Mabel Llevat: La [in]discreta

Las fotografías de Mabel Llevat revelan una señal de la que no todos los fotógrafos y artistas disfrutan: la evidencia de un acervo cultural e intelectual asentado en la experiencia que actúa como soporte de sus instantáneas y gestiona la mejor de las perspectivas. 

Su formación en Historia del Arte y en los mil y un cursos sobre estudios visuales y de género, le han granjeado —al cabo— el hallazgo de una mirada adulta que goza, con la misma fruición y espesura, de una gran sensibilidad.

Su obra, por tanto, resulta de un gesto «de robo», «de expropiación», «de usurpación». No de balde, una de sus mejores series circuló bajo el título Vidas robadas. Y es que, con mucho, Mabel Llevat se define como una sofisticada coleccionista de la vida y los momentos de los otros. 

Quizás por ello, o por un exceso de suspicacia de mi parte, cada vez que observo sus fotos pienso en una escena cinematográfica. Es como si cada toma fuera el anuncio de un hecho trágico, romántico o melancólico. Como si la imagen, en sí misma, fuera el escenario de un secreto que no se atreve a pronunciar su nombre.

En su caso, y a diferencia de otros artistas del lente, lo cierto es que en ella me sorprende la habilidad que pone en juego en medio de la construcción de un imaginario muy propio a partir de ese modelo de «fotografía turística o urbana». 

Analizo parte de su registro y me asalta la declaración manifiesta de una portentosa subjetividad, una suerte de juglar que escribe a través de la imagen. Sus fotos parecieran ejercicios de arqueología que buscan la belleza en un mundo regido por el desgaste y la erosión que pretexta lo vulgar como estandarte. 

Me suele molestar, o cuando menos no me seduce nada, la repetición de modelos fotográficos que se superponen una y otra vez como si de un palimpsesto imposible se tratase. 

Este no es el caso de Mabel Llevat, que se esfuerza en la captura de imágenes que —a ratos— parecen escapar de lo real mismo para formar parte de ese espacio ficcional que se cifra en la metáfora literaria.

Ella tiende a «enfocar» los espacios de la cultura (por nombrarlo de alguna manera) con un extraño y particular grado de abstracción. Es como si —de repente— esos espacios no existieran en el ámbito de lo real y afloraran solo de las profundidades de su experiencia vital, de ese lugar lejano que podrían ser las arquitecturas órficas de Lezama o los ámbitos espectrales de Borges. 

Serlian Barreto, Danco Robert Duportai y Ernesto Gutierrez Moya

Un trío de los más trío

Andrés Isaac Santana

Serlian BarretoDanco Robert Duportai y Ernesto Gutierrez Moya.


Es llamativo que entre tantas visitaciones se fortalezca una mirada que sabe hacer escogencia de la paleta según la naturaleza relatora de cada objeto o de la parálisis de este. Es ahí, me temo, donde reside una de sus fortalezas más evidentes. La que le lleva a esbozar imágenes que parecieran capturas narrativas de alguna que otra novela del boom.

En uno de sus más elevados ensayos referidos a la novela latinoamericana, Carpentier señaló «en nuestra vida presente conviven tres realidades temporales angustianas: el tiempo pasado —tiempo de la memoria—, el tiempo presente —tiempo de la visión o de la intuición—, el tiempo futuro o tiempo de espera. Y esto en simultaneidad […]». 

Las fotografías de Mabel Llevat rubrican su existencia bajo esa sentencia temporal que avista Carpentier en su aguda, y no menos polémica, observación. Sus imágenes gozan de esa misma simultaneidad, lo mismo que de una extrañeza que deviene, sin duda, en señal de su propuesta.

En la simultaneidad se describe la intención de un registro que es preciso y laxo a un tiempo. A la inversa de cuanto pretende el fundamentalismo de la crítica fotográfica, muy dada ella al enaltecimiento de los registros que responden a ese modelo tenido por «artístico», ocurre que muchos creadores contemporáneos, en su misma sed de captura, despliegan un ritual poliédrico que en modo alguno se sujeta a las restricciones de un tema o de un marco. 

Muchos, Mabel Llevat entre ellos, esbozan pequeños (y enfáticos) recortes de una realidad escurridiza que cada vez más se aleja de la propia idea de mapa o de teleología cartográfica. El paradigma diacrónico, tan propio de la lectura culturológica respecto de América Latina, tendría que ser revisado —con agudeza y espesura— a la hora de abordar los nuevos imaginarios que aportan los artistas del lente.

Como digo siempre, tendré que volver sobre este relato para poder advertir otras claves que, con mucho o poco, me lleven a elaborar otras lecturas y, por ende, otras abstracciones respecto de esta propuesta suya. Creo que Mabel Llevat tiene mucho por contar; lo mismo sería decir por escribir. 

Toda vez que la suya, a su modo, no es sino una escritura de este tiempo nuestro, un modo de resguardar el presente y el instante ante la desintegración, la enajenación y el desgaste que supone la pérdida de identidad y la angustia en la vida de toda subjetividad errante, como lo es la suya y la mía. Las imágenes de Mabel Llevat refieren actitudes contrastantes e incluso divergentes, pero todas, en su totalidad, remiten a una misma coyuntura: la de esa mujer [in]discreta que mira el mundo de «afuera» para perpetuar la grandeza de su mundo interior.

Las imágenes no bastan si la vida no las rebasa.


Galería


Daniel Barrio

Tribud

Andrés Isaac Santana

Daniel Barrio ama la pintura. Vive por y para la pintura. Su vida gira en torno a la idea de consagrar su existencia al dominio de pintar.


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