Envidiar a Padura: un alejamiento

1: ¿Qué se envidia cuando se envidia a Padura?

En una entrevista publicada aquí hace unos días, Leonardo Padura mencionó mi nombre un par de veces. Recordó una objeción que hizo a mi opinión sobre la narrativa de Luis Rogelio Nogueras y achacó a envidia mis críticas a una novela suya. 

La entrevista fue hecha hace diez años y se publica ahora por primera vez, supongo que refrendada por él. En la década transcurrida desde entonces Padura publicó novelas, recibió importantes premios, se dejó entrevistar por Pablo Iglesias, viajó a una cárcel brasileña para defender la inocencia de Lula da Silva, hizo silencio mientras censuraban un filme con guion suyo y otros protestaban en su nombre, soltó alguna que otra iniquidad y alguna que otra idiotez… Declaró que la cifra de cubanos muertos en la guerra de Angola era «ridículamente baja» y que el Nobel premiaba en Peter Handke a alguien a quien «no conocían ni en la esquina de su casa».

En esa década se sucedieron mis críticas a Padura y, de acuerdo a sus estimaciones, habrá aumentado considerablemente mi envidia. 

«¿Qué se ama cuando se ama?», pregunta un poema de Gonzalo Rojas. ¿Qué se envidia cuando se envidia a Padura? La lectura de su entrevista me confirma que no es su inteligencia ni su honestidad. Su bondad tampoco. Un tipo que ve cifras ridículas en el número de muertos de una guerra no cuenta con bondad para envidiarle. Y resultan descartables su edad, su aspecto físico, su gracia personal, la casa en Mantilla… Directo al grano: lo envidiable en Padura está en las ediciones masivas de sus novelas, sus premios y su probable fortuna. Pero apenas se percibe que esas ediciones, premios y fortuna tienen causa directa en la prosa escrita por él, en su imaginación y en sus ideas acerca de autores y libros, se le quitan a uno las ganas de envidiar a Padura. Y faltaría por considerar que  envidiar a Padura es querer ser Paul Auster.  

En su entrevista, él confiesa que siente miedo. Yo he escrito varias veces sobre los efectos del miedo en su escritura. ¿Quién en su sano juicio envidiaría sentir miedo y escribir con miedo? 


2: ¿Qué se defiende cuando se defiende a Luis Rogelio Nogueras?

Padura recuerda: «Un día, en Casa de las Américas, hace de esto fácilmente quince años, en un conversatorio sobre literatura policial, Ponte criticó a Wichy por haber escrito estas novelas, y yo le respondí, le dije: ‘Mira, Ponte, me parece que estás siendo injusto, porque es muy fácil valorar desde una perspectiva como la que tenemos hoy, que no es la mejor de las perspectivas posibles, pero es diferente, a una persona como Wichy Nogueras'».

La fecha exacta fue octubre de 2000, al final de una conferencia de Ricardo Piglia. Desde el público se hicieron críticas a la literatura policial cubana y yo fui uno de esos críticos. 

Ambrosio Fornet salió de apagafuegos con muy poco éxito. Padura, también en el público, no contradijo nada de lo que yo dije allí.

Tampoco me contradijo en privado. Yo nunca he conversado con Padura de temas literarios y, en reciprocidad, nunca le he dirigido a él ninguna opinión mía sobre béisbol, tema que desconozco enteramente. (De adulto solo he logrado seguir con atención el juego de pelota de los gemelos Hunahpú e Ixbalanqué en el Popol Vuh). Y si Padura no discutió conmigo acerca de ese tema fue por no verse expuesto. Por no evidenciar que discutíamos, no sobre Luis Rogelio Nogueras, sino sobre él mismo. 

Porque la conferencia de Piglia se celebró en octubre de 2000 y, cinco meses antes, yo había publicado en el diario español ABC una reseña de su novela Pasado perfecto, y mi reseña no debió complacerlo.  De modo que, en caso de discutir sobre cualquier novela policial, Padura y yo habríamos estado discutiendo sobre aquella reseña.

