Aimée Joaristi: Desde/Hacia una postura feminista

Como advertí en entradas anteriores, iré cediendo a este espacio a otros autores cuyas publicaciones apenas trascienden los contornos lábiles de la isla en peso.

Aprovecho esta nueva entrega de Lenguaje Sucio, para publicar al colega y amigo Jorge Peré Sersa con esta mirada audaz, y de pertinencia rabiosa, sobre los imaginarios desplegados por la artista Aimée Joaristi. Un texto cuya agudeza analítica y desprejuicio social harían temblar a más de uno.

En un taller impartido recientemente en Costa Rica, en Casa Caníbal, bajo el enunciado “La curaduría: un laboratorio de sentidos”, el curador colombiano Jaider Orsini, director de Plataforma Caníbal en Barranquilla, el artista cubano Adonis Ferro y yo, nos embretamos en una discusión —un tanto torpe e innecesaria— acerca de la idoneidad terminológica a la hora de designar Manifiesto Púbico.

El debate acerca de si era o no una performance, en verdad, no dejaba de sorprenderme toda vez que entendía que importaba más el alcance cultural y simbólico de este gesto de feminización que su nombramiento expedito

¿Acaso es tan relevante la nomenclatura o el término frente a la fortaleza del sentido? ¿Es realmente necesaria la sujeción a la puridad de orden conceptual-lingüístico por sobre la valoración oportuna del gesto en tanto que maniobra de desestabilización de los regímenes de violencia simbólica sobre (y respecto) del signo mujer?

Peré, en un alarde de exégesis, responde un poco a estas cuestiones con la gracia que le caracteriza. Su paralelo entre las biografías de Félix González-Torres y de Aimée Joaristi, le ubican en la posición de un crítico que goza del impudor, lo mismo que de la (im)prudencia, en el arbitraje del juicio de valor, algo que celebro mucho de su escritura y que echo en falta en la de alguno de sus contemporáneos.

Respecto de MP Manifiesto Púbico de la artista de origen cubano, pienso lo mismo que él “Aimée Joaristi nos dispensó un oportuno contrasentido, tan impúdico, cínico y bien orquestado, que va a costar desterrarlo de la memoria estética insular”.  




Aimée Joaristi: Desde/Hacia una postura feminista

Con la artista Aimée Joaristi (La Habana, 1957) sucede algo similar que con el mítico Félix González-Torres: la isla apenas aparece como origen, en tanto matriz perdida y desfigurada. Son dos casos particulares donde el desarraigo deviene en cosmopolitismo, y el contexto dejado se reconstruye desde la memoria, pero no termina afectando directamente al discurso artístico. 

Esto último tiene que ver, sobre todo, con que el arte aparece para ambos muchos años después de la partida, cuando sus respectivas vivencias dentro de la isla —relacionada a los años de la niñez— adquirían un matiz evanescente. Así, en cada uno se verifica no un relato de la nostalgia, ni la constante idealización del sitio abandonado, algo por demás inherente a los discursos diaspóricos, sino la asunción de lo insular como identidad alternativa, in absentia.  

Precisamente, el factor identidad como forma cerrada y estable, advierte en sendos casos una crisis representativa. Dicha excepción nos conduce a pensar en otras formas de significar ese imaginario, cuando no a relativizar y sospechar de su excesiva estimación en el acto retórico. Después de todo, ¿nos está dado hablar de una huella definitiva e indeleble impresa por el territorio en el sujeto? ¿La voz individual tributa en todos los casos a una voz colectiva? O, de modo más simple, preguntémonos si están el arte y la experiencia estética determinados en sus rasgos, de manera absoluta, por los contextos en que se producen. 

Pesquisando la obra de Aimée —en extremo multidisciplinar e intuitiva— detecto las múltiples tramas que le dan lugar a un proceso creativo, revelador y espontáneo donde los haya. El contexto, cuando se evoca, viene a ser un espacio depositario de su sensibilidad, de su fascinación y sus conflictos, acaso un pretexto para la confrontación ética. No se pretende, por tanto, la insinuación de una pertenencia, de un espacio fijado como centro desde el cual emerge su universo referencial. Su pertenencia, en todo caso, puede rastrearse desde una imaginería cruzada y no como un espacio en sí. Desde esa condición fluctuante ordena y emplaza el drama humano, que es la sustancia primera en su poética: comprometida y sentimental, aguda y romántica, visceral en toda regla. 

Entonces, en modo alguno parece casual que Aimée se incline, en el orden pictórico, por la abstracción informalista. Su pintura, en cambio, no se revela como un mero regodeo estético, ni comulga con un estado equilibrado y gozoso de la apariencia. Antes bien, me place entender cada cuadro suyo como una terapia emocional, donde asistimos a la recreación de sus turbaciones y deseos más irracionales. Sus piezas me temo le deben menos al oficio que al azar, llegando a ser un trazado simbólico de sus estados de ánimo, de sus experiencias y recorridos vitales. Al cabo, se pueden leer como un gesto absolutamente autorreferencial. 

Ahora bien, hay un desdoble discursivo, una fuga del “yo” al “nosotros” que se insinúa en esa otra zona donde Aimée Joaristi se desplaza con idéntico rigor ético-estético. Me refiero a esos momentos donde compulsa, desde múltiples lenguajes, un diálogo cuestionador del sistema de valores que articula, sobre todo, la sociedad occidental, cuya esencia reproduce un estado de violencia física y simbólica en torno a la mujer.  

