El peso

El arte y la realidad juegan a ser en un fuego constante.

Una oscuridad total invade la mente. Se escuchan bullicios cotidianos; más que voces, es el eco desesperado en una encarnación aglomerada y exaltada de la conciencia. Retumban nombres. Se arrastran, se levantan, responden al presente del terrible llamado. Hay fuerza de brazos empujando hacia atrás. Buscan erguirse, intentan salir de una pesadilla que no ha podido dormir toda la noche. Su objetivo es conseguir el último de la cola: esa señal a futuro inmediato que apremia el latir decadente.

Consiguen apoyar la cabeza. En el instante comprenden que caminar significa empujar los pies del otro con pasos imperceptibles hacia nuevas contingencias. Martilleo de eufonías ambientales. Dramaturgia encarnada del sonido. Comentarios póstumos. ¡Candela! ¡Candela! Como si fuera una evidencia del incendio inapagable e impostergable.



“¿Por qué estoy aquí?”, piensan los cuerpos. Los cuerpos piensan más que el cerebro. Los cuerpos alineados cambian de dirección. Asumen levantar la cabeza. Ella gira en círculo buscando el cielo en un máximo esfuerzo por recordar su naturaleza divina. Su naturaleza que ahora está cargada de iniquidades, en la nueva condición de entes cotidianos sin piedad.

Llegado a este punto se hace necesaria una cierta independencia de las almas, una candidez tensa, una caminata frontal de “pie en suspenso”, una fuerza quejosa del ruido. Se hace necesaria una carrera imaginada y frustrada, reiterada de último minuto. Siempre el último, incluso en el tiempo de no conseguir nada. El silbato irrumpe en las sordas y monótonas lamentaciones.

Confieso que nunca había visto una montaña de nalgas. Es la danza más cuántica y aberrante. Es el ser humano en la pestilencia inacabable de las formas. La cerviz, el pubis, la glándula pituitaria; establecen relaciones de fenómenos irrelacionales. 




El Últimoperformance en escena de El Ciervo Encantado, sugiere una canción de corte muy popular:


Parado, acostado, parado.
La negra de pasa pará
El blanco que está fumando
El engañoso inválido
La colá que no va en la cola
La gata de arriba
El piso de abajo.
La coja, la embarazá, la moñúa,
La mosquita muerta…


Son miles los rostros que salen, ya amorfos, de tanto peso sostenido en medio del cansancio.



La imagen es la de un holocausto. Presenciamos fosas comunes. La estrategia de enrollarse va por las rodillas, asemejan nudos de rótulas con apoyo leve de manos. Y por colofón, colección de cabezas con ojos asustados es lo que queda en el campo de batalla. Las miradas son indiferentes. Hacen un recorrido en ángulos visuales y luego guiños a contralabios. Ya no pueden humillarse más. Hundidos como están deciden enfrentar a su adversario. Cabeza contra cabeza. Se siente el primer temblor de los huesos frontales. Es la frente rota. No chillan los dientes.

Se seca la garganta. Se agotan las caderas y sale por detrás algún sobreviviente. Quizás aprendió a danzar en las colas. Aprendió la utilidad del codo y el principio de los hombros encajados. Aprendió a gritos, quejas y empujones, lo que es ser “el último” y encontrarse a sí mismo en la encrucijada fila de autómatas. Retira el pie. Se arrastra con la fuerza del mar y rompe la conga. En olas queda y cae como vencido, pero respira. Tiene alma y corazón.



El Último es el espíritu vivo de la materialización de esta sociedad, la nuestra; la de Cuba hoy. Sintetiza el estudio del movimiento social en el ordenamiento de las filas para acceder a la compra de cualquier producto. Traduce la cadencia del desplazamiento de las masas que ruedan, giran, se arrastran… y caen por su propio peso.

Siempre el peso es un impacto sobre uno; un “sí mismo” capaz de adentrarse en el peso del otro, arriba y atrás. Adelante nunca podrá pasar: es una ley principal. Hay en esta ecuación una escondida humanidad, una victimización caracterizada y justificante de los seres últimos, esos expuestos en colas y colas. Aparentan ser pillos del movimiento, sutiles en levantarse poco a poco… Pero en realidad son seres que se diluyen en la oscuridad del fondo, frente a la luz dilatada de las pupilas ciegas.




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“Quiero volver a tener contacto con el públicomirarlo a los ojos y entender qué necesita”.






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