No lo hicimos nunca y, en compensación, él se inventó el recuerdo falso donde me echa en cara mi injusticia hacia Nogueras, que no es más que injusticia contra él mismo. Asunto nimio este, pero que cobra relevancia cuando leemos su defensa de Luis Rogelio Nogueras y Guillermo Rodríguez Rivera. 

Dice en la entrevista: «hay que entender que un escritor de treinta años, que de pronto se encuentra en una situación de que no sabe cuándo va a volver a poder publicar otra vez en su vida, prácticamente es capaz de hacer cualquier cosa. Y la salida que encontraron Wichy y Guillermo fue una de las salidas más dignas posibles, fue aceptar una estructura literaria que estaba consagrada y tratar de hacer con ella un producto literario lo más digno posible, que fue primero el caso de El cuarto círculo, de Wichy y Guillermo, y después Wichy con Y si muero mañana; porque era la única manera que tenían de encontrar una vía para reinsertarse en lo que era su vocación y su necesidad expresiva».

Leer a Padura significa lidiar con el lenguaje burocrático que desprende. Eso de «encontrar una vía para reinsertarse» le viene de reeducador castrista. Y lo de «su vocación y su necesidad expresiva», de comisario cultural. El caso en cuestión se reduce a esto: un par de escritores  bajo amenaza de ser censurados por el régimen procuran una salida y esa salida consiste en componer novelas que glorifican las fuerzas represivas del régimen que amenazaba con censurarlos. Nogueras y Rodríguez Rivera perpetran una novela a dos manos y reciben el Premio Aniversario del Triunfo de la Revolución que otorga el Ministerio del Interior. 

Padura ve en todo esto «una de las salidas más dignas posibles», lo cual da la medida de lo que entenderá él por dignidad. Y en cuanto a los valores literarios de ese libro, su terminología burocrática lo califica de «producto literario lo más digno posible». Lo cual da la medida de lo que entenderá  por literatura.

En otro momento de su entrevista, relata cómo Rogelio Rodríguez Coronel escribió un libro donde probaba que La última mujer y el próximo combate, de Manuel Cofiño, era mejor novela que El siglo de las luces, de Alejo Carpentier, gracias a su «comprensión marxista de la realidad». Padura da fe de que Rodríguez Coronel «es un hombre inteligente, es un hombre culto, es un hombre con capacidad de análisis». Y abunda en su descargo: «No creo que Rogelio haya hecho eso para congraciarse con nadie; creo que Rogelio es hijo de una circunstancia, es hijo de una situación, y que decentemente pensaba que lo que él estaba diciendo podía ser cierto».

Nogueras y Guillermo Rodríguez Rivera, premiados por el Ministerio del Interior. Rodríguez Coronel,  decano de la Facultad de Letras de la Universidad de La Habana.  Con este trío de oportunistas en la mano, Padura derrocha comprensión. Los defiende porque, lo mismo que en el recuerdo que se fabricó conmigo, al hablar de ellos habla de sí mismo. 


3: ¿Qué se lee cuando se lee a Padura?

En la reseña de Pasado imperfecto en ABC escribí: «Entre los trabajos más frecuentes del teniente Conde está perseguir a quien trafique dólares. Todavía en La Habana de 1989 tener un dólar en el bolsillo era, en un ciudadano cubano, delito […] Resulta entonces muy difícil seguir con simpatía la suerte de ese teniente. Del mismo modo que no resultaría fácil identificarse con un detective que, durante la Ley Seca, persiguiera a todo aquel que bebiera una copa».

Mario Conde es teniente de la policía de una dictadura. Con tal de disminuir su responsabilidad y volverlo cercano al lector, Padura lo jubila y le otorga desórdenes de salud, fidelidad a sus amigos y melancolía amorosa. No lo hace abjurar de la dictadura a la que sirviera. El teniente o exteniente Conde habita una prosa que recuerda la de aquel novelista a quien Rodríguez Coronel favorecía por sobre Carpentier. Leonardo Padura podría ser el Manuel Cofiño de esta época. 

