Los Role Models de Pepe Martín

La obra de Pepe Martín, sin que él lo sepa del todo, guarda una estrecha relación con su hoja de vida y con el lugar de origen. Establece vínculos narrativos latentes entre el régimen de las superficies y el hombre enorme que está detrás de ellas. 

Su propuesta, en su totalidad, se plantea como una suerte de ritual, un ejercicio de homenaje al otro y a la pintura misma. Y es precisamente ese homenaje, en esas dos direcciones, el que compulsa una vocación emancipatoria del sujeto a través del arte.

Pepe Martín es un artista que busca la liberación, la salida, el lugar. Nunca se dijo que esa búsqueda fuera fácil. Ella supone, la mayor de las veces, cierta cuota de ansiedad y de estrés, un sentimiento de orfandad que aparece y desaparece todo el tiempo, una sensación de extravío y de pérdida que se asocia —a ratos— con el estar fuera del lugar de origen. 

Y todavía más, enfatizo en esta idea, esa búsqueda afanosa termina siendo, por paradojas del destino y de la vida, la más fuerte de las motivaciones en el proceso de digresión y de afirmación estética que ensaya el artista en la intimidad de su estudio.

Desde sus primeros trabajos hasta la obra actual, articulada bajo el enunciado Role Models, ha latido el mismo impulso y la misma apreciación desenfrenada por la materia pictórica y sus derivaciones, el mismo fervor por la acción de pintar y de amar, la misma fuerza con la que hoy llega hasta aquí con una obra ya más acabada, pulcra, sujeta a un horizonte conceptual que la anima y que la justifica. El aprendizaje, si me apuran, va cediendo terreno al imperio de la maestría.  

La mayoría de los grandes artistas y pensadores, cuando se refieren a los procesos creativos como espacios de liberación y de empoderamiento del yo frente al mundo, suelen señalar tres momentos o cualidades intrínsecas a este: la consumación irrecusable del dominio de la técnica o del oficio; la cercanía (más o menos confesada) a los espacios de la ficción y a las eras imaginarias, y el arbitraje de la fuentes y afluentes activos del legado que precede.

Entiendo, claro, que por sobre todos ellos se erige la facultad exponencial de fabulación y la invención sin límites. La reproducción no es, no lo ha sido nunca, un frente generador de cultura; la dimensión cultural se potencia desde la invención desatada, desde la fabulación desbordada, desde los mecanismos —entre reales y ficticios— de la nueva narración. 

Pepe Martín, artista mexicano instalado en Los Ángeles, se fortalece en medio de esos tres momentos. Su obra, a su modo, se orquesta sobre la base de la ficción, el culto al legado, la admiración como ejercicio de humildad y la invencióncomo inequívoco impulso creador. 

La pintura, en él, deviene una especie de terapia que introduce —en su vida— un sistema jerárquico de valores y un horizonte de responsabilidades muchas. Pepe es un artista homosexual, casado con otro hombre, también extraordinario, y padre de cuatro hermosos hijos: dos chicas y dos chicos.

Tal vez por ello, o creo que absolutamente por ello, su obra responde a los principios de la fragilidad de una parte; y al fortalecimiento de los valores morales, de otra. Su rol de padre de familia, quizás la mejor de todas sus obras, le llevan a convertirse en un observador furibundo de los modelos de admiración y los objetos de emulación.

Esa responsabilidad asociada a la educación y el crecimiento de los otros, es, como mucho, una labor que implica observación pausada, control emocional muchas veces y otorgamiento de espacios de libertad a cuenta y riesgo del desacuerdo. 

Entre sus consideraciones, las personales y las artísticas, prevale la idea de gestionar la humildad y el agradecimiento como principios rectores de cualquier narrativa personal y de cualquier dimensión humanista. La serie Role Models es, precisamente, un acto manifiesto de admiración y de respeto.

Admiración a esas personalidades, femeninas y masculinas, cuyas obras intelectuales, literarias, científicas, humanas, políticas y artísticas, han supuesto una gran aportación al pensamiento y la cultura contemporáneos. 

Role Models acusa una tendencia a considerar, evaluar y ponderar el valor de esas voces, el alcance de sus obras, la trascendencia de sus pensamientos. Pocas veces asistí a un proceso de admiración como este. Cuando atravesé el umbral de la puerta de su estudio, descubrí que estaba frente a un hombre muy especial. Advertí en él, con la misma intensidad y la misma espesura, inseguridad y grandeza, humildad y valor, fragilidad y fuerza. Descubrí, insisto, el noble perfil de un artista que no vive de la grandilocuencia, de los deseos de figuración y menos aún de la ansiedad por ser reconocido antes o después. 

Pepe Martín es un tipo que ama trabajar en silencio, sin ruidos externos, sin las premuras y precocidad que otros padecen. Trabaja guiado por la sistematicidad y la entrega. Creo que es de los pocos artistas que he conocido que elabora, él mismo, con sus propias manos, los bastidores de cada una de sus piezas. Lo que me obliga a no eludir esa suerte de integridad y de pasión por el oficio, por la artesanía del hacer, por la valoración exponencial del proceso.

El resultado está ahí, es notable, es evidente, es visible. Hablamos de un relato visual encumbrado y adulto. Un relato en el que habitan estas subjetividades de un modo bastante libre y espontáneo. Todas ellas transitan sobre una pasarela en la que sus atuendos se alteran en virtud de generar desconcierto y activar otras maniobras de sentido. ¿Qué sería del arte sin la audacia de la metáfora? ¿Adónde conducirían las lecturas sin la asistencia, siempre irreverente, del tropo? 

