Una novela de drogas tomar

Los de derecha giran a derecha.
Los de la izquierda giran a izquierda.
Y ya yo me aburrí de esos viejos viajecitos en círculo.
Vanito Brown. Divino guion.

Julio César Jiménez Jardines es un hombre de aspecto no anodino, pero sí común. Además de escribir, y de ejercer como estudioso en el Centro Cultural Africano Fernando Ortiz, de Santiago de Cuba, Julio César Jiménez es miembro de la banda de música electrónica Doee. Así es él: un ciudadano antiburgués, cañero y desaprensivo, de los que se enfrentan épicamente a un álter ego iconoclasta, suicida y vulgar. Más que un confabulador, Julio Jiménez es un hombre del cine, una suerte de Guillermo Cabrera Infante con gafas de pasta, pero sin MG descapotable y sin una de las mujeres más hermosas de La Habana actuando para él. Quizás ello tenga que ver con que disfruta de la desgracia provinciana de nacer y vivir en la ciudad de Santiago de Cuba, denominación de origen y marca de agua de toda su producción literaria.

Buena parte de lo que escribe tiene un regusto adaptable al audiovisual. Y no solo escribe cuentos y novelas, sino también, sobre todo, guiones de cine. Una vocación difícil de canalizar o concretar en el contexto de una provincia como Santiago de Cuba, ajena al impulso industrial de generar un cine actualizado y atractivo. Aun así, Julio Jiménez se las ha arreglado para firmar varios guiones de ficción: Temporal (cortometraje de Demián Rabilero, 2003), Las manchas (cortometraje de Rodrigo Barbado, 2012) y Ciudad soleada (largometraje de Emmanuel Martín, 2013). Ha escrito además un par de largometrajes de ficción aún en proyecto, y su guion de la serie Último inning fue seleccionado para el Caribbean Tales: The Big Pitch, en el marco del Toronto International Film Festival 2018. 

Para más inri, el argumento de una de sus tres novelas, Aptitudes para el baile (notas al guion), como bien indica su título, parte de escribir un proyecto de guion cuyo protagonista es un travesti famoso, casi devenido leyenda, que en apariencia habría participado del movimiento insurreccional santiaguero de finales de los años 50 del pasado siglo: un individuo estrafalario, de nombre José Daniel Roibal Granados, quien tendría numerosos apodos a lo largo del tiempo, pero que todos conocerían públicamente como Patricia (la novela está dedicada a Frank País García y a José Daniel Roibal Granados).

Nacido en Santiago de Cuba en 1974, Julio Jiménez publica su primer libro en 2014, con 40 años. En poco tiempo, y sin hacer mucho ruido, ha recibido múltiples premios y menciones en varios concursos literarios y ha formado parte de varias antologías de narrativa cubana contemporánea, publicadas tanto dentro como fuera del país. 

Hasta la aparición, relativamente tardía, de su primer cuaderno de relatos, Cinco perros y un ratón (Ediciones Santiago, 2014), Jiménez había demostrado cierta apatía o inapetencia autoral por la pérdida de virginidad editorial: es de esa clase de escritores rumiantes que gustan de tomarse su tiempo para adobar y deglutir las historias. No obstante, tras el debut, sobrevendría un año 2015 consagratorio y definitivo, no tanto por el número de libros vendidos sino por los premios recibidos y la publicación de dos novelas que lo posicionaron como un escritor tenaz con una propuesta a tener en cuenta por su acritud y escepticismo.

(En 2015 fue publicado un libro de cuentos, Insomnio (The Fight Club), de Ahmel Echevarría, con quien Julio Jiménez comparte nexos cósmicos: no solo haber nacido el mismo año, sino también, sobre todo, la afición por una novela tan cinematográfica y crepuscular como Fight Club, de Chuck Palahniuk, referente insoslayable para escritores con una concepción audiovisual de la literatura). 

