Václav Havel, la búsqueda de la verdad y el fin del totalitarismo en Cuba

La historia de las resistencias civiles ante regímenes totalitarios demuestra que los movimientos sociales no tienen que identificarse como políticos para lograr sus objetivos. Han sido varias las plataformas que no se han definido explícitamente como políticas pero sí enfocadas en lograr el fin del totalitarismo, las que han triunfado en su objetivo final. La historia de algunos movimientos opositores en los antiguos países comunistas de Europa oriental puede ofrecer pistas importantes de modelos exitosos, en particular el caso checoslovaco. 

Durante la segunda mitad de la década de 1980, el ambiente político en la Unión Soviética y sus Estados satélites era un poco más relajado que en décadas anteriores, debido a la introducción de la glásnot —un esfuerzo del liderazgo de Moscú para hacer que el país tuviera un gobierno transparente y abierto al debate—, por Mijaíl Gorbachov y a la Perestroika, que reestructuraba los sistemas político y económico soviéticos. Para la mayoría de la historiografía sobre el colapso del sistema totalitario comunista en la Europa del Este, estas políticas funcionaron como el catalizador de muchas de las revoluciones democráticas no violentas que pusieron fin al bloque soviético. Pero estas causales externas no serían las únicas.

En el caso particular de Checoslovaquia, el Partido Comunista que controlaba férreamente el poder en el país hizo esfuerzos para evitar que las reformas de Gorbachov se expandieran en casa, como manera de preservar el sistema político autocrático, que no toleraba ningún tipo de disidencia hacia el Gobierno y que castigaba con dureza a los activistas políticos. A través de purgas de disidentes y sus familiares, el Gobierno comunista estableció un estricto controlsobre sus ciudadanos. 

El Partido Comunista local continuó aplicando estas políticas después de la caída del Muro de Berlín y la posterior transición democrática de otros países del bloque soviético como Polonia y Hungría. Estas condiciones políticamente represivas, combinadas con el colapso de la Unión Soviética, inspiraron a los checoslovacos a exigir un cambio de gobierno, con una apertura hacia un sistema democrático. En las últimas seis semanas de 1989, los activistas de la oposición organizaron lo que se conoció como la Revolución de Terciopelo, para derrocar al Gobierno comunista en Checoslovaquia.

El manifiesto fue ignorado por las grandes masas y percibido por muchos como un movimiento de élites intelectuales sin apoyo popular.

Los activistas opositores, detrás de la Revolución de Terciopelo, estaban aglutinados bajo una confederación de disidentes: Foro Cívico; una organización inicialmente conformada por artistas e intelectuales que logró unificar a amplios sectores de la sociedad en un solo objetivo, simple y desprovisto de cualquier otro alcance: terminar con el control del régimen comunista e instaurar una democracia participativa. Uno de sus líderes indiscutibles fue Václav Havel, escritor, dramaturgo y poeta, que utilizó su talento para elaborar la estrategia y los mensajes del movimiento, desafiando al Gobierno de una manera que capturó la confianza y la imaginación del país. 

Havel, quien era un firme creyente de la democracia liberal y de la protesta no violenta, también fue conocido como uno de los fundadores de la Carta 77. Este grupo, conformado solo por artistas e intelectuales, escribió en 1977 un manifiesto pidiendo al régimen que respetara los derechos humanos garantizados por la legislación internacional en la materia; mientras se denunciaba la hipocresía de un sistema que decía defender a los ciudadanos, pero cuyos derechos vulneraba sistemáticamente. 

Aunque la Carta 77 constituyó un hito en la historia de la disidencia en Checoslovaquia, con una difusión amplia hacia el exterior, no logró la adhesión de muchos dentro del país; solo 1 065 firmantes, todos intelectuales, la mayoría residentes en Praga. El manifiesto fue ignorado por las grandes masas y percibido por muchos como un movimiento de élites intelectuales sin apoyo popular.

Pese a la falta de adhesión popular, los firmantes —acusados de traidores y agentes del imperialismo— fueron encarcelados y sometidos a interrogatorios y torturas por parte de la policía política del régimen comunista. Como consecuencia, uno de los portavoces de grupo, Jan Patočka, filósofo formado en el entorno de Edmund Husserl y la fenomenología, cuyas ideas ejercieron una influencia decisiva en el propio Havel, fue asesinado en el curso de los interrogatorios.

