El espíritu Baudelaire

Travieso y espectral, se asoma por el lado izquierdo de la mampara. Se le ve al fondo, detrás del dueño y en apariencia protagonista de la foto, Monsieur Arnauldet. A pesar del primer plano que ocupa y la claridad de su figura —acicalado a la perfección: cabellera y bigote peinados como lo exige el discreto encanto burgués, traje oscuro en armonioso contraste con el pantalón y el sombrero de copa apoyado en una pierna y que sostiene con una mano, ambas piezas en colores claros—, Arnauldet pierde el protagonismo que por derecho de pago le corresponde. 

A pesar de la poca nitidez del fondo —aunque la silueta del poeta resulta inconfundible—, ahora el espectro es Arnauldet. Incluso, nuestra mirada lo ha invisibilizado: no es más su fotografía, es la de Charles Baudelaire. Sin pagar peaje, el pedigüeño Charlie devino el fotografiado. En 2014, el Musée d’Orsay pagó cincuenta mil euros por la foto porque es una de las quince que se conservan del autor de Les Fleurs du mal

Para Charles Asselineau, su primer biógrafo y amigo íntimo, la vida de Baudelaire es “la biografía de un talento y un espíritu”. Tanto o más que un poeta y dandi francés del siglo XIX, tanto o más que precursor de la poesía moderna y renovador de la crítica de arte, Baudelaire es el mayor espíritu poético de la lírica occidental desde el siglo XIX. Él sobrevino ese fantasma que atraviesa en mitad de la noche las callejuelas y bulevares de París —entonces el mundo, reinventándose gracias al genio urbanístico del barón Haussmann—, y las líneas y entrelíneas del poema moderno. Espíritu bohemio, melancólico, opiómano, sifilítico; “espíritu poético hasta el terror”, Sartre dixit

Escribir versos después de Baudelaire implica sentir la presencia —o la frialdad, semejante a la que Adrian Leverkühn experimentó ante Mefistófeles en la novela de Thomas Mann— de esa energía literaria en que devino el autor de Les Paradis artificiels. Desde la segunda mitad del XIX, los caminos de la poesía están llenos, así sea de manera velada, de ecos baudelaireanos. Ô Mort, vieux capitaine, il est temps! levons l’ancre! […] Au fond de l’Inconnu pour trouver du nouveau!

Yves Bonnefoy llamó al XIX el siglo de Baudelaire, ya que él fue el primero, de manera quizá “menos resuelta que Rimbaud y Mallarmé, pero no por eso menos radical”, en liberar a las palabras “de la obligación de solo tener que significar”. En un Occidente que proclamaba muertes por doquier, sobre todo la de Dios, Baudelaire fue un adelantado que percibió “con claridad el verdadero lugar de su combate”, ese donde una vez que “lo religioso tambaleó”, él “volvió posible discernir lo poético en su diferencia, la poesía en su ser propio”. Baudelaire provocó la migración de los símbolos de lo sagrado hacia los dominios del poema.

En sus años de formación, primero en Lyon y luego en el colegio Louis-le-Grand, Baudelaire ejerció el odio por la Historia, conocimiento que consideraba “perfectamente inútil”, y profesó el amor por el latín, la retórica y la composición. He ahí su anti-modernidad, o su ser moderno. Desde entonces leía mucho y escribía versos; sin embargo, se aburría. Antoine Compagnon ha señalado que “el verdadero modernismo ha sido siempre antimoderno, consciente de sí mismo. El antimoderno sufre componiendo”. Más que sus amigos o que su “Venus oscura”, Jeanne Duval, el aburrimiento siempre lo acompañó. 

Un fantasma recorre el mundo desde 1821… empezando en el número 13 de la rue Hautefeuille, en el corazón del barrio latino, pasando por el 30 de la rue Saint-André-Des-Arts, por el 17 de la rue du Bac, la rue de Lille, por una o dos noches (a veces semanas) en casas de amigos, en prostíbulos, en Lyon y Bruselas… en fin, por más de treinta residencias distintas a ambos lados del Sena… hasta llegar a nuestros días. 


El espíritu Baudelaire - Pablo de Cuba Soria.

Fotografía de Monsieur Arnauldet, con Baudelaire al fondo.


También yo, Jonathan Edax, suelo aburrirme. En mi sillón de orejas practico sesiones de exorcismo al tedio. Leo. Nunca más de una página al día leo en mi sillón de orejas. En el Wunderkammer no debería faltar algo de Baudelaire, y no falta: están la segunda edición de Les Fleurs du mal (Paris, Poulet-Malassis et De Broise, 1861, última publicada en vida del poeta) y la edición príncipe de Oeuvres Posthumes et Correspondances Inédites (Paris, Maison Quantin, 1887). 