Así, tras ganar el Premio Oriente de Novela José Soler Puig y el Premio de Novelas de Gaveta Frank Kafka, aparecerían publicadas, en unos pocos meses: Aptitudes para el baile (notas al guion) (Editorial Oriente, 2015) y Un mundo tan blanco(Fra, 2015). Si con esta última novela se atreve a proponer una historia “anecdótica y atemporal, contradictoria, imprevisible, una de las primeras narrativas del deshielo cubano, que apuesta por los cambios inteligentes y necesarios para que Cuba deje de ser esa nación gris, uniformada, verde olivo”, Aptitudes para el baile (notas al guion) va de otros asuntos igualmente angustiosos y paradójicos; es una novela de lectura rápida y casi obligatoria para entender la lógica de una generación de narradores interesados en reescribir la historia de la nación, a modo de revulsivo necesario y siempre postergado desde la institucionalidad.1  

Julio Jiménez. Una novela de drogas tomar.

“Lo único que queda es meter tijera”

Javier L. Mora

Una entrevista con el escritor Julio Jiménez (Premio de Novelas de Gaveta Franz Kafka, Praga, 2015).

Hablamos de una novela donde el escritor se desdobla como personaje fantasioso, pero partícipe, de las historias que suscribe como si fuesen ajenas, matizadas por la búsqueda diletante del placer fisiológico y de una escurridiza verdad a medias. Escribe Javier L. Mora:

Veremos moverse al protagonista y sus acólitos en un marasmo de desinhibiciones de toda índole, donde el sexo, las relaciones transitorias y aniquiladoras, y los estupefacientes, surten el efecto de una gasolinera en el desierto: es decir, provocan, distienden, hacen explotar. Ambientes marcadamente pro-fiesta: fiesta a la que siempre estarán invitados estos personajes, guardieros de los más elementales placeres de la vida.

Entender la escritura como una experiencia de buceo escatológico, de inmersión social, de practicar la apnea propia del realismo más sórdido, sin filtros culteranos, es un desafío del cual Julio Jiménez no puede desmarcarse. Para ello recurre a una primera persona singular y vivencial que, más que establecer un compromiso ético con su lugar de procedencia, devuelve algo de excitación intimista, de honestidad, pero también de ruptura consciente con las que serían las causas y derrotas de la literatura cubana contemporánea, en especial la narrativa: descafeinada, aderezada casi siempre con acidulantes artificiales y varias piedras de hielo.

La literatura personalista de Julio Jiménez lo lleva a la práctica de la autofagia y el fisiculturismo, entendido como el culto a su personalidad artística (no tanto como una actitud egocéntrica e individualista, sino más bien como acto de resistencia personal ante el intento sistémico de anularnos en pos de un contrato social en el cual ninguna cláusula contempla la posibilidad de la realización individual). Literatura escrita desde la confusión convertida en testimonio de enajenación colectiva, en ritual escapista:

Fui saludando a amigos y conocidos, acariciando lomos, patas y alas de los especímenes más amigables de aquella fauna diletante, promiscua, decadente y proalcohólica. Envueltos en la niebla densa de la electrónica chillante, del material, el tabaco, el baile y el deseo latente, algunos devolvían el saludo con una inclinación de cabeza o un levantar de un vaso mediado de ron (Julio Jiménez: Aptitudes para el baile (notas al guion), Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2015, p. 14).

Escritor de lo que sabe o ha vivido, su literatura se concibe y ocurre siempre en espacios muy conocidos, más bien habituales, abrevaderos de cultura y juerga continua donde asisten a beber los sedientos. Emparentado de manera lejana con otros escritores de la decadencia comunal, por decir lo menos, la suya es una literatura aviesa y extrovertida, de parafilias inconfesables y reales, de acciones que tienen lugar en una ciudad necrótica, nocturna, para nada heroica, contraria a los mitos que la adornan y envejecen.

