mártires. Para las mujeres, víctimas designadas del sacrificio por la unión familiar, la sociedad no ha tenido ni siquiera un gesto. Solo las mujeres organizadas y autoconvocadas llevan el registro caso a caso, y se movilizan buscando justicia.



La poza, 2014. Milena García en colaboración con Ghislaine Fremaux.


Descríbeme tu obra Todo lo grabé (2018).

En el 2018 hubo en Nicaragua protestas antigobierno que paralizaron el país y que fueron reprimidas de forma brutal; más de 300 muertes fueron documentadas por organismos de derechos humanos. En medio de ese contexto, un día amanecimos con la noticia de que una familia había sido quemada viva dentro de una casa en el barrio Carlos Marx de Managua. A la fecha, el Estado no ha conducido una investigación creíble sobre este hecho, pero algunos testimonios indican que el dueño de la casa se negó a prestar la azotea para que los francotiradores subieran a disparar a los manifestantes. Como casi todo lo que sucedió ese año, el hecho fue registrado espontáneamente y transmitido en redes sociales.

Utilicé una de esas transmisiones para generar una especie de crónica de este hecho que nos conmocionó y nos llenó de un luto colectivo tremendo. Quité la imagen y trabajé únicamente con el audio. La pieza es, entonces, un video con una pantalla que está todo el tiempo en blanco mientras vamos escuchando la voz de una mujer que observa y transmite todo.

Esta acción de la ciudadanía como testigo, que, como dije antes, fue una constante durante todo el 2018, la ciudadanía que se enfrenta al poder, documentando y narrando todo en medio del horror, fue algo que me impresionó mucho y que quise abordar en Todo lo grabé.

¿Y la Bandera nos cobija (2015-2016)?

La propaganda revolucionaria forma parte de mis recuerdos de infancia. Una de las piezas más famosas, el himno del Frente Sandinista de Liberación Nacional, dice: “Roja y negra bandera nos cobija, patria libre vencer o morir”.

Se refiere a la bandera del FSLN, el movimiento guerrillero que encabezó la insurrección popular que llegó al poder en 1979, gobernó Nicaragua hasta 1990, y que 16 años después ha regresado al poder en el que se mantiene hasta ahora. Aunque el discurso oficial insiste en catalogar (sin sustentos más allá de la nostalgia) este período como una segunda etapa de la revolución, lo que se ha vivido es la consolidación de un modelo familia-partido-Estado a favor del gran capital.

Esta obra es una bandera roja y negra pintada sobre lienzo. Para confrontar el símbolo, sustituí las siglas FSLN por las siglas SCI-FI (science-fiction, ciencia ficción en inglés), con la intención de evidenciar la pérdida del sentido original de la revolución, y su progresión hacia la distopía.



Milena Garcia, SCI-FI bandera nos cobija, 2015-2016.


Las consignas feministas se apropian de la frase “Lo personal es político”. ¿Cómo se ve esta consigna en tu práctica artística?

Me interesa estudiar y hablar de traumas y violencias que se generan en los ámbitos asumidos como privados. Con todo mi trabajo en dibujo y pintura, por ejemplo, busco entender mi casa y mi familia más allá de lo anecdótico-biográfico; ver este espacio en sus dimensiones de lugar de configuración del poder: control y opresión.

Cuando comencé mi práctica artística venía de años de trabajar como periodista, de narrar acontecimientos considerados públicos. Para mí fue un acto liberador transitar de ese narrar con distancia a indagar en lo mío, a exponerme y reclamar un espacio público para mis asuntos personales.





Donna Conlon

Donna Conlon: “Me obsesioné con la basura como un objeto encontrado”

Patricia Ciriani Espejo

“Me obsesioné con la basura como un objeto encontrado, como material para hacer arte, como algo que necesitamos desesperadamente mirar y repensar. Cuando regresé a Panamá, después de dos años de estudiar en Baltimore, lo hice con una mirada hacia los desechos como evidencia de nuestro comportamiento humano”.


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