Localizadas todas en el encuentro de este ejercicio de admiración, las obras de Pepe Martín no juegan a sustantivar el modelo mimético que se repite cuando de homenajear se trata. Al contrario de ello, el uso de estos paradigmas se presenta bajo el juego (siempre respetuoso) de la alteración morfológica y de la distorsión de la apariencia exterior. Estas superficies, doradas y amarillas todas, se convierten en espejos cóncavos y convexos de la subjetividad y sus ademanes. Lo barroco introduce aquí una nota de singularidad que desestabiliza, a un tiempo, la dominante minimalista. 

La opción analítica más básica, propensa al examen estilístico de la apariencia, se apresuraría a señalar que estas obras, en el orden retiniano, estarían resueltas con arreglo a una solución minimalista. Ese análisis estaría determinado por la sujeción palmaria a la evidencia y no por el deleite de la especulación exegética que ilumina otras aristas, otras perspectivas. 

Hubo un momento en el que afirmé, creo que entonces lo hice en mi muro de Instagram, que la obra de Pepe Martín era barroca. Y hoy, leyendo desde un margen mayor que favorece la distancia crítica, sigo pensando lo mismo, refuerzo esa idea, peregrina en su momento. 

Role Models es un ensayo barroco. Lo es en su prefiguración conceptual y en la ambigüedad de su apariencia. En ella se coloniza el poder eclipsante del amarillo y el dorado. Colores favoritos dentro de la paleta del barroco latinoamericano y su dimensión expansiva. Elemento este que, consciente o no, fabula una conexión simbólica, una vez más, con el lugar de origen. 

Vasta podría ser la perspectiva analítica para este particular, pero no se trata aquí de advertir todas y cada una de las variantes exegéticas respecto de estas superficies. Más bien me interesa subrayar esa dimensión ambigua y esa digresión estilística como recurso para provocar el asombro y el desconcierto.

El acceso a estos modelos en la nueva pasarela de la rentabilidad mediática genera, entre otros sentimientos, un ánimo de interrogación: ¿Por qué? ¿A qué debemos esta variable y esta inserción de tales personalidades, alterando su atuendo habitual, en el espacio simbólico de una pasarela de moda? 

No hallo mejor manera de responder a estas preguntas que apelando a las confesiones del artista. Este, en un acto de interlocución expansiva, me comentaba: “Para esta serie traté de ser lo más minimalista posible, porque creo que, para hacer el bien, simple y sencillamente hay que tener las ganas y el coraje de hacerlo. Así, sin complicaciones, sin la asistencia ficticia de ninguna capacitación especial para ello. Solo querer, simple y sencillamente eso, querer hacer el bien”. 

Y se apresura en dejar claro que esta serie, lejos de cualquier aproximación lúdica o equívoca, busca “rendir tributo a estas personalidades, encumbrándolas, enalteciendo su apariencia desde los códigos contemporáneos. Por eso ejercito una alteración en sus vestuarios ataviándolos —respetuosamente— como los modelos a seguir que son, han sido y seguirán siendo. Más cercanos a los ídolos de masas o a los héroes del cómic o del cine negro”. 

En cuanto a esa dimensión conceptual que aflora detrás (y por encima) de cada hecho estético, no podemos perder de vista jamás que cada toda práctica de sentido goza de múltiples intenciones; señala el artista: “Con esta serie he podido recapitular y darme cuenta que toda la vida he estado preocupado con la situación de injusticia que vivimos muchos pueblos en el mudo. Recuerdo desde niño estar obsesionado con la paz mundial. Haciendo una remembranza de mi niñez, volviendo la mirada atrás, descubro que este tema siempre ha estado en mis pensamientos.

Desde entonces me ha resultado imposible entender las injusticias que el hombre comete sobre el hombre y sobre su medio. Es por este motivo que la serie comienza en lo más profundo de mi subconsciente y se materializa poco a poco, hasta salir y plasmarse en el lienzo”. 

Queda claro que, en la profundidad textual y psicológica de estas obras, habita un poderoso sentimiento de gratitud. Una necesidad de aprobación, reconocimiento y rescate. Un modo, si se quiere, que afrontar la amnesia del mundo contemporáneo generada por una maquinaria que busca olvidar para seguir destruyendo.

Tanto es así que afirma Pepe Martín: “Con esta serie rindo un tributo a las personas que han sido galardonadas con el premio Nobel de La Paz, porque para mí son seres que —aunque son humanos como todos los demás— han sabido poner todo lo que está de su parte, yendo incluso más allá de lo que está o ha estado en sus manos para poder luchar por el bienestar común de las personas; enarbolan las banderas de la justicia frente a la injusticia que sufren los demás”. 

Role Models, sin duda, es “una manera de gritarle silenciosamente (y también frontal) al espectador de mis obras, que el mundo es un caos, pero que si queremos podemos hacer el cambio, si queremos podemos vivir en un mundo mejor para todos. Es una manera también de aportar esperanza, de decir que esa esperanza está dentro de cada uno de nosotros, solo hay que tomar la decisión de hacer de ella un campo de batalla para construir un mundo mejor”. 

Toda esta obra, como la de muchos artistas latinoamericanos instalados hoy en espacios de poder y de legitimación, alcanza a dimensionar, metáfora mediante, la gravedad de los problemas que nos ocupan y preocupan a la mayoría. Desprovista de grandes alardes, de énfasis anecdóticos o de alaridos escatológicos, tan de moda en la escena contemporánea del arte, estas piezas del artista mexicano buscan señalar el origen de los males desde la ponderación y exaltación de la belleza, desde el más auténtico y genuino ejercicio de admiración. 

Hágase a un lado, por favor, los personajes transitan. La virtud reclama su espacio…


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