La crítica de arte como ejercicio de conversación

Mi querido Rubens: 

Aprovecho esta tranquila tarde de sábado para satisfacer la escritura de ese prólogo que tan amablemente me has pedido y que asumo no como un acto de responsabilidad, que precede o debería preceder cualquiera de los textos que resultan de esa extraña alquimia, manifiesta en el ejercicio de la crítica; lo asumo, por el contrario, como expresión de un goce que me llevará a decir —si acaso— un par de ideas más o menos propias sobre la que considero una de las voces más interesantes de la crítica cubana estacionada lejos de los contornos lábiles de la isla. 

Sabes que no debía ser yo quien firmara este texto. Es, de hecho, una osadía considerando que debió ser Rufo Caballero el prologuista, en tanto tu mentor, quien estimulara este lúcido, sagaz y elegante repertorio de páginas en las que se expone la subjetividad de un crítico, cuyas virtudes más relevantes son su inteligencia y su versatilidad. Pienso ahora en ese amigo nuestro que marchó hacia ese otro lugar en el que, seguramente, la seguirá liando. Pienso en él, insisto, porque, aunque muchos le nieguen, su hacer y su decir crearon escuela para toda una generación de jóvenes críticos salidos de las aulas de Artes y Letras. Tú y yo, con apenas unos cuantos años de diferencia, qué duda cabe, pertenecemos a ella. Fuimos testigos directos de su genialidad y del éxtasis barroco de su escritura, seguimos el camino de ese aprendizaje y perpetuamos en la constancia y en la sistematicidad del ejercicio crítico su gran lección. 

Cuando te leo, descubro viva su enseñanza. No por similitudes, paralelos o vicios en el decir; sino, porque advierto en ti, resuelto en el cuerpo mismo de tu escritura, una de sus exigencias más recurrentes: la implementación de la crítica como un permanente ejercicio de conversación. Tu letra se soporta sobre un pensamiento ágil y una maniobra narrativa que dejan ver el amplísimo repertorio de fuentes teóricas y de lecturas culturales que manejas. Sin embargo, y es ahí donde estimo reside una de tus más elevadas virtudes, el saber anterior no se usa como un cuerpo esclerotizado que se aviene al nuevo objeto de la interpretación. Sabes hablar con el objeto de tu mirada, ya sea para leer las obras que nacen de las prácticas artísticas contemporáneas o para escudriñar en la prolijidad semiológica del lenguaje que cifra el discurso cinematográfico, tu otra gran pasión. 

Existen galaxias escriturales que se orquestan a tenor de los textos críticos por una amplia nómina de autores contemporáneos y en muchos de ellos solo leo juegos de palabras o construcciones teóricas carentes de pasión o desprovistas de esa facultad dialogante sobre la que ha de fundarse el ejercicio de la crítica, entendido este como un acto de interpretación y de creación en sí mismo, con independencia de sus funciones comunicativas. Tu escritura deja ver al sujeto que está detrás y que ejerce el derecho de decir y de pensar bajo la gracia de una mirada propia que, pese a su juventud, ha consolidado un crédito de prestigio. 

Han sido precisamente esas encrucijadas del ejercicio, el tránsito de un medio a otro, la permuta de geografías, el satisfacer otras demandas, el llorar en silencio ante la aspereza del entorno ajeno, lo que te ha convertido en el crítico que eres: un escritor camaleónico, versátil y fino en el uso de los artificios de la enunciación, elegante en el decir, sofisticado y eficaz. 

Los textos aquí reunidos podrían leerse, a raíz de lo que aseguras, como apuntes al paso de una biografía: la tuya. Lo mismo que tú, yo he debido hacer de la crítica un estilo de vida, un modo de permanecer y de existir, un ejercicio de constante emancipación. A los tiempos duros en los que algunos creyeron que iba a rendirme, antepuse la voluntad de escribir, aunque tan solo fuera para dar cuenta de lo mal que iban las cosas. Entonces el arte sirvió, una vez más, como terapia, como espacio para aliviar el dolor por la ida y el abandono. 

El entierro de las consignas (Hypermedia, 2018), de Rubens Riol.