¿Qué leo cuando lo leo? No la indagación de unos crímenes, sino la complicidad del autor. En la narrativa de Padura el verdadero crimen no se encuentra en la trama, sino en el modo en que el autor administra esa trama. Cuando, en La novela de mi vida,  alguien es perseguido por un agente de Seguridad del Estado hasta el punto de tener que huir al exilio, es porque el tal agente acabará expulsado de Seguridad del Estado. Cuando, en Regreso a Ítaca,  quien acosa al protagonista es una funcionaria oficial,  es porque esa funcionaria terminará exiliándose. Y, nada más descubrirla en el exilio, el protagonista decidirá regresar a La Habana. Porque no era el sistema quien lo perseguía, sino una mala personera. 

Cada vez que Padura amaga con empañar el buen nombre de las fuerzas represivas cubanas, se ocupa de dejar brillante lo empañado. Trabaja de limpiacristales del Ministerio del Interior. Echa aliento sobre unas superficies, las empaña, para inmediatamente pasarles un buen trapo. No es raro entonces que hable de «un Estado todopoderoso, dueño de los medios y, a la vez receptor de la obra del artista» (lo cual constituye una descripción acertada), para luego explicar la censura de este modo: «una producción artística que no fue bien vista por algunos». En sus formulaciones, el Estado es todopoderoso pero no responsable. Para responsables, él fabrica unos «algunos», malinterpretadores de la política oficial que un buen día acabarán tronados. 

Cada libro suyo se encarga de dejar restablecida la justicia de la revolución. Padura escribe comedias policiales. ¿Novela negra? No, novela policial rosa. De modo que cuando lo leo me intereso, no por las idas y venidas de su investigador, sino por las oscilaciones del autor entre el régimen y el mercado. Me intereso por su tacto al complacer al mercado y no faltar el respeto al régimen. Por sus artimañas para  ser editado en Barcelona y, si no querido, por lo menos editado en La Habana. (Hace un par de meses abogué desde Diario de Cuba por que la prensa cubana hiciera públicos los éxitos internacionales de Leonardo Padura. Debió de ser un extraño gesto de envidia de mi parte). 

Padura dosifica la denuncia en sus libros, no solamente para verlos publicados en Cuba, sino para garantizarse la adhesión de unos lectores extranjeros a los que les disgustaría que su denuncia fuera a más. De hacerse incisivo, Pablo Iglesias y Lula da Silva dejarían de leerlo. Y dejaría de leerlo esa izquierda mundial cómplice del castrismo a la que sus novelas le sirven de compensación nostálgica. 

Lo verdaderamente policial de Padura está, por un lado, en su complicidad con las ensoñaciones de esa izquierda y, por otro lado, en su complicidad con las fuerzas represoras del régimen castrista. Leo en sus novelas lo que todavía tienen de novelas de Nogueras y Rodríguez Rivera y tantos otros. Leo cada libro de Leonardo Padura como si ese libro estuviera concursando en el Premio Aniversario del Triunfo de la Revolución. 




Leonardo Padura

Leonardo Padura: “Tengo miedo, pero me atrevo”

Abel Sierra Madero

En agosto de 2011, Leonardo Padura me recibió en su casa en Mantilla. Hablamos de la literatura de la Revolución, de la relación de los artistas y escritorescon el poder y el Estado, de la viabilidad del socialismo y de las reformas que entonces emprendía Raúl Castro. De ese intercambio salió esta extensa entrevista.





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26 Comentarios
  1. Mario Conde es el personaje que humaniza a esa Policía Nacional Revolucionaria que apalea a disidentes y aguacateros por igual. No pasemos por alto que en Cuba es imposible escribir sobre el Ministerio del Interior sin pasar por el filtro del Ministerio del interior. O sea, Padura es la invención policial perfecta para una dictadura: el crítico que embaraja el horror de lo criticable, el amanuense disfrazado de neutralidad. El detective Conde se lleva a la tumba el récord de haberse parado cuarenta años sin encontrar al asesino del estado de derecho.

  2. El misterio policíaco a resolver es cómo Padura usurpó el lugar del mercado y la estima que debió ocupar Ponte. A ver si Mario Conde acepta ocuparse de ese caso.