El carácter futurista y venal de su novela más reciente, Ácido: blog de poesía (Ediciones Santiago, 2017), calza a la perfección con su proyección estilística y temática en tanto un boxeador-fajador de la literatura cubana. En una entrevista comentaba:

Acabo de terminar una novela distópica en donde intento sustituir la composición literaria tradicional por la utilizada en la producción de la música electrónica. Fanático convencido y productor a ratos de esta última, el texto tiene un concepto de “sesión”, o de disco, e incorporo estructuras sonoras propias de ese mundo como los loops y los efectos de sonido. Todo eso se inserta en una historia no aristotélica donde los capítulos llevan nombres de tracks o canciones colgadas en Soundcloud, un sitio web dedicado a la música. Incorpora además fragmentos académicos sobre géneros de reciente presencia en el ámbito nacional y una deliciosa paranoia colectiva.

Una novela de drogas tomar.

Desde la aclaración del editor y la dedicatoria: “Al Ministerio”, la novela en cuestión anuncia el establecimiento de un calculado pero arriesgado juego de convivencia y enfrentamiento con el poder, de coqueteo con la cadena y controles de mando, pero no con el simio en jefe. Si bien la Nota del editor2 funciona a manera de prolegómeno declaratorio de ciertas intenciones no tan ocultas, por lo menos a nivel estilístico, la dedicatoria instituye una declaración de los principios pero también de los finales posibles.

Ácido: blog de poesía es una novela agorera más que (pos)apocalíptica, (pos)revolucionaria más que kafkiana y orwelliana; una ficción escrita bajo el efecto de los alucinógenos retóricos. La disolución del concepto de los diferentes entornos, privados contra públicos, es una de las bazas filosóficas cortantes de una novela que, más que anticipar, recuerda cómo se ejerce y funciona el control social hasta lograr la contención o licuación del libre albedrío, subordinado a una voluntad política avasalladora. Los que deberían ser espacios domésticos, insonorizados e íntimos, de empoderamiento y relax individual, acaban trastocados en tribunas abiertas para la exposición masiva de discursos alienantes.

Ácido: blog de poesía es una ración de comida rápida de lo que es y será por mucho tiempo la sociedad cubana actual. Emparentada en lo ético y en lo intelectual con la sensibilidad de la obra de Philip K. Dick —esos relatos para no dormir donde se cuentan ovejas electrónicas—, Ácido: blog de poesía discursa, desde el descaro alegórico y causal, sobre una adicción anacrónica: la del poder político ejercido de manera despótica, iletrada y siempre hipócrita.

La actualización normativa de las reglas del juego político cubano no renuncia al empleo profiláctico de los golpes de efecto de un Estado policial encubierto. En Ácido: blog de poesía, en tanto discurso artístico-literario de naturaleza política, se alerta sobre la posibilidad de un cambio de estrategia, que pasaría por el adocenamiento grupal, inducido y teledirigido.

Ellos, los funcionarios del Ministerio misterioso, anhelan el sometimiento de la conciencia del ser humano a una necesidad histérica de igualitarismo colectivo, tras la cual disimular las ambiciones del grupo de poder que intenta preservar sus emolumentos y privilegios, aplicando criterios discriminatorios y tácticas disuasorias de la desobediencia civil, canalizada ahora, como siempre, de manera lúbrica.

De ahí el título de la novela, esa referencia explícita al consumo indiscriminado del ácido lisérgico, LSD, que podría formar parte, su distribución controlada, de alguna estrategia gubernamental encubierta para el control de la conciencia y el disenso social, como al parecer ocurrió en los Estados Unidos, de manos del FBI, y que aquí es expuesta como una experiencia trasplantable al entorno cubano de las últimas décadas.  

Sin embargo, a nivel argumental, la novela parte de un motivo vano y de un diseño de personajes y situaciones espurias. En el texto se hacen realidad las ensoñaciones húmedas de cualquier músico, narrador o poeta. No solo el reconocimiento social debido a la calidad estética de su obra escrita, sino también el aprovechamiento demencial, por intensivo, de todos los beneficios derivados del hecho de haber alcanzado fama o notoriedad pública más allá de su entorno profesional. Esa sensación se acentúa a partir de la designación del personaje protagonista, un músico o poeta y loco que lucha por ascender y ocupar un lugar en los círculos de poder, los escalafones estéticos y la pirámide de la popularidad política.

