La generación cero está en tu mente

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Nunca hubo generación. Más bien, como le gustaba decir a Gilberto, lo que hubo fue desgeneraciónEn ese tren se subía cualquiera que hubiera publicado un libro, un librazo o un librucho, a partir del año 2001. Más allá de la disputa por precisar quién fue el primero en usar el término, si Orlando Luis o Lizabel Mónica, a mí lo que me interesa es el género. El género de la generación. Y ese género es femenino, a pesar de los mejores narradores cubanos, a pesar de Oscar CruzJosé Ramón Sánchez o Javier L. Mora. Creo que, definitivamente, cuando se le ponga la cabeza al cascabel, será una cabeza hembra, de ojos azules llenos de lágrimas, al borde inconsolable de la ovulación. Lo pienso y me digo: yo a donde pertenezco es a la Ovulación Cero.



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Ella dijo que fuera a verla, que Soleida Ríos me había mandado unas piedras. Son de Baracoa, las piedras. Le dije que sí, que me avisara cuándo y dónde. Entonces me avisó temprano y fui, sabiendo que las piedras no me quitarían el dolor, si es que el dolor aún seguía vivo, ahí donde enseguida se acalambra y se atrofia, además del dolor, el resto de las emociones humanas. Un libro de aventuras publicado en Barcelona en 1940, junto a las piedras, parecía haber sido traído para mí, pero sin dedicatoria: déjame dedicártelo. 


Lo pienso y me digo: yo a donde pertenezco es a la Ovulación Cero.


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El diálogo se cortó, en cierto momento determinado, con un filo de carátula vieja, ganchuda y punzante. Me dijo que estaba hosca porque yo estaba hosca. Éramos, de pronto, dos mujeres hoscas en un contexto patético de emigración insufrible. Un país lleno de muerte a media hora en avión, una clínica dental con asientos monolíticos y un enorme letrero sobre el techo de enfrente que yo no podía dejar de mirar porque decía, con letras mayúsculas: CALIENTE.


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Por eso no lloré tantísimo ante el ron descorchado en pleno aeropuerto, apenas aterrizada en los Miamis, por manos de inspectores agrícolas. No había nada para brindar pero basta con el recuerdo de habichuelas cortadas a tijera, cremaevié y un estribillo de nanas. Había una cámara oscura que echaba fuego por la boca y una bola del mundo donde posábamos el dedo para no sentirnos enrejadas. Había una fila de cadáveres traslúcidos: botellas de Havana Club alineadas desde Everglades a Zapata, cogiendo por el Camino Real. En tiendas de reciclaje los @cancha_cancha siempre silbábamos alegremente, como bijiritas comiendo catibía y cundiamor.


El grupo que no teníamos pero que hubiéramos querido tener (por estar lejos físicamente, en territorios nacionales distintos, sin poder intercambiar ni libros ni pedazos de libros).


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La mujer tenía hambre y la invité a comer. No hay que gastar dinero en comida si yo tengo una tarjeta de comida con la que puedo comprar en varios mercados de la ciudad. Comida fría. Jamás caliente. La comida caliente tiene otro precio. Pero si uno pertenece, más o menos, a una generación y a un contexto en donde lo más importante sigue siendo escribir, entonces lo más importante nunca será comer. La importancia de comer es un poco poética. Se comen cosas a la manera de los animales. Se escarba, se picotea, se araña, se abre en dos, se parte por el medio. Pero la mujer no aceptó la invitación. Al principio no aceptó. Recuérdese que éramos dos mujeres hoscas y que ya no pertenecíamos a nada, si es que alguna vez pertenecimos a algo.


Como si la poesía se hubiera trasladado a la vida ordinaria de los dos: no hagas fuerza, que te hernias.


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Ella sí. Ella sí perteneció. Estuvo en cada uno de los grupos que formábanse y hacía, además de su trabajo, el trabajo sucio detrás de cada volumen. Lo hizo durante años sentada en una silla o en una mesa o en una cama o en un pasillo o en el suelo atrás de la puerta o en el suelo al lado de la basura o en el baño al lado de la taza, desnuda, vestida, mal acompañada. Juntar cosas parecidas, o por el contrario, cosas que no se parecen y que por eso mismo hay que juntarlas. Adefesios, corchos flotantes.


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¿El mercado más cercano? Un ALDI solitario en el fin serafín de la calle ocho. Atravesar raíces de árboles, el drive thrude McDonald y unos cuantos metros de parqueo diagonal. Nos equivocamos al entrar a ALDI metiéndonos por la salida en vez de por la entrada. La pregunta ¿cómo estás? fue evadida todo el tiempo. Las dos estábamos bien, aparentemente. ¿De qué otra forma podíamos estar? Look: estábamos en Miami, a punto de comer, a punto de pasar a otro nivel, a punto de atragantarnos con una paleta de caramelo doble, a punto de cumplir cuarenta años, ¿o ya cumplimos cuarenta hace rato? ¿Y el niño? Ah, el niño. Bueno, el niño también está bien. 