El ejemplar de Les Fleurs du mal tiene una encuadernación marroquí, color oro. Oeuvres Posthumes está encuadernado con la misma técnica y materiales, con el lomo en cuero negro, cuatro nervios y letras doradas. En el Wunderkammer, ambos volúmenes se encuentran entre una edición de 1853 de The Poetical Works of Edgar Allan Poe —en toda biblioteca debería ser mandatorio situar a Poe al lado de Baudelaire— y la primera edición de Les poèmes d’Edgar Poe (1888) de Stéphane Mallarmé. Gracias a la “mala lectura” que Baudelaire hizo de Poe, la lírica francesa se adentró en lo que Neruda llamó “la matemática tiniebla”. Para T. S. Eliot, que renegó del autor de The Raven, “Baudelaire mejoró la prosa de Poe”.   

Según el pater Cyril ConnollyOeuvres Posthumes resultó uno de los puntos de partida del Modern Movement. El libro incluye correspondencias —con Poulet-Malassis, George Sand, Flaubert, Sainte-Beuve, Armand Fraisse, M. Soulary—, bocetos para dos obras teatrales y los diarios íntimos Fusées y Mon cœur mis à nu. También cuenta con un apéndice que incluye cartas entre Asselineau y Mme. Aupick, la madre del poeta, escritas poco después de la muerte este. 

En los diarios, se (nos) revela ese Baudelaire al desnudo, visceral, en las cimas de la desesperación, cuyos pensamientos aúllan: “He cultivado mi histeria con alegría y terror. Ahora, siempre tengo vértigo, y hoy, 23 de enero de 1862, he sufrido una clara advertencia: la de sentir pasar sobre mí el viento del ala de la imbecilidad”.       

La primera edición de Les Fleurs du mal es de 1857. Su autor la llamó “diccionario de crímenes y melancolías”. Se agotó en poco más de un año, debido en parte al proceso judicial por obscenidad en que se vio envuelta. “Usted ha dotado al cielo de un rayo macabro”, le escribió Hugo. Asimismo, en aquel contexto, se iniciaría el intercambio epistolar con Flaubert, quien también estaba sumido en un juicio a propósito de Madame Bovary —el novelista sería absuelto; el poeta, condenado.  

La segunda edición (mil quinientos ejemplares) salió a la venta en febrero de 1861, a un precio de tres francos. Baudelaire la pensó “definitiva”; y si bien están eliminados los seis poemas que censuró el Estado, ahora incluía una nueva sección (Tableaux parisiens), para un total de treinta y cinco nuevos poemas, así como una litografía con el rostro del poeta de Félix Bracquemond. 

Baudelaire gastó parte de su herencia —el padre le dejó más de cien mil francos, toda una fortuna para la época— en prostíbulos y cafés, trajes caros a la medida, obras de arte y libros de colección. En ese artista de la vida moderna que practicó el ideal del dandi, mucho había de bibliófilo. Mandaba a encuadernar sus libros con los más notables encuadernadores, como la familia Lortic. En cada una de sus múltiples residencias, cuenta Asselineau, casi siempre dejaba un centenar de libros que terminaban en manos de sus acreedores, siempre a la caza del “mala paga Charles”. Coleccionó varias ediciones de la obra de Poe; de estas jamás se separó. 


El espíritu Baudelaire - Pablo de Cuba Soria

Entre Poe y Mallarmé.


Memorabilia. Dentro de Oeuvres Posthumes hallé un recorte de Los Angeles Times del 14 de junio de 1966 con el poema “Baudelaire”, de Delmore Schwartz. Poema perfecto donde los haya. Tal vez, estos versos de Schwartz sean el más bello homenaje —podría catalogarse como una biografía lírica: todos los demonios vitales de Baudelaire hablan en ellos— que se haya escrito jamás sobre el maldito poeta francés. Yo, Jonathan Edax, he cometido el feliz agravio de traducirlo:

Al dormirme, incluso mientras sueño,
escucho voces que claramente dicen 
frases hechas, comunes y triviales 
que ninguna relación guardan con mis cosas. 
Madre querida, ¿acaso nos queda tiempo 
para ser felices? Mis deudas son enormes. 
Mi cuenta bancaria depende de un juez. 
No sé nada. Nada puedo saber. 
Perdí la capacidad de esforzarme. 
Pero, igual que antes, mi amor por ti crece. 
Siempre estás dispuesta a lapidarme, siempre: 
es así. Desde mi infancia ha sido así. 
Por vez primera en mi larga vida 
soy casi feliz. El libro que casi termino 
se me antoja casi bueno. Perdurará como monumento 
a mis obsesiones, a mi odio y repugnancia. 
Las deudas y la persistente ansiedad me debilitan. 
A mi espalda se desliza Satanás y suave me dice: 
“¡Descansa! Hoy puedes descansar y relajarte. 
Trabajarás en la noche”. Pero llega la noche y 
la mente, agobiada con demoras, 
melancólica y aburrida, paralizada de impotencia, 
me promete: “¡Mañana, será mañana!” 
Y otra vez mañana se actuará la comedia 
con el mismo desenlace e igual debilidad. 
Estoy cansado de esta vida de cuartos alquilados, 
de resfriados y dolores de cabeza: 
Conoces mi rara existencia. Cada jornada factura 
su cuota de ira. Poco sabes de la vida de un poeta, 
madre querida: Tengo que escribir poemas, 
la más fatigosa de las ocupaciones. 
Esta mañana estoy triste. No me critiques. 
Escribo en un café al lado del correo, 
entre el choque de bolas de billar, el ruido de platos, 
el latir de mi corazón. Me piden que escriba 
“Una historia de la caricatura”. Me piden que escriba 
“Una historia de la escultura”. ¿Debería escribir la historia 
de las caricaturas y esculturas que hay de ti en mi corazón?  
Aunque te cueste un sinnúmero de agonías, 
aunque no creas que sea necesario 
y estimes que es una suma exagerada, 
mándame dinero para al menos tres semanas, por favor.

En el ejemplar de Les Fleurs du mal guardo un folleto de la Raven Society of the University of Virginia (1963), comprado a un anticuario de Charlottesville. En él se cuenta que, en 1905, el viaje en tren desde Richmond hasta Washington DC tomaba seis horas. Por ello, un libelo de la Pennsylvania Railroad menciona tres landmarks del trayecto: batallas de la Civil War, afluentes del James River y un bosque en Spotsylvania, donde se escucha el graznar del cuervo americano. Según el libelo, los cuervos de la zona imitan el nevermore de Poe. De algún modo, la poesía francesa habitó en ese bosque de Spotsylvania desde Baudelaire.


El espíritu Baudelaire - Pablo de Cuba Soria.

Portada Les Fleurs du mal.




El espíritu Baudelaire - Pablo de Cuba Soria.

Segunda edición de Les Fleurs du mal (Paris, Poulet-Malassis et De Broise, 1861, última publicada en vida del poeta) y la edición príncipe de Oeuvres Posthumes et Correspondances Inédites (Paris, Maison Quantin, 1887).


Diario de un bibliófiloMayo 15, 2017. Visita al Cimetière du Montparnasse. Una cuadra antes de llegar, me detengo ante las vitrinas de la Barnes International Realty. Se anuncian propiedades para bolsillos delicados y obesos. Más allá de los precios, algo me llama la atención: los apartamentos cuyos balcones dan al cementerio tienen un 15% de descuento, para supersticiosos. Entre las propiedades en venta, destaca una buhardilla en los altos de La Comédie Italienne, situada en la Rue de la Gaité. El anuncio enfatiza que desde la ventana se puede divisar la tumba de Charles Baudelaire. ¿Habrá mayor superstición que los franceses? 

Baudelaire comparte sepulcro con su “amado y detestable” padrastro, Jacques Aupick. También ahí están los restos de su madre. “¡Fusilad al general Aupick!”, gritaba el poeta en las barricadas de 1848. 

A unos pocos metros de la casa definitiva de Baudelaire, en la acera opuesta, está el panteón de Porfirio Díaz. “A los artistas y escritores, dispárales a la barriga”, aconsejaba el dictador mexicano. Otro remedio no le quedará a Baudelaire que volver a cambiar de residencia, una vez más, para así escapar de las balas de don Porfirio. Ni en muerte el poeta se ha librado de sus acreedores.

Paso cerca, aunque no me detengo, de la tumba de un escritor argentino que, como Baudelaire, también tradujo a Edgar Allan Poe.           



La Comédie Italienne, en la Rue de la Gaité.





Tumba de Baudelaire (Cimetière du Montparnasse).




Du côté de chez Proust - Pablo de Cuba Soria

Du côté de chez Proust

Pablo de Cuba Soria

En À la recherche du temps perdu, un “Ya me duermo” o un “Buenos días” son literatura, sin que para ello tengamos que percibir el resonar del artefacto literario. Proust transforma las estructuras sintácticas sin hacer ruido, las tapiza con el mismo corcho que cubría las paredes de su cuarto.


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