En Ácido: blog de poesía se hace añicos el estereotipo del poeta hipersensible y sufridor que prefiere morirse de hambre antes que prostituir su obra. El poeta-músico, el DJ, es ahora una estrella de rock o de la música techno, de los que disfrutan la sobredosis de alucinógenos e ingieren bebidas energéticas en cantidades industriales. Atrapado en una espiral autodestructiva y acongojante, que acabará pasándole factura en algún momento, el escritor y músico se resiste a no estar en el foco de atención. Es un salto acrobático al vacío que erigirá al poeta en mártir y protagonista del drama de la lujuria que en realidad anhela una relación romántica basada en el amor incondicional.

Uno de los grandes temas que ventila esta novela es el del alpinismo político, esa gesta atlética y egotista de adaptarse al entorno, ascendiendo en la escala de antivalores a partir de asumir el oportunismo y la simulación como un estilo de vida. De ahí la caracterización ética del personaje protagónico: un individuo cáustico y desquiciado, desagradecido y pragmático, que acaba pactando con el sistema hasta convertirse en uno de sus intelectuales orgánicos, replicantes del discurso y la versión oficial.

Demián Rabilero. Una novela de drogas tomar.

Demián Rabilero, el camino del hambre

Darcy Borrero

“¿Es santiaguero? Todo parece indicar que sí, aunque los policías de Plaza de Marte lo señalen como turista y a esta entrevistadora como jinetera”.

En Ácido: blog de poesía aparece un personaje bastante recurrente en la literatura cubana contemporánea, pero que nunca antes había sido descrito de una manera tan abrasiva y funcional: el perdedor, que en este caso resulta ser una aplastante mayoría que ni siquiera tiene conciencia de ese hecho. La figura contradictoria pero elocuente del luser (del inglés loser; en el texto acaba siendo transcrito de manera literal, a modo de anglicismo barbárico)3, tan bien enmascarado en las ficciones de muchos de los mejores narradores cubanos contemporáneos4, fiscaliza en buena medida el paso inexorable del tiempo y la no consecución del éxito, pero también el estado de servidumbre feudal al que parece relegado una buena parte de la población autóctona, que ha naturalizado la situación al punto de no encontrar salidas al respecto. La obediencia se zanja entonces desde el silencio cómplice y la asertividad cosmética o, peor aún, a través de la neurastenia colectiva en cuanto acto masivo de apoyo incondicional al régimen sea convocado por las autoridades pertinentes.

Ácido: blog de poesía articula una pirámide social medida en decibeles. El mejor es el que más ruido hace, el que más suena, del que más se habla a partir de los escándalos que propicie su comportamiento. Aunque muchos podrían leer la novela como un alarde de erudición inocua sobre un género o sonoridad contemporánea denostada a partir de las limitaciones que se le adjudican desde la crítica musicológica, el texto nunca pierde esa matriz política que lo anega de principio a fin. Todo el potencial catártico del eco retumbante de la música electrónica, house, techno, en realidad viene a ocupar lo que fue, es, y será el discurso político declamador, que ha mutado e intentará, si lo consigue, mantener a raya todo intento de subvertir el statu quo.

Ácido: blog de poesía no es un homenaje a El Artista, en mayúsculas cursis, sino una detracción a la burguesía parasitaria, esa casta partidista de cuadros, delegados, dirigentes y funcionarios fariseos, en trance de aniquilación natural. Emplaza la cultura política de la nación y la política cultural del Estado, basadas en un siniestro sistema de promoción y prosperidad personal erigido a partir de los méritos acumulados y la obediencia canina al régimen imperante, y acusa con largos dedos a la sarta de asalariados y corifeos que ofician misa al compás del ritmo intimidante de La Internacional.