Un país lleno de muerte a media hora en avión.


8

Cuando la gente pregunta por el niño es como si preguntara por algo abstracto. El niño existe, existe, existe, aunque ya no se le vea al lado de la madre. La madre no importa, lo que importa es el niño. Hay algo muy perverso en esas frases hechas. Debe ser muy penoso encontrarse a una mujer por casualidad, verla sin su hijo y de todas formas tener que preguntar, por cortesía: ¿y el niño, cómo está? La respuesta, por supuesto, será igual que la pregunta: por cortesía.


Botellas de Havana Club alineadas desde Everglades a Zapata.


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Lo que me gustaba del grupo que no teníamos pero que hubiéramos querido tener (por estar lejos físicamente, en territorios nacionales distintos, sin poder intercambiar ni libros ni pedazos de libros) era la falta de cortesía. Llamar por teléfono a Oscar Cruz para decirle que no sabía qué hacer y obtener una respuesta idónea, risueña, como si la poesía se hubiera trasladado a la vida ordinaria de los dos: no hagas fuerza, que te hernias. Oscar Cruz, que me trajo una perra china en una cajita de zapatos de Santiago de Cuba a La Habana en Cubana de Aviación. 


Zoé Valdés se burló de Claudia Genlui imitándola en un video con un ojo pirata dorado.


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Muchos años después empezó @cancha_cancha. Se trataba, sobre todo, de ejercitarse. Hacer ejercicios en vez de poesía. Había que tener un alto rendimiento, levantar pesas, correr cien metros planos, meter un jonrón. Tuvimos WhatsApp, tuvimos Instagram, pero no tuvimos afecto. No seguimos adelante juntos. Si hay algo realmente complicado en la vida es la convivencia, la asociación. Las tortugas de tierra, por ejemplo, son reptiles únicos porque tienen carapacho y son asociales absolutamente. Se puede adoptar a una sola tortuga sin temor a que se sienta sola. La tortuga única sentirá, por el contrario, un alivio enorme de no estar acompañada por otra tortuga semejante. En época de celo, para aparearse, el macho le muerde las patas traseras a la hembra. Dos tortugas hembras nunca son amigas y dos machos son enemigos. 


La muchacha se dirigió a mí, enseguida, para rectificarme: el muchacho.


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@cancha_cancha éramos: Jamila Medina Ríos, Larry J. González, Rogelio OrizondoMartha Luisa HernándezYornel MartínezMarién Fernández y una servidora. Nunca discutimos. El único chat acalorado que recuerdo fue cuando Luis Manuel Otero Alcántara estuvo preso en el 2020 y Zoé Valdés se burló de Claudia Genlui imitándola en un video con un ojo pirata dorado. Qué persona tan graciosa, Zoé. El mundo es un pañuelo y la poesía es un perro dóberman rabioso amarrado.


Todo tiene un límite, un final y un número.


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En ALDI compramos: un paquete de cerezas, un paquete de galletas, aceitunas, una botella de jugo de naranja, una ensalada de orzo, un queso de cabra, queso mozzarella de Patrulla de Cachorros, una caja con tres paletas y algo más que se me olvida. Antes de pagar, ella fue a poner nuestras cosas en la cinta corrediza pero había alguien delante y yo dije: primero va la muchacha. Sin embargo, la muchacha se dirigió a mí, enseguida, para rectificarme: el muchacho. Pedí disculpas y continué, porque no cogimos carrito y llevábamos todo en una caja de cartón grande que había sido de aguacates.


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El libro de aventuras trata de unos amigos que se van de vacaciones. Es un libro para niños, vintage, como se supone que nos gusten los libros, tesoros de biblioteca muerta, piedra, papel y tijera. En la portada hay un niño rubio que se parece a mi hijo. La palabra FIN, el final del libro, está en la página 152. Todo tiene un límite, un final y un número. La poesía es el fin de todas las cosas: 

Una vez en Longris, bajaron la canoa al agua y se embarcaron todos, incluso Timy. Era tan fácil conducirla, que Jack y Mike pudieron encargarse de ellos. El motor empezó a funcionar suavemente y la canoa se alejó de la orilla. Mike la condujo mar adentro con un gesto de satisfacción y orgullo. ¡Una canoa para ellos solos! ¡Vaya suerte!

Van rumbo a La Mirona. 
¡Adiós, Mike! ¡Adiós, Jack! ¡Adiós, Nora y Peggy! Os merecéis la suerte que habéis tenido. Hemos pasado muy buenos ratos con vuestras aventuras. ¡Quizás volvamos a saber pronto de vosotros! ¡Adiós, adiós!




el-corazon-de-una-madre-puede-ser-una-pradera-pero-tambien-un-ladrillo

El corazón de una madre puede ser una pradera pero también un ladrillo

Legna Rodríguez Iglesias

Quisiera felicitar y mandar fuerza a todas las madres cubanas que tienen a sus hijos presos o esperando una sentencia, por manifestarse en contra de un gobierno que es una dictadura.






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