He sido testigo en la distancia de tu evolución como crítico fuera de Cuba; también lo fui —gracias a las redes sociales— de tu estancia allí practicando una docencia bajo el signo de un aprendizaje dialógico y cruzado en el que los protagonistas de cada historia ponían voz a su propia voz. Y ha sido ese seguimiento el que me ha llevado a valorarte más, si cabe. Este cuerpo de textos, organizado en capítulos brillantemente titulados, revela, entonces, tu condición y tu valor. Mientras otros vacilan entre los subterfugios de una existencia convencional, tú has optado por la certificación del valor del texto como fuente y afluente de resistencia. Ni la soledad, ni los anuncios de profetas y agoreros trasnochados, nos llevarán a la desesperación final o al suicidio. Ante esa posibilidad, que no es tal, se levanta erguida la razón que nos dibuja y nos determina. Noto en ti una necesidad, casi obsesiva, de escribir, en el formato que sea. Tal necesidad se traduce en voluntad, en capacidad, en permanencia, en un acto de resistencia sostenido sin el cual el pensamiento naufragaría en arenas de soledad. De esa voluntad, sin ir más lejos, ha nacido este libro. Un volumen que otorga, de facto, mayor visibilidad a tu escritura dentro y fuera del contexto de su realización. 

Casi todos estamos de acuerdo acerca de lo absurdo del papel reservado a nuestro país, al que por masoquismo u otros motivos (también sórdidos), algunos encuentran sobrados méritos y justificado valor. La realidad entonces se presenta como el espejo más elocuente donde el fracaso observa su rostro. Habiendo leído no pocos libros y titulado muchos ensayos, advierto este título como el mejor de todos los títulos. Es, de por sí, una radiografía, un electrocardiograma, una imagen rotunda que revela el estado de una nación, la itinerancia de una gran frustración. 

Perteneces a una generación de críticos e historiadores que ya no conoció la Utopía más allá de su existencia como figura literaria. La idea de que el mañana será mejor, que el futuro sería luminoso dejó de tener sentido en el contexto que te vio nacer como profesional de la escritura y depositario del pensamiento propio. El entierro de las consignas resulta una representación —afirmativa— de esa muerte; es la revelación del descrédito sin que por ello se extraviase la gracia de la ironía o el gusto por la parodia, recursos permanentes en la consumación de tu estilo. 

Convencido de la futilidad de los slogans, de las consignas, de los llamados populares, de la masificación del ego, de la búsqueda de una realidad ilusoria que ocultase el rostro de la verdad, tu letra se revela radical y divertida, irónica y mordaz, inteligente y sobria. El desgarramiento y las fatigas de la esperanza están en la base de ese título que desde ya deja de serlo para convertirse en el pasaporte nuestro. Es en ese rechazo donde, paradójicamente, habita el sino de nuestro drama. Nuestra realidad intelectual (tu realidad) pulula, irrefutablemente, entre el instinto de conservación de aquello que somos y el gusto, casi siempre justificado, por la tragedia. Ante tal exigencia sociológica no queda otra que seguir haciendo cosas: haciendo pensamiento, haciendo escritura, haciendo libros y haciendo crítica como expresión de algún tipo de política. 

“Vale más hacer y arrepentirse, que no hacer y arrepentirse”, esto escribía Maquiavelo hace ya algún tiempo. Sobrada es la razón que descansa en sus palabras. He visto a muchos que hablan sobre lo que harán y no hacen nada, que especulan sobre su gran obra sin tener aun la primera de esas obras. Tú, en cambio, te has decantado por la eficacia del hacer en lugar del espejismo del decir. 

Nazcan de donde nazcan, y bajo el pretexto que sea, todos los absolutismos se parecen y se encuentran, al cabo, en el mismo lugar de la historia. Ese donde reinan la intolerancia y la autoridad ejercitada. Revelarse ante ellos ha sido, desde siempre, una reacción de los intelectuales que entienden “el hacer” como la expresión de un hecho cultural de dimensiones políticas. Es por ello que este ensayo, en su totalidad narrativa, resulta nocivo a la permanencia y a la mentira de ese sistema, a sus prefiguraciones doctrinales, a sus dogmas y a sus leyes. 

Seguramente, estoy convencido de ello, algunos periodistas, críticos y reporteros de la banalidad, dirán que este es un libro pertinente, propio, oportuno… Y yo celebro, en cualquier caso, que sea todo lo contrario, un libro impropio y desobediente.

En la decencia de lo correcto habita el eterno flagelo de lo mediocre. Este libro es todo menos lo último. El presente volumen, junto al de otros jóvenes críticos cubanos desperdigados por este mundo, fija el itinerario para seguir la pista a la(s) narrativa(s) de la nueva crítica cubana. 

A todo esto he de sumar una confesión: nunca antes me habían pedido un prólogo (risas). De ahí que ni siquiera me veía a mí mismo lidiando con ese formato y sus exigencias, lo que llevó a decidirme por esta carta, escrita desde la admiración y el cariño. 

Te abraza fuerte, 

Andrés Isaac Santana

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© Prólogo al libro El entierro de las consignas (Hypermedia, 2018), de Rubens Riol.

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