Otra vez Stalin

“A mí, uno de los acontecimientos que me llevó a comprender que bajo el sistema castrista ya no tenía nada que hacer, fue lo que ocurrió en 1968”, con estas palabras comienza Reinaldo Arenas el capítulo “El superestalinismo”, de su autobiografía Antes que anochezca.

Las peripecias disidentes de Reinaldo Arenas, que parecían pendular entre la ágil comicidad de un Buster Keaton y la tragedia ejemplar de algún mítico héroe griego, marcan el agónico territorio del intelectual cubano pos-1959: la sujeción totalitaria. 

Reinaldo narra la tibieza con que el periódico Granma describió la invasión soviética a Checoslovaquia en 1968. Días después, en un discurso histriónico, Fidel Castro reafirmaría lo que sotto voce ya se veía venir, el apoyo incondicional de Cuba a la URSS y a su barbárica acción. Esa Revolución que conmovió a buena parte del mundo y que prometía reinstaurar el orden republicano quedaba expuesta como una cruel plantación esclavista que fracasó estrepitosamente queriendo alcanzar diez millones de toneladas de caña; aun así, continuó funcionando como un barracón-patíbulo. 

Esa cruel orfandad que sufren los intelectuales, catalogados como especies peligrosas por la taxonomía represiva, son procesos recurrentes de una historia que repite sus escenificaciones pero cambia sus víctimas. Hoy puede ser Mayakovski pegándose un tiro o mañana Olga Andreu saltando por un balcón. Y es que, más allá de las taras históricas de cada país, cuando la libertad es víctima directa de una política despótica, las víctimas silentes se suceden por segundo.

Las dictaduras son como bucles de tiempo que repiten una trayectoria histórica con los mismos saldos trágicos.

Reinaldo Arenas buscaba el mar para sentirse libre y cazar amantes periféricos. Se convirtió en un nadador audaz para zambullirse en esa totalidad azul, como quien se evade de la miseria humana. Así imaginó y escribió su novela Otra vez el mar, sintiéndose cada vez más empujado al límite costero de su país por la presión del Leviatán político. 

Reinaldo, finalmente, entendió que el mar sería el camino líquido a su libertad. A esas alturas, ver otra vez el mar era el panorama definitivo porque, a sus espaldas, tierra adentro, estaba otra vez Stalin.




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‘Ablandar una lengua’: por un lector comprometido

Hugo Fabel

Se tantean los límites del lenguaje, un reclamo a la coescritura, la participación despierta, la completitud que exige cierto talante o competencia literaria. La exigencia, en suma, de un lector comprometido.





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