Mantener la fe

Comienza el año nuevo y, con él, una pila de meses que hay que llenar: de proyectos, de momentos bonitos, de pensamientos positivos, para no volver a caer en el agujero negro.

En estos primeros días de enero he tenido una serie de encuentros bien curiosos. Una amiga, bonita ella, muy habladora, me cuenta que hace poco estuvo en un restaurante privado y que le quitaron el teléfono al entrar. En una de las mesas había un nieto de la familia real, y al parecer estaban evitando que se filtrara alguna foto. Evadiendo esa clase de noticias: fulanito come langosta, fulanita viaja en yate…

La socia estaba súper incómoda, tenía miedo de que le hubiesen implantado un chip, de que oyeran sus conversaciones o leyeran sus mensajes. Se sintió violada.

Por esos mismos días, a un grupo de jóvenes que no están de acuerdo con el régimen los habían sacado de otro establecimiento.

La conversación me recordó a Games of Thrones, a la Edad Media, a señores feudales…

Una amiga de mi madre le colgó el teléfono después de dos segundos de charla, porque ahora la tarifa es más alta. Ya no se pueden hacer visitas telefónicas. No sé qué va a hacer ahora la señora, que casi no puede salir de la casa por su problema de las piernas, y que se entera y se informa de todo por el aparato.

En las redes ponen el nuevo precio del transporte público, de la bola de helado de Coppelia…

Las calles están vacías y se respira una tristeza tremenda. Después de comprar unas tarjetas para internet, pasé por un parquecito en donde hay un bar y vi a dos de los muchachos de la revista Mujercitos. Nos miramos por medio segundo y la sensación que tuve fue parecida a la que tiene el personaje de una película apocalíptica cuando descubre que no está solo con su perro y su maceta de helecho… Cuando descubre a otra persona, a otro ser humano.

Entre la oscuridad, la desolación y la enfermedad, sentí eso: somos sobrevivientes.



Sobrevivimos no solo a la pandemia, sino al experimento raro este que no acaba de terminar.

Pero todo era muy triste, porque éramos pocos. De los jóvenes quedamos pocos, y estamos obligados a movernos bajo de una iluminación tenue. Una luz que te invita a morir, a dormir, onda: dale para la casa, que no hay más nada.

Las nuevas medidas y los nuevos precios van a dejar las calles más vacías aún. No creía que fuera posible, pero parece que sí. El desgaste, el cansancio, la falta de oportunidades, nos van a quitar a mucha gente querida. No todo el mundo tiene la fuerza o el cinismo para sobrevivir a esta talla.

Mi vecino El Gordo aprovecha el carro de su tía y, sin una meta, sin rumbo fijo, se sienta en el asiento del copiloto y la acompaña por las grandes avenidas: Quinta, Paseo, G… Se pone en una posición especial para que sus ojos no choquen con la calle, evita la gente, se centra en las ramas de los árboles, en el verdor, en las nubes. Eso lo llena de alegría momentánea. Pero después se le pasa, porque todo el tiempo no se puede estar en esa bobería.

Dice El Gordo que su tía vino hace poco de Miami y se reunió con dos amigas que estaban forradas de billetes. Las dos viudas, viudas de tipos duros, hombres que habían hecho sus riquezas en negocios turbios. La droga. El tráfico ilegal. En los patios de sus casas había mucho dinero clavado.

Una de las ideas que me llevó a filmar Melaza era ahondar en la imposibilidad de sobrevivir de una persona honrada en un ambiente corrupto. Pienso en armas, reflexiono en cómo la vida es más fácil para ciertas personas que se portan mal. La gente que sigue las leyes, que no alza la voz, la pasa peor. Niño que no llora, no mama.

Muchos de mis amigos se han ido de la isla y no dejan de estar todo el tiempo pendiente de las redes: que si pasó esto, que si pasó lo otro… Casi ninguno es rico. Todos están como yo: con la cabeza a mil. Encendidos. Fundidos. El tiempo pasa y las canas van saliendo. La edad no ayuda. La solución no parece estar cerca.

¿Qué habrán pensando los muchachitos de Mujercitos? Mira, ese era Lechuga, qué encorvado se veía, qué viejo está, qué fundente todo… No sé.

El Gordo tiene una frase que repite y repite: “Hay que hacer locuras”. No sé bien a qué se refiere. No sé si es que quiere irse, o darse candela, o asaltar un banco. En algo sí estoy de acuerdo con él: hay que cambiar el paso. Cada uno es responsable de su propia cabeza, y conseguir un poco de emoción o de adrenalina se hace cada vez más difícil.

La población está bajita de sal. Sumando. Sacando cuentas. Viendo cómo va a sobrevivir. La vida es una sola, y treinta años más así sería tortuoso.

Agarro mi pizarra de corcho y, con tachuelas, me hago unos supuestos planes para este 2021.

El cuerpo me está pidiendo apagar el interruptor CUBA. Olvidarme de todo, enajenarme, perderme. Agarrar el primer avión y partir bien lejos: Polonia, Japón, un lugar con un idioma diferente, difícil, que me haga pensar en otras tallitas. Ponerme a estudiar la confección y el diseño de un casco, un arco con flecha y una ballesta.

El único avión posible ahora es el alcohol. Cuando empieza a caer la tarde con esos colores bellos, hay que anestesiarse. Darle un cariñito al cuerpo y dejar descansar el coco. Total, mañana será otro día. ¿Qué es lo peor que puede pasar? ¿No amanecer?

El día de la marmota, esa película de Bill Murray donde la gente vivía y revivía hasta la saciedad el mismo día, el mismo entorno, las mismas caras… El día de la marmota a la cubana. Pocos derechos. Pocas alegrías. Pasando mucho trabajo, mucha miseria, mucha frustración… Por gusto.

Los días van y vienen, sin importar quién cayó en la batalla. El que ya no está. Hoy se muere uno y a los dos días se muere otro y ya olvidaste al primero. La cultura mortuoria, el baile de las lloronas…

Una isla tan bella, con tantos frutales, con ríos y mares, mujeres hermosas, buen clima… Por gusto.

No hay nada. No hay peces. No hay frutas.

Hay gente, como El Gordo, que puede acostumbrar la mirada. Para autoengañarse y llenar los pulmones con un poquito de aire no viciado. Para seguir. Para llegar a febrero, a marzo… Pero hay gente que no puede, y cae de rodillas ante la espada del soldado.

Cabezas que ruedan. Sueños que se escurren por la alcantarilla… Y aquí no ha pasado nada.

Me estoy poniendo muy negativo. Antes era más inocente (ignorancia es felicidad). Creo que voy a hacerme una paja y tirar par de días como si nada. Como si no pasara nada.

Como si fueran aquellos días del Pre en que salíamos de La Víbora en busca del camello y jugábamos con la sayita de Lourdes o el pelo largo en la tetilla de Rubén.

Para sobrevivir en esta islita de Game of Thrones hay que hacerse el bobo. Engañar a los sentidos.




Carlos Lechuga

Sobrevivir el 2020. Mis listas del año

Carlos Lechuga

Los 11 momentos de este año. Los 11 libros que me acompañaron sin fallo. Las 11 canciones que más escuché. Las películas y series que más me marcaron. Los filmes que volví a ver… Este año no nos ha dejado descansar. Ante la cercanía del fin del mundo, lo único que me salvó fue el amor.


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