    1. Arriesgo una respuesta a ese misterio basada en mis breves interacciones con extranjeros lectores de Padura (una puertorriqueña, una argentina, un español, un cubano que vive en la Yuma): para muchos que simpatizan con la Revolu secretamente, o que simpatizan abiertamente aunque en el fondo saben que es una posición indigna, o algo que tienen que justificar muy duro pero qué le van a hacer, Padura les presenta una coartada perfecta: les ofrece el «drama» de una Revolu imperfecta pero todavía viable y vital, convierte al Gulag manigüero en un lovable loser, los hace sentirse románticos seguidores de una bella causa perdida (eso sí, a cuenta de otros). Y todo eso con una prosa que actualiza a Cofiño al pasarlo por agua de bollo de Fifty Shades of Grey. Les da acceso a una versión kistch de lo «sublime» tal como ellos lo pueden entender (el cliché de la tormenta y la lucha del velero observadas desde la seguridad de la orilla). Y los consuela de su aburguesada mala conciencia por vivir en la seguridad cómplice del confort capitalista ofreciéndoles un «family romance» freudiano en el que fantasean que tienen otra familia y otra historia, todo eso sin abandonar su mesita de Starbucks o Café Nero. Y los consuela también de cualquier inconformidad que tengan con el lugar donde viven mostrándoles que el paraíso es posible, pero mejor dejarlo ahí entre las páginas del libro. Les vende la madre de todas las pajas mentales. Pero en fin, Cofiño con agua ‘e bollo es la base de todo: sensiblería comuñanga y porno suave, los cubanos que son unos singones inconsistentes pero por obra y gracia les ha tocado una misión histórica.

  3. Jaque mate, Ponte: «Leer a Padura significa lidiar con el lenguaje burocrático que desprende. Eso de “encontrar una vía para reinsertarse” le viene de reeducador castrista. Y lo de “su vocación y su necesidad expresiva”, de comisario cultural.»
    Esto sucede con la jerga de los genuflexos.
    En el diccionario biobibliográfico cubano su nombre aprecerá próximo al tuyo, pero su obra en panfleto; #PaduraCaraDura escribe novela policial rosa, pifia; no despega nunca.

  4. Solzhenitsyn, Kundera, Vasili Grossman…, ninguno de los grandes escritores disidentes, dejaron de humanizar a policías y agentes oficiales. No cayeron en maniqueísmos, en ese realismo socialista del otro lado que tantas burlas suscita, que abarata películas, novelas, memorias, programas televisivos… No creo que Ponte tenga nada que envidiarle a Padura, que hoy es el narrador cubano vivo más reconocido y publicado en el planeta. Tampoco creo que Padura sea un oportunista, un vulgar amanuense.

    1. Pepe, ninguno de los tres autores que citas procuró hacer un protagonista simpático de los policías y agentes que escribiera. No los hicieron sus héroes de ficcio´n, como lo es Mario Conde para Leonardo Padura, que ha querido hacer del teniente de una dictadura una suerte de Philip Marlowe. Saludos.

  5. Prats, o no has leído a Solzhenitsyn, Kundera y Grossman; o no has leído a Padura. En caso de que no hayas leído a ninguno de los cuatro, aconsejo comenzar por los tres primeros. Obviamente, los personajes de estos tres autores no son la caricatura vulgar de la opresión. Todo lo contrario: retratan en su humanidad el conflicto de la opresión. Así de simple. Que Padura sea el narrador cubano más reconocido y publicado en el planeta no quiere decir nada en términos literarios. Aunque quizás sí en términos políticos. Por cierto, yo empezaría a leer por Grossman.

  6. Me hubiera gustado que Andrés Reynaldo tuviera un cuaderno, un poema, aunque sea un verso recordable… Tal vez entonces no perpetraría comentarios tan maniqueos. No puedo recomendarle ninguna lectura, su problema no es de lecturas.

    1. Felicitaciones a Antonio José Ponte quien, además de ser un escritor imaginativo, original, necesario en lo que cuenta de la cultura cubana mas allá del exito comercial obtenido en la cuerda floja de la duplicidad mediocre, y el limbo mental y moral de los lectores «progres», sabe reconocer con lucidez infalible a los canallas que pululan en la República de las Letras y sus bajos fondos. Gracias por ese artículo, por tus libros, y por Diario de Cuba, amigo Ponte.