Este último motivo ha reclamado, quizás, lo más relevante de su creación más cercana, y es otro punto donde considero se asimila con González-Torres. Digo esto, a sabiendas de que Aimée ha encarnado por voluntad propia, y acaso también porque el escenario actual demanda este tipo de posturas comprometidas, un modelo de feminismo que lejos de conformarse con el convencional arquetipo de la oposición y el binarismo, se encarga de reinterpretar las nociones más sutiles que ha naturalizado históricamente el patriarcado en su práctica dominante. Su militancia en el discurso reivindicatorio de la mujer, como el culmen de todas las otredades, entonces, se asemeja a esa militancia activista que en su día encarnara aquel artista, al atraverse a ficcionar los conflictos de las comunidades de “diferencias sexuales”, con las cuales estuvo comprometido hasta su prematura muerte en 1995. 

Más de una vez he leído, no sin estupor, que el compromiso, en cualquiera de sus formas posibles, aniquila la espontaneidad del arte. En cierto modo, habría que darle la razón a esta creencia, puesto que no ha faltado quien, al estar comprometido con una ideología determinada, convierte su obra en un aburrido e insufrible panfleto, tan perjudicial como la propia doctrina a que se opone. Esto sucede, sobre todo, cuando la creación se sustenta en un trasfondo político y abusa del mismo en tanto canal de legitimación. Dicho esto, creo que sobra apuntar que el compromiso en Aimée Joaristi se manifiesta como un impulso individual hacia el cambio, un deseo de intervención en lo inmediato, en los rituales de la sociedad, para fundar una conciencia que destierre las jerarquías y tabúes al uso, es decir, en tanto voluntad de (re)imaginar los espacios simbólicos y fácticos, desde los cuales se ha construido con notable desventaja la voz y el discurso femenino. 

Parte de esto se demuestra en sus gestos expositivos y acciones artísticas, en las cuales se destacan, por su naturaleza capital y el valor simbólico de su narrativa, Tres Cruces (La Neomudéjar, Madrid, 2018), la harto conocida muestra donde despliega y reconstruye las circunstancias del histórico asesinato de siete mujeres en Alajuelita, Costa Rica, y su reciente Manifiesto Púbico (2019), una suerte de work in progress en que apuesta por implicar a los sujetos desde una estética relacional,  concebido para peregrinar por varias ciudades del mundo. 

Este último, particularmente, se afirma como declaración literal de una actitud política gestada desde/hacia lo femenino. Y su puesta en escena tiene lugar desde la reciente XIII Bienal de La Habana, en una suerte de simbólico retorno al origen -hablando del pubis y el contexto- para diseminar desde el mismo un acto de resistencia, de profunda subversión por cuanto no se anda con pudores en su intento de implicarnos, de paso que invade y reorienta la «sexualidad» del espacio urbano.    

El crítico cubano Andrés Issac Santana, quien ha sido indispensable en la teorización del Manifiesto, además de estar implicado como nadie en los procesos creativos de Aimée, ha descrito lujosa y eficazmente esta acción como un acto de «feminización de la ciudad». En este sintagma, creo, se verbaliza con precisión el carácter de una acción performático-social destinada a persistir en la piel de las ciudades que la atestiguen. Solo resta admirar la saga que irá tejiendo ese itinerario, los modos en que se conecta esa comunidad imaginaria cuyo accionar, entre la teoría y el gesto, aspira a un contexto de absoluta liberación femenina.  

Antes de acabar, un apunte: mientras Aimée Joaristi ultimaba detalles para lanzar su Manifiesto Púbico en La Habana, otra acción de distinta índole alcanzaba eco entre los que pululaban por los espacios tocados por la Bienal. Me refiero a «Consolez Vous», especie de «sex shop» de bajo estándar que disimulaba su oportunismo bajo una pretendida intención artística.  

Se sabe que al menos comercialmente no les fue mal a Javier Alejandro Bobadilla, Yanahara Mauri y Joan Díaz (lograron vender unos 400 artículos en un mes), autores de la propuesta en cuestión. El gesto, debo decir, era empático, y acaso se legitimaba en el más empático de todos los sitios en esta ciudad: La Fábrica de Arte Cubano. El paseante curioso, al acercarse recibía la información pertinente que concluía en una cifra «módica». Sucede que podías llevarte a casa un consolador vernáculo por el mismo precio de un coctel. Una oferta tentadora para el público, y un negocio redondo para los vendedores (los propios artistas). Luego, he aquí el problema: los estantes -al menos en aquel lugar- únicamente reconocían el diseño fálico; eran varias filas coloridas y erectas. 

Pienso entonces en aquella frase de Wendy Guerra que leí en alguna parte, donde apunta que el machismo prefigura en la isla el terreno de lo políticamente correcto. Como gesto artístico, Consolez Vous es una treta mal concertada, pero como extensión simbólica de la narrativa fálica revolucionaria sí que encuentra sentido y hasta una divina aprobación.

Por suerte, en esta Bienal de La Habana no solo circularon como souvenir esos consoladores recios. Aimée Joaristi nos dispensó un oportuno contrasentido, tan impúdico, cínico y bien orquestado, que va a costar desterrarlo de la memoria estética insular.  




Galería




Aimée Joaristi: Manifiesto Púbico [MP]

Aimée Joaristi: Manifiesto Púbico [MP]

Andrés Isaac Santana

Manifiesto Púbico se presenta como un acto colectivo ejecutado por mujeres que intervienen la ciudad marcando un territorio estático, eje estructural de la sociedad cubana.


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