Las palabras de Havel en estos textos, claras, demoledoras, desnudaban la tiranía del Partido Comunista.

Después del fiasco de la Carta 77 se evidenció el genio de Havel como organizador político. Desde la cárcel —muy afectado por la muerte de Patočka y decepcionado por la falta de apoyo masivo a cualquier agenda antirrégimen—, comenzó a reflexionar sobre la manera de expandir el movimiento opositor y, por ende, la resistencia hacia el régimen comunista. Estas reflexiones se materializaron en unos textos que serían clave en el futuro para los checoslovacos: El poder de los sin poder.

Estos ensayos, sacados de la cárcel y publicados en forma de samizdat —publicación antigubernamental clandestina—, se convertirían en un manifiesto para las disidencias anticomunistas no solo checoslovacas, sino también polacas y húngaras —que lograron desembarazarse de los comunistas antes que los checoslovacos—, no solo por la crítica y la denuncia hacia lo absurdo de los regímenes totalitarios leninistas que gobernaban el Este europeo en los años 80, sino también porque incluía un minucioso análisis, una disección certera y valiente, de las mentiras y la manipulación en las que se apoyaba el sistema comunista para ejercer un control absoluto sobre la vida de la ciudadanía. 

Las palabras de Havel en estos textos, claras, demoledoras, desnudaban la tiranía del Partido Comunista y brindaban el camino para desembarazarse de este. Como él mismo diría: “una palabra verdadera, incluso pronunciada por un solo hombre, es más poderosa, en ciertas circunstancias, que todo un ejército. La palabra ilumina, despierta, libera. La palabra tiene también un poder. Es ese el poder de los intelectuales”.

En esta serie de textos escritos desde la prisión, Havel reflexionaría sobre la necesidad del individuo de vivir en la verdad, de seguir la llamada de su conciencia y alzar su voz contra la mentira, de la que el propio poder totalitario era prisionero. Para él, la oposición ya no podía ser la competencia de un grupo de intelectuales y/o disidentes políticos que buscaban recuperar el poder y el prestigio perdidos; esta debía ser expandida hacia todos los sectores nacionales, independientemente de sus intereses profesionales, políticos o religiosos.

Pequeños actos de emancipación de cualquier ciudadano comenzarían a articularse y pasarían a convertirse en algo más: la “vida independiente espiritual, social y política de la sociedad”.

Para Havel, como describe en El poder de los sin poder, un primer paso en la búsqueda de esta desintelectualización y unificación de los esfuerzos en derrocar la tiranía podría darse cuando, un día, usando el ejemplo de un verdulero —representando a un ciudadano común—, este decide dejar de poner eslóganes del Gobierno, votar en elecciones falsas o reprimir sus verdaderos sentimientos en las reuniones políticas. Estos primeros intentos del verdulero de vivir en la verdad se limitarían inicialmente “a no hacer ciertas cosas”, “a una mera negación de vivir con una mentira”. Esfuerzos que para Havel serían invaluables, pero que aún permanecían inarticulados y desorganizados, “en su sentido más original y más amplio, vivir dentro de la verdad cubre un vasto territorio cuyos límites exteriores son vagos y difíciles de mapear, un territorio lleno de modestas expresiones de voluntad humana, la gran mayoría de los cuales permanecerán anónimos […]: simplemente endereza tu columna vertebral y vives con mayor dignidad como individuo”. 

Sería entonces para Havel cuando estos pequeños actos de emancipación del verdulero o de cualquier ciudadano promedio comenzarían a articularse y pasarían a convertirse en algo más: la “vida independiente espiritual, social y política de la sociedad”. Havel da varios ejemplos de vida independiente; algunos de ellos volviendo al ámbito de la cultura, como escritores que comienzan a perder el miedo y salen en publicaciones prohibidas, historiadores que por primera vez organizan seminarios privados, clérigos que “intentan llevar una vida religiosa libre”; también otros, fuera del ámbito artístico o intelectual, como los trabajadores que intentan formar sindicatos independientes, o simplemente personas comunes que comienzan a hacer vocales y públicas sus quejas ante injusticias, o jóvenes que viven “en el espíritu de su propia jerarquía de valores”. Serían estas acciones un “salto al vacío” que antes estaba limitado a “disidentes” y que ahora harían a toda una sociedad “disidente”. Acciones que serían el inicio del fin para el totalitarismo.