  7. ¡Qué maldición la de esa isla! Un dictador carismático, monotemático y narcisista; un escritor (Ponte) carismático, monotemático y narcisista. La historia de la nación soy yo, así que te empujas la saga del Moncada, el Granma, la Sierra y Girón. La literatura nacional soy yo, así que te empujas las peripecias de mis escaramuzas críticas. Todos los discursos de Fidel Castro son uno y el mismo; todos los ensayos de Antonio José Ponte son uno y el mismo. (Se abandona este artículo de Ponte antes de llegar al fin, como mismo se abandonaban los discursos del Comandante). Pese a su genio indiscutible, igualitos ambos de intolerantes, visceralmente incapaces de aceptar una opinión que no sea la propia. El general y el doctor en la misma persona. El Fifo mandaba a fusilar a sus adversarios por razones ideológicas, tácticas o por mera antipatía; lo de Ponte es el fusilamiento simbólico de los escritores que le disgustan, por motivos no muy distintos ni muy distantes de los del Fifo.
    Y dale otra vez el Fifo con los yanquis Kusa Kutusa; y dale otra vez Ponte con Padura animal feroz.
    Pa lo que sea, Ponte, pa lo que sea. ¡Ojalá se te acabe la palabra precisa!
    ¡Abajo quientusabes!

    1. Pero Grullo, ¡que tremenda maldici´ón la suya que lo empuja a citar tan abundantemente a Fidel Castro, los muñequitos soviéticos y Silvio Rodríguez! Que haya sosiego para su mente.

      1. Pero mira quién habla de mentes sin sosiego. No se haga el ecuánime, amigo mío, que cualquier lector de La lengua suelta sabe que entre los tópicos de los que usted ha abusado estos últimos años se cuentan los tres que me reprocha. Más que la prosa del húngaro Fermín Gabor en sus mejores tiempos, su artículo recuerda las lamentables páginas del búlgaro Bogomil Rainov en La novela negra. (No dudo que Padura tenga la delicadeza de remitirle una copia si usted no conserva un ejemplar). Permítase pensarse desde el pasado mañana; va y se sonroja. (Mirta Aguirre y Ángel Augier también se creían infalibles). Que haya humildad y vergüenza para su mente.

        1. Pero Grullo, le agradeceré que no me llame amigo suyo. Yo no merezco su amistad ni en sorna, y usted hace mal en querer amistarse conmigo luego de tanta comparación con Fidel Castro. Una comparación que da la medida de sus sobresaltos, por lo que vuelvo a desearle sosiego para la mente. Saludos.

  8. Un montón de viejos chochos sin nada que hacer, dejen que Ponte escupa a Padura y que Padura responda si sabe…en lugar de estar chismeando vayan a vacunarse, que aquí todos pertenecen al mismo grupo etario añejo y rico pal covid

  9. Está dicho de una manera genial: Padura pasará a la historia de la literatura cubana como «el limpiacristales de la Seguridad del Estado», ni más ni menos.

    1. Sr. Juan Jiménez, no tengo nada que objetar a su argumento. Sin embargo, desconfío de quienes hablan en primera persona del plural, porque suelen ser pacientes psiquia´tricos, políticos populistas o gente imposible con delirio de grandeza. Saludos

  10. Padura es un camaján clásico, o sea, por naturaleza, y no puede actuar de otra forma–mucho menos si le resulta tan rentable hacerlo. Desde luego, no es su culpa que le compren lo que vende–y un producto que vende, sea lo que sea, siempre lo hay en el mercado. No hablamos, por supuesto, del mercado en Cuba, sino en el mundo capitalista.

  11. Padura es un dios de las letras cubanas y el que así no lo vea, es simplemente un comemierda que no se da cuenta que solo crítica su grandeza.

  12. Juan El Conciso, el nivel de su argumentación es tan alto como sus preferencias. Por favor, no abandone nunca esa religión que lo dota de tan finos argumentos para la discusión literaria. No deje de leer a Padura.

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