En cuanto es una novela anatómica y barométrica que propone una vivisección del sistema de castas sociales que coexisten hoy en Cuba, Ácido: blog de poesía plantea un dilema fundamental al artista cubano contemporáneo, atrapado en sus circunstancias: el de la responsabilidad de afiliarse a un bando cromático, el de posicionarse a favor o en contra, nunca neutral, dando por sentado que somos seres políticos a tiempo completo. Por eso la novela no podría acabar siendo la bitácora lírica de un viaje interior, psicodélico, de iluminación mística.

Más allá de las apariencias y el título, esta no es una novela sobre el escapismo. Es la novela antisistema por antonomasia. No importa que recurra a la analogía anestésica para remitirnos a la realidad social inmediata, con ojos de futuro. Esta es una novela que, junto a otras, demuestra de manera argumentada e incontestable que existe una literatura cubana escrita y publicada en la isla que se atreve a pronosticar el fin de la Historia Nacional tal y como nos la han contado: siempre desde el lado de los vencedores, esas fieras que aspiran gobernar a perpetuidad y que para ello actúan en consecuencia. 

Ácido: blog de poesía es una novela de drogas tomar, un thriller sociopolítico, tanto como pueda serlo un experimento narrativo en la Cuba contemporánea. Pacta con el lector un ataque abierto al poder maniqueo, mesiánico, y en contra de aquellos individuos arrastrados al barrizal de la política tras bambalinas, los que retozan a las escondidas, mientras manejan los hilos para tomar decisiones que los beneficiarían a ellos en primera y única instancia.

Ácido: blog de poesía es una novela posmodernista a la vieja usanza. Al resucitar el mito de la muerte simbólica del autor literario moderno, su álter ego metalúrgico, ese escritor impostor que se disfraza de poeta urbano (Julio Jiménez), asume el riesgo patriótico de imaginar un país diferente, mejor. Bajo los supuestos efectos que desencadenaría la liturgia del ácido lisérgico, Julio Jiménez, autor de una novela corrosiva y detractora del sistema político imperante, asume y expía su mea culpa.

Reconocer, desde la literatura de ficción publicada dentro del país, la cuota de culpa del autor que decidió no confrontar a un Estado cubano imperialista es, además de un acto elemental de civismo, un reconocimiento tácito, no tanto de la derrota de una utopía de justicia social que nos vendieron como si fuera una motocicleta de alta competición, sino de la ilusión colectiva de salir adelante por esfuerzos propios, con y para el bien de todos.

Pero no incurramos en un burdo error de apreciación. Ácido: blog de poesía no solo aspira a ser un remix histórico dentro de una lista de éxitos literarios de baja intensidad, pero siempre radioactivos: podría trocarse también en un llamado a la resistencia y la revuelta de los humildes engañados, un toque de arrebato y degüello que encuentre en la chusma entumecida por el ácido y el alcohol el caldo de cultivo ideal que desencadene la lucha y fomente el cambio.

En un contexto social decadente, casi pervertido pero no por ello perverso, Ácido: blog de poesía es una novela política que debió haber sido escrita hace tiempo. Que llega tarde pero bien. En tanto hipertexto literario, más que una argucia farmacéutica para eludir la censura, podría acabar siendo una convocatoria explícita a la violencia revolucionaria, más si asumimos ese final a la francesa, donde no quedan títeres con cabezas y mueren casi todos los que deberían hacerlo, eso sí, de un modo patético.


