Fausto Amundarain: Un perverso recolector

La acumulación, la selección, la jerarquización y la asignación de nuevos sentidos, resultan, sin duda alguna, acciones sobre las que se orquesta la operatoria estética contenida en el trabajo del joven artista venezolano Fausto Amundarain, representado, en Madrid, por la galería Cerquone Projects, dirigida por Walter Cerquone. 

Fausto Amundarain es un obseso de la acumulación de imágenes, una suerte de perverso recolector de láminas que no son sino la predisposición —más o menos intencionada— de fuentes narrativas que luego serán motivo de representación o argumentos en la construcción (o especulación) de nuevos relatos. 

Refiriéndose a este proceso como una necesidad, señala el propio artista “acumular, para mí, es una especie de analogía sobre la conservación y la generación de historias. Esto ocurre, especialmente, en un medio que se creía estaba de salida como es el caso de la prensa impresa. 

Al aprender sobre sistemas de impresión y las propiedades del papel, me di cuenta que el periódico es un material que se deteriora muy rápido y esa referencia al paso del tiempo me fascina desde entonces. El periódico me permite no sólo acumular material si no trabajar la superficie y acelerar su envejecimiento”.

Queda claro, entonces, que no podríamos emitir un juicio de valor medianamente congruente sobre la obra como resultado último, como puesta en escena, como instancia objetual per se, sin considerar la naturaleza del proceso —casi arqueológico y dentro de la dinámica del archivo—, que lleva a cabo Fausto con el ánimo de articular un horizonte estético en el que dialogan: de una parte, el orden artístico-retiniano; de otra, la dimensión discursiva que resulta de éste. 

Es en medio de esta gramática de selección, acumulación y composición, que el artista gestiona un inteligente mecanismo de distorsión, alteración y falsificación de las imágenes, generando, de facto, otros núcleos visuales continentes de nuevas historias y de nuevos sentidos. 

Podría decirse, sin más, que la obra de Fausto acontece en un espacio simbólico de la combinatoria asistido por el uso instrumental-creativo-perverso de las imágenes. Ciertas prácticas recurrentes de la contemporaneidad, allí donde se tensan las relaciones entre lo real y lo ficticio, dan fe del ensanchado umbral de mecanismos y de respuestas del arte ante las narraciones cerradas. 

El discurso del arte, y el discurso de la cultura toda, se descubre abocado a un ejercicio permanente de replica, de uso y de abuso de la imagen existente o de los relatos cifrados en unos contextos ideológicos precisos, con el objetivo de releer y de fundar muy otras coordenadas gnoseológicas capaces de administran otros espacios de sentido. 

Este procedimiento, sujeto al corte, a la superposición y a la yuxtaposición de elementos gráficos y visuales de muy distinta procedencia, termina por convertirse en una metáfora en sí misma de esa condición travesti e inclusiva de la cultura latinoamericana para la cual lo postmoderno no fue una opción discursiva, sino un devenir orgánico pretextado —casi— como signo propio. 

Los montajes de Fausto, suerte de tejidos enfáticos y obsesivo, certifican ese instante de la metamorfosis en el que el fragmento y su saturación, devienen en la noción de un todo. No por gusto afirma el artista “colecciono muchos elementos, imágenes, patrones, iconos, para observarlos, utilizarlos y trabajarlos, generando así imágenes y patrones propios, casi siempre presentando este material de maneras muy densas y saturadas. Estas imágenes, comunicándose juntas en un espacio donde constantemente las pierdes y las consigues, generan nuevas historias que es lo que realmente me interesa”. 

Como ocurre con muchos de los artistas que apelan a este tipo de recurso, en Fausto se advierte una obsesión que se traduce en el cuidado meticuloso de cada registro, de cada imagen, de cada elemento o hallazgo. Frente al soporte original, ya sea una imagen proveniente de la prensa, del cómic o de los acervos de los imaginarios popular, el artista impone un trato riguroso con la fuente que le lleva a filtrar, depurar y sustantivar aquello que, según él, resulta relevante en el contexto enunciativo de la nueva imagen. 

“En esta propuesta —subraya— el filtro de todo el material generado y acumulado se hace más estricto, las imágenes son estudiadas y trabajadas más de cerca, las líneas se trabajan y pulen una y otra vez hasta conseguir ese balance entre lo orgánico y lo mecánico. Por eso la paleta es mayormente blanco y negro (…)”. De tal suerte, la obra resultante, pese a las mediaciones barrocas y a los reajustes entre el original y su reproducción, asume una apariencia bastante limpia, cercana a un minimalismo un tanto perverso. 

Su obra, distinta de otros replicadores y usureros, no entraña militancia ni frontalidad alguna. En su caso, especialmente en la obra última, asistimos, más bien, a una acumulación de afectos que remiten a historias personales suyas, a sus sueños infantiles y a esa vocación por el coleccionismo de cómic y de otras historietas que le llevan hoy a (re)construir su propia historia. 

Estas imágenes establecen un juego con la matriz y con el centro a modo, si se quiere, de alegoría del origen, de ese sitio de donde todos venimos. Estas obras son, con mucho, la radiografía de un camino del cual no podremos especular ahora mismo su fin, pero del que sí tenemos certeza de su tenacidad y constancia. 

Fausto asume, bien lo explica él, “el cómic y la caricatura como lenguaje visual, ya por naturaleza nostálgicos y presentes en la memoria colectiva, para explorar el pasado y el momento en el que estas imágenes se desarrollaron. La obra es el paso de un punto a otro, el estudio y reconversión de la imagen original en otra. Intervengo la imagen de base agregando y quitando elementos, desarrollando las líneas que compone la imagen total y llevándola a una escala donde el trazo original cambia completamente, sacándolo de contexto y convirtiéndolo en otro aparentemente inalcanzable (…)”. 

Ello daría para un estudio sobre el sentido histórico, literario y hasta semiótico de esta danza de apropiaciones y de este impulso caníbal. Pero no me gustaría reducir aquí —y ahora— el espectro de posibles lecturas que podrían derivarse de este ensayo visual cuando, precisamente, el artista comienza a construir un trabajo que le aparta de la experimentación para situarlo en el centro de un discurso con otros niveles de audacia y de pertinencia. 

Es la invención, la capacidad de fabular y de pensar, lo que genera auténtica cultura. Es en ese camino por donde, en estos momentos, transita la obra del artista. Tocará al tiempo, antes o después, la redención de la palabra última. 




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Serlián Barreto: El sintagma barroco

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Andrés Isaac Santana

Serlián Barreto es, con diferencia, uno de los artistas más sustanciales de la actual pintura cubana. Su obra responde a muy otras urgencias y a muy otras demandas.


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