En este salto al vacío, la cuestión de la responsabilidad personal se constituía para Havel en la clave y la raíz de la búsqueda de la identidad humana, que debía siempre tener como razón la libertad. Una responsabilidad que, en su criterio, no se podía predicar, sino únicamente llevarse a cabo; y el único lugar por donde empezar sería por uno mismo. Serían las responsabilidades individuales de cada oprimido las que, en última instancia, conducirían a la libertad de las tiranías. Y en efecto, la propia vida de Havel sería el mejor testimonio del poder de la palabra de un hombre que —como el verdulero— no se resignó a mentir, pero que comenzó a escuchar la llamada de su conciencia, lo que sería un elemento fundamental en la transformación de la historia de Europa del Este.

Havel creía que el nacimiento de un modelo económico y político mejor únicamente podría partir de un cambio existencial y moral más profundo.

Esta responsabilidad que unifica a todas las individualidades que desean vivir en la verdad, una vez convertidas en disidencias, no podrían ser para Havel el coto exclusivo de unos pocos iluminados, famosos, o personajes políticos con ideologías particulares organizados en estructuras disidentes paralelas que competían entre sí. Havel quería todo lo contrario, que todos sus lectores pensaran en su propia participación en el sistema y, por tanto, en su propia capacidad para cambiarlo. También quería que dejaran de pensar en el disenso como un cálculo político y que comenzaran a reconocerlo como una expresión directa de sus propios intereses inmediatos. Este sería un proceso en que la gente no decidiría convertirse en disidente; no elegirían simplemente un día “para emprender esta carrera inusual”; sería “el sentido personal de responsabilidad, combinado con un conjunto complejo de circunstancias externas” la que los arrojaría a unirse a esos pocos que durante años llevaban la disidencia en solitario.

El Poder de los sin poder concluía con una reflexión sobre el futuro de una sociedad liberada del poder totalitario, donde la labor de la búsqueda de la verdad no concluiría, sino se modificaría. Para él, a ambos lados del telón de acero, el cambio solo podía partir de una vuelta al hombre, “de la reconstrucción sustancial de su posición en el mundo, de su relación consigo mismo, con los otros hombres y con el universo”. Havel creía que el nacimiento de un modelo económico y político mejor únicamente podría partir de un cambio existencial y moral más profundo, pues “solo con una vida mejor se puede construir un sistema mejor”. Una concepción de futuro simple y desprovista de detalles o de llamamientos a la instauración de uno u otro modelo de desarrollo futuro, un pragmatismo que, a la larga, sería crucial para unificar en la búsqueda de la libertad a una sociedad checoslovaca marcada por diferencias de todo tipo.

Su llamamiento funcionaría. El 19 de noviembre de 1989, Havel, casi salido de prisión, funda el Foro Cívico. Bajo su liderazgo, miembros prominentes de la Carta 77 se unieron con otros grupos disidentes y ciudadanos de a pie para formar el Foro, cuya intención era unir a la oposición checoslovaca con un objetivo único y simple, el de derrocar al régimen comunista. Habiendo orquestado con éxito una serie de manifestaciones masivas y huelgas durante las siguientes tres semanas, Havel se convirtió en el rostro de la oposición checa y dirigió al grupo en conversaciones con el Gobierno a principios de diciembre de 1989 que terminarían con el régimen dirigido por los comunistas en el país.

Aquellos que se involucran más directamente en la política y el disentimiento tienen el deber de ayudar con el ejemplo para hacer que personas comunes “salten al vacío”.

Con la salida del poder del Partido Comunista y la necesidad urgente de un gobierno de transición que encauzara al país hacia la democracia plena, Havel se convertiría en presidente de la República Checoslovaca por votación unánime de la Asamblea Federal. Un hombre que nunca había tenido aspiraciones políticas y que siempre se había mostrado reticente al poder declararía que había tomado “la decisión más difícil de su vida”, y que, una vez en el poder, sospechaba de él mismo “permanentemente”. No decepcionaría. Muchos lo criticarían por ser un político ingenuo e idealista en apariencia; pero su autoridad moral fue clave para la prosperidad de un país que se dividiría de manera pacífica en dos Estados nacionales distintos, que bajo la democracia fueron capaces de una manera más o menos exitosa de construir mejores sociedades con vidas infinitamente más plenas y satisfactorias que las existentes bajo el totalitarismo comunista. Havel moriría en 2011, ya alejado de la política a la que había renunciado en 2003 por enfermedad.