Notas:

1 Julio César Jiménez Jardines pertenece a esa generación de la literatura cubana contemporánea que he decidido denominar tentativamente “El Club de La Lucha”, y que se caracteriza, en esencia, por su incapacidad intelectual orgánica para establecer complicidades y pactos de silencio con el discurso oficial dominante. La vocación anarquizante y antisistema de dichos autores es la que los ha vertebrado como grupo artístico y literario en cualquier caso informal. También los ha investido de una personalidad carismática y de una reputación de hipercríticos, a ratos obscenos y obcecados, en ocasiones crípticos, pero siempre arriesgados en su intento de hacer evolucionar a vueltas de tuerca el panorama literario nacional. Es un listado en el que podrían enumerarse, rápido, entre otros tantos, a Ronaldo Menéndez, Luis Orlando Pardo Lazo, Ena Lucía Portela, Abel Arcos, Ahmel Echevarría, Diana Castaños, Jorge Enrique Lage y Carlos Manuel Álvarez Rodríguez. Narradores en el sentido más amplio e inclusivo que apenas tienen en común haber nacido a partir de 1970 y nunca después de 1989, y que intentan refrendar un tipo de interpretación cínica de la realidad nacional, siempre alejada de cualquier concesión que los lleve a la absorción irreversible por parte de la maquinaria institucionalizada de los artistas, escritores e intelectuales oficialistas, devenidos escuderos y portavoces.

2 Nota del editor (sic): “Esta novela se desarrolla en un futuro en el que la variación oral del español estaría ya penetrada de manera profunda por el ideario cultural anglófono, produciendo cambios que se presentarían como permanencias del habla común. Además, se halla escrita con marcada intencionalidad visual, esto es que el carácter de su semanticidad abarca tanto su nivel de discurso como el gráfico. Por tal razón se han pasado por alto los grados de aplicación de la letra cursiva a algunos campos que, de acuerdo con nuestra norma editorial de la Lengua Española, deberían aparecer marcados. Se han dejado con uniformidad únicamente aquellos usos que pueden ser asociados a la esteticidad del contenido [los títulos de obras artísticas de referencia (piezas musicales, discografías, obras literarias y publicaciones seriadas), los latinismos y el énfasis en el uso del discurso aplicado a algún soporte tecnológico (mensajería móvil)]; no así aquellos otros casos que responderían solo a la distinción normativa de la lengua escrita (transliteraciones, transcripciones, locuciones y extranjerismos adaptados). Con ello se persigue aligerar el peso visual que podría generar su lectura, que estaría afectada por un consecutivo y excesivo uso de cambios de linealidad en la grafía el texto”.

3 La noción de luser nos remite no solo al personaje del acólito incondicional, JM, que le hace la segunda al protagonista, sino que es posible extender su empleo a todo aquel que en la estructuración social que propone la novela esté por debajo del poeta-músico, que intenta evitar por todos los medios convertirse precisamente en perdedor habitual, alguien que fracasó porque no tuvo suerte o talento. Sin embargo, la novela está repleta de homenajes y saludos a los amigos cercanos de Julio Jiménez, que han devenido personajes de sus ficciones alucinadas. Quizás el ejemplo más fehaciente, por evidente, sea el del propio JM, que no es un solo un personaje literario, autor confeso, incluso, de la nota de contraportada de Ácido: blog de poesía, sino también una persona: Javier L. Mora, el crítico y poeta experimental, a quien en la novela se le dedica una estatua por sus aportes a la lírica antillana de la primera mitad del siglo XXI. 

4 El personaje del perdedor habitual es uno de los síntomas del fracaso elocuente de lo que debió ser ese modelo pluscuamperfecto del individuo ideal encarnado en el Hombre Nuevo, un modelo de ciudadano revolucionado que murió antes de nacer o sin haber madurado nunca. De hecho, la carrera de muchos de los más reconocidos escritores cubanos contemporáneos se ha construido alrededor del ensañamiento con este tipo de personajes. Estoy pensando, por citar tres ejemplos apenas, en Senel Paz, Leonardo Padura y Pedro Juan Gutiérrez. Eso, para hablar de los autores ya consagrados por el mercado.

Cuba. La Habana. Una novela de drogas tomar.

“Cuando llego a La Habana siento que me doy baños de lenguaje”

Ladislao Aguado & Jorge Enrique Lage

Una entrevista con Rubén Gallo, autor del controvertido título Teoría y práctica de La Habana (JUS Ediciones, 2017).

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