El estudio de su obra y estrategias como un factor decisivo en la caída del totalitarismo en Checoslovaquia y su posterior conversión democrática pudiera servir de lección a los cubanos; principalmente a aquellos sacrificados intelectuales, artistas, personas comunes y políticos opositores que hoy constituyen el núcleo de la disidencia nacional. Sus enseñanzas nos pueden ilustrar cómo artistas, intelectuales y opositores políticos que participan hoy como activistas del disenso en Cuba pueden concentrar sus habilidades creativas y su visión en un esfuerzo por lograr el cambio político y la justicia social al ayudar a movilizar y unificar a otras personas comunes a través del compromiso emocional en lo que denominó la búsqueda de la verdad. 

Aquellos que se involucran más directamente en la política y el disentimiento tienen el deber de ayudar con el ejemplo para hacer que personas comunes “salten al vacío”, ayudando a estos a involucrarse en organizar manifestaciones políticas, circular peticiones, escribir, hacer campañas, trabajar para organizar activamente eventos comunitarios con el fin de lograr cambios legislativos, políticas, reconociendo derechos, etcétera.

Es crucial, entonces, que los movimientos disidentes cubanos, los de larga data, los más noveles, y los que están por venir, entiendan que su papel actual es simple: canalizar los sentimientos del ciudadano común hacia el salto de vivir en la verdad, lo que conduce inevitablemente a vivir en libertad.

Las condiciones, como en la Checoslovaquia de Havel, están dadas para este proceso en la Isla porque los pilares internos que han sostenido el modelo totalitario cubano están desmoronándose y existe un amplio sector artístico, intelectual y popular disidente en Cuba que ya sirve como catalizador para que la población cubana deje de vivir en lo que Havel denominó “la vida en la mentira” y dar el salto hacia lo que definió como el «poder político explosivo e incalculable» de vivir en la verdad: el acto de independencia de una persona que da inevitablemente un ejemplo a otros, revelando la posibilidad de una forma de vida diferente.

Es crucial, entonces, que los movimientos disidentes cubanos, los de larga data, los más noveles, y los que están por venir, entiendan que su papel actual es simple: canalizar los sentimientos del ciudadano común hacia el salto de vivir en la verdad, lo que conduce inevitablemente a vivir en libertad. Para ello se necesita mucha humildad, liderazgo participativo y responsabilidad ciudadana. El futuro del país depende tanto de aquellos que han dado el salto hacia la verdad, muchos ya prominentes en el enfrentamiento hacia la dictadura, como de todos aquellos cubanos — intelectuales o personas de a pie— que aún dudan o temen saltar. Diría Havel en El poder de los sin poder que “si la vida independiente de la sociedad, al menos externamente, puede entenderse como una forma superior de vivir dentro de la verdad, es mucho menos seguro que los movimientos ‘disidentes’ sean necesariamente una forma superior de la vida independiente de la sociedad. Son simplemente una manifestación de ella y, aunque pueden ser la expresión más visible y, a primera vista, la más política (y claramente articulada) de ella, están lejos de ser necesariamente la más madura o incluso la más importante […]”.

Siguiendo esta lógica suya, todas y todos serán necesarios. La represión y el terror no serán suficientes para evitar que la sociedad cubana en su conjunto dé el ansiado salto a la verdad que él predicaba. Por mucho que el régimen totalitario cubano golpee, detenga, judicialice, encarcele, exilie, incomunique o acose a aquellos que han dado el salto a dejar de vivir en la mentira, cada vez serán más los que se sumen a una condición que es esencial para la individualidad y la colectividad humana. Es inevitable. Cuando esos sean mayoría, no hay régimen que los detenga. Las élites totalitarias cubanas también deberían leer a Havel; aunque dudo que lo hagan.*


* Una versión de este artículo fue publicado originalmente en DDC.


© Imagen de portada: Karel Čech.




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Oscar Grandío Moráguez

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